El libro del cementerio

Jack alzó el pu?al de piedra que tenía en la mano.

 

—Es magnífico murmuró —y, tras una peque?a pausa, dijo en voz alta—. ?Pues claro! Y es a mí a quien estaba esperando. Eso es. Evidentemente, yo soy su nuevo amo.

 

—El Sanguinario se enroscó en torno a la caverna.

 

—?Amo? —inquirió, como un perro fiel que llevara demasiado tiempo esperando—. Amo repitió.

 

Parecía que estuviera ensayando la palabra, para comprobar cómo sonaba. Y sonaba muy bien, de modo que la repitió una vez más, con un suspiro de placer y de a?oranza:

 

—Amo…

 

Jack miró de nuevo a Nad, que seguía arrodillado sobre el altar.

 

—Hace trece a?os te perdí la pista, y ahora… Ahora nuestros caminos han vuelto a cruzarse. Es el final de una Orden y el comienzo de otra. Adiós, muchacho —dijo Jack y, colocando el cáliz junto al cuello de Nad, se dispuso a cortárselo con el pu?al de piedra.

 

—Nad lo corrigió el chico. Mi nombre es Nad, no ?muchacho?.

 

A continuación, alzando la voz, se dirigió al Sanguinario.

 

—Sanguinario, ?qué vas a hacer ahora con tu nuevo amo?

 

—Nos lo protegeremos hasta el final de los tiempos. El sanguinario lo envolverá con sus tentáculos para siempre, y ya nunca más tendrá que hacer frente a los peligros del mundo.

 

—Pues, entonces, protégelo —le mandó Nad—. Ya.

 

—Yo soy tu amo. Es a mí a quien has de obedecer —dijo el hombre Jack.

 

—El sanguinario lleva tanto tiempo esperando —dijo la triple voz de aquella criatura en tono triunfal y, con gran parsimonia, fue envolviendo al hombre Jack con sus gigantescos tentáculos de humo.

 

El hombre Jack soltó el cáliz. Ahora tenía un pu?al en cada mano el de piedra y el del mango de hueso negro, y empezó a gritar:

 

—?Fuera! ?Mantente alejado de mí! ?No te acerques ni un solo milímetro más!

 

Se lió a dar tajos, tratando de cortar los tentáculos que se le enroscaban en torno al cuerpo, pero no había nada que hacer: los tentáculos del Sanguinario siguieron envolviéndolo hasta engullirlo por completo.

 

Nad corrió al encuentro de Scarlett y la ayudó a levantarse.

 

—Quiero ver… Quiero ver lo que está pasando —dijo Scarlett. Sacó su llavero-linterna y lo encendió…

 

Pero Scarlett no vio lo que Nad veía. No vio al Sanguinario, lo cual fue una bendición. Pero sí vio al hombre Jack y el miedo dibujado en su rostro, que le confería las facciones del que una vez fuera el se?or Frost.

 

Presa del pánico, era de nuevo aquel amable caballero que la había llevado en coche a casa. Se hallaba suspendido en el aire, primero a un metro y medio del suelo, y luego al doble de esa distancia, mientras seguía dando tajos al aire con ambos pu?ales, tratando de cortar algo que no conseguía ver.

 

El se?or Frost, el hombre Jack, o quienquiera que fuese, estaba siendo apartado de los jóvenes, empujado hacia atrás, hasta que acabó estampado contra la pared de roca de la caverna, con los brazos extendidos como las alas de un águila, agitando frenéticamente las piernas.

 

A Scarlett le dio la impresión de que el se?or Frost estaba a punto de atravesar la pared, de ser absorbido por la propia roca. Ya no le veía más que el rostro. Gritaba como un loco, desesperadamente, pidiéndole a Nad que lo librara de aquella cosa, que lo salvara, por favor, por favor… y, entonces, la roca engulló el rostro del hombre, y su voz se apagó.

 

Nad retrocedió hasta el altar, recogió del suelo el pu?al de piedra, el cáliz y el broche y los restituyó a su lugar. El otro pu?al, el del mango de hueso negro, se quedó donde estaba.

 

—?No me dijiste que el Sanguinario no podía hacerle da?o a nadie? Creí que sólo era capaz de asustarnos —comentó Scarlett.

 

—Sí, es cierto —respondió Nad—. Pero necesitaba un amo a quien proteger. El mismo me lo dijo.

 

—O sea, que tú lo sabías. Sabías lo que iba a pasar…

 

—Sí. O al menos, eso esperaba.

 

Nad la ayudó a subir la escalera, y regresaron al devastado mausoleo de los Frobisher.

 

—Tendré que arreglar este estropicio —comentó Nad, como si nada.

 

Scarlett no quiso mirar los restos esparcidos por el suelo del mausoleo.

 

Al salir, ella repitió con voz monótona:

 

—Tú sabías lo que iba a pasar.

 

Pero esta vez Nad no dijo nada.

 

Scarlett lo miró, como si no supiera muy bien qué era lo que estaba mirando.

 

—Así que lo sabías. Sabías que el Sanguinario se lo iba a llevar. ?Por eso me escondiste allí? ?Fue por eso? ?Y qué he sido yo, un simple anzuelo?

 

—No, Scarlett, no se trata de eso —le dijo—. Estamos vivos, ?no? Y ese tipo no volverá a hacernos da?o.

 

Scarlett sentía que una rabia incontenible empezaba a apoderarse de ella. El miedo había desaparecido, y todo cuanto quería ahora era liarse a patadas con algo, gritar con todas sus fuerzas. Pero decidió contenerse.

 

—?Y qué ha pasado con los demás? ?Los has matado también?

 

—Yo no he matado a nadie.

 

—Entonces, ?dónde están?

 

—Uno de ellos está en el fondo de una fosa, con un tobillo roto. Los otros tres están… muy lejos de aquí.

 

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