Bruja blanca, magia negra

Bruja blanca, magia negra by Kim Harrison

 

 

 

Agradecimientos

 

 

Me gustaría dar las gracias a mi editora, Diana Gill. Cuanto más sé, más complicado me parece su trabajo. Y también a mi agente, Richard Curtis, mi caballero de la brillante armadura.

 

 

 

 

 

1.

 

 

La huella de la mano ensangrentada había desaparecido, borrada de la ventana de Kisten, pero no de mi memoria, y me cabreaba que la hubieran limpiado, como si intentaran robarme lo poco que recordaba de la noche en que había muerto. Si hubiera sido honesta conmigo misma, habría reconocido que, en realidad, el enfado era una forma de ocultar mi miedo, pero prefería no serlo. La mayoría de los días era mejor así.

 

Reprimí un escalofrío causado por las bajas temperaturas de diciembre que se habían apoderado del barco abandonado, ahora varado en un dique en lugar de flotar en el río, y permanecí de pie en la minúscula cocina, mirando fijamente el plástico lechoso como si deseara que la borrosa mancha reapareciera. A poca distancia se oyó el indulgente y poderoso retumbar de un tren que cruzaba el río Ohio. Entonces escuché el agudo chirrido de los zapatos de Ford sobre la escalerilla metálica, y fruncí el ce?o, preocupada.

 

Oficialmente, la Agencia Federal del Inframundo había cerrado la investigación sobre el asesinato de Kisten (la Seguridad del Inframundo ni siquiera había abierto una), pero la AFI no me hubiera permitido acceder al depósito de embarcaciones sin la presencia de uno de sus miembros, lo que significaba que debía acompa?arme el inteligente y torpe Ford. Edden consideraba que necesitaba una evaluación psiquiátrica más profunda, pero desde el día que me quedé dormida en el diván y todos los trabajadores de las oficinas de la AFI en Cincinnati me habían oído roncar, no estaba dispuesta a continuar con la terapia. Lo que realmente necesitaba era algo que me ayudara a recuperar la memoria, cualquier cosa. Si tenía que ser una maldita huella, que así fuera.

 

—?Rachel? ?Espérame! —gritó el psiquiatra de la AFI consiguiendo que mi preocupación se convirtiera en enfado. ?Acaso no me cree capaz de manejarlo? Ya soy mayorcita. Además, tampoco iba a encontrar nada; la AFI ya se había encargado de limpiar todo. Tanto la presencia de aquella escalera como el hecho de que la puerta no estuviera cerrada con llave evidenciaban que Ford se había pasado por allí antes para asegurarse de que todo estuviera en orden antes de nuestra incursión.

 

El repiqueteo de sus zapatos de vestir sobre las láminas de teca me animó a seguir adelante. Descrucé los brazos y me apoyé en la mesita de la cocina para no perder el equilibrio mientras me dirigía a la sala de estar. El suelo no se balanceaba, lo que me provocaba una sensación extra?a. Por detrás de las cortinillas que enmarcaban la ventana, limpia en ese momento, se divisaban las lonas de color gris y azul brillante que cubrían el resto de embarcaciones que se encontraban en el dique, y el suelo se hallaba a más de dos metros por debajo de nosotros.

 

—?Te importaría ir un poco más despacio? —insistió Ford, eclipsando la luz a medida que entraba—. No puedo ayudarte si vas siempre una habitación por delante de mí.

 

—Estaba esperándote —rezongué deteniéndome y recolocándome el asa del bolso en el hombro. Aunque había intentado disimularlo, Ford había tenido algunos problemas para subir la escalerilla. La idea de un psiquiatra que tenía miedo a las alturas me parecía divertidísima, hasta que lo mencioné y el amuleto que colgaba de su cuello se volvió de color rosa brillante y él enrojeció de la vergüenza. Era un buen hombre, con sus propios demonios que encerrar en un círculo. No se merecía que me burlara de él.

 

La respiración de Ford se volvió más lenta en el frío silencio. Pálido pero con decisión, se agarró a la mesa, con su rostro más blanco de lo habitual, lo que resaltaba sus cortos cabellos morenos y hacía que sus ojos marrones resultaran conmovedores. Escuchar mis sentimientos podía consumir a cualquiera, y le estaba muy agradecida porque se hubiera prestado a escarbar en mi mierda emocional para ayudarme a reconstruir lo sucedido.