El bueno, el feo yla bruja

—Jenks, ?puedes cogerlo? —dije tranquilamente mientras inclinaba la red y los atrapaba en el rincón—. Ya te tengo…

 

 

Jenks vino disparado desde la puerta y aterrizó con los pies por delante contra el botón iluminado.

 

—Oficina del se?or Ray, espere un momento, por favor —dijo en voz alta y aguda.

 

—Mierda —maldije cuando el pez se revolvió y se escurrió de la red—, vamos, solo quiero llevarte a casa, pedazo de carne escurridiza con aletas —dije entre dientes intentando animarlo—. Casi… casi… —estaba entre la red y el cristal. Si se quedase quieto solo un momento…

 

—?Oye! —exclamó una voz grave desde el pasillo. La adrenalina me hizo levantar la cabeza de golpe. Un hombre bajito con una barba recortada y una carpeta de papeles me miraba desde el pasillo que llevaba al resto de las oficinas—. ?Qué haces? —inquirió beligerantemente.

 

Miré al acuario con mi brazo dentro. La red estaba vacía. El pez se había escapado.

 

—Mmm, ?se me han caído las tijeras? —dije.

 

Desde la oficina del se?or Ray, por el otro lado se oyeron los tacones de Vanessa y un gritito ahogado.

 

—?Se?or Ray!

 

Maldición. Se acabó la parte fácil.

 

—Plan B, Jenks —dije y tiré de la parte de arriba del acuario con un gru?ido.

 

En la otra habitación Vanessa gritaba al ver la pecera inclinarse y derramar cien litros de agua asquerosa sobre su mesa. El se?or Ray apareció junto a ella. Salté de la banqueta y caí al suelo, tambaleante y empapada de cintura para abajo. Nadie se movía, estaban conmocionados. Recorrí el suelo con la mirada.

 

—?Ya te tengo! —grité lanzándome a por el pez que buscaba.

 

—?Va a por el pez! —gritó el hombre bajito mientras más gente acudía desde el pasillo—. ?Detenedla!

 

—?Vamos! —chilló Jenks—. Yo me encargo de ellos.

 

Jadeante, seguí al pez, rebuscando encorvada e intentando atraparlo sin hacerle da?o. Se revolvía y retorcía. Resoplé al atraparlo entre mis dedos. Levanté la vista tras meterlo en el depósito de agua y apretar bien la tapa.

 

Jenks parecía una luciérnaga endemoniada revoloteando entre los hombres lobo, blandiendo lápices frente a ellos y lanzándoselos a las partes más sensibles. Un pixie de diez centímetros estaba manteniendo a raya a tres lobos. No me sorprendió. El se?or Ray se contentaba con observar hasta que se dio cuenta de que había robado uno de sus peces.

 

—?Qué diablos haces con mi pez? —inquirió con la cara roja de rabia.

 

—Irme —contesté. Se abalanzó contra mí con sus robustas manos por delante. Solícitamente tomé una de ellas y le lancé contra mi pie. Se retiró tambaleante, apretándose el estómago.

 

—?Deja de jugar con esos perros! —le grité a Jenks y busqué una salida—. Tenemos que irnos.

 

Levanté el monitor de Vanessa y lo lancé contra uno de los ventanales. Hacía mucho tiempo que quería hacer lo mismo con el de Ivy. El cristal se rompió con un satisfactorio crac, y la pantalla quedó tirada en el césped. Más lobos entraron en la habitación con pinta de estar muy enfadados y apestando a almizcle. Agarré el depósito de riego con un movimiento rápido y me lancé por la ventana.

 

—?A por ella! —gritó alguien.

 

Mis hombros tocaron el recortado césped y rodé hasta ponerme en pie.

 

—?Arriba! —dijo Jenks en mi oído—. Por aquí.

 

Salió disparado atravesando el peque?o patio cerrado. Lo seguí a la vez que me colgaba el pesado depósito a la espalda. Con las manos libres pude escalar la celosía, ignorando las espinas que atravesaban mi piel.

 

Cuando llegué arriba respiraba entrecortadamente. El chasquido de las ramas al partirse me decía que nos seguían. Me arrastré sobre el borde de piedras y alquitrán de la terraza y eché a correr. El aire estaba recalentado aquí arriba. Ante mí se extendía una panorámica de los tejados de Cincinnati.

 

—?Salta! —gritó Jenks al llegar al borde.

 

Confiaba en Jenks, así que haciendo aspavientos con los brazos y los pies salté del tejado.

 

Me subió de golpe la adrenalina al notar mi estómago que caía. ?Era un aparcamiento! ?Me había hecho saltar del tejado para aterrizar en un aparcamiento!

 

—?No tengo alas, Jenks! —le grité, apretando los dientes y flexionando las rodillas. Un fogonazo de dolor me invadió al golpear el suelo. Caí hacia delante y me ara?é las palmas de las manos. Al romperse la correa, el depósito con el pez se golpeó contra el suelo con un sonido metálico. Rodé para amortiguar el impacto. El depósito de riego metálico salió dando vueltas. Aún resoplando de dolor me abalancé a por él y mis dedos lo rozaron justo antes de que rodara bajo un coche. Maldiciendo me tiré al suelo y me estiré para alcanzarlo.

 

—?Allí está! —gritó alguien.

 

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