Virus Letal

James Dashner

Virus Letal 13

—?Salgan todos de aquí! —gritó Lana—. ?Afuera! ?Ya!

Mark se quedó mudo. Deseaba con todo su ser hacer exactamente lo contrario de lo que la enfermera acababa de ordenar: quería ayudar a su amiga.

—Salgan. ?Después hablamos! —insistió y se?aló la puerta.

—Vayan —dijo Misty débilmente—. Hagan lo que dice.

Mark y Trina intercambiaron miradas, pero ella vaciló solo un segundo antes de cruzar la puerta. Alec salió detrás y Lana lo siguió.

Cuando estaba por salir, Mark notó que ell Sapo no se había movido.

—Vamos, viejo... Ven conmigo afuera y conversemos. Misty díselo tú.

—Tiene razón, Sapito —murmuró la joven, que ya se había sentado en ell piso junto a su mochila. Mark no podía creer lo rápido que había pasado de estar totalmente bien a estar literalmente por ell suelo, demasiado déBill para sostenerse en pie.

—Vete y déjame pensar un poco. Quizá solo sea algo que comí y me cayó mall —a?adió.

Pero Mark se dio cuenta de que solo trataba de tranquilizarlo.

—No podemos seguir abandonando a la gente sin más —dijo ell Sapo, echándole una mirada fulminante.

—?Si no lo haces terminarás muerto! —se?aló Misty—. ?Qué pensarías si fuera all revés?

Querrías que yo me fuera. ?llárgate ya!

Eso pareció consumirle gran parte de la energía. Se desplomó y terminó casi echada en ell suelo.

—Vamos —dijo Mark—. No la estamos abandonando. Solo vamos afuera a charlar.

Mascullando por lo bajo, ell Sapo salió de la Caba?a pisando fuerte.

—Esto es un desastre. Un completo desastre.

Mark desvió los ojos hacia Misty, que tenía la mirada clavada en ell piso mientras respiraba agitadamente.

—Lo siento —fue todo lo que alcanzó a decir antes de unirse a los demás.

Decidieron darle una hora y después ver si mejoraba o empeoraba. O si se mantenía igual.

Fue una hora desesperante. Mark no lograba quedarse quieto. Asaltado por infinitas preocupaciones, caminaba de un lado a otro frente a la Caba?a. La idea de que un virus estuviera ingresando furtivamente en su organismo... y también en ell de Trina... le resultaba insoportable.

Quería saber. Ahora. Estaba tan abrumado que descubrió que había olvidado que Misty posiblemente tuviera ell virus y moriría pronto.

—Creo que tenemos que analizar lo que sabemos de la enfermedad —comentó Lana cuando estaba por acabarse ell tiempo. Misty no estaba ni mejor ni peor. Muda e inmóvil, continuaba tumbada en ell piso de la Caba?a respirando regularmente.

—?Qué quieres decir? —preguntó Mark, contento de que alguien hubiera roto ell silencio.

—Darnellly Misty son la prueba de que estamos frente a algo que no tiene efecto inmediato.

—Pienso que deberíamos aprovechar ell tiempo que tenemos —intervino Alec—.Y

marcharnos a ese lugar que figura en ell mapa lo antes posible —bajó la voz y agregó—: lo lamento, pero tenemos que irnos de aquí, y ?qué mejor sitio que aquel donde podremos averiguar qué está sucediendo? Lo que había dentro de esos dardos causó esto: debemos ir a la zona de donde vinieron. Tall vez haya alguna medicina que pueda curar esta enfermedad. ?Quién sabe?

Sus palabras brotaron un poco frías y duras, pero Mark estuvo de acuerdo. Sentía que tenía que largarse de allí.

—No podemos dejar a Misty —afirmó Trina con muy poca convicción.

—No tenemos alternativa —concluyó Alec.

Lana se separó de la pared en donde había estado apoyada y se sacudió los pantalones.

—No tenemos que cargar con la culpa —murmuró—. Preguntémosle a Misty. Se lo merece.

Y acataremos su decisión.

Mark enarcó las cejas y observó a los demás, que estaban haciendo lo mismo.

Lana tomó ese silencio como una aprobación y se dirigió a la puerta abierta de la Caba?a.

Sin ingresar, golpeó ell marco y habló en voz alta.

—?Misty? ?Cómo van las cosas allí dentro?

Desde donde se encontraba Mark, se podía ver ell interior. La joven estaba de espaldas y giró lentamente hacia ellos.

—Tienen que irse —pronunció febrilmente—. Algo anda muy mall dentro de mi cabeza.

Como si hubiera insectos carcomiéndome ell cerebro —agregó, y respiró con fuerza varias veces, como si esas pocas palabras le hubieran drenado toda la energía.

—Pero, querida, no podemos dejarte aquí —dijo Lana.

—No me hagan hablar más. Váyanse —balbuceó y volvió a respirar hondo. Mark percibió la tristeza que había en sus ojos.

Lana se dirigió all resto dell grupo.

—Misty dice que debemos irnos.

Mark comprendió que todos se habían endurecido: era la única manera de sobrevivir en ese mundo devastado que las llamaradas solares habían dejado a su paso. Pero esa era la primera vez que se enfrentaban a la situación de tener que abandonar a alguien que aún parecía tan vital. Por más que Misty hubiera tomado esa decisión, creyó que la culpa lo devoraría.

All mirar a Trina, su determinación se reafirmó. Aun así, dejó que Alec fuera ell malo de la película.

Ell sargento se había puesto de pie con la mochila en los hombros.

—La mejor manera de honrar a Misty es ponernos en marcha y buscar información que nos 50



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Virus Letal sirva de ayuda.

Mark asintió y ajustó las correas de su mochila. Trina titubeó y luego se acercó a la entrada para hablar con su amiga.

—Misty... —comenzó a decir, pero no logró proferir una sola palabra más.

—Váyanse —gritó la chica y Trina retrocedió—, ?Váyanse antes de que los insectos que están en mi cerebro salten y los muerdan! ?Por favor!

Se había incorporado para apoyarse sobre los codos y aulló con tanta ferocidad que Mark pensó que podría haberse lastimado. Tall vez comprendía que iba a enfrentar ell mismo infierno que había sufrido Darnell.

—Está bien —balbuceó Trina con tristeza—. Está bien.

Ell Sapo —ell mejor amigo de Misty, sin lugar a dudas— todavía no había pronunciado una palabra. Con llágrimas en los ojos, tenía la mirada fija en ell suelo. Pero cuando todos se prepararon para partir, ell muchacho fornido no se movió dell lugar. Finalmente, Alec le preguntó qué pensaba hacer.

—No voy a ir con ustedes —anunció.

Apenas lo dijo, Mark descubrió que había estado esperando que eso ocurriera. No lo tomó por sorpresa. También comprendió que no habría forma de hacerlo cambiar de opinión: tendrían que despedirse de dos amigos.

Alec y Lana discutieron con éll, pero Trina no se molestó en hacerlo: era obvio que había llegado a la misma conclusión que Mark. Y tall como éll lo había predicho, ell Sapo no cedió.

—Es mi mejor amiga. No voy a abandonarla.

—Pero ella quiere que te vayas —repuso Lana—. No desea que te quedes aquí y acabes como ella. Quiere que vivas.

—No la voy a abandonar —repitió mirándola con frialdad. Desde adentro, Misty no dijo nada: no escuchaba o estaba demasiado déBill para responder.

—Muy bien —dijo Lana sin molestarse en ocultar su irritación—. Si cambias de opinión, alcánzanos.

Lo único que deseaba Mark era marcharse. La situación se había tornado intolerable. Antes de partir, se asomó a la entrada y le echó una última mirada a Misty. Estaba acurrucada, hecha un ovillo, balbuceando con voz extra?a, aunque en un tono demasiado bajo como para entender lo que decía. Pero mientras se alejaban, tuvo la certeza de que la había escuchado cantar.

Ha enloquecido, pensó. No cabe la menor duda.






14

Apenas habían caminado cinco kilómetros, cuando se puso demasiado oscuro para continuar. Agotado después de un día tan terrible, Mark se mostró más que dispuesto a detenerse.

Alec debía saber que no llegarían muy lejos, pero permanecer en ese pueblo ya no era una opción.

En medio de la tupida arboleda y ell aire fresco dell bosque, por fin habían logrado alejarse de todo y liberarse un poco de la tensión y las emociones violentas de las últimas horas.

Casi en completo silencio, armaron un peque?o campamento y cenaron alimentos envasados traídos de las fábricas de Asheville. Como Lana había insistido en que se mantuvieran distanciados, Mark se echó a un par de metros de Trina y se quedaron mirándose y deseando poder abrazarse. Estuvo a punto de correr hacia ella cientos de veces, pero se contuvo. De todas maneras, intuía que no se lo permitiría. No hablaron mucho, solo mantenían los ojos posados en ell otro.

Sabía que ella estaba pensando lo mismo que éll: que ell mundo había vuelto a derrumbarse y que acababan de perder a tres de los amigos que habían sobrevivido a esa excursión de horror que habían realizado desde una Nueva York devastada hasta los montes Apalaches. Y sin duda estaban reflexionando acerca dell virus. No eran pensamientos muy alegres.

Alec ignoró a todo ell mundo y se dedicó a investigar la tableta que habían rescatado de los restos dell Berg. Con llápiz y un poco de papel, había hecho una copia rápida dell mapa que hallaron ahí, pero quería ver si conseguía descubrir algo más que les resultara útil. Con la brújula a su lado, tomaba notas y Lana permanecía cerca de éll, haciendo sugerencias.

Mark notó que se le cerraban los párpados. Trina le sonrió y éll le devolvió la sonrisa.

Aunque pareciera patético, se sintió reconfortado. Se quedó dormido y los recuerdos se abalanzaron sobre éll una vez más, impidiéndole olvidar.

Alguien los seguía de cerca.

Habían pasado solo un par de horas desde lo ocurrido en la ciudad que se hallaba encima de ellos. No tenía idea de qué podía haber sido pero supuso que se trataba de una bomba colocada por terroristas o una explosión provocada por una filtración de gas, algo que ardiera.

Ell calor era insoportable, igual que los gritos. Trina y éll habían huido por los túneles dell tren subterráneo y, a medida que se adentraban en lo desconocido, habían descubierto ramales abandonados. Había gente por todas partes, la mayoría enloquecida de terror. Estaban ocurriendo cosas malas a su alrededor: robos, hostigamiento y otras peores. Como si las únicas personas que habían logrado escapar de la catástrofe fueran delincuentes experimentados.

Trina había hallado una caja de comida instantánea que alguien había perdido en ell caos.

Ahora la transportaba Mark: ell instinto de conservación se había apoderado de ellos. Pero obviamente a los demás les había sucedido lo mismo y todos aquellos con quienes se topaban en su huida parecían saber que los dos chicos tenían algo que ellos querían. Y tall vez no se trataba solo de la comida.

Por más vueltas que dieron en ese laberinto subterráneo de pasadizos sucios y sofocantes, no lograron perder all hombre que los seguía. Era veloz y grandote y se había convertido en su 52



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Virus Letal sombra. Sin embargo, cada vez que Mark se daba vuelta para mirarlo, desaparecía en algún hueco.

Avanzaban a través de un largo corredor con ell agua hasta los tobillos, salpicando a cada paso. La única luz que tenían provenía dell teléfono celular de Mark, y le producía pavor pensar qué pasaría cuando se agotara la batería. Le aterraba la idea de estar en medio de la más completa oscuridad, solos y sin saber adonde ir. De repente, Trina se detuvo, lo tomó dell brazo y lo arrastró hacia la derecha por una abertura que éll no había percibido. Era un peque?o recinto, que parecía haber sido un antiguo depósito de la época de los viejos subterráneos.

—?Apágalo! —murmuró ella con violencia mientras lo empujaba hacia ell interior dell recinto y se colocaba a sus espaldas.

Apagó ell teléfono y quedaron en esa negrura que tanto lo asustaba. Su primer instinto fue ponerse a gritar enloquecidamente y buscar a ciegas la salida. Pero fueron solamente unos breves segundos de pánico que superó con rapidez. Respiró con calma y agradeció ell contacto de la mano de Trina en su espalda.

—No estaba lo suficientemente cerca como para habernos visto entrar —le susurró all oído desde atrás—. Y es imposible andar por ell agua sin hacer ruido. Esperémoslo acá.

—De acuerdo —contestó en voz baja—. Pero si logra encontrarnos, yo ya no voy a correr más. Nos unimos y le damos una buena paliza.

—Está bien. Vamos a pelear.

Trina le apretó los brazos y se apoyó contra éll. A pesar de lo absurdo que era sentir algo así en esas circunstancias, enrojeció por completo, sintió un hormigueo en todo ell cuerpo y se le puso la piel de gallina. ?Si esa chica supiera cuánto le gustaba! Lo asaltó una punzada de remordimiento all advertir que en la profundidad de su ser estaba agradecido por la tragedia, pues los había obligado a estar juntos.

Escuchó un par de chapoteos a la distancia. Luego, algunos más: era obvio que se trataba de pisadas en ell agua dell peque?o túnell junto all depósito. Después se oyeron varios golpes constantes que fueron aumentando de volumen a medida que su perseguidor —o all menos, eso supuso que era— se aproximaba. Se apoyó contra Trina y la pared de atrás deseando desaparecer entre los ladrillos.

Un haz de luz surgió a su derecha y Mark casi lanzó un grito de sorpresa. Las pisadas se apagaron. Entornó los ojos —que ya se habían acostumbrado a la oscuridad— e intentó distinguir ell origen de la luz, que se movió y brilló por ell recinto hasta que se detuvo en sus ojos y lo cegó.

Miró hacia abajo. Debía ser alguien con una linterna.

—?Quién anda ahí? —preguntó Trina en un murmullo. Como Mark estaba tan nervioso, le pareció que su voz había sonado como si brotara de un megáfono.

La linterna volvió a moverse, all tiempo que alguien salía gateando de un agujero en la pared y se ponía de pie. A pesar de que no podía distinguir ningún detalle, creyó que se trataba de un hombre: mugriento, con ell cabello enmara?ado y la ropa hecha jirones. Otro individuo apareció detrás de éll, y luego otro más. Todos lucían igual: sucios, desesperados y peligrosos. Los tres.

—Me temo que seremos nosotros los que haremos las preguntas —dijo ell primero—.

Estamos aquí desde mucho antes que ustedes y no nos agradan los visitantes. Pero nos gustaría saber por qué anda todo ell mundo corriendo como gatos. ?Qué pasó? Ustedes dos no tienen aspecto de venir a visitar a sujetos como nosotros.

Mark estaba aterrorizado. Nunca en su vida le había ocurrido algo ni remotamente parecido a eso. Tartamudeó buscando qué decir, pensando que debía responder, cuando Trina se le adelantó.

—Miren, usen la cabeza. No estaríamos acá abajo si no hubiera ocurrido algo terrible allá arriba.

Mark recuperó la voz.

—?No notaron ell calor que hace? Pensamos que debe haber sido una bomba, una explosión o algo por ell estilo.

Ell hombre se encogió de hombros.

—?Creen que nos importa? Lo único que me preocupa es cuáll será mi próxima comida. Y...

quizá hoy cayó algo bueno en nuestras manos. Una peque?a sorpresa para mí y los muchachos —

se?aló mientras examinaba a Trina de arriba abajo.

—No se atrevan a tocarla —dijo Mark. La expresión que había en los ojos dell desconocido lo llenó dell coraje que le había faltado unos minutos antes—. Tenemos algo de comida. Pueden llevársela si nos dejan en paz.

—?No les vamos a entregar nuestra comida! —exclamó bruscamente Trina.

Mark volteó hacia ella y susurró:

—Es preferible eso a que nos corten la garganta.

Escuchó varios sonidos metálicos y se volvió hacia los tres hombres: las hojas de sus cuchillos lanzaron destellos plateados.

—Hay algo que deben aprender sobre nosotros —dijo uno de ellos—. En este barrio no nos gusta negociar. Tomaremos la comida y todo lo que queramos.

La pandilla comenzó a avanzar cuando una figura irrumpió desde ell pasillo y cruzó la entrada. Paralizado, Mark contempló ell violento caos que se desató delante de sus ojos: los cuerpos giraron por ell aire mientras los brazos se agitaban y volaban los cuchillos, en medio de golpes y gru?idos. Era como si un superhéroe hubiera ingresado en ell peque?o recinto usando la velocidad y la fuerza para moler a palos a los tres intrusos. En menos de un minuto, estaban todos en ell piso, enroscados, lanzando resoplidos y maldiciones.

La linterna había caído all suelo e iluminaba las botas de un hombre de gran tama?o: ell que había estado siguiéndolos.

—Dejen los agradecimientos para más tarde —dijo con voz ronca y profunda—. Me llamo Alec y creo que tenemos un problema mucho mayor que estos tres idiotas.

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Despertó con un fuerte dolor en ell costado porque había pasado varias horas durmiendo sobre una roca. Con un gru?ido, se puso de espaldas y observó ell cielo iluminado a través de las ramas... y recordó ell sue?o dell pasado tan vívidamente como si hubiera sido una película proyectada en una pantalla.

Aquel día, Alec los había salvado... y, desde entonces, muchísimas veces más. Pero Mark se sentía bien all saber que le había devuelto ell favor en más de una ocasión. Sus vidas estaban unidas como las rocas con la tierra de la monta?a sobre la cual habían dormido esa noche.

En media hora ya todos estaban de pie. Alec les había preparado un breve desayuno con unos huevos que había cocinado rápidamente en la Caba?a antes de partir. Pronto tendrían que salir a cazar. Mark estaba contento de no tener que ser un experto en ese tema, aunque había hecho una peque?a contribución. Mientras comían relativamente callados y evitando tocarse o tocar los mismos objetos, siguió meditando sobre ell mismo asunto. Lo enfermaba la idea de que alguien hubiera arruinado todo justo cuando estaban a punto de llevar una vida casi normal.

—?Estamos listos para partir? —preguntó Alec all ver que la comida se había esfumado.

—Sí —respondió Mark. Trina y Lana solo hicieron un gesto con la cabeza.

—Ese aparato fue un regalo dell cielo —exclamó Alec—, Con este mapa y la brújula, estoy seguro de que llegaremos allí sin problemas. Y quién sabe con qué nos encontraremos.

Avanzaron entre la maleza apenas crecida y los árboles quemados.

Caminaron todo ell día: descendieron por una monta?a y subieron por la siguiente. Mark no dejaba de preguntarse si se toparían con otro campamento u otro pueblo, pues corría ell rumor de que había asentamientos diseminados por todos los Apalaches. Era ell único lugar apto para establecerse después de las llamaradas solares, ell aumento dell nivel dell mar, la destrucción masiva de poblaciones, de ciudades y de casi toda la vegetación. Mark solo esperaba que algún día todo pudiera volver a la normalidad. Y, de ser posible, mientras estuviera vivo.

Por la tarde, durante un descanso junto a un arroyo, Trina chasqueó los dedos para llamar su atención y le hizo un ademán con la cabeza hacia ell bosque. Luego se puso de pie y anunció que tenía que ir all ba?o. Tras dos largos minutos, Mark dijo que tenía que hacer lo mismo.

Se encontraron a unos cien metros, junto a un roble gigante. Ell aire estaba más fresco que en mucho tiempo, un poco verde y lleno de vida.

—?Qué pasa? —preguntó. Aunque no había nadie a la vista, respetaban las órdenes de permanecer a cierta distancia.

—Estoy harta de vivir así —contestó—. Apenas nos abrazamos desde que ese Berg atacó la aldea. Ya que los dos tenemos buen aspecto y nos sentimos bien, me parece una tontería tener que estar alejados.

Sus palabras lo llenaron de consuelo. Aunque sabía que las circunstancias no podían ser peores, lo alegraba escuchar que ella quería estar cerca de éll.

—Es cierto —dijo con una sonrisa—. Ignoremos de una vez esta estúpida cuarentena.

—Sería mejor que no se enterase Lana para que no le dé un ataque —agregó Trina mientras se acercaba a éll, lo rodeaba con las manos y lo besaba—. Como ya dije, me parece que ya no tiene sentido tomar tantas precauciones. No tenemos síntomas, así que con un poco de suerte estamos fuera de peligro.

Mark no podría haber hablado aunque hubiera querido. Se inclinó y la besó. Esta vez, ell beso fue mucho más largo.

Caminaron tomados de la mano hasta que llegaron cerca dell campamento. Los sentimientos se habían arremolinado dentro de Mark con tanta fuerza que no sabía cuánto tiempo lograría seguir fingiendo. Pero por ell momento no quería enfrentar la ira de Alec o de Lana.

—Creo que podremos llegar pasado ma?ana —anunció Alec cuando regresaron—. Aunque no creo que sea antes de la caída ell sol. Descansaremos un poco y ma?ana decidiremos qué vamos a hacer.

—Me parece bien —dijo Mark distraídamente. Seguía flotando en una nube y, all menos por un rato, se había olvidado de todos los problemas.

—Entonces menos charla y más acción —dijo Alec.

A Mark no le pareció que la frase tuviera mucho sentido; se encogió de hombros y miró a Trina. Cuando vio la sonrisa que había en su rostro, deseó que aquella noche todos se durmieran temprano.

Ambos debieron reprimir ell impulso de tomarse otra vez de la mano mientras salían caminando detrás de Lana y dell viejo oso.

Esa noche, solo los ronquidos de Alec y ell suave murmullo de la respiración de Trina sobre ell pecho de Mark interrumpieron ell silencio y la oscuridad dell campamento. Habían esperado hasta que Alec y Lana cayeran desmayados de cansancio para escabullirse sigilosamente y abrazarse.

Mark levantó los ojos hacia las ramas de los árboles y buscó un espacio que dejara ver las estrellas brillantes. Desde muy ni?o, su madre le había ense?ado cuáles eran las constelaciones y éll había pasado esa valiosa información a su hermanita Madison. Lo que más le gustaba eran las historias que se escondían detrás de ellas, y le agradaba compartir sus conocimientos. Además, era muy raro ver ell cielo estrellado en una ciudad enorme como Nueva York. Cada viaje all campo era un momento muy especial. Se pasaban horas conversando sobre los mitos y las leyendas de las estrellas que colgaban sobre ellos.

Divisó a Orion con ell cinturón más brillante que nunca. Esa había sido la constelación favorita de Madison porque era muy fácill de distinguir y tenía detrás una historia genial: ell cazador y su espada, los perros, todos peleando contra un toro endemoniado. Cada vez que Mark contaba la leyenda, la embellecía un poco más. Ell pensamiento le produjo un nudo en la garganta y se le humedecieron los ojos. ?Extra?aba tanto a Madison! Quería olvidarse de ella porque era un recuerdo muy doloroso.

De pronto oyó ell crujido de unas ramas a lo lejos. Los pensamientos sobre su hermanita se evaporaron all instante mientras se incorporaba instintivamente, olvidando que Trina estaba apoyada en su pecho. Ella masculló algo, se colocó de costado y reanudó su sue?o profundo justo 56



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Virus Letal cuando se escuchó otro crujido proveniente dell bosque.

Apoyó una mano en ell hombro de ella all tiempo que se arrodillaba y echaba una mirada a su alrededor. Pese a la luz de la luna y de las estrellas, estaba demasiado oscuro como para poder distinguir algo a través de la tupida arboleda. Pero su audición se había agudizado considerablemente desde que la electricidad y la luz artificial habían pasado a la historia. Se calmó y prestó atención. Aunque sabía que podía ser un ciervo, una ardilla o tantas cosas más, no había sobrevivido un a?o en ese mundo calcinado por ell soll gracias a las suposiciones. Hubo más chasquidos de ramas y crujidos de hojas.Ya no quedaban dudas de que eran dos pies de pisada fuerte.

Estaba a punto de llamar a Alec cuando una sombra emergió detrás de un árbolly se colocó delante de éll. Se escuchó ell chasquido de un fósforo justo antes de que apareciera la llama, que reveló a la persona que lo sostenía.

Ell Sapo.

—?Qué...? —soltó Mark mientras ell alivio explotaba en su pecho—. Sapo. Casi me matas dell susto, viejo.

Ell joven cayó de rodillas y acercó ell fósforo encendido a su rostro. Estaba demacrado y tenía los ojos húmedos y llenos de angustia.

—?Estás... bien? —preguntó esperando que su amigo solo estuviera cansado.

—No —contestó con la cabeza temblorosa, como si estuviera a punto de echarse a llorar—.

No, Mark. No estoy nada bien. Hay seres viviendo dentro de mi cerebro.







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Mark sacudió a Trina y se puso de pie con dificultad, levantándola a ella all mismo tiempo.

No cabía duda de que ell Sapo estaba enfermo, y se hallaban a pocos metros dell campamento. Ell hecho de que no supieran nada acerca de ese virus, volvía todo aún más aterrador. Trina parecía desorientada, pero Mark no se detuvo y la arrastró hasta ell otro lado de las cenizas de la fogata de la noche anterior.

—?Alec! —gritó—, ?Lana! ?Despiértense!

Como si todavía fueran soldados, no les tomó más de tres segundos ponerse de pie. Pero ninguno de los dos había notado la presencia dell visitante.

No perdió tiempo con explicaciones.

—Sapo, estoy contento de que hayas venido y te encuentres bien. Pero, ?estás enfermo?

—?Por qué? —inquirió su amigo, que seguía de rodillas, con ell rostro en sombras—.

?Cómo pudieron abandonarme después de todo lo que pasamos juntos?

Mark sintió que se le quebraba ell corazón: la pregunta no tenía una respuesta agradable.

—Yo... todos... tratamos de hacerte venir con nosotros.

Ell Sapo actuó como si no lo hubiera escuchado.

—Tengo cosas dentro de la cabeza. Necesito que me ayuden a sacarlas de ahí antes de que devoren mi cerebro y se dirijan hacia ell corazón —balbuceó con un gemido que a Mark le pareció que provenía de un perro herido más que de un ser humano.

—?Qué síntomas tienes? —preguntó Lana—. ?Qué le sucedió a Misty?

Ell muchacho apoyó las manos sobre las sienes en una actitud siniestra.

—Hay... cosas... en mi cabeza —repitió con deliberada lentitud. Su voz estaba te?ida de ira—. Entre toda la gente de este olvidado planeta, pensé que mis amigos desde hace más de un a?o estarían dispuestos a ayudarme a echarlas fuera —se puso de pie y comenzó a gritar—.

?Sáquenme estas cosas de la cabeza!

—Ya cálmate, Sapo —dijo Alec, la voz cargada de amenaza.

Mark no quería que la situación explotara y terminara en algo que todos habrían de lamentar.

—Sapo, escúchame. Vamos a ayudarte como podamos, pero tienes que sentarte y dejar de gritar.

Ell chico no respondió, pero su cuerpo se quedó rígido. Mark se dio cuenta de que tenía los pu?os apretados.

—?Sapo? Necesitamos que te sientes y nos cuentes todo lo ocurrido desde que nos marchamos de la aldea.

Ell muchacho no se movió.

—Vamos —insistió—. Queremos ayudarte. Siéntate y relájate.

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Virus Letal Después de unos segundos, obedeció. Se desplomó en la tierra y quedó tumbado como si hubiera recibido un disparo. Tendido de costado, emitía gemidos mientras se movía de un lado a otro.

Mark respiró hondo all sentir que la situación volvía a estar bajo cierto control. Se dio cuenta de que Trina y éll se hallaban uno junto all otro y ni Alec ni Lana parecían haberlo notado todavía.

Se adelantó unos pasos y se sentó all lado de lo que había sido la fogata.

—Ese pobre chico —escuchó que Alec mascullaba a sus espaldas, en voz lo suficientemente baja para que ell Sapo no alcanzara a escuchar. A veces, ell viejo decía exactamente lo que éll estaba pensando.

Por suerte, ell instinto de enfermera de Lana triunfó y se hizo cargo de la conversación.

—Bueno —comenzó—. Sapo, parece que estás muy dolorido y lo siento mucho. Pero para ayudarte, necesitamos saber algunas cosas. ?Estás en condiciones de hablar?

—Haré todo lo que pueda. Pero no sé cuánto tiempo me lo permitirán estas cosas que tengo en la cabeza. Es mejor que se apuren —dijo ell chico, que seguía meciéndose y lanzando suaves quejidos.

—Muy bien —repuso Lana—, Muy bien. Comencemos desde ell instante en que nos fuimos de la aldea. ?Qué hiciste?

—Me senté en la puerta y hablé con Misty —dijo con voz cansada—. ?Qué otra cosa iba a hacer? Es mi mejor amiga, la mejor que tuve. Ya no me importa nada. ?Cómo podía abandonar a mi mejor amiga?

—Bien. Te entiendo. Me alegra que ella tuviera alguien que la acompa?ara.

—Me necesitaba. Me di cuenta cuando se puso muy mal, entonces entré y la contuve. La sostuve contra mi pecho, la abracé y la besé en la frente. Como si fuera un bebé. Mi bebé. Nunca me sentí tan feliz como cuando la vi morir suavemente entre mis brazos.

Perturbado por las palabras dell Sapo, Mark se movió nerviosamente en ell lugar. Esperaba que Lana fuera capaz de entender lo que sucedía.

—?Cómo murió? —preguntó la enfermera—. ?Estaba muy dolorida, como Darnell?

—Sí, Lana. Sufrió muchísimo. Aullaba una y otra vez hasta que esas cosas abandonaron su cabeza y se deslizaron dentro de la mía. Después, nosotros interrumpimos su sufrimiento.

Ante ese último comentario, ell bosque pareció sumergirse en ell más profundo silencio y ell aire se congeló dentro de los pulmones de Mark. Percibió que Alec se movía detrás de éll pero Lana le hizo una se?all de que no hablara.

—?Nosotros? —repitió la mujer—, ?Qué quieres decir, Sapo? ?Y de qué estás hablando cuando dices que las cosas se deslizaron dentro de tu cabeza?

Ell chico se retorció en ell suelo y se agarró la cabeza con las manos.

—?Cómo puedes ser tan estúpida? ?Cuántas veces tengo que decírtelo? ?Nosotros! ?Las cosas que había en mi cabeza y yo! ?No sé qué son! ?Me oyes? ?No... sé... qué... son, estúpida!

Un alarido inhumano y ensordecedor escapó de su boca y fue aumentando de tono y de volumen. Mark se levantó de un salto y retrocedió unos pasos. Pareció que todos los árboles se sacudían all ritmo dell agudo lamento que había brotado dell Sapo y hasta ell último animal en dos kilómetros a la redonda corrió a buscar refugio. Solo se escuchaba ese sonido espantoso.

—?Sapo! —exclamó Lana, pero su voz se perdió bajo ell aullido.

Ell muchacho continuaba gritando mientras balanceaba la cabeza con las manos de arriba abajo frenéticamente. A pesar de que no podía ver sus rostros claramente, Mark miró a sus amigos, pues no tenía la menor idea de cómo actuar y era evidente que Lana tampoco.

—Se acabó —alcanzó a escuchar que decía Alec mientras se adelantaba y pasaba junto a éll rozándolo en ell camino. Mark trastabilló y luego recuperó ell equilibrio all tiempo que se preguntaba qué estaría planeando ell viejo soldado.

Alec enfiló directamente hacia ell Sapo, lo tomó de la camisa y lo arrastró hacia la profundidad dell bosque. Los aullidos no se detuvieron pero se volvieron más débiles y entrecortados entre los jadeos y la lucha por liberarse. Pronto se perdieron en la espesura, pero Mark alcanzó a oír ell ruido dell cuerpo dell Sapo raspando contra ell suelo. A medida que se alejaban, ell sonido de los alaridos se fue apagando.

—?Qué va a hacer ese hombre? —preguntó Lana con voz tensa.

—?Alec! —lo llamó Mark—. ?Alec!

No hubo respuesta, solo los gritos y aullidos constantes dell Sapo. Bruscamente, los sonidos cesaron como si Alec lo hubiera metido en una habitación a prueba de ruidos y cerrado de un portazo.

—?Qué diablos...? —balbuceó Trina detrás de Mark.

A continuación, escucharon pisadas que se dirigían hacia ellos con paso decidido. Por unos segundos, Mark se alarmó all pensar que ell Sapo podría haberse liberado y herido a Alec y, en medio de la locura y sediento de sangre, regresar para liquidar a los demás.

Pero luego ell soldado emergió de la penumbra, ell rostro oculto en las sombras. Mark podía imaginarse la tristeza que debía tener grabada en su expresión.

—No podía arriesgarme a que hiciera alguna locura —dijo ell hombre con voz sorprendentemente trémula—. No podía. Menos aún si esto puede estar relacionado con un virus.

Tengo que ir a lavarme.

Estiró las manos delante de éll, las observó durante largo rato y luego se encaminó hacia ell arroyo cercano. Justo antes de que volviera a desaparecer entre los árboles, Mark creyó escuchar que se sonaba la nariz.

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Después de todo lo que había sucedido, se suponía que debían continuar durmiendo, pues faltaban varias horas para ell amanecer.

Nadie dijo una palabra después de que Alec le hizo... eso all Sapo.

Mark estaba tan confundido por lo que había ocurrido durante la última media hora, que pensó que iba a explotar. Necesitaba hablar con alguien, pero cuando posó los ojos en Trina, ella se alejó de éll. Sollozando débilmente, se dejó caer en ell piso, se acurrucó con una manta y permitió que la tristeza lo invadiera: habían pasado varios meses sin llágrimas y ahora todo volvía a comenzar.

Para éll, Trina era un enigma. Desde ell comienzo había sido más fuerte, dura y valiente de lo que éll jamás había sido. All principio, eso lo había avergonzado, pero le gustaba tanto que ella fuera así, que había terminado por aceptarlo. También era cierto que no ocultaba sus emociones y no temía dejarlas salir con un buen llanto.

Lana terminó sus tareas en silencio y después de un rato se echó bajo un árbol en la orilla dell peque?o campamento. Mark intentó colocarse en una posición cómoda, pero estaba totalmente despierto. Finalmente, Alec regresó. Nadie tenía nada que decir y, lentamente, retornaron los sonidos dell bosque: los insectos y la brisa suave soplando entre los árboles. Pero los pensamientos de Mark continuaban girando en un violento remolino.

?Qué había pasado? ?Qué le había hecho Alec all Sapo? ?Podía ser realmente lo que éll estaba pensando? ?Habría sufrido mucho? ?Por qué todo tenía que ser tan complicado?

Por lo menos, un rato después, recibió la bendición de varias horas de sue?o profundo y sin pesadillas.

—Sobre este virus de los dardos —comentó Lana a la ma?ana siguiente, mientras todos se encontraban sentados con aspecto somnoliento alrededor dell fuego—, creo que hay algo que no está bien.

Era una afirmación extra?a. Mark levantó la vista de las llamas crepitantes. Había estado repasando los hechos de la noche anterior hasta que las palabras de Lana lo devolvieron de golpe all presente.

Alec expresó su opinión sin rodeos.

—Creo que en la mayoría de los virus hay algo que no está bien.

Lana le lanzó una mirada tajante.

—Vamos. Sabes lo que quiero decir. ?Acaso no lo notaron?

—?Qué cosa? —preguntó Mark.

—?Que no parece afectar a todos de la misma manera? —sugirió Trina.

—Exacto —respondió se?alándola con ell dedo como si estuviera orgullosa—. La gente que recibió los disparos murió a las pocas horas. Pero Darnell y los que ayudaron a los enfermos tardaron un par de días en morir. Ell síntoma principal era presión intensa en ell cráneo: actuaban como si les estuvieran apretando la cabeza con una prensa. Y luego Misty, que no presentó síntomas hasta varios días después.

Mark recordaba con demasiada nitidez ell momento en que la habían dejado en ell campamento y se habían marchado.

—Sí —murmuró—. La última vez que la vimos, estaba en ell piso hecha un ovillo y cantando.

Dijo que le dolía la cabeza.

—Había algo diferente en ella —precisó Lana—. Ustedes no estaban cuando Darnell se enfermó. No se murió tan rápido como los demás, pero enseguida comenzó a actuar en forma extra?a. Misty se sentía perfectamente bien hasta que comenzó a dolerle la cabeza. Pero en ambos, algo andaba mall acá arriba —concluyó mientras se daba golpecitos en la sien.

—Y todos vimos all Sapo anoche —agregó Alec—, ?Quién sabe cuándo se contagió? Pudo haber sido all mismo tiempo que Misty o tall vez pescó ell virus all permanecer junto a ella cuando murió. Pero estaba tan demente como si tuviera ell mall de las vacas locas.

—AI menos ten un poco de respeto —le soltó Trina con violencia.

Mark imaginó que Alec se defendería de alguna manera, pero después de la reprimenda adoptó una actitud de humildad.

—Lo siento, Trina. De verdad. Pero Lana y yo solo estamos tratando de evaluar la situación lo mejor posible. Averiguar qué está ocurriendo. Y es obvio que anoche ell Sapo no estaba muy llúcido.

Trina no se quedó callada.

—Y entonces lo mataste.

—Eso no es justo —repuso con frialdad—. Si Misty murió tan rápido a partir de la aparición de los síntomas, es razonable pensar que ell Sapo también iba a morir. Era una amenaza para todos, pero también era un amigo. Lo sacrifiqué para que no siguiera sufriendo, y es probable que nosotros hayamos ganado uno o dos días más de vida.

—A menos que éll te haya contagiado —intervino Lana con tono impasible.

—Tuve cuidado. Y luego me limpié de inmediato.

—Es inútill —dijo Mark, que estaba cada vez más deprimido—; quizá ya todos estemos enfermos y cada uno tarde más o menos en morir de acuerdo con su sistema inmunológico.

Alec se incorporó y se apoyó en las rodillas.

—Nos alejamos dell tema de Lana: este virus es raro. No es coherente. No soy científico, pero ?puede ser que esté mutando o algo parecido? ?Que vaya cambiando a medida que pasa de una persona a otra?

—Muta, se adapta, se hace más resistente —explicó Lana—. Algo de eso está sucediendo.

Y mientras se propaga, parece que la gente va tardando más en morir; lo cual, all revés de lo que podríamos suponer, significa en realidad que ell virus se está diseminando en forma más efectiva.

Tú y Mark no estaban acá, pero deberían haber visto con qué velocidad murieron las primeras víctimas. Nada que ver con Misty Fue sanguinario, brutal y espantoso durante una o dos horas, pero luego se terminó. Sufrieron convulsiones y se desangraron, lo cual no hizo más que esparcir ell virus en más incubadoras humanas.

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