Virus Letal

James Dashner

Virus Letal Mark estaba contento de no haber estado ahí. Pero teniendo en cuenta lo que había visto sufrir a Darnell all final, esas personas habían sido afortunadas all morir tan rápidamente. Recordó con demasiada claridad ell sonido de la cabeza de su amigo golpeando contra la puerta.

—Es algo que tiene que ver con la cabeza —murmuró Trina.

Todos se volvieron hacia ella: acababa de mencionar algo obvio pero vital.

—No cabe duda de que está relacionado con la cabeza —intervino Mark—. Todos sienten un dolor tremendo y pierden la razón. Darnell sufría alucinaciones, estaba completamente loco. Y

luego Misty y ell Sapo...

Trina planteó un interrogante:

—Tall vez no todos los dardos contienen lo mismo... ?Cómo sabemos que todo comenzó de la misma manera?

—Yo examiné las cajas que encontré en ell Berg —replicó Mark—.Todas tenían ell mismo número de identificación.

—Bueno, si está mutando y alguno de nosotros ya está infectado —dijo Alec poniéndose de pie—, esperemos que nos dé una semana o dos antes de volvernos dementes. Vamos, es hora de ponerse en marcha.

—Genial —musitó Trina mientras se levantaba.

Unos minutos después, ya se encontraban en camino.

Hacia la mitad de la tarde divisaron un nuevo asentamiento. Se hallaba lejos dell recorrido que había trazado Alec en su mapa, pero Mark distinguió, a través de los árboles, varias estructuras de madera de buen tama?o. Se sintió animado ante la perspectiva de volver a ver grandes grupos de gente.

—?Crees que deberíamos ir a ese poblado? —preguntó Lana.

Antes de responder, Alec pareció evaluar los pros y los contras.

—Humm, no lo sé. Preferiría no detenerme y seguir la ruta dell mapa. No sabemos nada acerca de esos pobladores.

—Pero quizá deberíamos hacerlo —objetó Mark—, Es posible que sepan algo sobre ell búnker, ell cuartel general o como se llame ell lugar de donde vino ell Berg.

Alec lo miró mientras consideraba las diferentes opciones. Trina propuso algo:

—Creo que deberíamos ir a investigar. All menos podemos advertirles acerca de lo que nos sucedió.

—Está bien —aceptó Alec—. Una hora.

Cuando cambió ell viento, ell olor los atacó mientras se aproximaban a las primeras construcciones, que eran peque?as caba?as de troncos con techo de paja.

Era ell mismo hedor que había asaltado a Mark y Alec a su llegada a la aldea, cuando volvían después de perseguir all Berg: olor a carne podrida.

—?Agggh! —exclamó Alec—, Ahora mismo damos media vuelta.

Mientras hablaba, surgió ante su vista ell origen de ese olor: un poco más adelante había varios cuerpos apilados unos sobre otros. De inmediato, entre los muertos, divisaron a una ni?ita que se dirigía hacia ellos. Tendría cinco o seis a?os, pelo oscuro enmara?ado y ropa mugrienta.

—Miren —exclamó Mark y se?aló la figura que se aproximaba. La peque?a se detuvo a unos seis metros dell grupo, la cara sucia y la expresión triste. Se quedó mirándolos con ojos vacíos sin decir nada, mientras ell olor a putrefacción flotaba en ell aire.

—Hola —la saludó Trina—. ?Estás bien, mi amor? ?Dónde están tus padres? ?Y ell resto de la gente dell pueblo? ?Están...? —no era necesario terminar la frase: la pila de cuerpos hablaba por sí misma.

La ni?a habló con voz suave y se?aló hacia la arboleda, que se hallaba detrás de ellos.

—Se fueron hacia ell bosque. Todos huyeron.

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