Antes bruja que muerta

—Oye, Rache —dijo el peque?o pixie al entrar—. ?Qué es eso que mis hijos están diciendo acerca de un ángel? —Se detuvo en posición suspendida, mirando detrás de mí con los ojos muy abiertos y su corto pelo rubio agitándose.

 

?ángel, eh?, pensé al volverme hacia Ceri para presentarla.

 

—Oh, no, por Dios —espeté tirando de ella para enderezarla. Había estado recogiendo la nieve que me había sacudido de mis botas y la sostenía en su mano. La visión de su delicada figura envuelta en aquel exquisito vestido dedicándose a recoger mi basura era demasiado—. Por favor, Ceri —le dije, quitándole la nieve antes de soltarla sobre la alfombra—. No lo hagas.

 

Un gesto de extra?eza frunció el suave ce?o de la peque?a mujer. Tras emitir un suspiro, realizó una mueca de disculpa. No creo que ni siquiera se hubiera dado cuenta de lo que hacía hasta que la detuve.

 

Me volví hacia Jenks y vi que sus alas habían cobrado un tono más rojizo al acelerarse su circulación.

 

—?Qué demonios? —murmuró, mirándose los pies. El polvo de pixie se derramaba sin darse cuenta, dejando una brillante mancha sobre la alfombra gris. Llevaba puesta su informal ropa de jardinería, hecha de una ajustada seda verde, con la que parecía un Peter Pan en miniatura y sin el sombrero.

 

—Jenks —le dije poniendo una mano sobre el hombro de Ceri para tirar de ella hacia delante—. Esta es Ceri. Va a quedarse un tiempo con nosotros. Ceri, este es Jenks, mi compa?ero.

 

Jenks se apresuró a adelantarse antes de volver a retroceder, hecho un manojo de nervios. Ceri me dedicó una mirada de asombro y luego a él.

 

—?Compa?ero? —inquirió, llevando su atención hacia mi mano izquierda.

 

De repente lo comprendí y me ruboricé.

 

—Mi compa?ero de trabajo —aclaré, comprendiendo que ella había pensado que estábamos casados. ?Cómo diablos podrías casarte con un pixie? ?Y por qué diablos ibas a hacerlo?—. Trabajamos juntos como cazarrecompensas.

 

Tras quitarme la gorra de lana roja, la dejé junto a la chimenea para que pudiera secarse sobre la piedra y me sacudí los mechones de pelo aplastados. Había dejado el abrigo fuera, pero no iba a salir a buscarlo ahora.

 

Ceri se mordisqueaba el labio confundida. El calor de la habitación había hecho que tomasen un tono mas vivo, y el color empezaba a regresara sus mejillas.

 

Con un seco aleteo, Jenks se acercó revoloteando, de forma que mi pelo se agitó con el aire desprendido por el movimiento de sus alas.

 

—No es muy aguda, ?verdad? —se?aló y, cuando hice ademán de que se apartase, colocó las manos en sus caderas—. Nosotros… somos… los buenos. Detenemos… a los malos —aclaró suspendido sobre Ceri, hablando despacio y con fuerza, como si ella fuese dura de oído.

 

—Guerreros —dijo Ceri sin mirarle debido a que sus ojos estaban fijos en las cortinas de cuero de Ivy, las lujosas sillas de ante y el sofá. La habitación era una invitación a la comodidad, todo ello salido del bolsillo de Ivy, no del mío.

 

Jenks rió, y sonó como unas campanillas de viento.

 

—Guerreros —repitió con una sonrisa—. Sí. Somos guerreros. Ahora vuelvo, tengo que contarle eso a Matalina.

 

Salió disparado de la habitación volando a la altura de la cabeza y relajé los hombros.

 

—Perdona por eso —me disculpé—. Le pedí a Jenks que trasladase aquí a su familia durante el invierno después de que admitiera que suele perder dos ni?os cada primavera debido al trastorno de hibernación. A Ivy y a mí nos están volviendo locas, pero prefiero no tener intimidad durante cuatro meses a que Jenks comience la primavera con ataúdes peque?itos.

 

Ceri asintió.

 

—Ivy —repitió en voz baja—. ?Es tu compa?era?

 

—Sí. Igual que Jenks —a?adí despreocupadamente para asegurarme de que realmente lo comprendía. Sus inquietos ojos lo estaban analizando todo y, lentamente, me desplacé hacia el pasillo.

 

—Ejem, ?Ceri? —le dije, sin estar segura hasta que empezó a seguirme—. ?Prefieres que te llame Ceridwen?

 

Escudri?ó a lo largo del oscuro pasillo hasta el santuario, tenuemente iluminado, siguiendo con su mirada los sonidos de los ni?os pixies. Se suponía que debían estar en la parte delantera de la iglesia, pero se metían por todas partes, y sus chillidos y quejidos se habían convertido en la música de fondo.

 

—Ceri, por favor.