El bueno, el feo yla bruja

Nerviosa, sopesé el riesgo de quedarme allí quieta y esperar a Ivy o moverme y que me viesen.

 

—Maldita sea, ojalá tuviese coche —mascullé. Me incliné para mirar por la calle, buscando el alto techo azul de un autobús, un taxi o lo que fuese. ?Dónde demonios estaba Ivy?

 

Con el corazón acelerado me levanté. Apreté el depósito contra mí y me dirigí a una calle con la intención de entrar en el edificio de oficinas adyacente y perderme entre la muchedumbre mientras esperaba a Ivy. Pero un gran Ford Crown Victoria negro se detuvo, interponiéndose en mi camino. Miré enfurecida al conductor pero la tensión de mi cara se desvaneció cuando bajó la ventanilla y se inclinó sobre el asiento delantero.

 

—?Se?orita Morgan? —dijo un hombre negro con voz profunda y áspera.

 

Miré a los lobos tras de mí y luego de nuevo al coche y a él. Un Crown Victoria negro con un hombre con traje negro solo significaba una cosa: era de la Agencia Federal del Inframundo, el equivalente humano de la si. ?Qué querría la AFI?

 

—Sí, ?y quién eres tú?

 

Se molestó.

 

—He hablado con la se?orita Tamwood. Me dijo que la encontraría aquí.

 

Ivy. Apoyé una mano en la ventanilla abierta.

 

—?Está Ivy bien?

 

Apretó los labios. El tráfico se acumulaba detrás.

 

—Lo estaba cuando hablé con ella por teléfono.

 

Jenks revoloteó frente a mí con su carita asustada.

 

—Te han olfateado, Rachel.

 

Resoplé por la nariz. Eché la vista atrás. Vi a uno de los tres hombres lobo y este me pilló mirándolo y ladró para avisar al resto. Los otros dos acudieron a la llamada, trotando sin prisas. Tragué saliva. Era comida para perros. Se acabó. Comida para perros. Game over. Pulsar ?Reinicio?.

 

Girándome agarré la manecilla de la puerta y tiré. Me lancé dentro y di un portazo.

 

—?Arranca! —grité, volviéndome para mirar por el cristal de atrás. La cara alargada del hombre adoptó una expresión de asco al mirar atrás por el espejo retrovisor.

 

—?Vienen con usted?

 

—?No! ?Esta cosa anda o simplemente te sientas aquí para jugar al solitario? —emitiendo un sonido grave de irritación, aceleró con suavidad. Me giré en el asiento y observé a los lobos detenerse en mitad de la calle. Sonaron las bocinas de los coches que se vieron obligados a frenar por su culpa. Volviéndome hacia atrás agarré el depósito y cerré los ojos aliviada. Echaría una bronca a Ivy por esto, juré. Voy a usar sus queridos mapas como cobertura para las malas hierbas del jardín. Se suponía que vendría a recogerme ella, no un esbirro de la AFI.

 

El pulso me volvía a la normalidad y me giré para observar al conductor. Era por lo menos una cabeza más alto que yo, que ya era bastante, con los hombros bonitos, el pelo rizado negro muy corto, la mandíbula cuadrada y un aire de estirado que pedía a gritos que le diese una colleja. Era bastante musculoso, aunque sin exagerar. No tenía ni rastro de barriga. Con su traje negro que le quedaba como un guante y su camisa blanca con corbata negra, podría ser el chico de calendario de la AFI. Llevaba el bigote y la barba recortados a la última moda: tan mínimos que apenas se veían, aunque en mi opinión se le había ido la mano con la loción para después del afeitado. Clavé la vista en la funda para las esposas de su cinturón, deseando tener todavía las mías. Eran de la si y ahora las echaba mucho de menos.

 

Jenks se colocó en su sitio habitual sobre el espejo retrovisor, donde el viento no pudiese rasgar sus alas. El arrogante hombre lo observaba fijamente, lo que me indicaba que no trataba a menudo con pixies. Qué suerte la suya.

 

La radio emitió una llamada acerca de un ladrón en el centro comercial y la apagó rápidamente.

 

—Gracias por llevarme —dije—, ?te manda Ivy?

 

Apartó la vista de Jenks.

 

—No. Ella solo nos dijo que estaría aquí. El capitán Edden quiere hablar con usted. Algo relacionado con el concejal Trent Kalamack —dijo el agente de la AFI con tono indiferente.

 

—?Kalamack! —aullé y luego me maldije a mí misma por haberlo hecho. El maldito ricachón quería que trabajase para él o matarme, dependiendo de su estado de ánimo o de cómo fuesen sus acciones de bolsa—. ?Kalamack, eh? —rectifiqué revolviéndome incómoda en el asiento de cuero—. ?Por qué te manda Edden a buscarme?, ?estás en su lista negra de esta semana?

 

No contestó nada pero sus potentes manos se aferraban al volante tan fuerte que sus u?as se pusieron blancas. Se creó un silencio. Cruzamos un semáforo en ámbar a punto de ponerse en rojo.

 

—Oye, ?y tú quién eres? —le pregunté finalmente.

 

Carraspeó en lo más profundo de su garganta. Estaba acostumbrada a despertar recelo en la mayoría de los humanos. Este tipo no parecía asustado y me estaba empezando a hartar.

 

—Detective Glenn, se?ora —dijo.

 

—?Se?ora? —saltó Jenks riéndose—, te ha llamado ?se?ora?.

 

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