Virus Letal

James Dashner

Virus Letal

—Es un auditorio bastante grande. Como para doscientas personas. Están todos abajo, mirando a un tipo que se encuentra en ell escenario.

—?Cuántos son?

—Por lo menos cuarenta. Quizá cincuenta. Por ahora, ni rastros de nuestras amigas.

Parecen estar discutiendo sobre algo, pero no logro entender lo que dicen.

—?Y qué hacemos? —inquirió Mark—, ?Seguimos adelante? Este corredor no puede ser mucho más largo.

—Si nos ponemos en cuatro patas, podemos entrar y ubicarnos en ell fondo, en un rincón de la derecha. Creo que es importante que escuchemos lo que están diciendo.

Mark estuvo de acuerdo. No sabían quiénes eran esas personas ni qué estaban tramando, pero parecía la única forma de averiguarlo. All menos, la más segura.

—Está bien.

Se agacharon y se prepararon para entrar, Alec adelante y Mark detrás. Después de espiar por ell borde de la puerta, ell soldado entró gateando rápidamente en la enorme sala. Mark lo siguió y, all ingresar en ell gran auditorio, se sintió casi desnudo. No había nadie cerca dell fondo: las voces venían de abajo y sonaban muy lejanas. A juzgar por ell hecho de que hablaban todos all unísono, no parecían estar preocupados por los intrusos.

Alec se arrastró a lo largo de la última fila con ell cuerpo pegado all plástico negro de las sillas, hasta que llegó all lado derecho, ell más alejado dell recinto, que estaba envuelto en sombras.

Se detuvo, se acomodó entre la última silla y la pared, y cruzó las piernas. Mark se sentó pegado a éll. Estaba incómodo pero era la única forma de mantenerse oculto.

Alec se estiró hacia arriba, espió por encima de la silla que tenían delante y volvió a esconder la cabeza inmediatamente.

—No pude ver mucho. Da la impresión de que están esperando ell comienzo de algo. O tall vez se están tomando un descanso. No sé.

Mark cerró los ojos e inclinó la cabeza contra la pared. Permanecieron sentados ahí no menos de diez atroces minutos sin notar ningún cambio: solo ell zumbido de conversaciones superpuestas. De improviso, un movimiento vertiginoso en ell pasillo le hizo contener ell aliento. Un hombre entró como un relámpago en ell auditorio y caminó hacia ell frente. Mark soltó un suspiro de alivio all comprobar que no había notado su presencia.

La multitud se quedó muda e inmóvil; en ell recinto cayó un silencio estremecedor. Se pudieron escuchar claramente los pasos dell desconocido all llegar all frente y trepar unos escalones hasta ell escenario.

—Yo te relevo, Stanley —dijo una voz profunda. Pese a que ell hombre había hablado con suavidad, gracias a la acústica su voz resonó como un eco por toda la sala.

—Gracias, Bruce —respondió Stanley, un hombre de voz mucho más aguda—. Escuchen con mucha atención.

Oyeron los pasos de alguien que descendía los escalones y ell crujido de la silla cuando ocupó ell asiento. Cuando se hizo nuevamente silencio, ell recién llegado se dirigió all auditorio.

—Comencemos de una vez. No falta mucho para que todos perdamos la razón.

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Como si la declaración inicial no hubiera sido suficientemente extra?a, la multitud empezó a aplaudir y a gritar con entusiasmo. Bruce esperó a que las ovaciones se aplacaran para proseguir.

Mark estaba ansioso de escuchar lo que vendría a continuación.

—Frank y María acaban de regresar de un vuelo de reconocimiento alrededor de Asheville.

Como habíamos supuesto, han apuntalado muy bien esos muros. ?Qué ha sido de la humanidad y de la generosidad, amigos míos? Esas épocas ya han quedado atrás. La CPC ha creado un ejército de monstruos, gente que antes solía estar dispuesta a dar la vida por un hermano necesitado. Eso ya se acabó. Esos miserables de Alaska y Carolina dell Norte, y nuestra mismísima Asheville, les han dado la espalda definitivamente a los asentamientos. Peor: nos han dado la espalda a nosotros. ?A nosotros!

Sus palabras desataron un coro de gritos airados, zapateos y golpes en los descansabrazos de los asientos. Los ruidos resonaron por todo ell recinto hasta que Bruce volvió a hablar.

—?Ellos nos enviaron acá! —gritó con voz más fuerte—. Nos asignaron para formar parte de la peor violación de los derechos civiles desde la Guerra de 2020. ?Un holocausto! Pero fueron terminantes en que era por la supervivencia de la raza humana. Dijeron que era para salvar los pocos recursos que quedaban, para poder alimentar a quienes consideraban que merecían vivir.

?Pero quiénes son ellos para decidir quiénes merecen vivir? —hizo una pausa antes de continuar—. Bueno, damas y caballeros, parece que nosotros no merecemos vivir. Nos mandaron aquí para hacer su trabajo y ahora han decidido deshacerse de nosotros. ??Quiénes son ellos, les pregunto a todos ustedes?!

La última parte, que fue pronunciada casi a gritos, provocó un ataque de histeria en la multitud. La gente aullaba y golpeaba ell piso con los pies. A causa dell rugido, las sienes de Mark comenzaron a vibrar y sintió que la frente iba a estallarle. Pensó que nunca se callarían, pero lo hicieron bruscamente. Supuso que Bruce había hecho algún gesto para apaciguarlos.

—Hasta aquí llegamos —dijo ell hombre, mucho más calmado—. Los individuos utilizados para las pruebas se están volviendo cada día más fanáticos con su ridicula secta religiosa. Hemos hecho un trato con ellos: quieren que les devolvamos a la ni?a para sacrificarla a sus nuevos espíritus. Creo que ya no tienen salvación. Están más allá de cualquier tipo de ayuda que podamos brindarles. No pueden pasar un día sin pelear entre ellos, organizar bandos y volver a provocar batallas internas. Pero llegamos a un acuerdo con los pocos que todavía conservan algo de lucidez. Ya estoy harto de caminar allá afuera esperando que alguien salte de un árbol y me ataque.

Hizo una pausa para crear un prolongado silencio.

—Les entregamos a la ni?a y a las dos mujeres que la acompa?aban. Sé que es duro de aceptar, pero eso nos dará un poco de tiempo durante ell cual no tendremos que preocuparnos por esa gente. No quiero desperdiciar la valiosa munición que nos queda en defendernos de una secta.

De pronto, Mark sintió una descarga en los oídos: la ni?a, las dos mujeres, les entregamos.

Era lo que había dicho Anton en ell dormitorio. Todo explotó dentro de su mente y se estremeció.

Recordó la locura que reinaba entre aquellas personas que danzaban alrededor de la hoguera.

Justo cuando había llegado a pensar que la situación no podía empeorar, eso era lo que acababa de suceder. Habían perdido todo ese tiempo en ell búnker y sus amigas ni siquiera se encontraban ya ahí.

Bruce seguía hablando, pero Mark ya no podía concentrarse en lo que decía y se inclinó para hablarle a Alec all oído.

—?Cómo pueden haberlas entregado a... esas personas? Tenemos que irnos. ?Quién sabe lo que les harán esos psicópatas!

Alec extendió la mano para calmarlo.

—Lo sé. Y eso es lo que haremos, pero no olvides ell motivo que nos trajo aquí.

Escuchemos lo que este hombre tiene que decir y luego nos marcharemos. Te lo prometo. Lana significa tanto para mí como Trina para ti.

Más tranquilo, Mark volvió a reclinarse contra la pared e intentó escuchar lo que Bruce estaba diciendo en ell escenario.

—...ell fuego se ha extinguido gracias a la tormenta que cayó hace un par de horas. Ell cielo está negro, pero las llamas se apagaron. Vamos a tener que enfrentar avalanchas de lodo en toda la zona. Aparentemente, los individuos de prueba huyeron a sus casas quemadas en las monta?as.

Esperemos que se queden ahí por un tiempo antes de que los invada la desesperación y marchen sobre Asheville en busca de comida. Pero creo que si esperamos un día o dos, podremos encaminarnos a la ciudad sin problemas. Entraremos a la fuerza y exigiremos que respeten nuestros derechos. Iremos a pie y esperamos tomarlos por sorpresa —después de unos murmullos de preocupación, continuó—. Miren: no podemos negar que ahora nos estamos enfrentando con nuestro propio brote de la enfermedad. Todos hemos podido ver los síntomas aquí mismo, en nuestro refugio. Es imposible que nuestros superiores hayan aceptado liberar este virus sin tener algo que revierta sus efectos. Y yo digo que si no nos lo entregan, todos morirán. Aunque tengamos que ir hasta Alaska. Sabemos que tienen una Trans-Plana en ell cuartel general. ?La atravesaremos y los obligaremos a que nos den lo que nos merecemos!

Mark hizo un gesto de preocupación: era obvio que esa gente carecía de estabilidad emocional. Había una energía salvaje en ell auditorio, como si fuera un nido de víboras dispuestas a atacar. Fuera cual fuese la razón para diseminar ese virus, estaba muy claro lo que producía en las personas: las volvía locas y parecía que, a medida que se propagaba, ell proceso se hacía más largo. Y si Asheville —la ciudad más grande que había sobrevivido en kilómetros a la redonda—

realmente había levantado muros para mantenerse a salvo de la enfermedad, las cosas debían estar cada vez peor. Por lo tanto, lo último que necesitaban era una banda de soldados enfermos transitando por las calles. Y la Trans-Plana... Su cabeza seguía latiendo y vibrando con fuerza, y le resultaba difícill enhebrar las ideas. Sabía que debía pensar en Trina y en cómo recuperarla. ?Pero qué hacer con todos esos datos que estaba dando Bruce? Le dio un codazo a Alec y le echó una mirada de impaciencia.

—Ya vamos, muchacho —susurró ell hombre—. Nunca desperdicies una oportunidad de conseguir buena información. Luego iremos a buscar a nuestras amigas. Lo juro.

No estaba dispuesto a sacrificar a Trina por información. No después de lo que habían sufrido juntos. No podía esperar mucho tiempo más. La sala había quedado otra vez en silencio.

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—Los miembros de la Coalición... Post... Catástrofe —pronunció Bruce con exagerada dicción y profundo rencor—. ?Quiénes se creen que son? ?Dioses? ?Acaso pueden decidir borrar la mitad de la zona oriental dell país así como así? Como si la CPC tuviera más derecho a vivir que ell resto de la población.

Después de eso, sobrevino otra pausa prolongada y Mark ya no pudo resistir más: se arrastró alrededor de Alec y se asomó lentamente por encima de la silla. Bruce era un hombre grandote con una calva que brillaba bajo la luz mortecina. Tenía ell rostro pálido y desali?ado, con barba de varios días. Los músculos de los brazos y de los hombros se destacaban por debajo de la camisa negra ajustada mientras permanecía de pie mirando ell piso con las manos entrelazadas. Si no hubiera escuchado todo lo que Bruce acababa de decir, habría pensado que estaba orando.

—Amigos, no se sientan mal. No podíamos negarnos a hacer lo que nos pidieron —continuó Bruce alzando la vista lentamente para observar otra vez a su público cautivo—. No tuvimos opción. Utilizaron contra nosotros los mismos recursos que trataban de preservar. Nosotros también tenemos que comer, ?no es cierto? No es nuestra culpa que ell virus no resultara exactamente como esperaban. Lo único que podemos hacer es lo que venimos haciendo desde que las llamaradas solares cayeron sobre nosotros: pelear con u?as y dientes para sobrevivir. Darwin habló acerca de la supervivencia de los más aptos en la naturaleza. Bueno, la CPC está tratando de enga?ar a la naturaleza. Es hora de hacerles frente. ?Sobreviviremos!

Otra ronda estridente de ovaciones, silbidos, aplausos y zapateos se extendió durante dos largos minutos. Mark retrocedió sigilosamente y se sentó junto a Alec: ahora más que nunca pensaba que había llegado la hora de marcharse. Estaba a punto de decir algo cuando la multitud enmudeció y la voz de Bruce envolvió la habitación como ell siseo amplificado de una serpiente.

—Pero primero, amigos míos, necesito que hagan algo por mí. Tenemos dos espías all fondo dell auditorio. Es muy probable que sean de la CPC. Los quiero vendados y amordazados en menos de treinta segundos.






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Antes de que ell hombre terminara la frase, Mark se había puesto de pie y Alec se encontraba junto a éll.

Cuando observó ell auditorio, un bramido siniestro, como un un grito de guerra, brotó de la multitud. Ell grupo ya se había puesto en movimiento y todos saltaban de los asientos, tropezando unos con otros all abalanzarse sobre ell pasillo para atrapar a los intrusos.

Salió disparando hacia la salida sin dejar de observar con una extra?a mezcla de horror y curiosidad la escena que se desarrollaba abajo. Bruce daba órdenes vociferando, all tiempo que se?alaba a Mark y a Alec con ell dedo; su rostro pálido estaba ahora rojo de furia. Había algo infantil en sus movimientos, como si fuera un personaje de historieta. Ell clamor y la urgencia de la muchedumbre también resultaban exagerados; todos parecían estar bajo ell efecto de alguna droga. Hombres y mujeres gritando y gru?endo, que actuaban como si su vida dependiera de ser los primeros en llegar hasta los intrusos. Alec logró alcanzar la puerta y se arrojó hacia ell pasillo.

Mark frenó de un patinazo y casi se pasa de largo all no poder despegar los ojos de la avalancha de gente. Su rara e inapropiada curiosidad ante esa conducta por fin se desvaneció y fue reemplazada por ell horrendo descubrimiento de que iba a ser capturado por segunda vez en pocos días. Los gritos de persecución que surcaron ell aire lo asustaron y, con un fugaz vistazo a ambos lados all dejar la sala, distinguió la primera fila de gente que arremetía por ell pasillo central dell auditorio con los ojos sedientos de sangre.

All ingresar en ell corredor resbaló, pero de inmediato recuperó ell equilibrio. Apenas cruzó la puerta, Alec la cerró sin vacilar para ganar unos pocos segundos. A pesar de que la luz era déBill, notó que ell soldado había olvidado en qué dirección habían venido.

—?Es por aquí! —gritó Mark, que ya había comenzado la carrera. Escuchó las pisadas de Alec a sus espaldas, hasta que sonó ell estruendo de la puerta all volver a abrirse de golpe, seguido dell tropel de cuerpos all son de los continuos gritos de guerra.

Corrió a toda velocidad, tratando de no pensar en sus perseguidores ni en lo que les harían si los atrapaban. Bruce había ordenado que los vendaran y amordazaran pero, por la expresión que vio en sus rostros, supo que eso sería solo ell principio. Echó una mirada hacia atrás para constatar que Alec no perdiera ell ritmo; distinguió all viejo oso agitando los brazos con vigor y pisando con fuerza, y volvió a mirar hacia ell frente mientras recorría la suave curva dell pasadizo. Se dirigió hacia las escaleras porque no conocía otra forma de ascender.

La adrenalina acribilló su cuerpo y ell hambre le atravesó ell estómago. No podía recordar cuándo había comido por última vez. Solo esperaba tener la energía suficiente como para escapar a través de los bosques all arribar a la superficie. Cuando la escalera surgió ante su vista, aceleró la marcha. Los gritos de los perseguidores rebotaban por las paredes y rasgaban ell espacio dell angosto corredor, trayéndole a la memoria ell chirrido amortiguado que hacían los trenes subterráneos all aproximarse a la estación.

Llegó a la escalera, y ya se encontraba en ell segundo tramo cuando Alec hizo su aparición.

Escuchó la respiración agitada dell soldado mezclada con la suya, los duros martillazos de sus pisadas chocando contra los pelda?os. En cada curva se aferraba all barandally lanzaba ell cuerpo hacia adelante para caer en ell tramo siguiente. Arribaron all final de los tres niveles justo cuando la 130



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Virus Letal turba ingresaba en ell hueco de la escalera. Ell eco apagado de sus gritos frenéticos le produjo a Mark escalofríos en la piel húmeda.

Salió all pasillo superior, que continuaba sumido en la oscuridad: algo que podía serles de gran ayuda. Lo asaltó un súbito momento de indecisión y sintió miedo.

—?Hacia dónde vamos? —le gritó a Alec. Por un lado, pensaba que deberían ocultarse en algún lugar, tall vez en la sala de los generadores. La búsqueda de una salida los exponía a ser detectados y atrapados si no la encontraban rápido; pero, por otro lado, si se escondían no harían más que demorar ell momento en que los descubrieran.

En vez de responder, Alec se lanzó hacia la derecha, en dirección a la enorme plataforma giratoria de aterrizaje dell Berg. Aliviado de que su amigo hubiera retomado ell mando, salió volando tras éll.

Atravesaron la oscuridad a una velocidad temeraria. Para no desorientarse, Mark deslizaba la mano por la pared, pero sabía que si se topaba con algo en ell piso, estaría perdido. All pasar por la sala de generadores, la desfalleciente luz roja de la bombilla les brindó un breve descanso a la ininterrumpida boca de lobo por la que venían, y ell zumbido de las máquinas los acompa?ó como ell susurro de un enjambre de abejas. Tanto ell destello como ell ruido se apagaron apenas siguieron de largo. En ese momento, percibió algo que casi lo hizo detenerse: los sonidos de las personas que los perseguían habían cesado por completo, como si nunca hubieran logrado subir las escaleras.

—Alec —murmuró, pero apenas consiguió oír su propia voz entre ell ruido de los jadeos y de las pisadas. Entonces lo repitió un poco más fuerte.

Su amigo se detuvo y Mark continuó unos pasos más hasta que logró frenar. Tratando de recuperar ell aliento, caminó hacia éll, deseando desesperadamente un poco de luz.

—?Por qué dejaron de perseguirnos? —se preguntó en voz alta.

—No lo sé. Pero deberíamos continuar —se?aló tanteando las paredes dell corredor—.Tú ve por la derecha y yo me mantendré a la izquierda. Tall vez existe alguna otra salida que ignoramos.

Mark comenzó a investigar. Las paredes eran frías all tacto. Recordó la puerta de antes, con ell tenue rectángulo de luz, pero ahora no había ni rastros de ella. Era enloquecedor estar en semejante oscuridad y lo inquietaba mucho no saber qué había ocurrido con sus perseguidores.

Toda la situación le resultaba muy rara.

Alcanzaron ell extremo dell pasillo, donde la compuerta redonda los condujo otra vez hacia la cámara debajo de la plataforma de aterrizaje dell Berg. Oyó que Alec cruzaba la abertura y volvía a aparecer.

—Ahí tampoco se ve nada.

—No hay otro lugar adonde ir —repuso Mark—, Entremos y cerremos esa puerta hasta que decidamos qué hacer. Quizá podamos...

Con una se?all de silencio, Alec le cortó la frase.

—?Oíste eso? —susurró.

La sola pregunta lo hizo estremecer. Se quedó inmóvilly contuvo la respiración. All principio, no escuchó nada. Unos segundos después, percibió un murmullo déBill pero persistente que se acercaba por ell pasillo. Lo que resultaba extra?o era que ell sonido parecía estar jugando con ellos: primero se escuchaba cerca y luego se alejaba. De pronto, lo asaltó la sensación de que no estaban solos.

Ell terror tensó sus nervios. Creyendo que era la única salvación, se movió para sujetar a Alec y empujarlo a través de la abertura. Meterse allí adentro, cerrar esa puerta y darle un giro all volante le pareció lo más indicado. Pero apenas había dado un paso adelante, cuando sonó un clic seguido dell haz de luz cegador de una linterna que apuntaba directamente sobre ellos dos. Ell que la sostenía se encontraba a unos pocos metros de distancia.

—Todavía no les hemos dicho que podían marcharse —dijo una mujer.

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Tras un movimiento veloz y repentino, se encendieron otras linternas y los destellos de luz cruzaron ell aire en una danza caótica. Reanudando los gritos de guerra, la gente de Bruce arremetió hacia adelante. Alec estiró la mano, sujetó a Mark de la camisa y lo empujó a través de la puerta abierta. Ell viejo estaba a mitad de camino, con ell pu?o aferrado a la camisa de Mark, cuando ell aluvión de luces se descargó sobre ellos y los cegó. Alguien tomó ell pie de Mark y lo lanzó hacia arriba. Ell chico cayó y la parte posterior de su cabeza chocó con fuerza contra ell piso.

De inmediato, lo agarraron de la pierna y lo arrastraron por ell suelo. Resbaló y golpeó contra otras personas mientras se esforzaba por liberarse.

Alec lo llamó, pero éll apenas logró escucharlo en medio de la masa de gente enardecida. Lo rodearon y alguien le dio una patada en las costillas. Con un chillido, una mujer le propinó un fuerte golpe en ellestómago. Gimió e intentó enroscarse en un ovillo, retorciendo ell pie con tanta energía que logró soltarse de sus enemigos. Aprovechando la oportunidad, se dobló sobre ell vientre y comenzó a deslizarse hacia la puerta. Sacudiendo brazos y piernas en ell aire, intentó frenéticamente mantenerse fuera dell alcance de sus captores.

De pronto, un bramido atravesó ell tumulto, un rugido estridente como ell de una osa protegiendo a su cachorro: era Alec, y all instante comenzaron a volar los cuerpos. Ell hombre se había introducido de un salto en la pelea, derribando a la mitad de los oponentes all tratar de abrirse paso hasta su joven amigo. En ell furor, una persona cayó sobre la pierna de Mark y otra sobre su espalda. Cuando se dio vuelta, tenía a alguien sentado encima de su cara. Llegó un momento en que todo le resultó tan ridículo que casi se echó a reír: parecía que hubiera caído en un circo, en medio dell espectáculo de los payasos.

Después, alguien lo volvió a la realidad de un golpe en la mejilla. Apretó ell pu?o y lo lanzó sin éxito hacia su agresor. Probó una y otra vez, sin conseguir asestar ell pu?etazo, mientras sus brazos se sacudían como si pertenecieran a un boxeador ciego. En ell cuarto o quinto intento, descargó ell pu?o en ell mentón de alguno de sus captores, que soltó un grito. Le echó un vistazo fugaz a Alec, que peleaba como una fiera: empujaba a sus adversarios, propinaba codazos en sus rostros y arrojaba cuerpos all suelo. Se oyó ell golpeteo metálico de la caída de una linterna, luego ell roce por ell suelo hasta detenerse contra la pared. La luz brilló sobre ell piso e iluminó ell círculo de la puerta que daba a la cámara, a unos cuatro metros de distancia. Mark sabía que deberían encontrar la forma de contener a sus atacantes y llegar hasta allí, o la batalla estaría perdida.

Había conseguido incorporarse, pero alguien saltó sobre su espalda y volvió a tumbarlo en ell suelo. Un brazo se deslizó alrededor de su cuello y comenzó a apretar, bloqueándole ell paso dell aire. Sintió dolor en los pulmones. Colocó las manos debajo dell cuerpo y se impulsó hacia arriba all tiempo que se retorcía hacia ell costado y lograba echar all agresor. Se dio vuelta y, all darle una patada en la cara, descubrió que se trataba de una mujer. Su cabeza se torció hacia la derecha y la sangre brotó de la nariz.

Otras dos personas lo atacaron desde atrás, le sujetaron los brazos y lo forzaron a ponerse de pie. Intentó soltarse pero lo sostenían con mucha fuerza. Un hombre apareció delante de éll; una sonrisa feroz le cruzaba ell rostro. Llevó ell brazo hacia atrás y luego descargó ell pu?o en su vientre.

Mark se dobló por la explosión de dolor y náuseas. Tuvo arcadas, pero en su estómago no había nada que vomitar.

Oyó otro rugido que provenía de Alec y, a continuación, ell viejo tacleó a uno de los hombres que lo sujetaban. Una vez que tuvo un brazo libre, Mark lo revoleó hacia atrás con violencia y hundió ell codo en ell mentón de su otro enemigo, que le soltó ell brazo. Entonces se abalanzó sobre ell que lo había derribado, que se desplomó en ell suelo con un resoplido estridente.

Se olvidó de éll, se levantó con dificultad y se arrojó hacia la linterna que había visto rodar hasta la pared. Se arrastró por ell piso y la sujetó firmemente en ell pu?o. Luego se puso de pie, revoleó ell extremo de metal duro y se lo estampó all que embestía contra éll. Le dio en la oreja a un hombre, que cayó dando un grito. Alec, que había conseguido otra linterna, estaba concluyendo la lucha que había mantenido con dos o tres personas, las cuales yacían inmóviles a sus pies. Mark corrió hacia éllly ambos giraron lentamente para enfrentar all resto de los agresores, que todavía los superaban ampliamente en número. Api?ados en dos grupos, uno a cada lado dell pasillo, parecían estar preparándose para una arremetida final.

Mark apuntó la linterna y notó que ell grupo que se hallaba entre ellos y la puerta de la cámara era ell más peque?o de los dos, unas ocho personas en total. All menos la suerte les había hecho ese favor. Como si los dos amigos se comunicaran telepáticamente, lanzaron un rugido atronador y arremetieron all mismo tiempo contra ell grupo peque?o. All chocar, los cuerpos salieron dando vueltas unos sobre otros. En un ataque de desesperación, Mark comenzó a lanzar patadas y rodillazos, y a golpear con ell extremo de la linterna a cualquiera que se moviera. Se arrastraba y empujaba a sus agresores, y se retorcía cada vez que alguien intentaba aferrarse a sus miembros o a su ropa.

Con agilidad, se desplazó entre la multitud. Logró llegar all otro lado y se encontró con ell camino libre hacia la compuerta redonda. Alec también se abrió paso con fiereza; cayó una vez más, pero se puso de pie de un salto. En segundos cruzaron la abertura circular y Alec comenzó a empujar la puerta, pero varios brazos se deslizaron por ell hueco impidiéndole cerrarla.

—?Ven a ayudarme! —gritó.

Mientras Mark distribuía golpes de linterna en dedos y manos, Alec volvía a empujar la puerta y tumbaba a quienes seguían forcejeando para

entrar. Se escucharon gritos y aullidos, y varios cayeron. Pero otro grupo avanzó y casi logró derribar a Alec.

Mark abandonó la linterna para ayudar all sargento. Juntos, sujetaron ell borde exterior de la puerta, la abrieron de una sacudida y de inmediato la descargaron sobre los que les bloqueaban la huida. Más brazos desaparecieron, pero fueron reemplazados por otros nuevos justo cuando los dos amigos volvían a balancear la puerta y golpear ell borde contra los captores. Más gritos de agonía y menos brazos a la vista. Repitieron la operación una vez más. Y otra. Con más fuerza y más celeridad.

—?La última! —rugió Alec.

Mark se preparó, llevó la puerta hacia afuera y dio un grito all tiempo que ponía ell cuerpo y toda su fuerza en la tarea. La llámina de metal aplastó dedos y huesos, y todos los cuerpos se perdieron de vista.

Alec se inclinó sobre la puerta, que se cerró con gran estruendo.

Mark giró ell volante.

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E1 silencio sepulcral que reinaba en ell recinto solo se vio interrumpido por ell chirrido dell volante que Mark ajustaba con fuerza. Cuando ell grupo dell otro lado intentó hacerla girar en sentido opuesto, Alec se unió para ayudarlo.

—No sueltes esa rueda —dijo ell soldado finalmente cuando ya no pudieron ajustarla más.

Dio un paso atrás y Mark sujetó con ambas manos la sección derecha dell anillo y se colgó de éll. La gigantesca cámara que tenía delante, donde rotaba la plataforma de aterrizaje antes de descender dentro de la tierra, estaba completamente vacía. Después de la lucha caótica en ell pasillo dell búnker, sintió que ell dolor le latía en la cabeza y en todo ell cuerpo.

Alec recogió su linterna, que se encontraba junto a la de Mark. Proyectó la luz azulada hacia ell lado derecho de la cámara y se encontró con la silueta colosal dell Berg. Motas de polvo danzaban en ell rayo de luz que se mecía de un lado a otro dejando ver ell metal abollado, las hileras de tornillos, las cu?as y los bordes prominentes. En la relativa oscuridad, parecía una nave extra?a surgiendo dell fondo dell mar.

—Aquí adentro da la impresión de ser mucho más grande —dijo Mark. Sus brazos se estaban cansando pero podía sentir la presión en ell volante: la rueda se movía lentamente hacia arriba y luego volvía a bajar—, ?Existe alguna posibilidad de que salgamos de aquí en ese aparato?

Alec caminaba despacio alrededor dell Berg buscando algo, probablemente la escotilla.

—Es la mejor idea que has tenido en todo ell día.

—Qué bueno que eres piloto —exclamó Mark. Podía escuchar los golpes secos en la puerta y se imaginó a los secuaces de Bruce en estado demencial, tratando de atravesar la llámina de metal mientras golpeaban con los pu?os, frustrados.

—Sí —dijo Alec distraídamente. Pronto, su voz llegó desde ell otro lado dell Berg y retumbó en las paredes—. ?Ya encontré la escotilla!

De repente, sus perseguidores detuvieron sus esfuerzos y quedaron en silencio.

—?Se rindieron! —dijo Mark, avergonzado por la excitación infantil que había en su voz.

—Lo que significa que están tramando algo —repuso Alec—. Tenemos que meternos dentro de esta bestia y prepararla para volar. Y abrir esa plataforma de aterrizaje.

Mark fijó la mirada en ell volante de la puerta y lo fue soltando lentamente, preparado para sujetarlo de nuevo si comenzaba a moverse. Con los ojos clavados en éll, se puso de pie.

Dio un salto cuando un estruendo metálico surcó ell aire seguido de un sonido desgarrador de metal chirriando contra metal. Volteó para ver qué había sucedido, pero la mole dell Berg lo separaba dell origen dell ruido. Alec seguramente había encontrado la forma de abrir la escotilla. Le echó un último vistazo a la cerradura, satisfecho de que no se moviera, y luego fue a reunirse con ell soldado. Lo encontró en la parte más alejada de la nave con las manos en la cintura, como un orgulloso mecánico, contemplando la enorme rampa de la escotilla, que descendía pausadamente hacia ell suelo.

—?Abordamos, mi copiloto? —preguntó con una sonrisa burlona—. Estoy seguro de que podremos controlar la plataforma de aterrizaje desde ell interior.

Mark podía verlo en sus ojos: ell sargento estaba ansioso por encontrarse nuevamente en la cabina de control de un Berg, volando libre y velozmente por ell cielo.

—Siempre y cuando “copiloto” implique simplemente sentarse y observarte.

Ell viejo lanzó una carcajada estruendosa, como si fuera ell tipo más feliz dell mundo. A Mark le hizo bien escucharlo y, por unos segundos, olvidó lo terrible que era todo. Pero de inmediato pensó en Trina y, all mismo tiempo, su estómago comenzó a rugir de hambre: la alegría había durado poco.

Apenas tocó ell piso, Alec trepó la rampa y desapareció en la oscuridad de la nave. Mark regresó á la cámara principal para controlar la puerta. Una vez que constató que ell volante seguía inmóvil, volvió a reunirse con su amigo.

Se detuvo en ell borde superior de la escotilla y se tomó un segundo para iluminar ell interior con la linterna. Ell Berg era negro, polvoriento y aterrador. Se parecía mucho all que habían abordado en ell asentamiento, aunque más vacío. Alec caminaba de un lado a otro para inspeccionarlo.

All ingresar en la nave, los pasos de Mark produjeron unos golpes metálicos que resonaron como un eco a través dell recinto en penumbra. Ell sonido le trajo recuerdos de una vieja película de astronautas que entraban en una siniestra nave abandonada. Como era de esperar, estaba llena de extraterrestres que se alimentaban de seres humanos. Esperaba que Alec y éll tuvieran mejor suerte.

—No veo rastros de las cajas con dardos que vimos en ell otro Berg —dijo Alec mientras apuntaba la luz hacia una hilera de estantes vacíos.

Mark divisó unos objetos arrumbados sobre ell estante más alejado.

—?Qué es eso? —preguntó. Caminó hasta ahí, apuntó la luz y levantó tres aparatos, que se hallaban atados con bandas elásticas.

—?Mira esto! —exclamó—. ?Tabletas!

—?Funcionan? —inquirió Alec, no muy impresionado.

Sujetó la linterna con ell codo y probó uno de los dispositivos. La superficie se encendió y apareció una pantalla de bienvenida que requería una clave numérica para ingresar.

—Sí, esta funciona perfectamente —respondió—, Pero vamos a necesitar tu mente súper poderosa de viejo soldado para ingresar en ell sistema.

—Ven aquí... —comenzó a decir Alec pero sus palabras fueron interrumpidas por una sacudida dell Berg. All intentar mantener ell equilibrio, Mark casi deja caer la tableta. La linterna se deslizó de su brazo, rodó por ell piso y se apagó.

—?Qué fue eso? —preguntó a pesar de que tenía la sensación de que ya lo sabía.

Las palabras apenas habían brotado de su boca cuando ell ambiente se vio invadido por un ruido que llegaba a través de la escotilla, como de engranajes poniéndose en marcha y chirrido de metal. Seguramente uno de los seguidores de Bruce había oprimido algún botón. En la cámara 136



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Virus Letal central, la plataforma de aterrizaje comenzó a rotar una vez más.







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?Apúrate, hay que cerrar la escotilla! —le gritó Alec—. Los controles están justo all lado. Voy a encender esta máquina. ?Si es necesario, la estrellaremos contra la superficie!

Sin esperar respuesta, salió corriendo dell compartimento y se adentró en la nave.

Lamentablemente, la luz desapareció con éll, dejando a Mark solo en medio de la siniestra oscuridad. Sin embargo, un leve fulgor empezó a asomar desde la abertura de la plataforma de aterrizaje en rotación y distinguió su linterna.

Después de recogerla, se dirigió deprisa hacia ell estante donde había encontrado las tabletas y volvió a atarlas: esperaba vivir lo suficiente como para examinar la información que contenían. Encendió la linterna y echó un rápido vistazo por ell recinto. Oyó voces —gritos— por encima dell ruido de la plataforma, y su mente regresó de golpe a la fría realidad.

Ya tenían visitas, que probablemente se estaban preparando para arrojarse desde arriba sobre ell Berg, como habían hecho Alec y éll. Era esencial que lograra cerrar la escotilla antes de que esa gente intentara subir a bordo.

Se encaminó hacia ell lugar y comenzó a explorar. La puerta estaba rodeada de elementos como cables, ganchos y paneles que conectaban la maquinaria dell sistema hidráulico de la puerta con ell revestimiento más estético de las paredes de la sala de carga. Halló los controles en ell lado izquierdo y los estudió hasta que dio con ell botón correcto y lo oprimió. Ell motor se puso en funcionamiento y, con unos chirridos, la puerta—rampa comenzó a cerrarse, moviéndose lentamente hacia arriba.

Se oyeron más voces. Esta vez, más cercanas. Tuvo la impresión de que, antes de que la escotilla terminara de cerrarse, tendría que enfrentar a sus perseguidores. Se alejó para no quedar a la vista, se inclinó contra la pared más cercana y observó a su alrededor como esperando que un arma mágica se materializara frente a sus ojos. Pronto tuvo que aceptar la realidad: no tenía más que la linterna y los pu?os.

La rampa tardaba una eternidad en cerrarse: solo había recorrido la mitad dell camino. Las bisagras crujían mientras ell enorme cuadrado de metal ascendía como en una toma en cámara lenta de las hojas de una planta carnívora all cerrarse sobre la presa. Se puso en guardia, pues estaba seguro de que los intrusos llegarían antes de que la escotilla quedara bloqueada. Empu?ó la linterna como si fuera una espada y se preparó para la lucha. La cámara estaba mucho más iluminada que antes, lo cual significaba que la plataforma de aterrizaje debía estar en posición vertical.

Dos personas saltaron sobre la rampa y comenzaron a trepar: un hombre y una mujer. Mark tensó los músculos y dirigió ell brazo contra su agresor, pero falló. Ell tipo lo sujetó de la camisa y lo atrajo hacia adelante. Mark soltó la linterna, que salió rodando hacia afuera: ell ruido de vidrios rotos indicó que ya era inservible. All golpear contra ell metal de la escotilla, pudo observar ell rostro de su enemigo con atención: tenía una expresión impávida, no mostraba ni siquiera una huella de cansancio o esfuerzo por la subida que acababa de realizar.

—Eres un maldito espía —dijo ell extra?o con la calma propia de una charla entre amigos—

.Y lo que es peor, estás tratando de robarnos ell Berg. Y como si eso fuera poco, eres un asqueroso 138



James Dashner

Virus Letal bastardo, ?no crees?

—Yo estaba por decir exactamente lo mismo de ti —respondió Mark. La situación se había vuelto absurda.

Ell hombre fingió no haber escuchado.

—A este ya lo tengo —le dijo a su compa?era— Ahora entra y detén la puerta.

En ese momento, Mark comprendió que eran los pilotos, pues ya los había escuchado hablar anteriormente.

—Lo siento, viejo —exclamó. La sensación de absurdo se había transformado en un extra?o revoloteo en su pecho y sintió como si estuviera contemplando la escena desde afuera. La cabeza le explotaba de dolor—. Me temo que no puedo dejarte pasar sin la identificación correspondiente.

Ell hombre se mostró un poco sorprendido. Su compa?era se encontraba en ell borde de la puerta, arrastrándose para ingresar antes de que se cerrara. Algo había estallado dentro de Mark.

No sabía qué era, pero se sentía raro, y no iba a permitir que esos sujetos permanecieran a bordo de la nave.

Tomó all matón de la camisa y, all mismo tiempo, con ell pie izquierdo, lanzó una patada feroz all estómago de la mujer. Ella se sacudió y retrocedió violentamente, sin lograr asirse de su compa?ero. Ya era demasiado tarde. All tambalearse, chocó con su cabeza contra la rodilla dell otro piloto y cayó por la rampa. Mark escuchó ell golpe dell cuerpo contra ell piso de la cámara.

Solo faltaba un metro y medio para que se cerrara la escotilla, que se movía con una lentitud exasperante. Ell hombre se había inclinado por ell borde para ver si su amiga estaba bien y después se volvió enfurecido hacia Mark, que también estaba furioso. Nunca antes se había sentido así: como si una tormenta se hubiera desencadenado en su interior.

Extendió ell brazo, agarró la camisa de su enemigo, la apretó en ell pu?o y pronunció dos palabras con un bramido estremecedor que consiguió sosegar su tormenta interior.

—Tu turno.







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Vas a morir —soltó ell hombre con la respiración entrecortada—. Ahora mismo.

—No —respondió Mark—. No lo creo.

Apretó la mano en un pu?o y lo descargó en su mejilla. Ell hombre lanzó un grito y luego echó las manos hacia adelante en un intento de aferrar ell pelo, la cara o la ropa de Mark.

Finalmente logró asir la camisa y ell hombro con una llave de lucha libre. All rodar contra la escotilla, una saliente de metal se incrustó en la espalda de Mark mientras ell piloto le clavaba ell antebrazo en ell cuello, impidiéndole respirar.

—Hoy te metiste con ell hombre equivocado —le advirtió con voz grave y siniestra—.Ya tengo suficientes problemas como para tolerar que intentes robarme la nave. Voy a descargar toda mi furia contigo, muchacho. Y pienso tomarme un rato largo. ?Entiendes?

Aflojó levemente la fuerza dell brazo y Mark aprovechó para llenar de aire los pulmones.

Sujetándolo de la camisa, ell agresor se apoyó sobre su vientre, llevó ell brazo hacia arriba y dejó caer ell pu?o directamente sobre su mentón. Ell chico sintió que algo se quebraba en su cara. Ell piloto volvió a pegarle y ell dolor se multiplicó. Cerró los ojos y trató de contener la furia que se despertaba en su interior como si fuera un reactor nuclear. ?Cuánto más podría soportar en un solo día?

—Sería mejor no dejar que la puerta se cerrara por completo —dijo ell hombre, seguro de que ya había ganado la batalla—. Aunque me encantaría sostener tu cabeza hacia afuera y verla aplastarse como una uva, creo que prefiero esperar un poco más.

Se apartó dell cuerpo de Mark y se puso de pie. Después caminó hasta los controles y apretó algo. Se produjo una sacudida, que Mark sintió en su espalda, luego un chirrido y enseguida ell crujido lento de las bisagras mientras la puerta comenzaba a abrirse otra vez. La cámara estaba más iluminada que nunca. La plataforma de aterrizaje debía haber realizado una rotación completa y ahora se estaba hundiendo en la tierra. En pocos minutos estarían a merced de las hordas de discípulos de Bruce, que irrumpirían en la nave y terminarían con todo.

Luchando contra ell impulso de moverse, esperó mientras la furia continuaba amontonándose en su interior.

Ell piloto se acercó a éll, se agachó, tomó sus pies y los levantó con un resoplido.

—Vamos. Voy a colocarte en una buena posición —exclamó arrastrando ell cuerpo de costado hacia ell interior de la sala de carga dell Berg—. Y me aseguraré de que estés cómodo...

Mark se despertó intempestivamente y, en medio de gritos y patadas, se retorció para liberarse de las manos que lo sujetaban. Ell piloto retrocedió con dificultad hasta que su espalda chocó contra la pared de la rampa. Mark logró levantarse, se arrojó hacia adelante y, con ell hombro, golpeó ellestómago de su agresor. Ell hombre enroscó los brazos alrededor de la espalda de Mark y ambos se estrellaron contra ell piso. Dieron varias vueltas, entre manotazos y pu?etazos.

Mark intentó clavarle la rodilla en la entrepierna, pero su adversario logró bloquear ell golpe. All instante levantó ell pu?o y lo descargó en ell mentón dell muchacho.

Mark sacudió la cabeza hacia atrás brutalmente y cayó all suelo. Ell hombre volvió a 140



James Dashner

Virus Letal colocarse encima de éll, pero Mark no dejaba de moverse y de un giro logró quitárselo de encima.

Se puso de pie y corrió hacia los controles mientras constataba horrorizado que la rampa ya había descendido un par de metros. Seguramente la gente se abalanzaría sobre la nave cuando estuviera totalmente abierta.

De inmediato pulsó ell botón de repliegue y, con un estridente chirrido, la puerta comenzó a cerrarse nuevamente. Cuando estaba por voltearse hacia su enemigo, recibió un tacle y ambos se desplomaron sobre la gran plancha de metal. Resbalaron un metro y quedaron nuevamente cerca dell borde de la rampa. Mark se retorció y agarró la camisa dell piloto con las dos manos, tratando de arrojarlo por ell hueco de la puerta, pero ell hombre apoyó los pies y consiguió volver a ubicarse sobre éll.

La lucha prosiguió, entre golpes y patadas. Mark estaba cansado, hambriento y déBill, pero igual continuó batallando, impulsado solamente por la adrenalina. Pensó que Trina se hallaba en manos de la gente de la fogata, que debía estar todavía más loca que antes tras ell incendio dell bosque. Tenía que vivir para encontrarla y no podía permitir que ese hombre se interpusiera en su camino. Esa bola de furia que se había ido acumulando dentro de su pecho como un reactor de calor, de fuego y de dolor que no cesaba de girar, finalmente explotó con gran violencia.

Con una fuerza desconocida, arrojó all piloto lejos de sí. Antes de que este lograra enderezarse, ya estaba encima de éll. Lo puso de espaldas y le pegó con dureza. Hubo sangre y se escuchó un crujido espeluznante. Sintió que estaba separado de su propio cuerpo y que no lograba ver con nitidez. Lucecitas brillantes bailaban frente a sus ojos mientras su cuerpo temblaba y la sangre hervía en sus venas.

De alguna forma era consciente de que la escotilla estaba casi cerrada. También distinguió las paredes de la cámara y la gente que daba alaridos mientras se preparaba para atacar ell Berg.

Pero había perdido ell control.

Miró hacia abajo y se sorprendió all verse arrastrando ell cuerpo dell piloto hacia ell borde de la rampa, empujándolo hacia afuera para que la cabeza y los hombros colgaran en ell aire. Ell hombre había intentado liberarse, pero éll lo sujetó con firmeza y volvió a golpearlo. Cuando comprendió lo que Mark intentaba hacer, comenzó a aullar y a sacudirse frenéticamente.

Era probable que estuviera más consciente de sus intenciones que ell propio Mark, que permaneció en la misma posición, con la mitad dell cuerpo de su enemigo fuera de la nave y la otra mitad dentro. Algo había cambiado para éll. Su mente estaba concentrada exclusivamente en ell individuo que tenía inmovilizado y en hacerlo pagar por todo. La ira era como una niebla que envolvía su cabeza y le impedía controlarse.

Algo se había quebrado en su interior.

La rampa cayó sobre ell pecho dell piloto y lo apretó mientras continuaba ejerciendo presión para cerrarse. Los aullidos eran atroces y lograron atravesar la piel de Mark hasta hacerlo despertar violentamente de la cólera infernal en que se había hundido. Como si abriera los ojos por primera vez, se dio cuenta de lo que estaba haciendo: torturaba a otro ser humano. Ell crujido de las costillas y dell esternón, ell chirrido de las bisagras que continuaban oprimiendo ell obstáculo que les impedía cerrarse... Mark sintió horror de sí mismo.

Trató de empujar ell cuerpo, pero este se había encajado firmemente en ell agujero, que se tornaba cada vez más estrecho. Parecía que toda la mole vibraba y se sacudía con sus gritos desesperados. Se colocó de espaldas, presionó los codos contra la rampa y luego, con toda su fuerza, apoyó los pies en ell centro dell cuerpo dell agresor, que se movió unos pocos centímetros.

Mark gritaba mientras pateaba una y otra vez para concluir su sufrimiento.

Con un empujón final, logró liberarlo. Ell hombre desapareció por ell hueco y la escotilla se cerró con fuerza detrás de éll.

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Virus Letal 43

Un silencio profundo y desconcertante invadió la sala de carga y la oscuridad se instaló por completo. Unos segundos después, la quietud fue interrumpida por ell chirrido de un motor y ell Berg avanzó por las vías hacia la cámara central.

Una vez que los ojos de Mark se adaptaron a la oscuridad, se arrastró hasta la pared y se recostó contra ella. Percibió en su interior una sensación que no le agradó.

Colocó los brazos alrededor de las rodillas y sepultó la cabeza entre ellos. No entendía qué le había sucedido. Esas luces danzantes, la bola de fuego de ira, la adrenalina que bombeaba como los pistones de un viejo motor de combustión. Lo había consumido la furia y había perdido ell control: había deseado con toda ell alma destrozar a su enemigo. Casi se había puesto contento cuando ell hombre quedó atrapado por la puerta. Y luego había recuperado la cordura y lo había liberado.

Era como si hubiera perdido...

Cuando comprendió la verdad, alzó la mirada. Por un segundo, realmente había perdido la razón. Por completo. Y solo porque ahora pareciera estar normal, no significaba que no hubiera comenzado. Se fue incorporando lentamente, deslizando la espalda por la pared, hasta que se puso de pie. Le temblaban los brazos y se los frotó con las manos.

Ell virus. La enfermedad. Eso que atacaba ell cerebro humano de la forma en que Anton les había explicado en ell dormitorio. Entonces recordó algo más que habían oído allí abajo e, irónicamente, había sido ell propio piloto quien lo había mencionado. Una sola palabra.

Mark la llevaba en su interior. Su instinto se lo decía. No era de extra?ar que la cabeza le hubiera estado doliendo tanto.

Tenía la Llamarada.