El bueno, el feo yla bruja

Oí un golpe sobre el coche bajo el que estaba, después otro. De pronto el suelo junto a mi brazo tenía un agujero y me salpicaron afilados fragmentos de metralla. ?Me estaban disparando? Gru?endo me arrastré por el suelo y tiré del depósito. Protegiendo al pez, reculé.

 

—?Eh! —grité apartándome el pelo de los ojos—. ?Qué co?o estáis haciendo? ?Es solo un pez! ?Y ni siquiera es vuestro!

 

El trío de lobos se me quedó mirando desde el tejado. Uno se llevó la mirilla del arma al ojo. Me di la vuelta y empecé a correr. Esto ya no valía los quinientos dólares. Cinco mil quizá. La próxima vez, me prometí mientras corría pesadamente hacia Jenks, averiguaré todos los pormenores antes de aplicar la tarifa estándar.

 

—?Por aquí! —chilló Jenks. Trozos de asfalto rebotaban y me golpeaban a cada eco de los disparos. El aparcamiento no estaba vallado. Mis músculos temblaban por el flujo de adrenalina. Atravesé corriendo la calle y me adentré entre los peatones. El corazón me saltaba en el pecho. Aminoré el ritmo para mirar hacia atrás. Vi sus siluetas recortadas en el horizonte. No habían saltado. No tenían necesidad. Les había dejado suficiente sangre en la celosía. Aun así, no creí que me siguieran. No era su pez, era de los Howlers.

 

Y ahora el equipo de béisbol de inframundanos de Cincinnati me pagaría el alquiler.

 

Mis pulmones respiraban agitadamente mientras intentaba acomodar mi paso al de la gente que me rodeaba. Hacía calor y sudaba dentro de mi mono de poliéster. Jenks probablemente estaba cubriéndome las espaldas, así que entré en un callejón para cambiarme. Dejé el pez en el suelo y reposé la cabeza en la fresca pared del edificio. Lo había logrado. Había pagado el alquiler de otro mes más.

 

De un tirón me quité el amuleto de disfraz que llevaba al cuello. Inmediatamente me sentí mejor. La falsa apariencia de morena con pelo casta?o y nariz grande desapareció para revelar mi pelirroja melena rizada que me llegaba hasta los hombros y mi pálida piel. Me miré los ara?azos de las palmas de las manos y me las froté con cuidado. Debería haber traído un amuleto contra el dolor, pero quería llevar los menos conjuros posibles por si me pillaban y mi ?intento de robo? se convertía en ?intento de robo con lesiones?. La primera no era nada, pero con la segunda me metería en un buen lío. Soy cazarrecompensas. Conozco la ley.

 

Mientras la gente pasaba por la boca del callejón, me quité el mono empapado y lo metí en un contenedor. Fue un gran alivio. Me agaché para desdoblar el bajo de mis pantalones de cuero sobre mis botas negras. Al incorporarme, advertí un nuevo ara?azo en los pantalones y me giré para evaluar el destrozo. El bálsamo para el cuero de Ivy serviría de algo, pero el suelo y el cuero no hacían buenas migas. Bueno, mejor que se ara?e el pantalón que yo; al fin y al cabo ese era el motivo por el que los llevaba.

 

La brisa de septiembre resultaba agradable en la sombra mientras me remetía el top negro de cuero con cuello halter y volvía a coger el depósito de agua. Sintiéndome más yo misma, volví a salir al sol y le coloqué la gorra en la cabeza a un ni?o que pasaba, que la miró y luego me sonrió e hizo un tímido saludo con la mano. Enseguida su madre se inclinó para preguntarle de dónde la había sacado. Sintiéndome en paz con el mundo caminé por la acera, haciendo resonar los tacones de mis botas y sacudiéndome el pelo. Me dirigí a Fountain Square, donde iban a recogerme. Me había dejado las gafas de sol allí por la ma?ana y con suerte seguirían allí. Que Dios me perdone, pero cómo me gustaba ser independiente.

 

Hacía casi tres meses desde que me harté de sufrir las asquerosas misiones que mi antiguo jefe en la Seguridad del Inframundo me venía encargando. Me sentía utilizada y completamente infravalorada, así que rompí la regla no escrita y abandoné la si para abrir mi propia agencia. En aquel momento parecía una buena idea, pero tener que sobrevivir a la consiguiente amenaza de muerte al no poder pagar el soborno para romper mi contrato me abrió los ojos. No lo habría logrado de no ser por Ivy y Jenks.

 

Aunque parezca mentira, ahora que había empezado a tener un nombre propio, las cosas parecían más difíciles en lugar de más fáciles. Era cierto que había empezado a sacar rendimiento a mi título de bruja creando tanto hechizos que antes solía comprar como otros que nunca me pude permitir. Pero el dinero era un verdadero problema. No es que no consiguiese trabajo, el problema era que el dinero no parecía durar mucho en el tarro de las galletas de encima de la nevera.

 

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