El bueno, el feo yla bruja

Lo miré con el ce?o fruncido. El hombre parecía muy joven para ser detective. La AFI debía estar desesperada últimamente.

 

—Pues gracias, detective Glade —dije confundiéndome con su nombre—, puede dejarme aquí mismo y cogeré un autobús desde aquí. Ya iré a ver al capitán Edden ma?ana. Ahora mismo estoy trabajando en un caso importante.

 

Jenks se rió por lo bajo y el hombre se puso rojo, aunque su piel oscura casi lo ocultaba.

 

—Es Glenn, se?ora, y ya he visto su importante caso. ?Quiere que la vuelva a dejar en la fuente?

 

—No —dije, hundiéndome en el asiento al recordar a los cabreados hombres lobo—, pero se lo agradecería si me pudiese llevar hasta mi oficina. Está en los Hollows, coja la siguiente a la izquierda.

 

—No soy su chófer —dijo con tono serio, claramente disgustado—, soy el chico de reparto.

 

Metí el brazo dentro cuando accionó el botón para subir la ventanilla desde su asiento. Inmediatamente el ambiente se volvió cargado. Jenks revoloteó hasta el techo quedando atrapado.

 

—?Qué demonios haces? —chilló.

 

—?Sí! —exclamé—. ?Qué pasa?

 

—El capitán Edden quiere verla ahora, se?orita Morgan, no ma?ana. —Sus ojos se apartaron de la calle para clavarse en mí. Apretaba la mandíbula y no me gustaba su antipática sonrisa—. Y si se le ocurre tan siquiera alargar la mano para alcanzar un hechizo, la saco del coche, la esposo y la meto en el maletero. El capitán Edden me ha enviado a recogerla, pero no me ha dicho cómo debía traerla.

 

Jenks aterrizó en mi pendiente jurando como un carretero. Intenté abrir la ventana repetidamente con mi botón, pero Glenn lo había bloqueado. Me eché hacia atrás en el asiento con un bufido. Podría meterle el dedo en el ojo a Glenn y obligarlo a salirse de la carretera, pero ?para qué? Sabía adonde íbamos y Edden se encargaría de que me llevasen a casa luego. Sin embargo, me molestaba encontrarme con un humano con más agallas que yo. ?En qué se estaba convirtiendo esta ciudad?

 

Se hizo un profundo silencio en el vehículo. Me quité las gafas de sol y me incliné hacia delante al darme cuenta de que el hombre iba veinticinco kilómetros por encima del límite. Típico.

 

—Observa —me susurró Jenks. Arqueé las cejas al ver al pixie despegar de mi pendiente. El sol oto?al que se colaba en el coche se llenó de pronto de brillos cuando disimuladamente dejó caer un polvillo brillante sobre el detective. Apostaría mis mejores braguitas de encaje a que no era el polvo pixie normal. Glenn acababa de ser víctima de los polvos pica pica de los pixies.

 

Reprimí una sonrisa. Dentro de unos veinte minutos a Glenn le picaría tanto el cuerpo que no podría estarse quieto.

 

—Y, ?cómo es que no te doy miedo? —le pregunté descaradamente, sintiéndome mucho mejor.

 

—Una familia de brujos vivía en la casa de al lado cuando era ni?o —dijo con recelo—. Tenían una hija de mi edad. Me atacó con todo lo que una bruja pueda lanzarle a una persona. —Una ligera sonrisa cruzó su cuadrado rostro, dándole un aspecto impropio de la AFI—. El día más triste de mi vida fue cuando se mudó.

 

—Pobrecito —dije haciendo un puchero y su entrecejo volvió a fruncirse. Sin embargo, no estaba contenta. Edden lo había enviado a buscarme porque sabía que no podría intimidarlo. Odio los lunes.

 

 

 

 

 

2.

 

 

La piedra gris de la torre de la AFI recibía los rayos del sol de por la tarde cuando aparcamos en uno de los espacios reservados, justo frente al edificio. Las calles estaban llenas de gente y Glenn nos escoltó formalmente a mí y a mi pez por la puerta principal. Las diminutas ampollas entre su cuello y la camisa comenzaban a adquirir un aspecto rosado y doloroso sobre su piel oscura. Jenks siguió mi mirada hasta su cuello y resopló.

 

—Parece que el se?or detective de la AFI es muy sensible al polvo de pixie —murmuró—. Se va a filtrar a su sistema linfático y le va a picar en sitios que desconocía que tenía.

 

—?De verdad? —pregunté horrorizada. Normalmente, solo te picaba donde te había caído el polvo. A Glenn le esperaban veinticuatro horas de pura tortura.

 

—Sí, no se le ocurrirá volver a encerrar a un pixie en un coche jamás.

 

Pero creí advertir un fondo de culpabilidad en su voz y tampoco estaba canturreando ninguna canción de victoria acerca de margaritas y acero rojo brillando bajo la luz de la luna. Mis pasos vacilaron antes de atravesar el emblema de la AFI incrustado en el suelo del vestíbulo. No era supersticiosa, excepto cuando podía salvarme la vida, pero estaba entrando en un territorio normalmente solo para humanos. No me gustaba ser una minoría.

 

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