Bruja blanca, magia negra

Se trataba de una sustancia pegajosa. Alguien había estado utilizando seda de ara?a y la había extendido en la parte inferior del tablero del tocador. ?Yo? ?El asesino de Kisten? La seda de ara?a solo funcionaba con las hadas y los pixies. Para los demás, solo resultaba algo molesto. Jenks me había suplicado que le dejara quedarse allí con la excusa de que hacía mucho frío y, aunque era cierto, tal vez me estaba ocultando algo.

 

El dolor y la pena disminuyeron por la distracción, me arrodillé y revolví en el interior de mi bolso para sacar una linterna con forma de bolígrafo e iluminé la parte inferior del borde del tocador. Habría apostado cualquier cosa a que no habían limpiado esa parte. Ford se me acercó, apagué la luz y me puse en pie. No quería la justicia de la AFI. Quería mi propia justicia. Ivy y yo volveríamos más tarde para llevar a cabo nuestro reconocimiento. Y analizaríamos el techo buscando restos de hidrocarburos, además de torturar a Jenks hasta que averiguáramos cuánto tiempo había pasado conmigo aquella noche.

 

La desaprobación de Ford era palpable, y sabía que, si lo miraba, descubriría que su amuleto había adquirido un color rojo brillante debido a mi enfado. Pero no me importaba. Estaba enfadada, y mejor eso que venirme abajo. Con un nuevo propósito en mente, observé el resto de la habitación. Ford había visto lo desordenado que estaba todo. La AFI reabriría el caso si encontraba una buena huella, una mejor que la que acababa de dejar, claro está. Aquella podía ser la última vez que me permitieran entrar allí.

 

Apoyando la espalda contra el tocador, cerré los ojos y crucé los brazos intentando recordar. Nada. Necesitaba algo más.

 

—?Dónde está el instrumental? —pregunté aterrorizada, pero al mismo tiempo ansiosa por descubrir lo que se ocultaba en el fondo de mi mente, dispuesto a aflorar.

 

Entonces escuché el sonido del plástico al deslizarse y Ford me entregó a rega?adientes un paquete de bolsas para almacenar pruebas y un montón de fotos.

 

—Rachel, si hubiera una huella fiable, deberíamos marcharnos.

 

—La AFI ha tenido cinco meses para examinar el lugar —respondí nerviosa, agarrando el material que me entregaba—. Ahora me toca a mí. Además, me importa una mierda alterar las pruebas. Por aquí han pasado todos y cada uno de los miembros del departamento. Si hay alguna huella, lo más probable es que sea suya.

 

él suspiró mientras me dirigía hacia el tocador y preparaba las bolsas de plástico, con la huella hacia abajo. Primero tomé las fotos, y levanté la vista hacia el reflejo de la habitación detrás de mí.

 

Coloqué al final la foto de la huella de sangre que habían encontrado sobre la ventana de la cocina, y ordené el montón con varios golpecitos profesionales. No saqué nada en claro de la huella salvo la sensación de que no era ni mía ni de Kisten.

 

Gracias a Dios, la foto de Kisten no estaba, y crucé la habitación con una instantánea de una abolladura en la pared. Ford observó en silencio cómo tocaba el panel y, por la ausencia de dolor fantasma, decidió que no la había hecho yo. Allí había habido otra pelea además de la mía. Y probablemente se había desarrollado por encima de mí.

 

Deslicé la foto detrás del montón y, justo debajo, descubrí un primer plano de la huella de un zapato tomada bajo el borde de las ventanas. La cabeza empezó a dolerme y, consciente de que se trataba de una advertencia, supe que había algo que acechaba mis pensamientos. Con la mandíbula apretada, me obligué a dirigirme hacia la ventana, donde me arrodillé para pasar la mano por la suave moqueta en un intento de suscitar un recuerdo a pesar del terror que me producía la idea. La huella se correspondía con un zapato de vestir de caballero, de manera que no podía pertenecer a Kisten. Demasiado vulgar para su gusto. En su armario solo tenía prendas que siguieran la última moda. ?Se trataba de un zapato negro o quizás marrón?, me pregunté a mí misma, deseando que aquello despertara algún recuerdo.

 

Nada. Frustrada, cerré los ojos. En mi mente, el olor a incienso vampírico se mezcló con el desconocido aroma de una loción para después del afeitado. Me invadió un ligero temblor y, sin importarme lo que pudiera pensar Ford, apoyé la cara sobre la moqueta para inspirar el olor de las fibras. Algo… cualquier cosa… por favor…

 

Con el pánico revoloteando en los límites de mi mente, intenté inspirar profundamente, ignorando mi postura con el culo en pompa, mientras en mi cerebro se activaban una serie de primitivos interruptores que me ayudaban a identificar los olores. Sombras almizcladas que nunca han visto el sol. El empalagoso olor a agua descompuesta. Tierra. Seda. Polvo quemado por la llama de una vela. Todos ellos, en conjunto, se correspondían con el característico olor de los no muertos. Si hubiera sido una vampiresa, habría sido capaz de encontrar al asesino de Kisten solo por el olor, pero era una bruja.

 

Tensa, inspiré de nuevo para escarbar en mis pensamientos, sin encontrar nada. Lentamente la sensación de pánico decreció y el dolor de cabeza se batió en retirada. A continuación espiré aliviada. Me había equivocado. Allí no había nada. Era solo una moqueta, y mi mente se había estado inventando olores mientras intentaba satisfacer mi necesidad de respuestas.