ángeles en la nieve

Sufia es —o más bien era— una anomalía física, tan bella que parecía imposible que existiera una criatura así. Lo que parecía un don puede que también hubiera sido lo que había llamado la atención de quien no debía y lo que había acabado con ella. Hay mucha gente en el mundo cuya primera reacción frente a la belleza es la de destruirla.

Salgo de la carretera y tomo el desvío que lleva a la granja de renos de Aslak Haltta, aparco junto al coche patrulla de Valtteri y me preparo para las horas que voy a pasar a la intemperie, mientras intento visualizar la escena del crimen. En el asiento trasero de mi Saab tengo un uniforme de campo de invierno hecho un fardo. El mono azul marino de la Policía es grueso y está forrado; debería darme el calor suficiente para hacer mi trabajo. Me lo pongo sobre los tejanos, el suéter y la ropa interior termoaislante.

El barrio en el que crecí empieza al otro lado de la carretera, a unos doscientos metros de allí. Tendremos que peinarlo durante la investigación. No hay duda de que mis padres disfrutarán actuando como si se les acusara de asesinato.

Desde este punto no veo más que nieve. Los faros del coche de Valtteri están encendidos para iluminar la escena del crimen, así que dejo encendidos también los míos. Abren un camino en la oscuridad, y veo a Valtteri de pie, veinte metros por delante de mí, con Jussi, Antti y Aslak. Abandono el calor del coche y saco del maletero las dos cajas de pescador en las que llevo el equipo de labores de campo.

Valtteri viene a mi encuentro abriéndose paso por entre la nieve. Es profunda, está cubierta de una capa dura, pero debajo es polvo, y avanza con dificultad, tambaleándose, hasta llegar al camino.

No vayas todavía.

—?Tan mal está?

—Tómate unos segundos y prepárate antes.

Valtteri es un laestadianista devoto; tengo la impresión dique está demasiado obsesionado con el modo estricto en que sigue esa versión del luteranismo evangelista, pero es un buen tipo y un buen agente. Si tener ocho hijos e ir a la iglesia cada domingo y casi todas las tardes le hace feliz, pues perfecto. Enciendo una linterna y me encamino hacia la escena del crimen.

Cuando estoy a unos cinco metros, veo un cuerpo desnudo hundido en la nieve. Estoy seguro de que es Sufia Elmi. Cuando veo lo que le han hecho, entiendo por qué me ha advertido Valtteri. He investigado unos cuantos homicidios, pero nunca he visto nada tan cruel. Dejo las cajas de pescador en el suelo y me tomo un momento para reponerme.

A juzgar por las huellas en la nieve, parece que el asesino aparcó y luego arrastró a Sufia, o que la obligó a salir a rastras del coche. La nieve tiene un metro de profundidad, más o menos, y ella está hundida aproximadamente medio metro. Consiguió agitar los brazos lo suficiente como para crear una suerte de ángel en la nieve. Su cuerpo negro está encajado en aquel manto blanco manchado de rojo. Hay salpicaduras de sangre que llegan hasta dos metros del cuerpo. El cadáver se está comenzando a enfriar; su piel oscura empieza a cubrirse de una escarcha plateada brillante.

Otro coche se acerca desde la carretera; me imagino que es Esko, el forense. Los agentes de guardia, Antti y Jussi, están ahí de pie, tiritando, aunque llevan, como yo, gruesos uniformes de campo, gorro y guantes. No parece que puedan ser de utilidad y podrían contaminar la escena del crimen pisoteándola al moverse sin cesar para mantenerse calientes. Le digo a Jussi que recorra el camino hacia la carretera y busque pruebas que hayan podido tirar por ahí. Si hay alguna, será fácil encontrarla con la luz de la linterna reflejada sobre la nieve virgen.

Antti es nuestro mejor dibujante. Saco papel milimetrado y un lápiz de una de mis cajas y le pido que me haga bocetos de la escena del crimen, algo nada fácil con este frío penetrante. Se mete calentadores químicos dentro de los guantes para evitar que los dedos se le queden rígidos y se pone a dibujar.