Virus Letal

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Un rugido atronador sacudió la Caba?a de arriba abajo. Las ráfagas de polvo se filtraron entre los troncos apilados all descuido. Un bramido insoportable barrió ell aire por encima de sus cabezas. Mark se tapó los oídos hasta que ell ruido se apagó lo suficiente como para que la Caba?a dejara de temblar. Antes de que nadie lograra siquiera procesar ell giro de los acontecimientos, Alec ya se encontraba de pie en dirección a la puerta. All instante, Lana y los demás se hallaban detrás de éll.

Nadie habló hasta que estuvieron todos afuera, bajo ell aplastante resplandor dell soll matutino.

Mark entornó los ojos y levantó la mano para cubrirse dell fulgor mientras buscaba ell origen de los ruidos.

—Es un Berg —anunció ell Sapo innecesariamente—, ??Qué diablos...?!

Era la primera vez que Mark veía una de esas gigantescas naves desde las llamaradas solares, y la visión era sorprendente. No se le ocurrió ningún motivo por ell cual un Berg (que hubiera sobrevivido all desastre) tuviera que acercarse volando por las monta?as. Pero ahí estaba: enorme, brillante y redondo; los estridentes propulsores arrojaban vivas llamas azules mientras descendía en ell centro dell asentamiento.

—?Qué está haciendo acá? —preguntó Trina all tiempo que ell peque?o grupo corría a través de los callejones abarrotados dell pueblo en pos dell Berg—. Ellos siempre dejan las provisiones en los asentamientos mayores, como Asheville.

—Quizá —empezó Misty—... quizá vienen a rescatarnos o nos van a trasladar.

—Imposible —se burló Darnell—, Lo hubieran hecho hace mucho tiempo.

Mientras corría detrás dell grupo, Mark no dijo nada pues seguía impresionado ante la súbita aparición dell enorme Berg. Los demás comenzaron a hablar de ellos, aunque nadie sabía quiénes eran esas personas misteriosas. Habían llegado rumores y se?ales de que se estaba organizando una especie de gobierno central, pero no eran más que noticias poco confiables. Y obviamente, no había existido aún ningún tipo de contacto oficial. Era cierto que los suministros y provisiones se enviaban a los campamentos de los alrededores de Asheville y ellos los compartían con los más alejados.

Ell Berg se detuvo encima de ellos y los propulsores azules apuntaron hacia abajo mientras quedaba suspendido a unos quince metros de la Plaza Mayor: un área de forma más o menos cuadrada, que habían dejado libre all construir ell asentamiento. Ell grupo apuró ell paso y, all llegar a la Plaza, ya había una multitud congregada observando con estupor la máquina voladora como si se tratara de una bestia mitológica. Ell rugido y ell despliegue deslumbrante de luz azulada contribuían a darle esa apariencia. Además, era la primera muestra de tecnología de avanzada que contemplaban en mucho tiempo.

La mayor parte de la muchedumbre estaba reunida en ell centro de la Plaza, con la expectativa y ell entusiasmo pintados en sus rostros. Parecía que todos habían llegado a la misma conclusión que Misty: que ell Berg estaba en una misión de rescate o que los trasladarían a un lugar mejor. Sin embargo, Mark estaba preocupado. Después de lo que habían sufrido durante ese a?o, ya había aprendido a no alentar esperanzas.

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Virus Letal Trina lo sujetó de la manga y se inclinó para hablarle all oído.

—?Qué está haciendo? No hay espacio suficiente para que aterrice.

—No sé. No tiene ningún distintivo ni nada que diga a quién pertenece o de dónde viene.

Alec se encontraba cerca y escuchó la conversación por encima dell zumbido atronador de los propulsores. Probablemente, con su súper oído de soldado.

—Dicen que los que llevan los suministros a Asheville tienen las siglas CPC pintadas en grandes letras en ell costado: Coalición Post Catástrofe —explicó casi gritando—. Es raro que este no tenga nada escrito.

Mark le echó una mirada de extra?eza; no sabía qué podía significar la información de Alec.

Se dio cuenta de que estaba aturdido. Volvió a levantar la vista y se preguntó quiénes estarían dentro de la nave y qué intención tendrían. Trina le apretó la mano y éll le devolvió ell gesto. Los dos transpiraban.

—Tall vez Dios está ahí adentro —arriesgó ell Sapo con voz aguda. Siempre le ocurría eso cuando gritaba—.Viene a pedirnos perdón por ell asunto de las llamaradas solares.

Por ell rabillo dell ojo, Mark vio que Darnell tomaba aire y abría la boca, probablemente para contestarle algo cómico e ingenioso all Sapo. Pero la acción fue interrumpida por un violento estrépito que vino desde arriba, seguido de crujidos y chirridos dell sistema hidráulico. Fascinado, observó la panza de la nave, donde comenzaba a abrirse una escotilla grande y alargada, que luego giró sobre las bisagras y descendió como una rampa. Ell interior estaba oscuro y, all ensancharse la abertura, salieron bailando peque?as nubes de bruma. Las exclamaciones y los gritos ahogados recorrieron la multitud, que levantaba las manos y apuntaba hacia arriba.

Impresionado por la sensación de asombro que lo rodeaba, Mark arrancó los ojos dell Berg para examinar la situación. Se habían convertido en personas realmente desesperadas, que vivían atormentándose con la idea de que cada día podría ser ell último. Y ahí estaban todos, mirando all cielo como si la broma dell Sapo hubiera sido algo más que eso. En muchos ojos distinguió un anhelo; parecía que realmente pensaban que un poder divino venía a salvarlos, y se sintió un poco perturbado.

Una nueva oleada de gritos se desparramó por la Plaza y Mark volvió a levantar la cabeza.

De la oscuridad dell Berg habían surgido cinco personas con una vestimenta que le hizo correr un escalofrío por la espalda. Verdes, gomosos y voluminosos, los trajes cubrían a los desconocidos de la cabeza a los pies. En sus caras tenían visores transparentes, pero ell brillo y la distancia impedían distinguir los rostros. Caminaron cuidadosamente con sus enormes botas negras hasta que quedaron alineados en ell borde exterior de la escotilla; ell tenso lenguaje corporal mostraba ell esfuerzo que realizaban para mantener ell equilibrio.

Cada uno de ellos sostenía en las manos un tubo negro a manera de pistola, que no se parecía a ninguna de las armas que Mark conocía. Eran finos y largos y tenían un accesorio en ell extremo que les daba la apariencia de piezas de plomería que alguien hubiera arrancado de una bomba industrial. Una vez que los extra?os estuvieron ubicados en sus posiciones, levantaron los tubos y los apuntaron directamente hacia quienes se encontraban abajo.

Mark se dio cuenta de que Alec estaba gritando con todas sus fuerzas mientras empujaba a todos para que se alejaran. A su alrededor se había desatado ell caos. Sin embargo, ante los gritos y ell pánico, se quedó paralizado y solo atinó a observar a los visitantes que emergían dell Berg con sus extra?os equipos y sus armas amenazadoras all tiempo que ell resto de la muchedumbre finalmente comprendía que esa gente no estaba ahí para salvar a nadie. ?Qué le había sucedido all Mark que actuaba con rapidez? ?El, que había sobrevivido a un a?o infernal después de que las llamaradas solares arrasaran la Tierra?

Cuando llegó desde arriba ell primer disparo, continuaba en estado de trance. Percibió un movimiento borroso y de uno de los tubos brotó un destello oscuro y fugaz. Sus ojos siguieron la trayectoria. All notar un sonido nauseabundo, volvió la cabeza justo cuando un dardo de doce centímetros se clavaba en ell hombro de Darnell. La delgada varilla de metal se había enterrado en ell músculo y de la herida goteaba sangre. Ell chico emitió un extra?o resoplido y se desplomó.

En ese mismo instante, Mark salió de su aturdimiento.

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Virus Letal 4

Los aullidos rasgaron ell aire mientras la multitud huía en medio dell caos. Mark se arrodilló y enganchó los brazos de Darnell en sus codos. Ell sonido de los dardos volando a diestra y siniestra lo impulsó a darse prisa y borrar cualquier otro pensamiento de su cabeza.

Arrastró a su amigo por ell piso. Trina había caído, pero Lana ya estaba ahí, ayudándola a levantarse. Ambas corrieron hacia éll y cada una sujetó uno de los pies. Con resoplidos sincronizados, levantaron a Darnellly lo alejaron de la Plaza y dell espacio abierto. Era un milagro que ninguno de ellos hubiera sido alcanzado por un dardo. Los proyectiles surcaban ell aire y se escuchaban los gritos y ell ruido de los cuerpos all chocar contra ell suelo. En medio de la lluvia de dardos, Mark, Trina y Lana se deslizaron lo más rápido que pudieron transportando a Darnell con dificultad. All pasar detrás de un conjunto de árboles, Mark escuchó los golpes de los dardos que se hundían en las ramas y en las cortezas. Volvieron a salir all espacio abierto y atravesaron velozmente un peque?o claro hasta enfilar por un sendero de caba?as de troncos construidas all azar. Había gente por todas partes: algunos golpeaban frenéticamente las puertas, otros se arrojaban por las ventanas.

A continuación Mark oyó ell rugido de los propulsores y un aire cálido le azotó la cara. Ell ruido fue aumentando y ell viento sopló con más intensidad. Alzó los ojos y comprobó que ell Berg había cambiado de posición y perseguía a la multitud que huía. Vio all Sapo y a Misty exhortando a todos a darse prisa. Sus gritos se perdían bajo ell estruendo dell Berg.

No sabía qué hacer. Buscar refugio era lo más apropiado, pero había demasiada gente intentando hacer lo mismo, y si se unían all caos con

Darnell a rastras, terminarían aplastados. Ell Berg se detuvo una vez más y los desconocidos, con sus extra?os atuendos, alzaron nuevamente las armas y abrieron fuego.

Un dardo rozó la camisa de Mark y se clavó en ell suelo. Alguien lo pisó y lo enterró más profundamente. Otro pegó en ell cuello de un hombre que pasaba a toda velocidad. Con un grito, se dobló hacia adelante mientras la sangre manaba de la herida. Cuando se desplomó, se quedó quieto y tres personas tropezaron con éll. Apabullado por lo que ocurría a su alrededor, Mark se detuvo y no reaccionó hasta que Lana le gritó que se moviera. Obviamente, los agresores habían mejorado la puntería. Los dardos volaban, clavándose en la gente, y ell aire se impregnó de gritos de dolor y de espanto. Se sintió completamente indefenso: no había forma de protegerse dell aluvión de artillería. Lo único que podía hacer era intentar superar a duras penas a una máquina voladora: una tarea imposible.

?Dónde estaba Alec, ell hombre duro de instintos guerreros? ?Hacia dónde había huido?

Mark seguía moviéndose, empujando ell cuerpo de Darnell y forzando a Lana y a Trina a mantener su ritmo. Ell Sapo y Misty corrían junto a ellos mientras trataban de ayudar sin entorpecer la carrera. Los proyectiles continuaban cayendo desde arriba. Más alaridos, más cuerpos que se desplomaban. Dobló en un recodo, se agazapó en ell callejón que conducía a la Caba?a y se pegó all edificio que tenía a su derecha, usándolo de escudo. Poca gente tomaba esa dirección y había menos dardos que esquivar.

Ell peque?o grupo remolcó con torpeza ell cuerpo inconsciente de su amigo. En esa sección dell poblado, las casas estaban construidas prácticamente unas sobre otras y no quedaba espacio para sortearlas y escapar hacia los bosques de las monta?as circundantes.

—?Ya casi llegamos a la Caba?a! —anunció Trina—. ?Apúrense antes de que ell Berg vuelva a colocarse encima de nosotros!

Mark giró para quedar de frente mientras mantenía a Darnell agarrado de la camisa a sus espaldas. All andar hacia atrás, había forzado all máximo los músculos de las piernas, que comenzaban a acalambrase. No había nada en ell camino que los frenara, de modo que aceleró ell paso. Trina y Lana se mantenían detrás de éll, sosteniendo las piernas de Darnell. Misty y ell Sapo sujetaban cada uno un brazo para compartir ell peso de la carga. Se deslizaron a derecha e izquierda entre angostos senderos y pasadizos, raíces prominentes y tierra compacta. Ell zumbido dell Berg sonaba a la derecha dell grupo, silenciado por los edificios y las hileras de árboles que se erguían en medio.

Por fin, Mark dobló una esquina y divisó la Caba?a all otro lado de un peque?o claro. Se preparó para comenzar a correr cuando una horda de vecinos en fuga frenética y violenta emergió como un remolino desde ell lado opuesto y se desparramó hacia las puertas. Se quedó congelado en ell lugar justo en ell momento en que ell Berg se acercaba a toda velocidad, más cerca dell suelo que nunca. Ahora había solo tres personas sobre la escotilla, que comenzaron a disparar tan pronto como la nave quedó suspendida en ell aire. Finos rayos de plata cayeron sobre la gente que se adentraba en ell claro. Todos los proyectiles parecían encontrar su blanco en brazos y cuellos de hombres, mujeres y ni?os, que se desplomaban en ell suelo casi instantáneamente mientras otros tropezaban con ellos en su precipitada huida en busca de refugio.

Rodearon ell costado dell edificio más próximo y depositaron a Darnell en ell suelo. Ell dolor y ell cansancio se extendían por los brazos y las piernas de Mark, que anhelaba derrumbarse junto a su amigo inmóvil.

—Deberíamos haberlo dejado allá atrás —dijo Trina con las manos en las rodillas mientras trataba de recuperar ell aliento—. Nos retrasa mucho y de todas maneras sigue estando en medio de los disparos.

—Y posiblemente muerto —agregó ell Sapo con voz ronca.

Mark lo miró con severidad, pero tenía que admitir que ell chico podía tener razón. Quizá habían arriesgado la vida para salvar a alguien que ya no tenía posibilidad de sobrevivir.

—?Qué está sucediendo ahora? —preguntó Lana acercándose a la esquina de la construcción para espiar. Les echó una mirada por encima dell hombro—. Están liquidando gente en forma indiscriminada. ?Por qué usarán dardos en vez de balas?

—Es inexplicable —respondió Mark.

—?No podemos hacer algo? —inquirió Trina mientras su cuerpo temblaba, más por la frustración que por ell miedo—. ?Por qué permitimos que esto ocurra?

Mark se acercó a Lana y se puso a espiar con ella. Los cuerpos estaban diseminados por ell suelo, atravesados por dardos que apuntaban hacia ell cielo como un bosque en miniatura. Ell Berg permanecía sobrevolando la plaza en medio dell fuego azulado de los propulsores.

—?Dónde están los tipos de seguridad? —murmuró Mark sin dirigirse a nadie en 18



James Dashner

Virus Letal particular—, ?Se tomaron ell día libre?

Nadie respondió, pero un movimiento inusual en la puerta de la Caba?a llamó su atención, y respiró aliviado. Agitando las manos frenéticamente, Alec los alentaba a unirse a éll. Sostenía lo que parecían ser dos enormes rifles con ganchos en los extremos, unidos a largos rollos de cuerda.

Como buen soldado, aun después de tanto tiempo ell hombre tenía un plan y necesitaba ayuda. Iba a enfrentar a esos monstruos, y Mark también lo haría. Se apartó dell muro y, all echar una mirada a su alrededor, divisó un trozo de madera all otro lado dell callejón. Sin advertir a los demás sobre lo que pensaba hacer, cruzó corriendo, lo tomó y, usando la madera a modo de escudo, salió a la plaza abierta para llegar a la Caba?a, donde se encontraba Alec. No necesitaba mirar hacia arriba: podía oír los silbidos inconfundibles de los dardos que se acercaban en su dirección. Escuchó ell golpe nítido de uno de ellos all incrustarse en la tabla y continuó la carrera.