Bruja blanca, magia negra

—Gracias por venir —dijo automáticamente, con la voz quebrada, y me esforcé por no echarme a llorar cuando se pasó sus dedos romos por sus cortísimos y grises cabellos, en un reconocible gesto de estrés. Me acerqué para darle un abrazo, y percibí el familiar aroma a café.

 

—Sabes que no habríamos permitido que pasaras por esto tú solo —dijo Ivy desde un rincón, donde se había sentado rígidamente en una silla acolchada, apoyándolo en silencio de la única manera que sabía.

 

—?Cómo se encuentra? —pregunté girándome hacia Glenn.

 

—No han querido darme ninguna respuesta concluyente —dijo en un tono de voz más alto de lo habitual—. Le han dado una paliza impresionante. Tiene un traumatismo craneoencefálico… —Su voz se quebró, y se quedó callado.

 

Miré a Glenn, cuya piel, muy oscura, contrastaba enormemente con las sábanas. Tenía la cabeza vendada, y le habían afeitado una franja de su hermético pelo rizado. Su rostro se encontraba cubierto de magulladuras y tenía el labio partido. Una fea contusión le corría desde el hombro hasta debajo de las sábanas y los dedos, que reposaban sobre el embozo, estaban hinchados.

 

Edden se derrumbó en la silla y miró la maltrecha mano de su hijo.

 

—No querían dejarme entrar —dijo quedamente—. No se creían que fuera su padre. Son todos unos cabrones llenos de prejuicios.

 

Lentamente, extendió el brazo y atrajo la mano de su hijo contra su pecho, como si fuera un pajarito recién nacido.

 

El amor que desprendía me hizo tragar saliva. Edden había adoptado a Glenn cuando se había casado con su madre, unos veinte a?os antes y, aunque no se parecían nada entre sí, eran idénticos en lo que de verdad importaba. Ambos se mantenían firmes en sus convicciones, y una y otra vez arriesgaban su vida por luchar contra las injusticias.

 

—Lo siento —dije con voz ronca, sintiendo su dolor.

 

Desde el umbral de la puerta, Ford cerró los ojos, apretó la mandíbula y se apoyó contra el marco.

 

Agarré una silla y la arrastré por el linóleo hasta colocarla en un lugar desde el que pudiera ver tanto a Edden como a Glenn. Luego dejé el bolso en el suelo y apoyé la mano sobre el hombro del capitán de la AFI.

 

—?Quién le ha hecho esto?

 

Edden inspiró lentamente, e Ivy se irguió en su silla.

 

—Estaba trabajando en algo por su cuenta —explicó—. Lo hacía fuera del horario laboral, por si era mejor dejar fuera de las actas lo que saliera a la luz. La semana pasada falleció uno de nuestros agentes después de una larga convalecencia. Era amigo de Glenn, y este averiguó que había estado enga?ando a su mujer. —Edden alzó la vista—. Preferiría que esto no saliera de aquí.

 

Mi compa?era de piso se puso en pie, interesada.

 

—?Envenenó a su marido?

 

El capitán de la AFI se encogió de hombros.

 

—Al menos, eso es lo que sospechaba Glenn. Lo he leído en sus notas. Esta ma?ana había ido a hablar con la amante. Fue allí donde… —Su voz se quebró, y esperó pacientemente hasta que se tranquilizó—. Los investigadores barajan la posibilidad de que se hubiera encontrado con el marido, que perdiera los estribos y que, tras propinarle una paliza, ambos huyeran dejándolo moribundo.

 

—?Oh, Dios mío! —susurré, sintiendo un escalofrío.

 

—Se encontraba fuera de servicio —continuó Edden—, de manera que permaneció allí hasta que alguien intentó localizarlo porque no se había presentado en el trabajo. Es un chico muy sensato, y había informado a uno de sus amigos de lo que estaba haciendo y a dónde había ido.

 

La respiración se me cortó cuando Edden se giró hacia mí, con los ojos cargados de dolor, mientras intentaba encontrar una respuesta.

 

—De no ser así, jamás lo hubiéramos encontrado. Al menos, no a tiempo. Lo dejaron allí tirado. Podían haber llamado al 911 antes de salir huyendo, pero lo abandonaron agonizando.

 

En aquel momento sentí que los ojos se me llenaban de lágrimas, y abracé de costado a aquel hombre bajo y fornido y con el corazón roto.

 

—Se pondrá bien —susurré—. Estoy convencida. —Entonces miré hacia Ford, y él se situó a los pies de la cama—. ?Verdad?

 

Ford se agarró a la estructura del lecho como si intentara mantener el equilibrio.

 

—?Podríais dejarme un momento a solas con Glenn? —preguntó—. No puedo trabajar con todos vosotros aquí dentro.

 

Me levanté inmediatamente.

 

—Por supuesto.

 

Ivy tocó los pies a Glenn cuando pasó junto a él y se marchó. Edden se puso en pie lentamente, soltando la mano de su hijo con evidente reticencia. Inclinándose sobre Glenn, susurró con tono severo:

 

—Enseguida vuelvo. No te muevas de aquí, ?me oyes?

 

—Vamos —dije yo, llevándomelo de la habitación—. Te invito a un café. Tiene que haber una máquina por aquí cerca.