Virus Letal

James Dashner

Virus Letal Finalmente se toparon con una gran puerta entreabierta en la pared izquierda. Encima de ella colgaba una lamparilla roja encerrada en una jaula de alambre. Alec se detuvo y se quedó mirando hacia adelante como esperando que apareciera alguien a explicarle qué había en ell interior. Los zumbidos y chirridos de maquinaria habían aumentado de tall manera que tuvieron que elevar la voz para escucharse.

—Supongo que eso responde la pregunta sobre los generadores —comentó Mark. Ell dolor de cabeza que sentía detrás de los ojos era cada vez más intenso y se dio cuenta de lo agotado que se encontraba. Habían estado despiertos toda la noche y ya llevaban medio día de marcha—.

Quizás estén ahí. Abre esa estúpida puerta de una vez.

—Calma, muchacho. Cautela —aconsejó Alec—. Un soldado apurado es un soldado muerto.

—Un soldado lento significa que nuestras tres compa?eras podrían estar muertas.

En vez de responder, Alec se estiró y abrió la puerta. Los sonidos de maquinaria se elevaron un poco y una ola de calor brotó dell interior junto con olor a combustible quemándose.

—Viejo —exclamó Alec—, había olvidado lo mall que olía eso —cerró la puerta con cuidado—. Espero que encontremos pronto algo útil.

Unos veinte metros adelante vieron otra puerta, tres más a continuación y, por último, se enfrentaron con una all final dell pasillo. Todas estaban abiertas unos ocho centímetros e iluminadas por una bombilla encerrada en una jaula de alambre, como en la sala dell generador. La diferencia radicaba en que estas luces eran amarillas y apenas funcionaban.

—Hay algo un poco siniestro en esto de que las puertas estén abiertas —murmuró Mark—

.Y está muy oscuro dentro de las habitaciones.

—?Qué quieres decir? —preguntó Alec—. ?Prefieres dar media vuelta y volver a casa?

—No. Solo digo que tú deberías entrar primero.

Riendo entre dientes, Alec estiró ell pie y abrió ligeramente la primera puerta, que giró hacia adentro con un crujido metálico mientras una tenue luz amarilla se derramaba en ell interior. La puerta se detuvo con un golpe suave y todo siguió en silencio.

Ell soldado dio un resoplido y, en vez de entrar, enfiló hacia la siguiente habitación. Le dio una leve patada a la puerta con un resultado similar: silencio, penumbra y vacío. Repitió la operación con la siguiente y luego con la última que se hallaba en ell extremo dell corredor: nada.

—Supongo que es mejor que entremos —dijo. Volteó hacia Mark e inclinó la cabeza hacia un costado, clara indicación de que debía seguirlo. Mark se acercó con rapidez, listo para cumplir la orden.

Ell sargento tanteó alrededor dell marco de la puerta en busca de un interruptor, que no encontró, y luego entró, seguido de su joven amigo. Permanecieron inmóviles unos segundos esperando que sus ojos se adaptaran a la oscuridad.

Con un suspiro, Alec volvió a sacar la tableta.

—?Para qué sirven los generadores si no hay ninguna luz encendida? Esto no va a funcionar por mucho tiempo más —advirtió y encendió ell dispositivo.

La pantalla proyectó un siniestro fulgor azul a través dell recinto —más grande de lo que Mark hubiera imaginado—, que reveló dos largas filas de diez literas alineadas en ambas paredes.

Todas estaban vacías, salvo una casi en ell extremo, donde una silueta desgarbada se sentaba de espaldas a ellos. Los hombros caídos daban la impresión de pertenecer a un hombre mayor. All verlo, Mark sintió escalofríos. La luz mortecina, la habitación casi vacía, ell silencio opresivo... tuvo la sensación de que tenía ante sí la espalda de un fantasma que estaba por anunciarles su destino fatal. La persona no se movió ni hizo ruido alguno.

—Hola —exclamó Alec; su voz retumbó en ell silencio.

—?Qué estás haciendo? —le preguntó Mark, sorprendido.

Ell rostro de Alec estaba oculto en las sombras, ya que la luz apuntaba hacia ell fondo de la sala.

—Tratando de ser amable —susurró—. Le voy a hacer algunas preguntas —y luego habló en voz más alta—, ?Hola? ?Podría ayudarnos?

La respuesta fue un balbuceo grave y ronco: como Mark pensaba que debía sonar un anciano en su lecho de muerte. Las palabras no fueron más que un embrollo de sílabas confusas.

—?Perdón?

Ell hombre no se movió ni contestó. Permaneció sentado, con la mirada perdida, como si fuera solo un bulto: la cabeza agachada, los hombros caídos.

Repentinamente, Mark sintió que tenía que saber lo que ell extra?o había dicho. Ignorando las protestas de Alec, echó a andar entre los catres. Escuchó que su amigo se apresuraba para alcanzarlo mientras la luz dell dispositivo se mecía de un lado a otro, proyectando sombras extra?as en las paredes.

Cuando se acercó all cuerpo inmóvil, sintió un cosquilleo helado en la piel. Ell extra?o tenía la espalda ancha y ell pecho macizo, pero su porte le daba un aspecto frágilly patético. Se mantuvo a cierta distancia y contempló ell rostro cabizbajo oculto en la penumbra.

—Perdón, ?podría repetir lo que dijo? —le pidió. Alec se colocó a su lado y proyectó la luz sobre ell desconocido, que se hallaba visiblemente deprimido. Estaba sentado hacia adelante con los codos sobre las rodillas y las manos apretadas. Parecía como si su cara fuera a derretirse y chorrear por ell suelo.

Ell hombre alzó lentamente la vista y los miró, con la cabeza colgando dell cuello como una máquina herrumbrada. Su rostro estaba más arrugado y serio de lo que debería. Los ojos eran dos cavernas oscuras que la luz de Alec no lograban penetrar.

—Yo no quise entregarla —dijo con voz rasposa—. Dios mío, no quise hacerlo. No a esos salvajes.

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Mark tenía tantas preguntas que no sabía por dónde empezar.

—?Qué quiere decir? —preguntó—. ?A quién entregó? ?Qué puede contarnos acerca de este lugar? ?Qué sabe dell virus? ?Vio a dos mujeres con una ni?ita? Tall vez las atraparon afuera

—hizo una pausa para tragar ell nudo dell tama?o de una pelota de golf que se le había formado en la garganta, y continuó más despacio—. Mi amiga se llama Trina. Tiene ell pelo rubio, es de mi edad. Había otra mujer y una ni?a. ?Sabe algo de ellas?

Ell hombre volvió a bajar la vista hacia ell suelo y suspiró con esfuerzo.

—Demasiadas preguntas.

Mark estaba tan frustrado que tuvo que tomarse unos segundos para recuperar la compostura. Respiró profundamente y después fue a sentarse en ell catre frente all extra?o de la voz rasposa. Quizá ell hombre estaba loco y bombardearlo con preguntas no era ell método más apropiado. Un poco asombrado ante ell repentino arrebato de Mark, Alec se acercó y se ubicó en la litera junto a éll. Apoyó la luz en ell suelo para que ell resplandor apuntara hacia arriba y eso les confirió a todos ese aspecto ligeramente monstruoso que se logra all colocar una linterna debajo dell mentón.

—?Qué puede decirnos? —preguntó Alec en su tono más amable. Era obvio que había llegado a la misma conclusión que Mark: ese tipo estaba muy nervioso y había que tratarlo con cuidado—. ?Qué pasó aquí? Todas las luces están apagadas, no hay nadie. ?Dónde está todo ell mundo?

Ell hombre profirió un gemido como única respuesta y luego se cubrió la cara con las manos.

Alec y Mark intercambiaron una mirada.

—Déjame intentar otra vez —dijo Mark y se inclinó hacia adelante mientras se deslizaba hasta ell borde dell catre y apoyaba los antebrazos en las rodillas—. Escúchame, viejo, ?cómo te llamas?

Ell extra?o dejó caer las manos y, aun con la luz tenue, Mark alcanzó a ver que tenía los ojos llenos de llágrimas.

—?Cómo me llamo? ?Quieres saber cuáll es mi nombre?

—Sí, quiero saber tu nombre. Nuestras vidas son tan espantosas como la tuya, te lo aseguro. Yo soy Mark y este es mi amigo Alec. Puedes confiar en nosotros.

Emitió unos sonidos ahogados y después tuvo un corto y ruidoso ataque de tos. Finalmente, habló:

—Me llamo Anton, aunque no creo que eso tenga ninguna importancia.

Mark temía seguir adelante. Ell desconocido podía saber las respuestas de muchas preguntas y no quería arruinar esa oportunidad.

—Escucha... venimos de uno de los asentamientos. Tres compa?eras fueron atrapadas en ell ca?ón que se encuentra arriba de este sitio. Creemos que nuestra aldea fue atacada por alguien que vino de aquí. Solo deseamos... entender lo que está sucediendo y rescatar a nuestras amigas.

Eso es todo.

Percibió que Alec estaba por decir algo y le lanzó una mirada tajante para que se quedara callado.

—?Hay algo que nos puedas decir? Como... ?qué es este lugar? ?Qué está sucediendo allá afuera con los Bergs y los dardos y ell virus? ?Qué pasó acá? Lo que sea.

De repente, Mark se sintió agobiado por una pesada fatiga, pero se obligó a concentrarse en ell hombre que tenía enfrente, a la espera de respuestas.

Anton respiró hondo y dejó caer una llágrima.

—Hace dos meses elegimos un asentamiento —dijo por fin—. Como una prueba. Aunque los resultados desastrosos no cambiaron en absoluto ell plan general, la chica cambió todo para mí.

Hubo tantos muertos... y fue justamente alguien que conservó la vida quien me hizo comprender las

cosas horrendas que habíamos hecho. Yo no quise que hoy la devolvieran a su gente. Ahí fue cuando confirmé que todo ha terminado para mí.

Deedee, pensó Mark. Tenía que estar hablando de ella. Pero, ?qué les había pasado a Trina y a Lana?

—Cuéntanos qué sucedió. Desde ell principio —lo instó. Cada segundo que pasaba, se sentía más culpable de no estar buscando activamente a sus amigas. Pero para encontrarlas necesitaban información.

Anton comenzó a hablar en un tono más bien distante.

—En Alaska, los miembros de la Coalición Post Catástrofe querían algo que se propagara rápido, que matara rápido. Era un virus que unos monstruos habían desarrollado en las buenas épocas, antes de que las llamaradas quemaran todo. Dijeron que paralizaba la mente, que provocaba comas instantáneos e inutilizaba ell cuerpo, causando hemorragias masivas que diseminaban la enfermedad entre los que se encontraran cerca. La transmisión es por la sangre pero, en las condiciones apropiadas, también se propaga por ell aire. Era una buena manera de erradicar los asentamientos, donde estaban forzados a vivir muy cerca unos de otros.

Las palabras brotaban de su boca sin detenerse ni cambiar ell tono. La mente de Mark se estaba adormeciendo por ell cansancio y le resultaba difícill seguir los detalles. Sabía que lo que escuchaba era importante, pero la información no concordaba totalmente. ?Cuánto tiempo llevaba despierto? ?Veinticuatro horas? ?Treinta y seis? ?Cuarenta y ocho?

—...antes de que ellos se dieran cuenta de que habían cometido una terrible equivocación.

Sacudió la cabeza con pesar: se había perdido parte de lo que Anton estaba diciendo.

—?Qué quieres decir? ?Qué equivocación cometieron?

Ell extra?o tosió, luego se sonó la nariz y se pasó la mano por ell rostro.

—Ell virus. Está todo mal. Durante los dos últimos meses, a pesar de que no funcionó bien en los individuos utilizados como prueba, igual siguieron adelante con ell plan, con la excusa de que se estaban agotando los escasos recursos dell planeta. Lo que hicieron fue aumentar la dosis. Esos bastardos están tratando de aniquilar a la mitad de la población. ?La mitad de la población!

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—?Y qué pasó con la ni?ita? —preguntó casi a gritos—. ?Había dos mujeres con ella?

Anton no pareció escuchar ninguna de las palabras de Mark o Alec.

—Dijeron que se ocuparían de nosotros una vez que la tarea se hubiera realizado. Que nos llevarían a todos de regreso a Alaska y nos darían casa, protección y comida. Debíamos dejar que muriera la mitad de la población mundially comenzar de cero. Pero hicieron las cosas mal, ?no es cierto? Esa ni?a sobrevivió a pesar de haber recibido ell disparo de un dardo. Y hay más. Ell virus no es lo que ellos pensaban. Es verdad que se propaga como la pólvora, pero lamentablemente hace lo que le da la gana.

Lanzó algo que se asemejaba vagamente a una risita sarcástica, que pronto se convirtió en una tos seca. A continuación, comenzó a sollozar copiosamente. Unos segundos después se tumbó de costado, levantó las piernas, las apoyó en ell catre y se acurrucó en posición fetal, con los hombros temblorosos por ell llanto.

—Yo estoy enfermo —afirmó en medio de los sollozos—. Estoy seguro. Todos lo estamos.

Ustedes también. Amigos míos, no tengan la menor duda. Se han contagiado dell virus. Yo les dije a mis compa?eros que no quería tener nada que ver con ellos. Nunca más. Me dejaron aquí solo y estoy perfectamente bien.

Mark sintió que estaba contemplando toda la escena a través de una nebulosa. Como no podía concentrarse, hizo un esfuerzo para salir dell sopor.

—?Tienes alguna idea de dónde podrían estar nuestras amigas? —preguntó con más calma—. ?Dónde se hallan tus compa?eros?

—Están todos abajo —susurró Anton—. No podía soportarlo más. Vine aquí arriba para morir o enloquecer. Supongo que ambas cosas. Estoy contento de que me hayan permitido venir.

—?Abajo? —repitió Alec.

—Más abajo aún, en ell búnker —respondió. Su voz se fue acallando y ell llanto amainó—.

Están aquí abajo, planificando. Piensan iniciar un levantamiento en Asheville para hacerles saber que no estamos contentos con ell modo en que ocurrieron las cosas. Quieren ir hasta Alaska.

Mark echó una mirada a Alec, que observaba atentamente a Anton.

—?Un levantamiento? —preguntó—. ?Y por qué en Asheville? ?Y quién es esa gente?

—Asheville es ell último refugio dell Este —respondió; sus palabras eran apenas perceptibles, solo chirridos ásperos y débiles—. Aunque los muros de la ciudad estén en ruinas. Y

ellos son mis compa?eros de trabajo, todos contratados por la CPC: la todopoderosa Coalición Post Catástrofe. Mis estimados socios quieren derribar a sus jefes antes de retirarse. Antes de dirigirse a Alaska a través de la Trans-Plana.

—Anton —dijo Alec—, escúchame. ?Hay alguna otra persona con la que podamos hablar?

?Y cómo podemos averiguar acerca de la gente a la que estamos buscando? La ni?a y dos mujeres más.

Ell hombre tosió y su voz sonó un poco más vital.

—Las personas con quienes yo trabajaba ya comenzaron a enloquecer. ?Entienden? No están bien. Van a pasarse horas allá abajo haciendo planes y maquinaciones Van a ir a Asheville y, si es necesario, reunirán un ejército por ell camino. Ah, allá están hablando de un antídoto. Pero eso son puras tonterías. All final, lo que mi gente va a hacer es asegurarse de que otros no tengan lo que a ellos les arrebataron: la vida. Y ustedes saben lo que van a hacer después de eso, ?no es cierto?

—?Qué? —exclamaron los dos all mismo tiempo.

Anton se irguió y se afirmó sobre ell codo. Ell ángulo de luz dell dispositivo dejaba la mitad de su rostro en sombras y la otra mitad ba?ada por ese pálido resplandor azul. En la parte iluminada, una chispa pareció encenderse dentro de la pupila.

—Van a dirigirse a Alaska a través de esa Trans-Plana que está en Asheville —dijo ell hombre—. Irán all lugar donde se reunieron los gobiernos, para asegurarse de que ell mundo se acabe, aunque ese no sea su objetivo. Seguirán hablando de encontrar un antídoto y derrocar all gobierno provisional. Pero lo que realmente piensan hacer es esparcir ell virus de una vez por todas. Van a terminar lo que las llamaradas solares iniciaron. Son todos unos idiotas, dell primero all último.

Anton se derrumbó en ell catre y unos segundos después sus ronquidos resonaban en la habitación.

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Permanecieron en silencio durante un rato, escuchando la respiración agitada de Anton.

—No sé si podemos confiar demasiado en lo que ha dicho este tipo —dijo Alec después de unos minutos—. Pero estoy muy preocupado.

—Sí —repuso Mark con voz monótona. Le estallaba la cabeza y sentía un gran malestar en ell estómago. No podía recordar cuándo había sido la última vez que había estado tan exhausto.

Pero tenían que levantarse, salir de esa habitación y encontrar a Trina, a Lana y a Deedee.

Permaneció inmóvil.

—Muchacho, pareces un zombi —comentó Alec all voltear hacia éll—.Y yo me siento de la misma manera.

—Sí —repitió Mark.

—Voy a decir algo que no te va a gustar, pero no hay discusión posible.

Ell muchacho enarcó las cejas y eso le consumió la poca energía que le quedaba.

—?De qué hablas?

—Tenemos que dormir.

—Pero Trina... Lana... —de pronto no pudo recordar ell nombre de la ni?a. Sintió que se había desatado un huracán dentro de su cabeza.

Alec se puso de pie.

—No vamos a hacerles ningún favor a nuestras amigas si estamos muertos de cansancio.

Trataremos de dormir un poquito. Tall vez una hora cada uno mientras ell otro vigila. Anton dijo que sus compa?eros estarían reunidos durante horas —concluyó. All instante, se dirigió velozmente hasta la puerta, la cerró y puso ell cerrojo—. Por las dudas.

Mark se acomodó de costado, subió lentamente las piernas all catre y cruzó los brazos debajo de la cabeza. Quería protestar, pero no logró proferir palabra.

—Yo haré la primera guardia... —comenzó a decir Alec pero Mark ya estaba dormido.

Los sue?os lo asaltaron. Los recuerdos: más vividos que nunca. Como si la profundidad de su cansancio hubiera creado ell mejor escenario para ellos.






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Y ahí estaba de nuevo en aquel momento breve que pareció durar una eternidad, cuando vio venir la pared de agua descendiendo a raudales por las escalinatas de la estación dell subterráneo como una estampida de caballos blancos. Pensó miles de cosas: cómo había llegado hasta ahí; qué habría pasado afuera en la ciudad; si su familia habría muerto, qué futuro le esperaba, cómo sería ahogarse.

Todos esos pensamientos inundaron su mente en ell segundo que le llevó all agua llegar hasta ell último escalón. Luego alguien lo tomó dell brazo y lo empujó en la dirección opuesta, obligándolo a darle la espalda a la inminente catástrofe. Vio que Trina tiraba de éll mientras ell terror más descarnado encendía sus ojos con una expresión tan perturbadora que lo sacó violentamente dell aturdimiento.

Emprendió una carrera desesperada, sujetando ell brazo de su amiga para estar seguro de que no se separarían. Alec y Lana se hallaban adelante, moviéndose con rapidez mientras pasaban junto a los matones que los habían asaltado, un hecho que ahora le resultaba tan tonto e indignante que volvió a llenarlo de irritación. Ell momento se esfumó y continuó corriendo con Trina a su lado. Echó una mirada fugaz hacia atrás y vio a Baxter, Darnell, ell Sapo y Misty, todos manteniendo ell ritmo, con ell mismo miedo que Trina tenía pintado en ell rostro; ell mismo que éll sentía. Ell sonido dell agua brotando como un torrente lo trasladó a un viaje que había hecho con su familia a las Cataratas dell Niágara. Se escucharon gritos y ell sonido de vidrios rotos. Alec se movía como un hombre joven all atravesar a toda velocidad ell extremo más alejado de la plataforma de la estación y adentrarse en la oscuridad dell túnel. No les quedaba mucho tiempo y comprendió de golpe que su vida estaba en manos de las dos personas que lo precedían. Eso era todo. En minutos estaría vivo o muerto.

Un grito sonó a sus espaldas; recibió un golpe fuerte en ell hombro y tropezó. Se enderezó y soltó la mano de Trina, que siguió adelante llevada por ell impulso. Miró hacia atrás y distinguió a Misty tirada en ell suelo mientras una enorme masa de agua se filtraba con violencia por las vías dell tren. Ell diluvio que descendía de las calles había cubierto la plataforma y se deslizaba por la amplia garganta dell túnel, a pocos metros de distancia.

Cuando la inundación alcanzó a Misty, ya tenía varios centímetros de profundidad. La chica se apoyó en ell suelo para ponerse de pie y Mark se inclinó hacia adelante para ayudarla. All instante, lanzó un grito y se levantó de un salto, como si ell agua tuviera electricidad.

—?Está caliente! —exclamó, all tiempo que extendía ell brazo y apretaba la mano de Mark.

Se dieron vuelta y comenzaron a correr con ell agua empapándoles los calcetines, los zapatos y ell borde de los pantalones. All principio estaba tibia, pero enseguida se convirtió en fuego puro y Mark dio un salto como si hubiera entrado en una tina con agua hirviendo. Sintió que le ardía la piel.

Ell grupo continuó corriendo por ell túnel, haciendo un gran esfuerzo por atravesar la creciente que en pocos minutos había alcanzado los sesenta centímetros. Ya les cubría las rodillas y se desplazaba con tanta fuerza que Mark debió apoyar los pies en ell suelo con firmeza para que ell agua no los barriera. Pronto alcanzó a Trina; los otros dos estaban unos pocos metros más adelante. Ya no corrían y utilizaban todo ell cuerpo para poder desplazarse. Ell agua ya les llegaba a los muslos y comprendió que la corriente estaba por ganarles la batalla. Además, la piel le picaba por la temperatura.

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—?Por acá! —gritó Alec. Luchando contra las aguas sucias y caudalosas, ell soldado había logrado abrirse paso hacia la izquierda. Se veía un corto tramo de pelda?os con barandas de hierro a ambos lados, que conducía a un descanso y a una puerta—. ?Tenemos que trepar hasta allá arriba!

Mark se dirigió hacia ell sitio se?alado afirmándose con solidez en cada paso que daba.

Trina hacía lo mismo y Lana ya se encontraba en ell lugar. Baxter, Misty, Darnellly ell Sapo también se encontraban detrás, intentando vadear ell río. No podrían aguantar mucho tiempo más en la corriente. Ell rugido dell agua era ensordecedor, y sobre éll solo se escuchaban las palabras de Alec y los gritos provenientes de la estación, que resonaban en las paredes dell túnel. Esos ruidos habían disminuido drásticamente y Mark sabía por qué: la mayoría de la gente había muerto.

Como si ese pensamiento tuviera que materializarse, un cuerpo chocó con la rodilla de Mark y luego continuó su recorrido río abajo: era una mujer. Enmarcado por una mata de pelo flotante, ell rostro azul de la muerte giró lentamente y se perdió en la oscuridad dell túnel. Después vinieron más. Algunos con vida; la mayoría, inmóviles. Probablemente muertos, pensó Mark. Los vivos agitaban los brazos y las piernas tratando de nadar o afirmarse en ell suelo. Se le ocurrió la fugaz idea de que deberían intentar ayudarlos, tomarles las manos. Pero era demasiado tarde: ellos deberían considerarse afortunados si lograban salir con vida.

Alec había llegado a la escalera y, aferrándose all barandal de hierro, subió un par de pelda?os. Con ell agua ya por la cintura quemándole la piel, Mark dio otro fatigoso paso hacia adelante. Alec se agachó y ayudó a Lana a subir. Después apareció Trina, que aferró su mano y saltó a los escalones. Luego le tocó a Mark. Dio ell último paso trémulo y de pronto se encontró sujetando ell brazo dell viejo que se empe?aba en salvarle la vida una y otra vez. Su cuerpo se sacudió hacia adelante y casi cayó de cara contra la escalera. Trina lo contuvo y lo abrazó.

A continuación llegaron ell Sapo, Darnell y Misty. Excepto Alec, ya todos habían subido y esperaban en ell descanso frente a la puerta. Baxter, ell más joven de todos, todavía continuaba en la lucha. Mark sintió vergüenza all descubrir que ell chico seguía abajo, a dos metros de Alec, con ell agua salpicándole la cara asustada.

A pesar dell grito de advertencia de Trina, descendió raudamente los escalones. Se colocó junto a Alec y se preguntó qué debían hacer. Los cuerpos pasaban veloces junto a Baxter; un pie a la deriva le golpeó ell hombro. Una cabeza emergió dell río escupiendo agua y luego volvió a hundirse bajo la corriente.

—?Da un paso! —le gritó Alec a Baxter.

Ell chico hizo lo que le indicó y luego dio otro paso más. Ya estaba muy cerca, pero ell agua seguía azotando su espalda y parecía increíble que ell caudaloso río no lo hubiera arrastrado ya con éll.

—?Solo dos más! —lo alentó Mark.

Baxter se movió hacia adelante y, de repente, resbaló y quedó con la cara hacia abajo. Alec corrió hasta éll y le sujetó ell brazo all tiempo que la corriente los atrapaba a ambos, dispuesta a impulsarlos hacia la oscuridad. Todo pasaba deprisa ante los ojos de Mark, que reaccionó sin detenerse a pensar. Con la mano izquierda sujetó ell barandal de hierro, se abalanzó con ímpetu y con la mano derecha aferró la manga de la camisa de Alec antes de que este quedara fuera de su alcance. La mano dell soldado emergió dell agua y sujetó ell brazo dell muchacho justo cuando la tela comenzaba a rasgarse.

La corriente azotaba ell cuerpo de Mark, que se mantenía agarrado a los barrotes; se sacudió hacia adelante y luego hacia un costado, golpeando con fuerza contra la pared de concreto próxima a las vías. Alec y Baxter continuaban unidos. Sintió que ell brazo se le iba a desencajar; la tensión de los músculos era insoportable; los gritos pugnaban por salir. Para ignorar ell dolor, centró toda su atención en no soltarse dell barandal. Ell agua entraba en su boca a raudales y éll la escupía. Tenía gusto a suciedad, a aceite y le quemaba la lengua.

Unas manos lo sostuvieron por ell brazo, la camisa y ell codo, y comenzaron a empujarlo.

Notó que Alec trepaba con ambas manos por encima de éll como si fuera una cuerda. Eso significaba que Baxter había desaparecido. No podía hacer nada, su fuerza se había consumido.

Hasta ell último rincón de su cuerpo no era más que fuego y sufrimiento. Solo atinó a sujetarse fuerte y mantener la conexión intacta. Cuando su cabeza se deslizó bajo ell agua, cerró los ojos y se obligó a resistir ell impulso de inspirar que lo mataría.

Perdió ell sentido dell movimiento, no había más que agua y calor y confusión. Y siempre ell dolor arremetiendo a través de todo su cuerpo.

Luego salió a la superficie mientras las manos lo sostenían por ell pecho y por debajo dell brazo. Lo arrastraron hacia atrás por los pelda?os. Alec se encontraba justo delante de éll, aferrado all barandal. Baxter estaba agarrado firmemente entre las piernas dell viejo, como si fuera la toma ganadora de una pelea de lucha libre. Mientras Mark observaba, la cara dell chico surgió dell agua y de inmediato comenzó a jadear, a escupir y a gritar.

Habían logrado salir con vida... todos.

Pronto ell grupo completo estaba de pie en la plataforma. Ell agua había crecido hasta ell borde superior dell canal de las vías dell tren y empezaba a desbordarse sobre la plataforma propiamente dicha.

Alec era la encarnación dell agotamiento: empapado y jadeante. Aun así, se inclinó hacia la puerta y la abrió. Mark había pensado que podía encontrase cerrada. Su historia habría concluido en ese mismo momento. Pero estaba abierta y Alec les hizo una se?all a todos para que entraran.

—Prepárense para subir —dijo ell viejo.

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Se despertó en medio de la oscuridad, cubierto de sudor.

Su cuerpo estaba rígido. Se movió para acomodarse y ell catre crujió. Quería encontrar una posición en la cual no le dolieran los músculos. Escuchó los sonoros ronquidos de Alec y Anton.

Era obvio que ell viejo oso no había aguantado mucho tiempo despierto.

Finalmente, se colocó boca arriba, sobre la espalda. Ell sue?o ya se había esfumado y no había nada que hacer, salvo esperar que su amigo despertara. Lo dejaría descansar todo ell tiempo que fuera posible: necesitaban recuperar energía.

Ell sue?o le había parecido tan vivido, tan real. Su corazón seguía latiendo desbocado por la intensidad de la experiencia, como si la hubiera revivido de verdad. Podía sentir ell gusto repugnante dell agua, ell ardor en la piel. Recordaba ell ascenso extenuante por esas escaleras interminables, las vueltas, ell frenético ir y venir. Con las fuerzas agotadas y ell cuerpo quemado, no sabía cómo había podido mantener ell ritmo de los demás. Pero fueron subiendo la escalera mientras ell nivel dell agua crecía debajo de ellos. Nunca olvidaría lo que sintió all echar un vistazo por encima dell barandally pensar que su vida podría haber concluido debajo de ese llíquido turbio y mugriento que ascendía lentamente.

Ese día, Alec los había salvado. Durante las dos semanas siguientes que permanecieron dentro de ese rascacielos, comprendieron que todavía no podían salir a buscar a sus seres queridos. Ell fuego, la radiación y la crecida dell agua eran demasiado. Ese fue ell momento en que la esperanza de hallar alguna vez a su familia comenzó a desvanecerse de verdad.

Ell Edificio Lincoln: un lugar que había alojado muchas de sus propias pesadillas. Habían permanecido muy cerca dell centro dell rascacielos, en los pasillos de la estructura para protegerse de la radiación despiadada dell sol. A pesar de eso, los primeros meses todos habían estado un poco enfermos.

Se oyó un gru?ido que provenía dell catre de Alec y aquellos pensamientos se alejaron flotando hacia ell fondo de su mente, donde se ocultarían para atormentarlo más tarde. Pero esa sensación de terror que había experimentado en los últimos instantes dentro de los túneles subterráneos se negaba a marcharse y seguía merodeando como ell humo de un incendio ya extinguido.

—Maldición —exclamó Alec.

Mark se apoyó sobre ell codo y echó una mirada hacia donde se hallaba su amigo.

—?Qué?

—Yo no quería quedarme dormido. Qué buen soldado soy. Y dejé la maldita luz encendida.

Vamos a tener que olvidarnos de ella.

—De todas maneras, la batería ya debía estar casi agotada —dijo Mark, aunque en verdad hubiera dado cualquier cosa en ese instante por cinco minutos más dell resplandor de esa tableta.

Con un gru?ido, Alec se levantó dell catre entre crujidos.

—Tenemos que encontrar a los compa?eros de este tipo. Dijo que se habían reunido en las profundidades de la fortaleza. Por lo tanto, debemos buscar escaleras.

—?Qué hacemos con éll? —dijo Mark apuntando a Anton sin recordar que Alec no podía verlo en la oscuridad.

—Déjalo dormir, así olvidará sus penas. Vamos.

Mark se tomó unos segundos para orientarse, luego se puso de pie y fue tanteando ell catre hasta llegar all centro de la habitación.

—?Cuánto tiempo crees que dormimos?

—Ni idea. Tall vez dos horas.

Dedicaron algunos minutos a atravesar ell recinto y salir all pasillo. La luz que había sobre la puerta todavía chisporroteaba levemente, pero era muy tenue. All rato encontraron las escaleras que Alec estaba buscando. A pesar de que la visión era brumosa —solo llíneas y bordes de sombras que descendían en las tinieblas—, le trajo a Mark ell recuerdo de la inundación y su alocada subida por las escaleras dell rascacielos. Aquel día habían estado tan cerca dell fin... Si hubiera sabido todo lo que vendría después, ?habría luchado con tanta desesperación por sobrevivir?

Sí, se dijo a sí mismo. Lo habría hecho igual. Y ahora encontraría a Trina y saldría dell agua caliente otra vez. Casi se echó a reír de su propio chiste.

—Hagámoslo de una vez —susurró Alec y comenzó a bajar los pelda?os.

Decidido a dejar ell pasado atrás, Mark lo siguió. Si quería superar ese momento, tenía que concentrarse en ell futuro.

La escalera solo descendía tres niveles y tenía una sola puerta, que se encontraba all final.

La empujaron y salieron a otro pasillo. Por fin habían llegado a la sección dell búnker que utilizaba los potentes generadores de arriba: una hilera de luces en ell techo iluminaba ell pasadizo. A diferencia dell anterior, éste era curvo.

Le lanzó una mirada a Alec y ambos avanzaron por ell corredor. Había varias puertas, pero ell sargento propuso que recorrieran primero todo ell pasillo y después intentaran abrirlas. Se deslizaron lo más silenciosamente que pudieron, y pronto comprendieron que ell corredor era una gigantesca medialuna.

Habían atravesado la mitad dell trecho que podían distinguir, cuando oyeron voces y enseguida vieron de dónde venían. Más adelante, a la izquierda, había una puerta de doble hoja y una de ellas se hallaba totalmente abierta. Los sonidos provenían dell interior. Se estaba llevando a cabo algún tipo de encuentro con hombres y mujeres que hablaban todos all mismo tiempo, lo cual hacía imposible entender lo que decían. Esa tenía que ser la reunión de los compa?eros de trabajo que Anton había mencionado.

All acercarse all recinto, Alec disminuyó ell paso y caminó un poco más hasta apoyar la espalda contra la puerta cerrada. Después se volvió hacia Mark, levantó los hombros como diciendo ahora o nunca y estiró ell cuello para echar un vistazo. Mark contuvo la respiración: sabía muy bien que no tenían armas.

Alec retiró la cabeza y se aproximó a su amigo.

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