El libro del cementerio

Nad cogió su maletín, abrió la puerta y se fue de la cripta. Luego salió de la capilla y echó a andar por el sendero sin volver la vista atrás.

 

Hacía ya rato que habían cerrado las puertas del cementerio. Según se acercaba a ellas, se preguntó si se dejarían atravesar, o tendría que volver a la capilla a coger la llave, pero al llegar vio que la peque?a puerta peatonal estaba abierta de par en par, como si estuviera esperándolo, como si el propio cementerio quisiera de ese modo despedirse de él.

 

Delante de la puerta lo esperaba una figura pálida y regordeta. La mujer le sonrió con los ojos llenos de lágrimas.

 

—Hola, mamá —dijo Nad.

 

La se?ora Owens se enjugó las lágrimas, primero con el dorso de la mano, y luego con el delantal.

 

—?Sabes ya qué es lo que vas a hacer? —le preguntó su madre.

 

—Ver mundo —respondió Nad—. Meterme en líos; salir de ellos; conocer selvas, volcanes, desiertos, islas… Y conocer gente. Quiero conocer a mucha, muchísima gente.

 

La se?ora Owens tardó unos instantes en reaccionar.

 

Lo miró fijamente, y se puso a cantar una canción que a Nad le resultaba muy familiar. Era una nana que ella solía cantarle cuando era un bebé.

 

—Duerme, duerme mi sol, duerme hasta que llegue el albor. Cuando seas mayor, si no me equivoco, viajarás por todo el mundo.

 

—No te equivocas, no —murmuró Nad. Viajaré por todo el mundo.

 

—Besarás a una princesa, bailarás un poco, hallarás tu nombre y un tesoro ignoto…

 

Entonces la se?ora Owens recordó la última estrofa y se la cantó a su hijo.

 

—Haz frente a tu vida, habrá dolor y también alegría, no dejes de explorar todos los caminos.

 

—No dejes de explorar todos los caminos —repitió Nad—. Todo un reto, pero haré lo que pueda.

 

Quiso abrazar a su madre, como cuando era un ni?o, pero fue como intentar abrazar una nube, pues allí ya no había nadie.

 

Al atravesar la puerta del cementerio, le pareció oír una voz que decía: ?Estoy tan orgullosa de ti, hijo mío?, pero quizá fuera cosa de su imaginación.

 

Era un día de verano, y el sol empezaba a asomar por el este. Nad echó a andar colina abajo, para reunirse con los vivos, en la ciudad, a plena luz.

 

Llevaba un pasaporte en la maleta y algo de dinero en la cartera. Una sonrisa quería asomar a sus labios, pero era una sonrisa tímida aún, pues el mundo era un lugar mucho más grande que un peque?o cementerio en la colina; tenía por delante muchos peligros y misterios que afrontar, nuevos amigos por descubrir, viejos amigos por reencontrar, errores que todavía debía cometer y, en definitiva, muchos caminos por recorrer antes de regresar para siempre al cementerio, o de cabalgar a lomos del inmenso caballo de la Dama de Gris.

 

Pero entre el presente y el futuro, estaba la vida; y Nad caminó a su encuentro con los ojos y el corazón abiertos de par en par.

 

 

 

 

 

Agradecimientos

 

 

Primero, por encima de todo y siempre, he de reconocer que este libro le debe mucho, consciente e inconscientemente, a Rudyard Kipling y a los dos volúmenes de El libro de la selva. De ni?o, su lectura me impresionó y me emocionó enormemente; tanto, que de mayor he vuelto a leerlos y releerlos mil veces. Si hasta ahora sólo habéis visto la película de Disney, deberíais leer la novela.

 

Fue mi hijo Michael quien me inspiró este libro.

 

Comencé a perge?arlo cuando él tenía dos a?os, viéndolo circular con su peque?o triciclo por entre las tumbas un día de verano. Luego sólo me ha llevado veintitantos a?os sentarme a escribirlo.

 

Una vez que me decidí (empecé por el capítulo 4), tan sólo la insistencia de mi hija Maddy, que quería saber que más pasaba después, me empujó a continuar después de las primeras dos páginas.

 

Gardner Dozois y Jack Dann publicaron La lápida de la bruja, y la profesora Georgia Grilli habló de ese libro incluso antes de haberlo leído; escucharla me ayudó a ordenar y concretar los diversos temas. Kendra Stout estaba conmigo cuando vi por primera vez una puerta de los ghouls, y tuvo la amabilidad de acompa?arme a visitar otros muchos cementerios. Ella fue la primera en leer los capítulos iniciales, y su amor por Silas fue realmente increíble.

 

Audrey Niffenegger, artista y escritora, es también una experta guía de cementerios, y fue ella quien me descubrió esa maravilla cubierta de hiedra que es la parte occidental del cementerio de Highgate. Muchas de las cosas que me contó acabaron formando parte de los capítulos 7 y 8. Olga Nunes, una antigua elfa, y Hayley Campbell, una asustadiza hija de la divinidad, lo hicieron fantástico y siempre me apoyaron.

 

Neil Gaiman's books