El libro del cementerio

En un primer momento, Nad sintió el impulso de negarse, eran sus lápidas, ?no?, pero enseguida se dio cuenta de que era una tontería, y pensó que hay cosas que pueden resultar más divertidas si se hacen a la luz del día y con un amigo. Así que dijo: —Vale.

 

Se pusieron a copiar los nombres que había en las lápidas; Scarlett le ense?aba a Nad a pronunciar las palabras y los nombres que no conocía, y él le ense?aba a su nueva amiga lo que significaban las palabras que estaban en latín, aunque sólo sabía algunas de ellas.

 

Perdieron la noción del tiempo y les pareció que no había pasado ni un minuto cuando oyeron una voz que gritaba: —??Scarlett!?.

 

La ni?a le devolvió rápidamente los lápices y el papel.

 

—Tengo que irme —le dijo.

 

—Nos veremos otro día replicó Nad. Porque volveremos a vernos, ?verdad?

 

—?Dónde vives? —preguntó ella.

 

—Pues, aquí respondió Nad, y se quedó mirándola mientras se alejaba corriendo colina abajo.

 

De camino a casa, Scarlett le contó a su madre que había conocido a un ni?o que se llamaba Nad y vivía en el cementerio, y que había estado jugando con él; por la noche, la mamá de Scarlett se lo contó al papá de Scarlett, y él le dijo que, según tenía entendido, era bastante habitual que los ni?os de esa edad se inventaran amigos imaginarios, y que no tenía de qué preocuparse, y que eran muy afortunados por el hecho de tener una reserva natural tan cerca de su casa.

 

Excepto en aquel primer encuentro, Scarlett no volvió a ver a Nad sin que él la descubriera primero. Los días que no llovía, su padre o su madre la llevaban al cementerio, y quien fuera que la acompa?ara se sentaba en un banco a leer mientras ella correteaba por el sendero, alegrando el paisaje con sus vistosas ropas de color verde fosforito, o naranja, o rosa. Después, más temprano que tarde, se encontraba ante una carita de expresión muy seria y ojos grises que, bajo una mata de cabello parduzco y alborotado, la miraban fijamente y, entonces, Nad y ella se ponían a jugar; jugaban al escondite, o a trepar por ahí, o a observar discretamente a los conejos que había detrás de la vieja iglesia.

 

Nad le presentó a Scarlett a algunos de sus otros amigos, aunque a la ni?a no parecía importarle el hecho de no verlos. Sus padres le habían insistido tanto con eso de que Nad era un ni?o imaginario, pero que no pasaba absolutamente nada porque tuviera un amigo de ese tipo (incluso los primeros días su madre se empe?aba en poner en la mesa un cubierto más, para Nad), que a Scarlett le pareció de lo más normal que el ni?o tuviera sus propios amigos imaginarios. él se encargaba de transmitirle lo que éstos comentaban.

 

—Bartelmy dice que si por un acaso habéis metido la testa en jugo de ciruelas —decía.

 

—Pues lo mismo le digo. ?Y por qué habla de esa forma tan rara? ?Qué dice de una cesta? Yo no tengo ninguna cesta.

 

—Testa, no cesta. Quiere decir la cabeza le explicó Nad. Y no habla raro, es que es de otra época. Entonces hablaban así.

 

Scarlett estaba encantada. Era una ni?a muy lista que pasaba demasiado tiempo sola. Su madre era profesora de lengua y literatura para una universidad a distancia, por lo que no conocía personalmente a ninguno de sus alumnos, que le enviaban sus trabajos por correo electrónico. Ella los corregía y se los devolvía por correo electrónico también, felicitándolos cuando lo hacían bien, o indicándoles lo que debían mejorar. Por su parte, el padre de Scarlett era profesor de física de partículas; el problema, le explicó a Nad, era que había demasiada gente que quería ense?ar física de partículas y muy pocos interesados en aprenderla, y por eso, ellos se pasaban la vida mudándose de una ciudad a otra, porque siempre que su padre aceptaba un trabajo nuevo confiaba en que acabarían dándole una plaza fija, pero al final nunca se la concedían.

 

—?Qué es eso de la física de partículas? —le preguntó Nad.

 

Scarlett se encogió de hombros y replicó:

 

—Pues, verás… Están los átomos, que son unas cositas tan peque?as, tan peque?as que no se pueden ver, y que es de lo que estamos hechos, ?no? Pero, además, hay cosas que son todavía más peque?as que los átomos, y eso es la física de partículas.

 

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