ángeles en la nieve

Kate está embarazada de nuestro primer hijo. Me lo dijo hace dos semanas, cuando celebrábamos nuestros cumplea?os. Nacimos con once a?os menos dos días de diferencia, en rincones opuestos del mundo.

Su fachada de mujer dura ha desaparecido. Está temblando.

—Tuuli no es una persona agradable —confiesa.

—Es una ladrona. ?Por qué no me pediste que la detuviera?

—Recuperar la peque?a cantidad que robó no compensaría la mala prensa que nos daría el robo por parte de una empleada. Correría la voz. Por eso la despedí delante de Jaska. Si alguien más está robando, dejará de hacerlo.

—?Tienes el día libre ma?ana? —pregunto—. Podrías tomártelo.

Kate esboza una sonrisa coqueta.

—Me voy a esquiar.

No me gusta la idea, pero no se me ocurre ninguna objeción razonable.

—?Crees que es buena idea?

Me coge la mano. Antes de conocer a Kate, no me gustaban las muestras de afecto en público, pero ahora no recuerdo por qué.

—Estoy embarazada —puntualiza—, no tullida.

De hecho, ambos estamos algo tullidos. Yo, de un disparo; Kate, de un accidente de esquí que le destrozó la cadera. Ambos cojeamos.

—Bueno, pues yo me iré a pescar en el hielo.

Ella cierra los ojos un segundo, deja de sonreír y se frota las sienes.

—?Te encuentras bien?

—Cuando vine a Finlandia por primera vez —responde, con un suspiro—, para la entrevista de trabajo, era verano. El sol brillaba veinticuatro horas al día. Aquí todo el mundo parecía contentísimo. Me ofrecieron un montón de dinero por dirigir Levi, una gran oportunidad desde un punto de vista profesional. El Círculo Polar ártico me pareció un lugar exótico y emocionante para vivir.

Baja la mirada y la posa en la mesa. Kate no es muy dada a quejarse. Quiero saber qué tiene en la mente, así que la azuzo: —?Y qué es lo que ha cambiado?

—Este invierno me da la impresión de que el frío y la oscuridad nunca acabarán. Ahora me doy cuenta de que la gente no estaba contenta, sino sólo bebida. Eso me deprime. Es terrible. Pasar el embarazo en Finlandia me da miedo, siento nostalgia de Estados Unidos. No sé por qué.

Son las dos y media de la tarde del dieciséis de diciembre. No volveremos a ver la luz del sol hasta el día de Navidad, y aun así no será más que un atisbo. Tiene razón. Así son las cosas en invierno: un montón de bebedores deprimidos congelándose en una noche eterna. El kaamos aprieta duro. Entiendo que el embarazo la haga sentirse vulnerable y que le asuste.

Suena mi teléfono móvil.

—Vaara.

—Soy Valtteri. ?Dónde estás?

—En el Hullu Poro con Kate. ?Qué pasa?

No responde.

—?Valtteri?

—Ha habido un asesinato, y estoy mirando el cuerpo.

—?Quién es?

—Estoy bastante seguro de que es Sufia Elmi, esa estrella negra del cine. Está en muy mal estado, en un campo junto a la finca de Aslak, a unos treinta metros de la carretera.

—?Hay alguien contigo?

Antti y Jussi. Son los agentes de guardia. ?Hay algo que requiera atención inmediata, algún sospechoso?

No, no creo.

—Entonces precinta la escena del crimen y espérame.

Cuelgo.

—?Problemas? —pregunta Kate.

—Parece que sí. Han matado a alguien en un campo nevado junto a la granja de renos de Aslak Haltta.

—?Donde nos conocimos?

—Sí.

Me mira y leo dolor en sus ojos.

—Ojalá no tuvieras que ir.

No me había dado cuenta de lo mucho que me necesita ahora mismo, y no quiero dejarla.

—Ojalá. ?Podemos hablar luego?

Asiente, pero la tristeza se refleja en su cara cuando le doy un beso de despedida.





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