Antes bruja que muerta

Antes bruja que muerta by Kim Harrison

 

 

 

 

Agradecimientos

 

 

Me gustaría dar las gracias a las personas más cercanas a mí por su comprensión mientras me embrollaba con todo esto. Pero, lo más importante, me gustaría darle las gracias a mi agente, Richard Curtis, quien vio las posibilidades antes de que supiera que existían, y a mi editora, Diana Gill, quien condujo esas posibilidades y las hizo cobrar vida.

 

 

 

 

 

1.

 

 

Respiré profundamente para tranquilizarme y tiré del borde de mis guantes para tapar la franja desnuda de piel en mi mu?eca. Sentía los dedos entumecidos bajo el chaquetón mientras colocaba mi segundo recipiente más grande para hechizos junto a una peque?a lápida agrietada, con cuidado de no volcar el medio de transferencia. Hacía frío, y mi aliento salía en forma de vapor a la luz de la vela blanca y barata que había comprado de saldo hacía dos semanas.

 

Tras derramar algo de cera, dejé pegada la vela sobre la parte superior de la lápida. Sentí formarse un nudo en el estómago al fijar mi atención en la creciente bruma del horizonte, apenas discernible de las luces que envolvían la ciudad. La luna una pronto ascendería, empezando ya a menguar tras haber pasado la luna llena. No era una buena ocasión para invocar demonios, pero vendría de todas formas aunque no lo llamase. Prefería encontrarme con Algaliarept bajo mis condiciones: antes de medianoche.

 

Mi rostro se contrajo al mirar hacia la iglesia brillantemente iluminada detrás de mí, donde vivíamos Ivy y yo. Ivy estaba encargándose de unos asuntos, ni siquiera era consciente de que yo había hecho un trato con un demonio, y mucho menos de que había llegado la hora de pagar sus servicios. Supongo que podría estar haciendo esto en la calidez del interior, en mi preciosa cocina, con mis materiales de hechicería y todas las comodidades modernas, pero invocar demonios en mitad de un cementerio poseía una perversa idoneidad, incluso con la nieve y el frío.

 

Además, deseaba llevar a cabo allí el encuentro para que ma?ana Ivy no tuviera que pasarse el día limpiando la sangre del techo.

 

Si resultaba ser sangre de demonio o la mía propia era una pregunta que esperaba no tener que responder. No me dejaría arrastrar a siempre jamás para convertirme en la sirvienta de Algaliarept. No podía permitirlo. Le había cortado en una ocasión y había sangrado. Si podía sangrar, es que podía morir. Dios, ayúdame a sobrevivir a esto. Ayúdame a encontrar una forma de hacerlo bien.

 

El tejido de mi abrigo hizo ruido al rodear mi cuerpo con los brazos mientras usaba mi bota para trazar torpemente un círculo de dos centímetros de profundidad en la crepitante nieve que se asentaba sobre la capa de arcilla roja donde había visto grabado un gran círculo. El bloque de piedra que abarcaba toda aquella extensión era un significativo indicador de dónde acababa la gracia de Dios para que el caos tomase el relevo. El anterior clérigo lo había dispuesto sobre la impura zona de tierra que una vez fue sagrada, bien para asegurarse de que nadie más era enterrado allí accidentalmente, o bien para desagraviar al elaborado ángel abatido y postrado que aprisionaba en el suelo. El nombre grabado en la enorme lápida había sido borrado a cincel, dejando tan solo las fechas. Quienquiera que fuese, había muerto en 1852, a la edad de veinticuatro a?os. Deseé que no fuese un presagio.

 

Enterrar a alguien bajo cemento para evitar que no volviese a surgir era algo que a veces funcionaba, y a veces no; pero en cualquier caso, el lugar ya no estaba santificado. Y como se encontraba rodeado por un terreno que aún estaba consagrado, lo convertía en un buen sitio para invocar a un demonio. En el peor de los casos, siempre podría escabullirme al terreno santificado y estar a salvo hasta que saliera el sol y Algaliarept fuese arrastrado a siempre jamás.