Stardust - Polvo de estrellas

Stardust - Polvo de estrellas

 

Neil Gaiman

 

 

 

 

Para Gene y Rosemary Wolfe

 

 

 

 

 

Canción

 

 

Ve y trae una estrella fugaz, deja encinta una mandrágora, dime dónde están los a?os pasados, o quien partió el pie al Diablo.

 

Ensé?ame a escuchar el canto de las sirenas, o a alejarme de la punzada de la envidia, y da

 

con el viento

 

capaz de adelantar a una mente honesta.

 

 

 

 

Si naciste con el don de ver cosas extra?as, cosas invisibles,

 

cabalga diez mil días con sus noches, hasta que la edad ti?a tus cabellos de nieve.

 

Con todo, cuando vuelvas contarás las maravillas que te ocurrieron y jurarás

 

que en ningún lugar

 

habita mujer justa o que diga verdad.

 

 

 

 

Y si encuentras a una, házmelo saber, peregrinaje tal fuera dulce, aun así, no lo haría, no, aunque viviera en la puerta de al lado, aunque fuera sincera cuando la conociste, o aunque lo fuera cuando me escribiste.

 

Tan pronto como llegue,

 

habrá sido infiel

 

con dos, o puede que con tres.

 

 

 

John Donne (1572-1631)

 

 

 

 

Capítulo 1

 

 

 

Donde sabemos del pueblo de Muro y del curioso

 

acontecimiento que allí tiene lugar cada nueve a?os

 

 

 

 

 

Había una vez un joven que deseaba conquistar el Deseo de su Corazón.

 

Aunque este principio no sea, en lo que a comienzos se refiere, demasiado innovador —pues todo relato sobre todo joven que existió o existirá podría empezar de manera similar—, sí que hallaremos en este joven y en lo que le aconteció muchas cosas inusuales, aunque ni siquiera él llegó a saberlas todas.

 

La historia empezó, lo mismo que muchas otras historias, en Muro. El pueblo de Muro se alza hoy, como hace seiscientos a?os, en una alta elevación de granito, rodeada de una peque?a fronda boscosa. Las casas de Muro son robustas y antiguas, de piedra gris, con tejados de pizarra negra y altas chimeneas; aprovechando al milímetro la roca, las casas se apoyan las unas sobre las otras, algunas incluso se encabalgan, y aquí y allá un arbusto o un árbol crece junto a la pared de un edificio. Hay un camino que lleva a Muro, un sendero serpenteante, delimitado por rocas y piedrecitas, que asciende bruscamente a través del bosque. Más allá, a una considerable distancia, el camino se convierte en una auténtica carretera pavimentada de asfalto; aún más allá, la carretera se hace mayor y está llena a todas horas de coches y camiones que corren de ciudad en ciudad. Si te tomas el tiempo suficiente, la carretera te llevará hasta Londres; pero Londres está a más de una noche en automóvil de Muro.

 

Los habitantes de Muro son una raza taciturna, compuesta por dos tipos bien distintos: los nativos —tan grises, altos y robustos como la elevación de granito donde se construyó su hogar— y el resto, que con los a?os han hecho de Muro su hogar y lo han poblado con sus descendientes.

 

 

 

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