ángeles en la nieve

—Eso no es cierto. Se mató él solo.

—Todos lo matamos —me corrige, mirando a Seppo—. Ese cabrón despreciable. Yo. Tú. La zorra de Heli. Todos vamos a ir al Infierno —sentencia. Se?ala el cuerpo aún en llamas de Abdi—. Casi le dejo que te mate..., para salvarme, porque soy débil. Ahora me voy con mi hijo. —Se lleva la pistola a la sien— Lo siento.

—Por favor, Valtteri, no hagas eso.

Pronuncia una oración que recitan los ni?os laestadianistas antes de irse a dormir: ]eesuksen nimessa ja veressa kaikki synnit anteeksi, ?Por el nombre y la sangre de Jesús, perdona todos nuestros pecados?.

Intento detenerle, cogerle la mano, pero la rodilla no me responde, me encuentro mal y muy torpe.

Valtteri aprieta el gatillo. Las salpicaduras de sangre y sesos se extienden por el hielo. El disparo resuena por el lago. Me mira con sus ojos muertos un segundo y luego cae.

Me desplomo a su lado, apoyándome en las manos y las rodillas. Le quito la gorra de lana y paso los dedos por su pelo gris ensangrentado. Oigo mis propios lamentos:

—Por Dios, por Dios, Valtteri. Levántate, levántate.

Me doy cuenta de que voy a entrar en shock traumático por la herida. Miro a mi alrededor. Abdi sigue ardiendo. Pese a que el frío me ha mermado el olfato, el hedor de la gasolina y de su carne quemada es nauseabundo. Yo le amenacé y le traje aquí, y ha muerto sin motivo. Valtteri está muerto a mi lado. Su sangre mancha el hielo de color gris perla y adopta un tono negruzco en la penumbra. Seppo está sentado en cuclillas, mirándome, con las manos aún esposadas frente al cuerpo.

—Ven aquí —le ordeno—. él se acerca, parece como si fuera él quien va a entrar en shock. Le doy las llaves de las esposas y del coche—. Suéltate y abre el maletero del coche. Hay un equipo de primeros auxilios. Contiene morfina; la necesito.

Mientras va y vuelve, llamo a Antti, le digo dónde estoy y que me han disparado, y que hay dos cadáveres. Que busque ayuda. él intenta hacer preguntas, pero yo cuelgo y dejo caer el teléfono sobre el hielo.

Seppo me trae el botiquín y yo mismo me aplico la inyección.

—Lo siento —se disculpa—. Yo no quería que pasara nada de todo esto.

—Valtteri tenía razón —confirmo yo—. Tu aventura con Sufia fue el inicio de todo. La utilizaste y nos trajiste todo este dolor comportándote como un crío egoísta. Haberte matado no habría sido justo, pero hubiera sido algo parecido a ?justo?. Si no fueras el despreciable gusano que eres, toda esta gente estaría viva.

Entonces dejo de ver a Seppo. Veo a Suvi. El hielo tiene un metro de grosor, pero veo por él, como por una ventana, y ahí está ella, nadando bajo mis pies. Ha estado ahí todos estos a?os, viva bajo la superficie, esperando a que yo la encontrara.

Luego siento a Kate tras de mí, rodeándome con sus brazos. Siento el volumen de su vientre, grande y redondo, presionándome contra la espalda. Suvi ya no está bajo el hielo, está conmigo. Le tomo la mano y patinamos por el oscuro lago. Nos paramos y mamá y papá se unen a nosotros. Vuelven a ser jóvenes y felices. Papá no está borracho. Los dos disfrutan de uno de sus días buenos.

Abdi se levanta, se sacude las llamas y deja de arder. Se levanta, alto y orgulloso, vestido con el uniforme de la Policía y con medallas en el pecho. Con el brazo rodea a su hija. Sufia, espléndida como siempre, lleva puesto un vestido de cóctel, levanta la vista hacia su padre y sonríe. Veo que Heli también está. Tiene trece a?os y se ríe como cuando era una ni?a, y sé que también ella está bien. Me siento seguro y calentito. Valtteri levanta la vista hacia mí y me gui?a el ojo. Yo me tumbo en el hielo, me apoyo en él a modo de almohada y me pongo a dormir.





35


—He cumplido mi promesa. Estoy en casa en Nochebuena.

Kate sacude la cabeza y suelta una risita.