El libro del cementerio

Jack escudri?ó la oscuridad unos instantes y preguntó:

 

—Esa piedra es un altar, ?no?

 

—Supongo.

 

—?Y eso, un pu?al? ?Y un cáliz? ?Y un broche? —Jack sonreía. Nad lo veía perfectamente: una extra?a sonrisa de satisfacción que no cuadraba con aquella cara, la sonrisa de quien acaba de descubrir algo importante, del que por fin lo comprende todo. Scarlett no veía absolutamente nada, tan sólo una especie de destellos intermitentes en el interior de sus propios ojos, pero percibía la profunda satisfacción de Jack por el tono de su voz.

 

—De modo que la hermandad y la asamblea han sido aniquiladas, ?eh? Pero ?qué importa que ya no queden más hombres Jack aparte de mí? Podría crear una nueva hermandad, más poderosa aún que la anterior.

 

—Poder, poder —repitió el Sanguinario, como un eco.

 

—Es perfecto —prosiguió el hombre Jack—. Piénsalo bien.

 

—Estamos en un lugar que mi gente ha buscado durante miles de a?os, y tenemos aquí todo lo necesario para celebrar la ceremonia. Cosas como ésta te devuelven la fe en la Providencia, o en el cúmulo de todas las plegarias de los Jack que nos precedieron, ?verdad? En el peor de los momentos posibles, se nos ofrece esta oportunidad.

 

Nad percibía que el Sanguinario estaba escuchando las palabras de Jack, y cómo un leve susurro de excitación iba ascendiendo poco a poco entre las paredes de la caverna.

 

—Voy a extender una mano, chico. Scarlett, mi pu?al sigue acariciando tu garganta: ni se te ocurra echar a correr cuando te suelte el brazo. Y tú, amiguito, depositarás el cáliz, el pu?al de piedra y el broche en mi mano.

 

—El tesoro del sanguinario —susurró la triple voz—. Siempre retorna. Nos lo custodiamos hasta que el amo regrese.

 

Nad se agachó, cogió los tres objetos del altar y los colocó en la palma de la enguantada mano. Jack sonrió satisfecho.

 

—Scarlett, voy a soltarte. Cuando aparte el pu?al de tu cuello, quiero que te tumbes en el suelo, boca abajo, con las manos detrás de la cabeza. Si te mueves o intentas lo que sea, te mataré de forma lenta y muy dolorosa. ?Me has entendido?

 

Scarlett tragó saliva. Tenía la boca prácticamente seca pero, armándose de valor, dio un paso al frente. Tenía el brazo derecho completamente entumecido, y sentía un dolor intenso y punzante en el hombro. Siguiendo las instrucciones de Jack, se tumbó en el suelo, apoyando la mejilla contra el frío suelo.

 

?Estamos muertos?, pensó, pero no sentía emoción alguna. Era como si todo aquello le estuviera sucediendo a otra persona, y ella no fuera más que un simple testigo. Oyó cómo Jack agarraba a Nad…

 

—Déjala marchar —insistió la voz del chico.

 

—Si haces exactamente lo que yo te diga —respondió la voz de Jack—, no la mataré, ni le haré ningún da?o.

 

—No te creo. Ella podría identificarte.

 

—No, no podría —la voz de Jack denotaba convicción. Tras una breve pausa, comentó con admiración—: ?Diez mil a?os, y la hoja sigue perfectamente afilada! —Acto seguido, se dirigió a Nad—. Ponte de rodillas sobre el altar con las manos a la espalda. ?Vamos!

 

Ha pasado tanto tiempo… —dijo el Sanguinario.

 

Scarlett no percibía más que un siseo, como si una especie de niebla fuera envolviendo poco a poco la caverna. Pero el hombre Jack lo oía con toda claridad.

 

—?Quieres saber tu verdadero nombre antes de que derrame tu sangre sobre el altar?

 

Nad notaba la fría hoja del pu?al en su cuello. Y en ese preciso instante, comprendió. De pronto todo se paralizó. De pronto todo cobró sentido.

 

—Ya sé cuál es mi verdadero nombre. Soy Nadie Owens. Ese soy yo. Se arrodilló sobre la fría piedra del altar. Ahora le parecía todo muy sencillo. Sanguinario —dijo hablándole a la caverna—, ?sigues queriendo un amo?

 

—El sanguinario custodia el tesoro hasta que el amo retorne.

 

—Muy bien —dijo Nad—, ?y aún no has encontrado a ese amo al que esperas?

 

Nad sintió que el Sanguinario serpenteaba y se expandía, y oyó un ruido como de mil ramas secas ara?ando la piedra; parecía que algo gigantesco y musculoso entrara reptando en la caverna. Y entonces, por primera vez, lo vio. Pero más tarde, una vez pasado todo, jamás encontraría palabras para describir lo que había visto: algo gigantesco, sí; algo parecido a una serpiente descomunal, pero con cabeza de… ?De qué?… Tenía tres cabezas y tres cuellos. Los rostros estaban muertos, como si los hubieran construido a base de fragmentos de cadáveres humanos y de animales, y estaban cubiertos de tatuajes, como espirales de color azul índigo, que dotaban a aquellos monstruosos rostros de una extra?a expresividad.

 

Los rostros del Sanguinario olisquearon a Jack con curiosidad. ?Querían golpearlo, o acariciarlo?

 

—?Qué está pasando? —inquirió Jack—. ?Qué demonios es eso? ?Qué está haciendo?

 

—Lo llaman el Sanguinario. Es el guardián de este lugar y necesita un amo que le diga lo que debe hacer —le explicó Nad.

 

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