Bruja blanca, magia negra

—Estoy muy ocupada. ?Qué te parece el mes que viene?

 

él agachó la cabeza, como si estuviera avergonzado, pero seguía sonriendo cuando sus ojos encontraron los míos.

 

—Quiero hablar contigo antes de hacerlo con Edden. Ma?ana. A las tres.

 

—A esa hora tengo que ir al aeropuerto a recoger a mi hermano —respondí rápidamente—. Pasaré el resto del día con él y con mi madre. Lo siento.

 

—Te veré a las seis —sentenció con firmeza—. Para entonces ya habrás vuelto a casa intentando librarte de ellos, lista para relajarte un poco. También puedo ense?arte un truco respecto a eso.

 

—?Dios! ?No te puedes imaginar la rabia que me da que me hagas eso! —dije jugando con el cinturón de seguridad para que captara la indirecta y se largara. Me sentía más avergonzada que enfadada porque me hubiera pillado intentando escaquearme—. ?Eh! —exclamé cuando se dio la vuelta para marcharse—. No le digas a nadie que me has visto con la cara pegada al suelo, ?vale?

 

Desde detrás de mí, Marshal emitió un ruidito inquisitivo y me giré hacia él.

 

—Ni tú tampoco.

 

—De acuerdo —respondió arrancando el todoterreno y avanzando unos metros. Mi ventanilla se subió y me aflojé la bufanda mientras el vehículo entraba en calor. Ford, mientras tanto, caminaba despacio por los surcos de barro en dirección a su coche y sacó el móvil del bolsillo. En ese momento me acordé del mío, que estaba con el sonido silenciado y el vibrador activado, y lo saqué del bolso. Mientras navegaba por el menú para activar el sonido, me pregunté cómo iba a contarle a Ivy lo que había recordado sin que ninguna de las dos se derrumbara.

 

Con un leve gru?ido de preocupación, Marshal detuvo de nuevo el coche y alcé la vista. Ford se había quedado parado, con la puerta del coche abierta, y el teléfono pegado a la oreja. De pronto empezó a caminar de nuevo hacia nosotros y presentí que algo iba mal. La cosa empeoró cuando Marshal bajó la ventanilla y Ford se detuvo junto a ella. Los ojos del psiquiatra estaban cargados de preocupación.

 

—Era Edden —dijo cerrando el móvil y devolviéndolo a la funda del cinturón—. Glenn está herido.

 

—?Glenn? —exclamé inclinándome por encima del cuadro de mandos central, sintiendo el fuerte olor a secuoya que despedía Marshal. El detective de la AFI era el hijo de Edden y una de las personas que más apreciaba. Y ahora estaba herido. ?Será por mi culpa?—. ?Se encuentra bien?

 

Marshal se puso rígido y me recosté en el asiento. Ford estaba negando con la cabeza con la vista puesta en el cercano río.

 

—Estaba fuera de servicio, investigando algo que, probablemente, no debía. Lo encontraron inconsciente. Ahora mismo voy al hospital para informarme del alcance de los golpes que ha recibido en la cabeza.

 

La cabeza. Ford se refería a posibles da?os cerebrales. Era evidente que había recibido una brutal paliza.

 

—Yo también voy —dije desabrochándome el cinturón.

 

—Si quieres, te llevo —se ofreció Marshal, pero yo ya estaba enrollándome de nuevo la bufanda y cogiendo el bolso.

 

—No, gracias, Marshal —dije con el pulso acelerado mientras le apoyaba con suavidad la mano en el hombro—. Ford va para allá. Ummm…, te llamo luego, ?de acuerdo?

 

Sus ojos casta?os daban claras muestras de preocupación y, cuando asintió con la cabeza, sus cortísimos cabellos negros apenas se movieron. Hacía solo un par de meses que se los estaba dejando crecer, pero, al menos, volvía a tener cejas.

 

—De acuerdo —repitió, sin ningún asomo de reproche porque lo dejara plantado—. Cuídate.

 

Espiré y, tras echar un rápido vistazo a Ford, que me esperaba impaciente, volví a concentrarme en Marshal.

 

—Gracias —dije con dulzura y le di un impulsivo beso en la mejilla—. Eres un tío genial.

 

A continuación descendí y, a paso ligero, seguí a Ford en dirección a su coche, con las ideas y el estómago revueltos, temerosa de lo que podíamos encontrarnos al llegar al hospital. Alguien había hecho da?o a Glenn. Obviamente, era un agente de la AFI y corría ese riesgo de continuo, pero tenía la sensación de que aquello tenía que ver conmigo. Tenía que ser así. Yo era como aquel albatros que acarreaba la desgracia.

 

Si no, que le preguntaran a Kisten.

 

 

 

 

 

2.

 

 

—Tomaremos el próximo ascensor —dijo la mujer, pulcramente vestida, con una sonrisa demasiado radiante, tirando de su confusa amiga hacia el vestíbulo mientras las puertas plateadas se cerraban delante de Ford y de mí.

 

Desconcertada, eché un vistazo al amplio cubículo. Era lo bastante grande como para dar cabida a una cama de hospital, y en su interior solo estábamos Ford y yo. Sin embargo, justo en el preciso instante en que se juntaban las puertas, oí que la mujer susurraba con aspereza las palabras ?bruja negra?, lo que me reveló todo lo que tenía que saber.