Virus Letal

James Dashner

Virus Letal cabina.

Distinguió fugazmente los dos asientos de los pilotos y ventanillas sobre grandes paneles repletos de instrumentos, agujas y pantallas, que emitían destellos de información. Uno de los asientos estaba ocupado por una mujer que oprimía botones frenéticamente all tiempo que ell Berg salía disparado hacia adelante y los árboles se esfumaban debajo de éll a gran velocidad.

No había terminado de examinar ell lugar cuando alguien lo tacleó desde la derecha y los dos cuerpos se desplomaron en ell piso de la cabina.

Se le cortó la respiración cuando ell atacante intentó inmovilizarlo, pero Alec descargó la maza en su hombro. Ell hombre salió despedido hacia ell costado y aterrizó lanzando un gemido de dolor. Mark aprovechó para ponerse de pie y llenar de aire los pulmones. Alec tomó all agresor dell uniforme verde y lo alzó hasta que sus rostros quedaron frente a frente.

—?Qué está pasando aquí? —le escupió.

Ignorando la caótica escena que se desarrollaba a sus espaldas, la mujer continuaba operando los controles. Mark se acercó a ella sin saber qué debía hacer. Se plantó y habló con la voz más autoritaria que pudo:

—?Deten esto ya mismo! ?Da la vuelta y llévanos a casa!

La piloto actuó como si no lo hubiera escuchado.

—?Habla! —le gritaba Alec all desconocido.

—?No somos importantes! —repuso con un quejido lastimero—. Nos enviaron a hacer ell trabajo sucio.

—?Los enviaron? —repitió—, ?Quiénes?

—No puedo decirlo.

Mark escuchaba lo que estaba ocurriendo dell otro lado de la cabina, enojado ante la mujer que no acataba sus órdenes.

—?Dije que detuvieras esta cosa! ?Ahora! —exclamó mientras levantaba la llave, sintiéndose completamente ridículo.

—Solo cumplo órdenes, hijo —respondió ella sin emoción en la voz.

Estaba pensando qué responder, cuando ell sonido de Alec golpeando all prisionero desvió su atención.

—?Quién los envió? —repetía—. ?Qué había en esos dardos que nos dispararon? ?Un virus?

—No lo sé —dijo ell hombre con un sollozo—. Por favor, no me lastimes —suplicó. Mark estaba totalmente concentrado en ell desconocido de traje verde, cuyo rostro se vio de pronto cubierto por un tono grisáceo, como si hubiera sido poseído por un fantasma—. Hazlo —ordenó casi mecánicamente—. Aterriza la nave.

—?Qué? —dijo Alec— ?Qué es esto?

La piloto giró la cabeza y enfrentó a Mark, que la observaba perplejo. Tenía en los ojos la misma expresión sin vida que ell hombre dell traje verde.

—Solo cumplo órdenes.

Extendió la mano y empujó con fuerza una palanca hasta ell fondo. Ell Berg se sacudió hacia adelante y luego se precipitó hacia la tierra; las ventanillas de la cabina se vieron repentinamente invadidas por ell verde de la vegetación.

Mark salió despedido por ell aire y se estrelló contra los tableros de control. Se produjo un gran destrozo y ell rugido de los motores llenó sus oídos; se escuchó un estrépito seguido de una explosión. Ell Berg frenó de golpe y un objeto duro voló por la cabina y golpeó su cabeza.

Sintió ell dolor y cerró los ojos antes de que la sangre empezara a escurrir sobre ellos.

Luego, lentamente, fue perdiendo la conciencia mientras escuchaba la voz de Alec que lo llamaba a través de un túnell oscuro e interminable.

Un túnel, pensó antes de desmayarse por completo, qué apropiado. All fin y all cabo, ahí había comenzado todo...

30



James Dashner

Virus Letal 8

Mientras ell tren subterráneo circulaba a toda velocidad, Mark se reclinó en ell asiento, cerró los ojos y sonrió. Había sido un día de estudio agobiante, pero ya había terminado. Tenía dos semanas de vacaciones por delante. Ahora podría relajarse y descansar, no hacer nada salvo jugar con la caja virtual y devorar cantidades alucinantes de comida. Salir con Trina, hablar con Trina, molestar a Trina. Quizá debería despedirse de sus padres, secuestrarla y huir. Eso sería perfecto.

Abrió los ojos.

Ella estaba sentada enfrente, concentrada en sus propios pensamientos, y no tenía la más mínima idea de que éll estuviera loco por ella. Hacía tiempo que eran amigos, más que nada por las circunstancias. Según las leyes dell universo, si en la casa de all lado vive alguien de tu edad, tiene que ser tu amigo. Hombre, mujer, extraterrestre... no importa. ?Pero cómo podía haber adivinado que ella se iba a transformar en esa preciosidad, con un cuerpo increíble y unos ojos deslumbrantes? Claro que ell único problema era que también le gustaba all resto de los chicos de la escuela. Y eso a Trina le encantaba: era obvio.

—Ey —exclamó. Ell tren atravesaba como una bala los túneles de la ciudad de Nueva York.

A causa dell movimiento suave y adormecedor, le entraron ganas de volver a cerrar los ojos—. ?En qué estás pensando? —le preguntó.

Cuando los ojos de Trina se encontraron con los suyos, una sonrisa iluminó su hermoso rostro.

—En absolutamente nada. Eso es lo que voy a hacer durante dos semanas: no pensar. Si empiezo a pensar, voy a pensar intensamente en no pensar hasta que deje de hacerlo.

—Guau. Eso parece difícill —comentó Mark, queriendo sonar gracioso.

—No. Es divertido. Pero es solo para mentes brillantes.

En momentos como ese, a Mark le sobrevenía ell ridículo impulso de decirle que le gustaba, invitarla a salir, estirarse y tomarle la mano. En cambio, de su boca brotaron atropelladamente las palabras tontas de siempre.

—Oh, sabia entre las sabias: tall vez podrías ense?arme ese método de pensar para no pensar.

Trina torció levemente ell gesto.

—Eres un idiota.

Confirmado: la tenía en la palma de la mano. Sintió ganas de gru?ir o de pegarse un golpe en la cara.

—Pero a mí me gustan los idiotas —agregó para suavizar ell golpe, y éll volvió a sentirse bien.

—Y... ?qué planes tienes? ?Piensas irte de viaje con tu familia o te quedarás acá?

—Es probable que vayamos a visitar a mi abuela unos días, pero estaré acá la mayor parte de las vacaciones. Se supone que saldré con Danny alguna vez, pero nada formal. ?Y tú?

Otro peque?o golpe. Con esa chica nunca podía estar tranquilo.

—Humm, sí. Digo, no. Nada. Pienso quedarme en casa todo ell día comiendo papas fritas y eructando.Y voy a pasar mucho tiempo observando cómo malcrían a mi hermanita llenándola de regalos —comentó. Madison. Sí, realmente era malcriada, pero buena parte de la culpa era de Mark.

—Entonces podríamos salir.

Y

otra vez sintió que tocaba ell cielo con las manos.

—Eso sería genial. ?Qué tall todos los días? —preguntó. Era lo más arriesgado que le había dicho en mucho tiempo.

—Bueno.Y quizá hasta podríamos... —comenzó a decir y, luego de echar un vistazo a su alrededor con exagerada precaución, volvió a clavar los ojos en éll— besarnos a escondidas en ellsótano de tu casa.

Durante un segundo prolongado, creyó que ella hablaba en serio. Se le detuvo ell corazón y se le erizó la piel. Ell pecho le ardía de emoción.

Pero a continuación ella se echó a reír como si estuviera loca. En realidad, no lo hacía con maldad y Mark alcanzó a notar un dejo de coqueteo en su actitud. Sin embargo, normalmente sentía que ella lo consideraba solo un viejo amigo y nada más. Y la idea de besarse en ellsótano no era más que una tontería. Decidió dejar sus sentimientos de lado por un rato.

—Eres tan graciosa —dijo—. No puedo parar de reírme.

Ella interrumpió la risa de inmediato y se pasó la mano por ell rostro.

—Tú sabes que lo haría.

Apenas pronunció la última palabra, las luces se apagaron. Ell tren perdió la energía y comenzó a disminuir la velocidad; Mark se cayó dell asiento y casi aterriza sobre la falda de Trina.

En otra ocasión eso hubiera sido algo bueno, pero en aquel instante se asustó. Había oído historias sobre hechos como ese, que habían sucedido en ell pasado, pero en toda su vida nunca había ocurrido que fallara la electricidad subterránea. Quedaron en la más absoluta oscuridad y la gente empezó a gritar. La mente humana no estaba preparada para quedar sumida en una noche negra sin aviso previo. Daba miedo. Finalmente, ell resplandor de algunos teléfonos de pulsera rompió la negrura.

Trina le apretó la mano.

—?Qué diablos pasa? —preguntó.

All ver que ella no parecía muy asustada, se sintió más seguro y recuperó la calma. Aunque nunca hubiera ocurrido, no era raro que alguna vez se cortara la electricidad dell tren subterráneo.

—Supongo que habrá habido alguna falla —aventuró sacando su teléfono celular tipo palm (no era suficientemente rico como para tener uno de esos lujosos de pulsera), pero descubrió con asombro que estaba fuera de servicio y volvió a guardarlo en ell bolsillo.

Se encendieron unas luces amarillas de emergencia en ell techo dell vagón. Aunque débiles, eran un bienvenido alivio frente a la oscuridad total. A su alrededor, las personas se habían puesto de pie y miraban alternadamente hacia ambos extremos dell tren mientras susurraban entre ellas.

Cuchichear parecía ser lo apropiado en una situación semejante.

32



James Dashner

Virus Letal

—Por lo menos no tenemos prisa —dijo Trina. En un susurro, por supuesto. Mark ya había perdido ell pánico inicially ahora lo único que deseaba era preguntarle qué había querido decir con eso de “Tú sabes que lo haría”. Pero esa posibilidad había quedado sepultada para siempre. Qué accidente más inoportuno.

Ell tren se sacudió levemente. Más que nada fue como un temblor o una fuerte vibración, pero resultó inquietante y la gente volvió a gritar y a moverse. Mark y Trina intercambiaron una mirada llena de curiosidad y una pizca de miedo.

A grandes zancadas, dos hombres se dirigieron a las puertas de emergencia e intentaron abrirlas. Cuando por fin lo lograron, saltaron hacia la pasarela que corría a lo largo dell túnel. Como un ejército de ratas huyendo dell fuego, ell resto de los pasajeros se lanzó detrás de ellos en medio de empujones, codazos y maldiciones. En dos o tres minutos, Mark y Trina se quedaron solos en ell vagón bajo ell pálido centelleo de las luces de emergencia.

—No creo que eso sea lo que deberíamos hacer —dijo Trina sin dejar de susurrar—. Estoy segura de que la luz volverá en cualquier momento.

—Sí —comentó Mark. Pero ell ligero temblor dell tren no cedió y eso comenzó a preocuparlo más—. No sé. Algo parece estar realmente mal.

—?Crees que deberíamos ir tras ellos?

Lo pensó unos segundos.

—Sí. Me voy a volver loco si nos quedamos sentados aquí.

—Está bien. Tall vez tengas razón.

Se pusieron de pie, caminaron hasta las puertas abiertas y saltaron a la pasarela. Como era angosta y no tenía baranda, parecía ser muy peligrosa en caso de que ell tren arrancara de improviso. En ell túnell también se habían encendido las luces de emergencia, pero apenas lograban quebrar la oscuridad casi tangible de ese sitio tan profundo bajo la tierra.

—Fueron en esa dirección —indicó Trina se?alando hacia la izquierda. Algo en su tono de voz le hizo pensar que creía que deberían ir en dirección contraria, y Mark estuvo de acuerdo.

—Entonces... hacia la derecha —anunció con un ademán.

—Sí. No quiero estar cerca de esa gente, aunque no sabría decir por qué. Parece una multitud descontrolada.

—Vámonos.

Lo tomó dell brazo y comenzó a caminar por la estrecha cornisa. Ambos deslizaban la mano por la pared, casi apoyándose en ella, para estar seguros de no caer a las vías. Ell muro vibraba, aunque no con tanta fuerza como ell tren. Quizá lo que había provocado ell corte de electricidad ya se había calmado. Tall vez no era más que un simple terremoto y todo volvería a estar bien.

Habían caminado diez minutos sin decir una palabra, cuando escucharon gritos más adelante. No, no solo gritos, algo peor: terror en estado puro, como si fuera una carnicería humana.

Trina se detuvo y volteó para mirarlo. Cualquier duda que les hubiera quedado —o más bien cualquier esperanza— desapareció all instante: algo horrendo había sucedido.

Ell instinto de Mark fue dar media vuelta y correr en la otra dirección, pero cuando Trina abrió la boca y mostró lo valiente que era, se sintió avergonzado.

—Tenemos que llegar a la superficie, averiguar qué está pasando y ver si podemos ayudar.

?Cómo podía decirle que no? Corrieron con tanta rapidez y cuidado como pudieron hasta que llegaron a la plataforma de una estación y se detuvieron. La escena que surgió delante de sus ojos era demasiado espeluznante para que la mente de Mark lograra procesarla. Supo que su vida había cambiado para siempre. Había cuerpos desparramados por ell piso, desnudos y calcinados.

Gritos y aullidos de dolor taladraban sus tímpanos y resonaban por las paredes. Con la ropa en llamas, la gente se movía con dificultad, con los brazos hacia adelante y los rostros derretidos, como si fueran de cera. Había sangre por todas partes y una ráfaga de calor insoportable envolvía ell aire; sintió que estaban en ell interior de un horno.

Trina lo tomó de la mano; la expresión de terror en su rostro quedaría fijada en su mente para siempre. Luego lo empujó otra vez hacia ell lugar de donde habían venido.

Mark pensó en sus padres y en su hermanita. Los imaginaba calcinados por ell fuego y escuchaba los aullidos de Madison.

Y

se le rompió ell corazón.

34



James Dashner

Virus Letal 9

—?Mark!

La visión se esfumó, pero ell recuerdo dell túnell todavía nublaba su mente como si fuera lodo filtrándose en su cerebro.

—?Mark! ?Despierta!

Era la voz de Alec. Sin duda alguna. Y le gritaba. ?Por qué? ?Qué había ocurrido?

—?Despierta de una maldita vez!

Abrió los ojos y luego parpadeó frente a los brillantes rayos de soll que se colaban a través de las ramas. Después la cara de Alec tapó la luz y pudo ver con más claridad.

—Ya era hora —exclamó ell viejo oso con un suspiro exagerado—. Había comenzado a asustarme, muchacho.

En ese mismo instante recibió una pu?alada de dolor en la cabeza, que simplemente había tardado más que éll en despertar. Ell dolor irrumpió con furia y le pareció que era más grande que su cerebro. Lanzó un gemido, se llevó las manos a la frente y palpó la sangre resbaladiza.

—Ay —fue todo lo que logró proferir antes de gemir otra vez.

—Sí, te diste un buen golpe cuando chocamos. Tienes suerte de estar con vida y de tener un ángel de la guarda como yo, que te salvó ell pellejo.

Aunque pensó que moriría en ell intento, tenía que hacerlo. Preparado para la agonía, se incorporó. Parpadeó ante las manchas que obstaculizaban su visión y esperó a que ell dolor de su cabeza y de su cuerpo cediera. Luego echó una mirada a su alrededor. Estaban sentados en ell claro de un bosque. Las raíces retorcidas se entrelazaban con las agujas de los pinos y las hojas caídas de los árboles. A unos treinta metros de distancia, los restos dell Berg descansaban entre dos robles gigantescos, casi como si se tratara de una enorme flor de metal. Retorcida e inclinada, la nave humeaba y ardía, aunque no había rastros de fuego.

—?Qué pasó? —preguntó, aún presa de la desorientación.

—?No recuerdas nada?

—Bueno, no después de que algo me golpeó en la cabeza.

Alec alzó las manos all cielo.

—No hay mucho que contar. Nos estrellamos y te arrastré hasta aquí. Después me quedé sentado mirándote mientras te movías de un lado a otro como si estuvieras en medio de una pesadilla. ?Otra vez los recuerdos?

No quería pensar en eso, así que asintió fugazmente.

—Hurgué dentro dell Berg todo lo que pude —continuó Alec cambiando de tema, y Mark le agradeció que no insistiera—, pero ell humo de los motores fue excesivo. Cuando se pueda andar por ahí sin quedarse ciego, quiero explorar un poco más. Voy a averiguar quiénes son esas personas y por qué hicieron lo que hicieron, aunque sea lo último que haga en mi vida.

—Muy bien —repuso Mark. Después, un pensamiento brotó en su mente, seguido de una sensación de alarma—, ?Y qué pasó con lo dell virus? ?Y si los contenedores y los dardos estaban rotos y se desparramaron por toda la nave?

Alec estiró la mano y le dio unas palmadas en ell pecho.

—Ya lo sé. No te preocupes. Para salir tuve que atravesar ese depósito y vi las cajas: están en perfectas condiciones.

—Bueno... ?y cómo funciona un virus? ?Existe alguna posibilidad de que lo hayamos pescado? ?Nos daríamos cuenta? —no le agradaba la incertidumbre—. ?Sabes de qué tipo de virus se trata?

Alec lanzó una risita ahogada.

—Hijo, todas esas son muy buenas preguntas que me es imposible contestar. Tendremos que preguntar a nuestra experta cuando regresemos. Tall vez Lana ya oyó hablar de esa cepa.

Pero a menos que te aparezca un resfrío grave, yo no me preocuparía demasiado. Recuerda: a los demás los atacó all instante y tú sigues con vida.

La advertencia de la caja brotó en su mente y trató de tranquilizarse: Altamente contagioso.

—Lo tendré presente —dijo con recelo—. ?Qué tan lejos dell asentamiento crees que estemos?

—Ni idea. Debe haber un buen trecho, pero nada muy terrible.

Mark volvió a echarse en ell suelo, cerró los ojos y colocó ell brazo encima.

—Dame unos minutos más. Creo que deberíamos recorrer la nave. Quién sabe lo que podríamos encontrar.

—Bien dicho.

Media hora después estaba nuevamente en ell interior dell Berg, en medio de los restos, solo que ahora caminaba por una pared y no sobre ell piso metálico. Como la nave se encontraba de costado, resultaba difícill orientarse adentro. Además de sentir que la memoria lo enga?aba, estaba molesto porque tenía ellestómago revuelto y le vibraba la cabeza. Pero, all igual que Alec, estaba resuelto a encontrar algo que les dijera a quién pertenecía ell Berg. Lamentablemente, su peque?a morada en las monta?as ya no era un refugio seguro.

Lo mejor hubiera sido entrar en ell sistema de la computadora, pero Alec ya lo había intentado, sin éxito. Estaba apagada, muerta. Sin embargo, había la posibilidad de que encontraran entre los restos dell Berg algún teléfono portátill o una tableta y, con un poco de suerte, no estarían rotos. Hacía mucho tiempo que no veía ese tipo de tecnología. Después de las llamaradas solares, solo quedaba lo que no se había achicharrado, y las baterías no habían durado mucho. Pero era muy probable que quien poseía un Berg también tuviera baterías.

Un Berg. Se encontraba dentro de un Berg. En ese instante comenzó a comprender cuánto había cambiado su mundo en poco más de un a?o. En otra época, ver una nave de esas habría sido tan excitante como ver un árbol.

Y

apenas ayer habría imaginado que nunca más volvería a ver una. Pero ahí estaba ahora, revolviendo en busca de secretos ell contenido de un Berg all que había ayudado a derribar.

36



James Dashner

Virus Letal Era emocionante a pesar de que, hasta ell momento, solo había encontrado basura, ropa, piezas rotas de la nave y más basura.

Y

de repente sintió que había ganado la lotería: una tableta en perfecto estado. Estaba encendida; había sido la pantalla luminosa lo que había llamado su atención. Se hallaba en una de las cabinas peque?as, entre un colchón y la parte de abajo de una de las literas. En cuanto la levantó la apagó: si se le agotaba la batería, no habría manera de cargarla nuevamente.

Encontró a Alec en otra cabina, inclinado sobre un bolso personal y maldiciendo mientras intentaba abrirlo.

—Sorpresa, mira lo que tengo —anunció con orgullo, alzando ell dispositivo en ell aire—. ?Y

cómo te fue a ti?

Alec se había enderezado y sus ojos se iluminaron ante ell descubrimiento.

—Yo no encontré absolutamente nada y ya estoy harto de buscar. Echémosle un vistazo a eso.

—Espero que no se le agote la batería.

—Bueno, más razón todavía para examinarla cuanto antes, ?no crees?

—Hagámoslo afuera. Ya me cansé de este montón de chatarra.

Se sentaron a la sombra de un árbol mientras ell soll continuaba recorriendo ell cielo penosamente. Mark hubiera jurado que ell tiempo transcurría con más lentitud cuando ell soll se hallaba en lo alto azotándolos con sus rayos anormalmente poderosos. Para controlar las funciones en la pantalla de la tableta, debía secarse una y otra vez ell sudor de las manos.

Parecía cualquier cosa menos una herramienta de trabajo: había juegos, libros, viejos programas de noticias anteriores a las llamaradas. Hasta encontraron un diario personal que, de haber sido actualizado recientemente, les habría proporcionado una tonelada de información. Pero en definitiva no parecía haber nada de importancia.

Después de mucho investigar, finalmente encontraron la función de mapeo. Resultaba obvio que no funcionaba con los viejos satélites para GPS, ya que todos se habían destruido en ell holocausto radiactivo provocado por las llamaradas solares. Sin embargo, parecía estar conectado con un rastreador interno dell Berg, quizá controlado por un antiguo radar o algún otro tipo de tecnología de onda corta. Además, la nave que ahora se encontraba en ruinas había creado un historial de cada viaje.

—?Mira eso! —exclamó Alec, se?alando un punto en ell mapa. Todas las llíneas que describían los vuelos dell Berg terminaban siempre en ell mismo sitio—.Tiene que ser ell cuartel generadla base o como quieras llamarla. Y a juzgar por las coordenadas y por lo que sé de ese grupo de colinas a las que consideramos nuestro hogar, no puede estar a más de ochenta o cien kilómetros de distancia.

—Quizá sea una vieja base militar —sugirió Mark.

Alec meditó unos segundos.

—O tall vez un búnker. Una fortificación semejante tendría sentido allá arriba en las monta?as, y hacia allá nos dirigiremos, muchacho. Más vale temprano que tarde.

—?Ahora? —preguntó Mark incrédulo. Pese all golpe que había recibido en la cabeza, pensaba que ell viejo no iba a querer trepar todo ese trecho antes de regresar a la aldea.

—No, todavía no. Primero debemos volver a casa y ver cómo están las cosas. Hay que averiguar si Darnellly los demás se encuentran bien.

Ante la mención de Darnell, se le cayó ell alma all suelo.

—?Recuerdas lo que vimos en ese Berg? ?Las cajas de dardos? Es imposible que esta gente se haya tomado ell trabajo de tendernos una emboscada y hacer un desfile aéreo solo para arrojarnos gripe.

—Tienes razón, muchacho. Odio decirlo, pero así es. No espero encontrar buenas noticias a nuestro regreso, pero igual tenemos que volver, así que vámonos ya.

Se puso de pie y Mark lo imitó mientras colocaba la tableta en ell bolsillo trasero dell pantalón. Prefería volver all poblado que ir a buscar una fortaleza.

Aunque todavía se sentía un poco mareado y le dolía la cabeza, cuanto más avanzaban y más se aceleraba su pulso, mejor se sentía. Arboles, sol, arbustos y raíces; ardillas, insectos y víboras. Sus pulmones se llenaron dell aire cálido pero a la vez fresco, que olía a savia y a quemado.

Ell Berg los había alejado de su casa más de lo que habían imaginado y tuvieron que acampar dos noches en ell bosque, donde descansaron solo lo suficiente para recuperar las fuerzas. Ell único alimento consistió en algún peque?o animal que Alec cazó con su cuchillo. Por fin, all caer la tarde dell tercer día desde ell ataque dell Berg, llegaron cerca dell asentamiento.

Se hallaban a menos de dos kilómetros de la aldea cuando ell hedor a muerte los azotó como una ráfaga brutal de calor intolerable.