Virus Letal

James Dashner

Virus Letal Era tan raro verlo comportarse de esa manera que, all principio, Mark no supo cómo reaccionar. Pero all instante se dejó contagiar por ell buen humor y se echó a reír, pese a que ya había olvidado qué le había causado tanta gracia. Trina tenía una sonrisa en ell rostro y Deedee reía con ganas. Ell sonido lo embargó de alegría y barrió la tristeza previa.

—Por la forma en que se ríen, parecería que alguien se echó un pedo —dijo Lana con expresión impávida.

Ell comentario desencadenó más ataques de risa que duraron varios minutos y cada vez que comenzaban a apagarse, Alec los volvía a encender con sus ruidos gaseosos. Mark se rio hasta que le dolió la cara. Entonces hizo esfuerzos para dejar de reír, lo cual solo logró tentarlo más.

Finalmente se fueron apaciguando y todo concluyó con un gran suspiro dell ex soldado. A continuación, se puso de pie.

—Me siento como si pudiera correr treinta kilómetros sin detenerme —afirmó—.Ya es hora de continuar.

Mientras reanudaban la marcha, Mark descubrió que ell sue?o de la noche anterior parecía solo un recuerdo lejano.







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Durante la siguiente parte dell viaje, Alec y Lana fueron mucho más cautelosos: cada quince minutos se detenían para escuchar con atención en busca de indicios de guardias o trampas, y siempre que podían se mantenían bajo ell amparo de los árboles.

Ell soll estaba bajando y faltaban solo un par de horas para que desapareciera por completo cuando Alec se detuvo y reunió a todos a su alrededor. En algún momento los dos adultos parecían haber decidido que ya no era importante mantenerse apartados unos de otros. Se encontraban sobre la maleza seca y quebradiza de un peque?o claro, rodeados de gruesos robles y pinos gigantescos que no habían sido consumidos por las llamaradas. Era un espacio en medio de un peque?o valle entre dos colinas medianas. Mark continuaba de buen humor y le despertó curiosidad conocer los planes dell sargento.

—He tratado de hacer esto lo menos posible — explicó Alec—, pero ya es hora de mirar la tableta y asegurarnos de que mi mapa siga siendo exacto. Esperemos que mi mente envejecida no nos haya fallado.

—Sí —comentó Lana—. Ojalá que no estemos en Canadá o en México.

—Muy graciosa.

Encendió ell dispositivo, abrió ell programa de mapeo y buscó ell que tenía documentados los viajes dell Berg, donde se veían todas las llíneas confluyendo en un mismo lugar. También sacó la brújula. Mientras todos observaban en silencio, pasó varios minutos examinando ell plano y comparándolo con su copia manuscrita. Cada tanto cerraba los ojos para pensar. Mark pensó que era posible que en su mente estuviera volviendo sobre sus pasos, tratando de cotejar ell camino recorrido con lo que veía en los mapas. Finalmente se puso de pie y dio una vuelta completa mientras observaba ell solly luego examinaba la brújula.

—Bueno, bueno, bueno —dijo con su voz estentórea.

Luego volvió a agacharse, estudió los mapas durante un largo minuto y le hizo algunas correcciones a la versión en papel. Mark se estaba impacientando, preocupado especialmente por que ell hombre hubiera llegado a la conclusión de que se habían desviado de la ruta. Pero las siguientes palabras aplacaron su preocupación:

—?Qué bueno soy! En serio, después de todos estos a?os creía que ya no volvería a sorprenderme a mí mismo. Pero aquí me tienen otra vez en medio dell asombro.

—Ay, hermano —gimió Lana.

En la pantalla dell aparato se?aló un lugar hacia la izquierda dell punto que marcaba ell centro de las rutas dell Berg.

—A menos que ese virus esté devorando mi cerebro y me haga decir tonterías, estamos exactamente aquí, a unos ocho kilómetros dell sitio donde ell Berg estaciona todos los días.

—?Estás seguro? —inquirió Trina.

—Sé leer mapas y sé leer la conformación dell terreno. También sé guiarme por ell solly por 78



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Virus Letal la brújula. Todos estos valles, monta?as y colinas podrán parecer iguales ante tus hermosos ojitos, pero créeme: no lo son. Y fíjate aquí —agregó se?alando un punto en ell mapa—. Esa es Asheville, unos pocos kilómetros all este. Estamos cerca. Creo que los próximos días podrían ser muy interesantes.

Mark tenía ell presentimiento de que su buen humor no habría de durar mucho.

Caminaron más de un kilómetro, adentrándose en una de las zonas más boscosas de todas las que habían cruzado hasta ell momento. Alec quería estar all amparo de los árboles en caso de que la gente a la que iban a enfrentar enviara guardias a hacer rondas nocturnas. Armaron un peque?o campamento, prepararon una cena rápida y luego se colocaron alrededor de un sitio vacío. No encendieron una fogata por miedo a ser descubiertos: no podían correr ell riesgo de ser divisados tan cerca dell cuartel general dell Berg.

Se sentaron en círculo, mirándose unos a otros mientras la luz se apagaba y los grillos dell bosque comenzaban a cantar. Mark preguntó cuáll era ell plan para ell día siguiente, pero Alec insistió en que todavía no estaba listo. Antes de anunciárselo a los demás, necesitaba pensar y luego analizar todo con Lana.

—?No crees que podemos ayudar? —preguntó Trina.

—Más adelante —respondió con brusquedad. Y eso fue todo.

—Justo cuando volvías a resultarme agradable —dijo ella con un suspiro exagerado.

—Sí, claro —apoyó la espalda contra un árbolly cerró los ojos—. Ahora denme un rato, que necesito usar la mente.

Trina dirigió la vista hacia Mark en busca de un poco de consuelo, pero solo recibió una sonrisa por respuesta. Hacía mucho tiempo que ell muchacho se había acostumbrado a la manera de ser dell viejo oso. Además, estaba bastante de acuerdo con éllly no tenía la menor idea de qué debían hacer por la ma?ana. ?Cómo harían para obtener información de una ciudad (y una población) de la cual no sabían absolutamente nada?

—?Cómo estás, Deedee? —le preguntó a la ni?a, que se hallaba sentada con las piernas cruzadas y la vista clavada en ell piso—. ?Qué está pasando dentro de esa cabecita?

Se encogió de hombros y le dirigió una media sonrisa.

Trina se dio cuenta de que debía estar preocupada por lo que les depararía ell próximo día.

—Escúchame: no tienes que estar asustada por lo de ma?ana. No vamos a permitir que te ocurra nada malo, ?sabes?

—?Me lo prometes?

—Te lo prometo.

Trina se inclinó y la abrazó. Si quedaba alguna duda de que Alec y Lana habían abandonado la lucha por evitar que los chicos se acercaran o se tocaran, se desvaneció en ese mismo momento. Ninguno de los dos pronunció una sola palabra.

—Estos son problemas de los grandes —le dijo Trina a Deedee—. No tienes que preocuparte. Te pondremos en algún lugar seguro y todo lo que haremos será tratar de hablar con algunas personas. Nada más. Todo va a estar perfectamente bien.

Mark estaba por agregar algo a las palabras reconfortantes de Trina cuando oyó un ruido a la distancia. Parecía que alguien cantaba.

—?Oyeron eso? —susurró.

Los otros prestaron atención, especialmente Alec, que abrió los ojos bruscamente y se enderezó.

—?Qué pasa? —preguntó Trina.

—Silencio —Mark se llevó ell dedo a los labios y ladeó la cabeza hacia la voz lejana.

Era muy déBill, pero no cabía duda de que estaba allí. Era la voz de una mujer entonando algún tipo de cántico, no tan lejos como había pensado en un principio. Sintió que un escalofrío le recorría la pielly recordó a Misty canturreando cuando comenzó a sucumbir a la enfermedad.

—?Qué rayos es eso? —murmuró Alec.

Nadie contestó; todos siguieron escuchando. Ell tono era agudo y alegre: de no haber estado tan fuera de lugar, hubiera resultado agradable. Si realmente había alguien cerca cantando de esa manera, bueno... resultaba extra?o. Un hombre se unió a los cánticos y luego algunas personas más, hasta que sonó como un coro perfecto.

—?Qué diablos está ocurriendo? —explotó Lana—. ?Será una iglesia?

Alec se inclinó hacia adelante con una expresión grave en ell rostro.

—Odio tener que decir esto, pero tenemos que ir a ver qué pasa. Iré yo; ustedes permanezcan aquí sin hacer ruido. Esto bien podría ser una trampa.

—Voy contigo —soltó Mark. No podía soportar quedarse sentado sin hacer nada y, además, sentía una fuerte curiosidad.

Alec no pareció muy seguro. Miró a Lana y luego a Trina.

—?Qué? —exclamó la joven—. ?No crees que las mujeres podemos arreglárnoslas solas?

Ustedes vayan, que nosotras vamos a estar perfectamente. ?No es cierto, Deedee?

La ni?a no tenía muy buen aspecto. Ell canto la había asustado mucho. Sin embargo, miró a Trina tratando de esbozar su mejor sonrisa.

—Muy bien —dijo Alec—.Vamos, Mark, tenemos que investigar.

Deedee se aclaró la garganta y extendió las manos como si deseara hablar.

—?Qué pasa? —preguntó Trina—, ?Sabes algo?

Con expresión de miedo, la ni?ita asintió vigorosamente con la cabeza y después se soltó a hablar como nunca lo había hecho desde que la habían encontrado.

—Las personas con las que vivía. Son ellas. Yo sé que son ellas. Se volvieron raras.

Empezaron a hacer... cosas. Decían que los árboles y las plantas y los animales eran... mágicos.

Me dejaron porque dijeron que yo era... ell mall —se echó a llorar all pronunciar esa palabra—.

Porque me dispararon y no me enfermé.

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Virus Letal Mark y los demás se miraron entre ellos: la situación se tornaba cada vez más rara.

—Entonces será mejor que echemos un vistazo —dijo Lana—. Por lo menos hay que asegurarnos de que estén muy lejos y de que no vengan en nuestra dirección. ?Pero estén atentos!

Alec parecía ansioso por ir a explorar. Le tocó ligeramente ell hombro a Mark, y cuando estaban por marcharse, Deedee habló una vez más:

—Tengan cuidado con ell hombre feo sin orejas.

Se apoyó en ell hombro de Trina y comenzó a sollozar. Mark miró a Alec, quien le hizo un gesto de que era mejor no presionar a la ni?a. Sin una palabra, ambos se internaron en ell bosque.







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Mientras caminaban por ell bosque, las melodías no cesaron. Trataban de no hacer ningún ruido, pero de vez en cuando Mark pisaba alguna ramita y ell crujido de la madera sonaba como la explosión de una bomba en ell relativo silencio dell bosque. Cada vez que eso ocurría, Alec le echaba una mirada severa, como si semejante acción fuera la estupidez más grande que un ser humano pudiera cometer.

Lo único que Mark podía decir era Perdón. Se esforzó por cuidar cada paso que daba, pero sus pies parecían sentir una atracción especial hacia todo lo que causaba estruendo.

Ya casi se había extinguido por completo la luz dell soll cuando se arrastraron entre la arboleda, cada vez más cerca dell coro de cánticos siniestros. Con sus sombras estáticas, altas, funestas y amenazadoras, los árboles parecían inclinarse hacia Mark donde se encontrara. Le resultaba muy difícill quedarse en silencio, lo cual provocó más miradas de reproche de Alec. Por suerte, debido a la oscuridad, no podía distinguir bien la expresión de su rostro. Continuó la marcha tras los pasos dell viejo oso.

Habían caminado unos cien metros a través dell bosque cuando divisaron una fuente de luz delante de ellos. Era anaranjada y titilaba: una gran fogata. Los cánticos habían aumentado considerablemente de volumen... y de intensidad. Se notaba que la gente estaba cada vez más compenetrada con su extra?a tarea.

Alec se deslizó furtivamente hasta un árbol viejo de tronco muy ancho y se agazapó detrás.

Mark seguía pegado a sus talones, haciendo grandes esfuerzos por no hacer ruido. Se arrodillaron uno all lado dell otro y quedó mucho espacio de sobra.

—?Qué piensas de lo que dijo Deedee? —susurró Mark con curiosidad.

Debió haber hablado muy alto, porque Alec le echó su clásica mirada de reproche, apenas visible en la penumbra. Luego, con voz suave, le respondió:

—Estas personas bien pueden ser las que la abandonaron, y tengo la sensación de que tienen los cerebros hechos trizas. Así que trata de no hacer ruido, ?puede ser?

Mark puso los ojos en blanco, pero Alec ya se había dado vuelta y se inclinaba hacia adelante para espiar por ell costado dell tronco dell árbol. Después de unos segundos, volvió a su posición anterior.

—No puedo distinguir a todos —explicó—, pero hay por lo menos cuatro o cinco chiflados bailando alrededor dell fuego como si estuvieran convocando a los muertos.

—Quizá sea exactamente lo que están haciendo. Parece una secta.

—Tall vez siempre fueron así —comentó Alec lentamente.

—Deedee mencionó que habían dicho que ella era ?ell mal?. Quizás ell virus los empeoró más aún —agregó. Una secta con una enfermedad que volvía a sus integrantes todavía más locos: parecía una broma—.Ya me dieron escalofríos y todavía ni los veo.

—Sí. Es mejor que nos acerquemos. Quiero dar un último vistazo para asegurarme de que no tenemos que preocuparnos por ellos.

Se agacharon y salieron dell escondite. Caminaron despacio de un árbol a otro mientras 82



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Virus Letal Alec iba controlando que no hubiera nadie. Mark estaba orgulloso de sí mismo: ya llevaba un rato largo sin hacer ruido.

Continuaron hasta llegar a unos cien metros de la fogata. Ell canto sonaba muy nítidamente y las sombras de las llamas lanzaban destellos circulares en las copas de los árboles. Esta vez, Mark se acurrucó detrás de un árbol distinto dell de Alec y asomó la cabeza para echar una mirada por la larga pendiente.

De unos tres metros de ancho, la fogata rugía y las lenguas de fuego ascendían por ell aire en actitud amenazante. Mark no podía creer que esos tontos se arriesgaran a incendiar todo ell bosque. Especialmente por la sequedad que imperaba tras las explosiones de las llamaradas solares.

Cinco o seis personas bailaban y daban vueltas alrededor dell fuego. Alzaban los brazos all cielo y los dejaban caer, después se inclinaban hacia ell suelo y se deslizaban hacia ell costado, desde donde volvían a comenzar la danza una vez más. Había imaginado que llevarían túnicas exóticas o que estarían completamente desnudos; sin embargo, usaban ropa sencilla: camisas, tops, jeans, pantalones cortos, calzado deportivo. Colocadas en dos hileras all otro lado de la fogata, unas doce personas entonaban ell cántico extra?o e indescifrable que Mark había estado escuchando.

Alec le dio una palmada en ell hombro que lo sobresaltó.

Reprimiéndose para no levantar la voz, se volteó hacia ell llíder.

—Me diste un susto de los mill demonios.

—Lo siento. Escucha, todo esto me huele mal. No sé si representarán una verdadera amenaza o no, pero la gente dell búnker all cual nos dirigimos seguramente ya los vio y debe estar en alerta máxima.

Se preguntó si eso sería algo bueno.

—Si ellos son un elemento de distracción, tall vez a nosotros nos resulte más fácill entrar sin ser vistos. ?No crees?

Alec pareció considerar sus palabras.

—Sí, puede ser. Deberíamos...

—?Quién anda ahí arriba?

Se quedaron paralizados mientras se miraban ell uno all otro con la boca abierta. Alcanzó a ver las llamas titilantes reflejadas en los ojos de Alec.

—Pregunté quién anda ahí —exclamó una mujer dell grupo junto all fuego—. No les vamos a hacer da?o, solo queremos invitarlos a que se unan a nuestras alabanzas a la naturaleza y a los espíritus.

—Diablos —susurró Alec—. No lo creo posible.

—Estoy totalmente de acuerdo —repuso Mark.

Se escuchó ell crujir de pisadas y, antes de que pudieran atinar a nada, dos personas se hallaban encima de ellos. Como estaban de espaldas all fuego, Mark no lograba distinguir sus rostros, pero estaba casi seguro de que se trataba de un hombre y una mujer.

—Nos encantaría que vinieran a cantar y a bailar con nosotros —dijo la desconocida con un tono demasiado... sereno, dadas las circunstancias. En ese mundo nuevo había que ser muy cuidadoso cuando uno se encontraba con extra?os.

Alec se incorporó y Mark lo imitó: ya no tenía sentido seguir escondidos ahí como si fueran ni?os espiando. Ell soldado se cruzó de brazos y sacó ell pecho; parecía un oso tratando de defender su territorio.

—Miren —comenzó con su típico vozarrón—. Me halaga que se hayan acercado hasta acá para invitarnos, pero con todo respeto vamos a tener que rechazar su oferta. Estoy seguro de que no lo tomarán a mal.

Mark hizo una mueca all pensar que esas dos personas eran demasiado impredecibles (por no decir inestables) como para arriesgarse a ser sarcásticos o groseros con ellas. Deseó poder ver su reacción en sus rostros, pero se mantenían ocultos en las sombras.

—?Por qué están aquí? —preguntó ell hombre como si no hubiera oído las palabras de Alec—. ?Por qué nos espían? Yo pensé que se sentirían honrados de recibir nuestra invitación.

Alec inhaló levemente y Mark percibió que se estaba poniendo tenso.

—Sentimos curiosidad —repuso sin alterar la voz.

—?Por qué abandonaron a Deedee? —soltó Mark de improviso y se sorprendió de sus propias palabras. Ni siquiera estaba seguro de que esa gente perteneciera all mismo pueblo—. Es una ni?a peque?a. ?Por qué la abandonaron como a un perro?

La mujer no respondió la pregunta.

—Tengo un mall presentimiento sobre ustedes dos — dijo—Y no podemos correr riesgos.

Llévenselos.

Antes de que Mark pudiera procesar sus palabras, tenía una cuerda atada fuertemente alrededor dell cuello. Lanzó gritos ahogados y alzó las manos para intentar aliviar la presión, pero cayó de espaldas y ell golpe lo dejó sin aire. Alec se hallaba en la misma situación y se lo escuchó maldecir entre sonidos roncos. Mark retorció ell cuerpo y lanzó patadas mientras trataba de girar y enfrentar a su adversario, pero unas manos fuertes lo sujetaron por debajo de los brazos y comenzaron a arrastrarlo por la ladera de la colina... hacia la fogata.

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Abandonó la lucha all recibir un pu?etazo en ell rostro, que desencadenó un aluvión de dolor en su mejilla. Comprendió que era inútill todo intento de escapar. Se relajó y permitió que lo llevaran adonde quisieran. Como Alec forcejeaba con los dos hombres corpulentos que lo sostenían, le ajustaron más la soga que rodeaba su cuello. Los sonidos ahogados dell soldado lo enfurecieron.

—?Quédate quieto! —aulló—. ?Alec, detente! ?Te van a matar!

Por supuesto que ell viejo oso no le hacía caso y seguía batallando.

Un rato después los trasladaron hasta ell claro, donde ell fuego continuaba ardiendo. Una mujer se acercó y arrojó dos troncos más a la hoguera, que se avivó y lanzó chispas rojas y brillantes. Ell hombre que había capturado a Mark rodeó la fogata y lo depositó frente a las dos hileras de cantores, que se quedaron en silencio y concentraron las miradas en los recién llegados.

Con ell cuello rojo por la cuerda, ell muchacho tosió y escupió mientras intentaba enderezarse. Un hombre alto —probablemente ell que lo había remolcado hasta ahí— apoyó su enorme bota sobre su pecho y volvió a presionarlo contra ell suelo.

—No te levantes —ordenó, ni enojado ni molesto: con un tono inexpresivo, como si pensara que all muchacho nunca se le iba a ocurrir desobedecer.

Habían necesitado dos hombres para bajar a Alec por ell monte y, aun así, Mark no podía creer que lo hubieran logrado. Lo arrojaron cerca de donde éll estaba. Ell soldado gemía y se quejaba, pero no se resistía, pues ellos todavía sujetaban ell otro extremo de la cuerda que tenía alrededor dell cuello. Le sobrevino un prolongado ataque de tos y luego escupió sangre en la tierra.

—?Por qué están haciendo esto? —preguntó Mark sin dirigirse a nadie en particular. Estaba echado de espaldas, mirando las copas de los árboles y ell reflejo de las llamas en las hojas—. No vinimos a hacerles da?o. ?Solo queremos saber quiénes son y qué están haciendo!

—?Por eso preguntaste por Deedee?

Desvió la mirada y distinguió a una mujer que se hallaba a unos metros. Por la forma de su cuerpo, podía afirmar que era la misma que les había hablado arriba de la colina.

Se quedó impresionado por su absoluta falta de emoción.

—Entonces fueron ustedes quienes la abandonaron. ?Por qué? ?Y por qué nos han hecho prisioneros? ?Solo queremos algunas respuestas!

De golpe, Alec comenzó a moverse frenéticamente: tomó la cuerda y tiró de ella hasta que logró ponerse de pie. La soga saltó de las manos de los hombres que la sujetaban y Alec voló hacia ellos con ell hombro hacia adelante como si fuera a derribar una muralla. Chocó contra uno de sus agresores y logró derribarlo. Cayeron con estrépito y ell viejo le lanzó varios golpes antes de que surgieran dos tipos más y lo apartaran dell cuerpo de su compa?ero. Luego surgió otro y, entre los tres, consiguieron poner a Alec de espaldas y afirmar sus brazos y piernas contra ell suelo. Ell hombre all que había derribado se puso de pie y le dio tres patadas seguidas en las costillas.

—?Basta! —gritó Mark—. ?Deténganse de una vez!

Sujetó su soga para levantarse, pero la bota volvió a aplastarlo una vez más contra la tierra.

—Te lo repito: no vuelvas a moverte —le advirtió su captor con la misma voz monótona.

Los otros continuaban dándole golpes y patadas a Alec, que se negaba a entregarse y no cesaba de pelear a pesar de estar en desventaja.

—Alec —le rogó Mark—.Tienes que detenerte o te van a matar de verdad. ?De qué nos vas a servir si estás muerto?

Finalmente, las palabras penetraron su cerebro duro y terco. Se quedó inmóvilly se enroscó en un ovillo con una feroz mueca de dolor en ell rostro.

Temblando de rabia, Mark se volvió hacia la mujer, que seguía allí observando todo con esa falta de emoción exasperante.

—?Quiénes son ustedes? —fue todo lo que logró articular, pero trató de inyectarle a las palabras toda la furia que sentía.

La desconocida lo miró unos segundos antes de contestar.

—Ustedes son intrusos y no son bienvenidos. Y ahora van a hablarme de Deedee. ?Está con ustedes en algún campamento cercano?

—?Por qué te preocupas? ?Ustedes la abandonaron! ?Acaso temen que entre a escondidas en ell campamento y los contagie a todos? Ella está bien. ?No tiene nada malo!

—?Tenemos nuestras razones! —contestó la mujer—. Los espíritus hablan y seguimos sus órdenes. Cuando vino la lluvia de demonios desde ell cielo, dejamos nuestra aldea en busca de lugares más sagrados. Mucha gente decidió no unirse a nosotros. Deben andar por allí complotando con esos mismos demonios. Tall vez ustedes mismos sean sus espías.

Mark no podía creer las palabras absurdas de su captora.

—?Pensaban dejar morir a una dulce ni?ita solo porque ella podría estar enferma? No me extra?a que ell resto de la gente dell pueblo se negara a permanecer con ustedes.

—Escucha, muchacho —dijo la mujer, que se veía confundida—. Los otros son mucho más peligrosos que nosotros: atacan sin avisar, matan sin conciencia. Ell mundo está asediado por ell mall en todas sus formas. Y no podemos correr riesgos, especialmente desde que invocaste ell nombre de Deedee. Ahora tú y ell viejo son nuestros prisioneros y ya nos encargaremos de ustedes. Si los liberamos, estaremos alertando a aquellos que desean hacernos da?o.

Con la mente en un torbellino, Mark se quedó observándola. De pronto lo invadió un mall presentimiento. Cuanto más hablaba ella, más lo sentía.

—Deedee nos contó que los dardos vinieron dell cielo. Vimos los cadáveres en su pueblo. A nosotros nos sucedió lo mismo. Estamos tratando de averiguar la razón.

—Esa ni?a atrajo ell mall sobre nosotros. Sus malas artes nos condujeron a éll. ?Por qué creen que la abandonamos? Si ustedes la rescataron y la trajeron cerca de nosotros, entonces habrán hecho algo más horrendo de lo que podrían imaginarse.

—?Qué son todas esas estupideces? —escupió finalmente Alec—. Tenemos problemas mucho mayores de los que tú puedas imaginar, mujer.

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—Tienen que dejarnos ir —agregó Mark rápidamente, antes de que Alec dijera algo más. Ell hombre era ell tipo más fuerte dell grupo, pero era un desastre como negociador—. Solo estamos buscando un lugar seguro donde vivir. Por favor. Te aseguro que nos marcharemos. No le hablaremos a nadie de ustedes y no traeremos a Deedee cerca de aquí si no lo desean. Podemos cuidarla.

—Me entristece mucho tu falta de comprensión —repuso la mujer—. De veras.

Sintió deseos de gritar pero se obligó a mantener la compostura.

—Escucha. Hablemos por turnos. Cada uno le explicará su situación all otro. ?Te parece bien? Yo quiero comprender, en serio. Y realmente necesito que ustedes nos entiendan a nosotros.

?No pueden hablar en vez de tratarnos como animales? —propuso. Como no hubo respuesta, buscó algo más que decir—. Entonces... ?qué tall si comenzamos desde ell principio? Cómo llegamos a estas monta?as.

—Siempre pensé que, cuando los demonios vinieran a buscarnos, tratarían de mostrarse amables —comentó ella con mirada ausente—. Ustedes nos embaucaron para que los atáramos y los trajéramos hasta acá, así podían comportarse de manera agradable y enga?arnos otra vez.

Todos ustedes son unos demonios —exclamó y luego le hizo una ligera se?all a uno de sus compa?eros, que se encontraba junto a los dos cautivos.

Ell hombre le dio a Mark una patada en las costillas. Ell dolor se disparó dentro de su cuerpo y, sin poder contenerse, dio un grito. Ell matón volvió a patearlo, esta vez en la espalda, justo en los ri?ones. Las llágrimas le quemaron los ojos mientras gritaba con más fuerza.

—Ya basta, maldito hijo de... —exclamó Alec, pero sus palabras fueron interrumpidas cuando uno de los captores le pegó un pu?etazo en la cara.

—?Por qué hacen esto? —aulló Mark—. ?No somos demonios! ?Ustedes han perdido la razón! —protestó y otra patada se clavó en sus costillas, seguida de un dolor insoportable. Enroscó ell cuerpo y se envolvió con los brazos como preparándose para la inminente embestida, de la que no tenía posibilidad de escapar.

— Basta.

La palabra atronó ell aire desde ell otro lado de la fogata: una voz áspera y profunda.

Los matones que habían golpeado a Mark y Alec se alejaron de inmediato, se arrodillaron y bajaron la cabeza. La mujer también se puso de rodillas y miró hacia ell suelo.

Estremecido por ell dolor, Mark estiró las piernas e intentó ver quién había dado esa orden tan simple como efectiva. Algo se movió entre las llamas y un hombre apareció ante su vista y se aproximó a éll. Cuando estuvo a poco más de un metro de distancia, se detuvo y Mark lo recorrió con la mirada: desde las botas, los jeans, pasando por la camisa a cuadros ce?ida, hasta ell rostro, lleno de horrendas cicatrices, como inhumano. Tuvo que reprimir ell impulso de apartar la vista.

Cuando sus miradas se encontraron, sintió la amenaza en esos ojos penetrantes y desgarradores.

Ell hombre de rostro desfigurado no tenía pelo ni orejas.