El bueno, el feo yla bruja

—No, en absoluto —dije fríamente y Edden me puso una pesada mano en el hombro, dirigiéndome hacia un pasillo corto.

 

Normalmente habría reaccionado ante tales demostraciones de familiaridad con un delicado codazo en el estómago. Pero Edden era mi alma gemela, él odiaba tanto las injusticias como yo. Aunque no se parecía en nada físicamente a mi padre, me recordaba a él y se había ganado mi respeto al aceptarme como bruja y tratarme con igualdad en lugar de con desconfianza. No podía resistirme a sus halagos.

 

Avanzamos por el pasillo hombro con hombro mientras que Glenn se rezagaba.

 

—Me alegro de verle volando de nuevo, se?or Jenks —dijo Edden, inclinando la cabeza hacia el pixie.

 

Jenks despegó de mi pendiente entrechocando bruscamente las alas. Edden le había partido un ala a Jenks en una ocasión al meterlo dentro de una garrafa de agua y los insultos del pixie fueron tremendos.

 

—Es Jenks —dijo con frialdad—, solo Jenks.

 

—Jenks, de acuerdo. ?Te apetece tomar algo? Azúcar, agua, mantequilla de cacahuete… —Se giró hacia mí sonriendo tras su bigote—. ?Café, se?orita Morgan? —me ofreció alargando las vocales—. Pareces cansada.

 

Su sonrisa hizo desaparecer cualquier resto de mal humor.

 

—Me encantaría —dije, y Edden le hizo un gesto indicativo con la mirada a Glenn. El detective apretaba la mandíbula y ya le habían aparecido varios verdugones más en el cuello. Edden lo agarro por el brazo cuando el frustrado agente se daba la vuelta. Tirando de él hacia abajo, Edden le susurró: —Es demasiado tarde para quitarse el polvo de pixie, pruebe con cortisona.

 

Glenn me miró fijamente al erguirse y luego se fue caminando por donde había venido.

 

—Te agradezco que hayas acompa?ado a Glenn —continuó diciéndome Edden—, he recibido una visita esta ma?ana y tú eras la única a la que podía llamar para gestionarla.

 

Jenks se rió con sorna.

 

—?Qué pasa, ha venido un hombre lobo con una espina en la pata?

 

—Cállate, Jenks —dije más por costumbre que por otra cosa. Glenn había mencionado a Trent Kalamack y eso me había puesto de los nervios. El capitán de la AFI se detuvo frente a una puerta lisa. Había otra puerta igualmente lisa a unos treinta centímetros de la primera: salas de interrogatorios. Abrió la boca para explicar algo, pero luego se encogió de hombros y abrió la puerta para mostrar una habitación vacía a media luz. Me invitó a entrar y esperó a cerrar la puerta antes de dirigirse al espejo falso y abrir la persiana silenciosamente.

 

Miré hacia la otra sala.

 

—?Sara Jane! —susurré quedándome pálida.

 

—?La conoces? —dijo Edden cruzando sus cortos y robustos brazos sobre su pecho—. ?Qué casualidad!

 

—Las casualidades no existen —saltó Jenks abanicándome la mejilla con la brisa que levantaban sus alas al planear a la altura de mis ojos. Tenía las manos en las caderas y sus alas habían pasado de su habitual translucidez a un tono rosado—. Es una encerrona.

 

Me acerqué más al cristal.

 

—Es la secretaria de Trent Kalamack. ?Qué está haciendo aquí?

 

Edden se puso a mi lado con los pies separados.

 

—Buscando a su novio.

 

Me giré sorprendida ante la tensa expresión de su redonda cara.

 

—Un hechicero llamado Dan Smather —dijo Edden—. Desapareció el domingo. La si no hará nada hasta que lleve desaparecido treinta días. Ella está convencida de que su desaparición está ligada a los asesinatos de brujos. Y creo que tiene razón.

 

Se me hizo un nudo en el estómago. Cincinnati no era famosa por sus asesinos en serie, pero en las últimas seis semanas habíamos sufrido más asesinatos sin resolver que en los tres últimos a?os. La reciente oleada de violencia tenía a todo el mundo alterado, humanos e inframundanos por igual. El cristal se empa?ó con mi aliento y me retiré.

 

—?Encaja en el perfil? —pregunté sabiendo que la si no la habría despachado si lo hiciese.

 

—Si estuviese muerto encajaría, pero por ahora solo está desaparecido.

 

El áspero ruido de las alas de Jenks rompió el silencio.

 

—?Y para qué quiere meter a Rachel en esto?

 

—Por dos motivos. El primero porque al ser la se?orita Gradenko una bruja —dijo se?alando con la cabeza a la guapa mujer al otro lado del espejo con un tono de frustración en la voz—, mis agentes no pueden interrogarla como es debido.

 

Observé a Sara Jane mirar el reloj y frotarse los ojos.

 

—No sabe hacer hechizos —dije en voz baja—, solo es capaz de invocarlos. Técnicamente, es una hechicera. Ojalá los humanos entendiesen de una vez que es el nivel de conocimientos y no tu sexo lo que te hace ser una bruja o una hechicera.

 

—De cualquier forma mis agentes no saben interpretar sus respuestas.

 

Un rayo de ira me atravesó. Me volví hacia él con los labios apretados.

 

—No sabéis distinguir si está mintiendo.

 

El capitán encogió sus robustos hombros.

 

—Si quieres llamarlo así.

 

Jenks se quedó suspendido en el aire entre ambos, con las manos en las caderas en su mejor pose de Peter Pan.

 

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