ángeles en la nieve

—?Qué? —Es más de lo que puedo asimilar.

—Esa noche, después de que Heli y Heikki mataran a Sufia, mi hijo vino y me dijo lo que habían hecho. Fue exactamente como tú pensabas. Heli le sedujo e hizo que se enamorara de ella. Le dijo que la chica era una pecadora, que ni siquiera era un ser humano y que tenía que morir. Le dijo que era la voluntad de Dios, como una labor de misionero, y lo que tenía que hacer. Heikki me contó que ella hablaba continuamente de ello y que, con el tiempo, le pareció que no sería más difícil que degollar a un ciervo. Heli se quedó sentada en el coche, observando, mientras él mató a Sufia. Me dijo que no tenía la sensación de que fuera algo real, que fue como si estuviera so?ando. Cuando le estaba cortando el vientre, ella se despertó y gritó. Se asustó tanto que le cortó la garganta, y fue como si despertara. Cuando comprendió que había matado a un ser humano sin ningún motivo, se echó a llorar. Le dijo a Heli que habían actuado mal; ella se rio y le dijo que no quería volver a verle nunca más.

Valtteri empieza a sollozar.

—Heikki lloraba y lloraba, y me rogó que le perdonara. Quería confesar, que le arrestara. Yo no le dejé, y le dije que le protegería. Era un buen chico que había cometido un error. Me prometió que no volvería a hacerlo.

—Por el amor de Dios, Valtteri.

—Es culpa tuya. Tú eres el jefe. Se supone que tú tenías que solucionarlo todo y demostrar la inocencia de Seppo. El asesinato podía quedar sin resolver. Nadie más saldría malparado y Heikki podría fingir que nunca había ocurrido. Pero tú no... Y entonces Heikki se colgó. Murió por culpa de esa zorra, Heli, y ella iba a irse de rositas. Iba a seguir con su vida, tan rica y tan contenta. No podía permitirlo. ?Tú habrías podido? Mi hijo está ardiendo en el Infierno, así que ella también tenía que arder en él. Heikki sufrió los tormentos del Infierno antes de morir, por la culpa. Yo quería que ella supiera lo que eran las llamas del Infierno en la Tierra, antes de mandarla a pasar allí una eternidad, así que la quemé viva. Fue como ense?a la Biblia: ?La que se envilezca a sí misma prostituyéndose, será quemada?.

Las palabras que Heikki escribió en su ordenador. Ahora que sé la mayor parte de la verdad, la quiero toda:

—?De dónde sacaste la idea de usar una rueda con gasolina?

—Lo leí hace a?os en una revista. Los escuadrones de la muerte de Aristide lo usaron en Haití, y también se usaba en Sudáfrica, Ruanda y Somalia. El artículo tenía fotografías que me hicieron pensar en el Infierno. Y como Sufia era somalí, recordé la historia. Parecía el modo idóneo, como la ira de Dios. No lo hice para culpar al padre de Sufia. Nunca pensé que lo relacionarías.

—?Y el lago? ?Por qué escogiste este lugar?

—Sabía lo de tu hermana y lo hice para hacerte da?o, porque no habías solucionado las cosas como se suponía que tenías que hacerlo. Lo siento.

—No importa. ?Dónde está la ropa de Sufia y el arma del crimen?

—Heikki me dio las ropas. Las quemé, y también las que él llevaba.

Saca un cuchillo del bolsillo y me lo entrega. Es una navaja de supervivencia con una hoja redondeada de sierra.

—Esto se lo regalé por su duodécimo cumplea?os. Lo usó para hacerle a la chica lo que viste, cosas inenarrables. Pensé que mi bolsillo sería el último lugar en el que buscarías el arma del crimen.

Tenía razón.

—Lo guardé para recordarme mi fracaso como padre y para que no se me olvidara cómo he pecado de orgullo. No podía soportar ver que mi hijo iba a la cárcel. La vergüenza habría caído sobre toda la familia. Si hubiera dejado que Heikki confesara, que hubiera ido a la cárcel y que pagara por su pecado, aún estaría vivo. No podía soportar ese peso y se mató por mi culpa, porque no le dejé. Yo lo maté.