ángeles en la nieve

Salgo a la oscuridad del exterior y el frío me quema en la cara. Respiro hondo para aclarar la mente, siento que se me congela el vello nasal, echo un vistazo al reloj. Son las dos y cincuenta y dos de la tarde. Llamo a Esko Laine, el forense de la provincia, y le digo que ha habido un asesinato y que se reúna conmigo en la escena del crimen. Se disponía a ir a la sauna, parece que ha bebido un poco y que no le hace ninguna gracia.

Al salir del aparcamiento del Hullu Poro, el coche resbala sobre el hielo. Enciendo un cigarrillo y abro la ventanilla, a pesar de los cuarenta bajo cero. La nicotina y el frío son una buena combinación para activar el cerebro.

Finlandia tiene una población de sólo cinco millones y medio de personas, pero la tasa de crímenes violentos es muy alta. Por cápita, el índice de asesinatos es similar al de la mayoría de las grandes ciudades de Estados Unidos. La inmensa mayoría de nuestros crímenes se producen en el ambiente doméstico. Matamos a nuestros seres queridos, a nuestros maridos y nuestras esposas, a nuestros hermanos, padres y amigos, casi siempre en un ataque de rabia ba?ado en alcohol.

Pero este caso es diferente. En un país tan sensible a las insinuaciones de racismo como Finlandia, el asesinato de una mujer negra y famosa saltará a los titulares de todo el país. Nunca antes ha ocurrido. Si la muerta es la actriz Sufia Elmi, se me viene encima un gran problema.

A los finlandeses les afectan las relaciones interraciales porque la mayoría de ellos son racistas que no han salido del armario. Tal como le conté una vez a Kate, no es el racismo a cara descubierta al que está acostumbrada ella en Estados Unidos, sino un racismo callado. Es el dejar de lado a los extranjeros a la hora de los ascensos, el desprecio y el desdén generalizados. Le hice la comparación con la política. Los estadounidenses discuten muchísimo de política, pero van poco a votar. Los finlandeses raramente hablan de política, pero en las elecciones presidenciales la participación ronda el ochenta por ciento. No hablamos sobre el odio; odiamos en silencio. Es nuestra forma de ser. Lo hacemos todo en silencio.

He oído bromas sobre Sufia, a los obreros de la zona haciendo comentarios mientras se tomaban una cerveza, diciendo lo mucho que les gustaría tirarse a aquella negra despampanante de la tele, pero nunca nada en tono amenazador. Si tenemos suerte, el asesino de Sufia será un turista y podremos evitar las implicaciones culturales. Espero que sea un alemán. La aversión por los alemanes es algo que heredé de mis abuelos, que los odiaban por haber reducido a cenizas la mitad de la Laponia finlandesa durante la Segunda Guerra Mundial.

Durante la guerra, mi abuela encontró el cuerpo de un soldado alemán que había muerto congelado en la ladera de una monta?a y lo arrastró hasta el valle para ense?árselo a sus amigas. Me dijo que fue el día más feliz de su vida. En mi trabajo resultan de lo más molestos. Los turistas alemanes roban de todo: cubiertos, saleros, molinillos de pimienta o, incluso, papel higiénico.

Sé algo sobre Sufia por los periódicos. Se ha labrado una carrera como actriz de serie B en el cine finlandés gracias tanto a su talento como a su aspecto, y pasa el invierno aquí, en Levi. La primera vez que la vi no pude evitar quedarme mirándola. Al principio me sentí violento, pero luego observé que provocaba aquella misma reacción en todo el mundo, incluso entre las mujeres.

Sufia llevaba un vestido de cóctel que no disimulaba en absoluto sus espectaculares pechos. Tenía una cintura tan estrecha que habría podido rodearla con las manos, y sus tacones altos estilizaban aún más sus torneadas piernas de gacela. Su negra piel carecía de imperfección alguna y su rostro angelical era una combinación de juventud, belleza e inocencia. Tenía ojos de azabache y una mirada siempre divertida que encandilaba a todo el que la veía.