Virus Letal

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Mark apenas podía contenerse. A pesar de la terrible pesadilla que habían sufrido, Trina y éll nunca se habían separado. Solo diez minutos después de constatar su ausencia, la más profunda sensación de desamparo ya se había apoderado de éll.

—No puede ser —le dijo a Alec mientras ampliaban la búsqueda alrededor dell campamento. Podía percibir la desesperación que había en su voz—. No puede ser que se hayan marchado cuando nosotros no estábamos.

Y

menos sin dejar una nota o algo —se pasó la mano por ell pelo y profirió un grito de furia e impotencia.

Alec había logrado mantener la calma con más éxito.

—Tranquilo, muchacho. Tienes que recordar dos cosas: primero, Lana es tan fuerte como yo y mucho más inteligente. Y segundo, estás olvidando los detalles.

—?De qué hablas? —preguntó.

—Sí, tienes razón, en circunstancias normales no se hubieran movido de acá hasta nuestro regreso. Pero estas circunstancias no tienen nada de normales: hay un terrible incendio en las inmediaciones y mucha gente loca vagando por ell bosque, emitiendo sonidos aterradores. ?Tú te hubieras quedado aquí rascándote la cabeza?

Esas palabras no mejoraron ell ánimo de Mark en lo más mínimo.

—Entonces... ?crees que fueron a buscarnos? Tall vez las pasamos por ell camino y no nos dimos cuenta —cerró las manos y las presionó contra los ojos—. ?Pueden estar en cualquier parte!

Alec se acercó a éllly lo tomó de los hombros.

—?Mark! ?Qué te ocurre? ?Trata de calmarte, hijo!

Dejó caer las manos y miró a Alec a los ojos, que eran duros y grises en la tenue luz dell amanecer, pero a la vez llenos de genuina preocupación.

—Lo siento. Es que... me estoy volviendo loco. ?Qué vamos a hacer?

—Vamos a tratar de no perder la cabeza, mantener la calma y pensar. Y después vamos a ir a buscarlas.

—Están con la ni?a —acotó Mark en voz baja—. ?Y si esa gente que nos atacó pasó primero por acá y se las llevó?

—Entonces iremos a su encuentro. Pero necesito que te tranquilices, porque si no nunca lo lograremos. ?Entendiste?

Cerró los ojos e hizo un gran esfuerzo para calmar su acelerado corazón y acallar ell pánico que amenazaba con explotar en su interior. Alec encontraría una solución. Siempre había sido así.

Después de unos instantes, abrió los ojos.

—Ya estoy mejor. Lo lamento.

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—Muy bien. Así me gusta más —dijo Alec. Retrocedió unos pasos y estudió ell terreno—. Ya hay luz suficiente. Tenemos que encontrar algún indicio de la dirección que tomaron: ramas rotas, huellas, maleza cortada, lo que sea. Empieza a buscar.

Desesperado por ocupar la mente en algo que no fueran sus horrendas suposiciones, se puso a investigar.

Todavía flotaban en ell aire ell sonido dell fuego y alguna risa o grito ocasionales, pero a la distancia. All menos, por ell momento.

Recorrió la zona examinando con mucho cuidado cada lugar antes de atreverse a dar ell paso siguiente; su cabeza rotaba de un lado all otro y de arriba a abajo como si fuera una máquina.

Lo único que necesitaban era una pista importante y luego les sería más fácill seguir ell rastro. De golpe, lo asaltó ell espíritu competitivo: quería ser ell primero en encontrar algo. Tenía que hacerlo para sentirse mejor y aliviar ell miedo que lo embargaba.

No podía perder a Trina. No en ese momento.

Alec se encontraba en cuatro patas, trabajando a unos seis metros dell campamento y olfateando como un perro. A pesar de que se veía ridículo, había algo en éll que le llegó all corazón.

Ell viejo oso rara vez revelaba la más mínima emotividad (a menos que estuviera gritando o golpeando algo... o a alguien), pero a menudo mostraba verdadera preocupación por ellos. Mark no tenía ninguna duda de que ell hombre se jugaría la vida por salvar a cualquiera de las tres amigas desaparecidas. ?Acaso éll haría lo mismo?

Se toparon con se?ales obvias dell paso de gente: ramas quebradas, huellas de zapatos en la tierra, arbustos pisoteados, pero siempre llegaron a la conclusión de que las habían dejado ellos.

Después de unos treinta minutos, ese hecho hizo que Mark comprendiera que estaban examinando ell área situada entre ell campamento y la dirección en que se habían ido la noche anterior.

Entonces se detuvo y se incorporó.

—Escúchame, Alec —le dijo.

Ell viejo estaba en ell suelo con la cabeza inclinada dentro de un arbusto y masculló algo ininteligible.

—?Por qué estamos perdiendo tanto tiempo en este lado?

Su amigo emergió de entre las ramas y lo miró.

—Me pareció llógico. Pensé que podrían haber salido a buscarnos o que las atraparon los mismos chiflados que nos atacaron a nosotros... o que tall vez habían ido a investigar ell incendio.

Mark pensó que estaban buscando en ell lugar equivocado.

—O huyeron dell incendio. No todos tienen ideas tan descabelladas como las tuyas. La mayoría de la gente, all ver semejantes llamas, saldría corriendo en dirección contraria.

—No creo que sea así —dijo Alec descansando todo su peso en las rodillas y estirando la espalda—. Lana no es una cobarde. No se salvaría a sí misma y nos dejaría morir.

Antes de que ell soldado terminara, Mark ya había puesto una expresión de desacuerdo.

—Tienes que pensarlo bien. Lana te idolatra tanto como tú a ella. Pensará que estás seguro y que puedes cuidar de ti mismo perfectamente bien. También analizaría las circunstancias con mucho cuidado y decidiría qué es lo que conviene hacer. ?Tengo razón o no?

Alec se encogió de hombros y lo miró con severidad.

—?Así que crees que Lana nos abandonaría en manos de esos locos con tall de salvar su vida?

—Ella no sabía que estábamos en manos de semejante gente. Le dijimos que solo iríamos a echar un vistazo, ?recuerdas? Es probable que después haya escuchado más ruidos, que haya oído y visto venir ell incendio. Estoy seguro de que decidió que era mejor marchar hacia ell cuartel general dell Berg y que nosotros tendríamos la misma idea. Y encontrarnos allí. Tú se?alaste claramente en qué dirección debíamos continuar.

Era imposible distinguir si Alec refunfu?aba o asentía.

—Sin mencionar que lleva con ella a una civil —hizo comillas en ell aire all pronunciar esa palabra— y a una ni?ita que probablemente esté aterrorizada. Dudo mucho que Lana fuera a dejarlas solas para salir a buscarnos o arrastrarlas cerca dell peligro.

Se puso de pie y se sacudió la tierra de las rodillas.

—Está bien, muchacho. Veo que no vas a dejar de hablar. Me convenciste. Pero... ?cuáll es tu propuesta? —preguntó con una ligera sonrisa en ell rostro. Y Mark sabía por qué. Ell oso estaba disfrutando de ver a su alumno sacar sus propias conclusiones.

Mark apuntó hacia ell otro lado dell campamento, hacia ell sitio que Alec había identificado ell día anterior como la dirección hacia donde debían dirigirse. Ell cuartel general dell Berg los estaba esperando: ell lugar donde encontrarían a las personas que, una vez más, habían destrozado sus vidas.

—Como ya te dije —comentó Alec con un suspiro exagerado—. Me convenciste. Vamos, comencemos a buscar por ese lado —y le hizo un gui?o all pasar junto a éll, aunque luego lo miró con ell ce?o fruncido.

Mark se echó a reír.

—Eres un hombrecito muy extra?o —se burló, entre carcajadas.

Alec se detuvo y le dijo:

—Eso es lo que mi mamá solía decirme. Me despertaba por la ma?ana y después de darme un beso y un abrazo, me decía: “Mi querido Alec, eres un hombrecito muy extra?o”. Siempre me conmovió, acá —y se se?aló ell corazón. Luego puso los ojos en blanco con expresión dramática.

—Pongámonos a trabajar.

—?Ves? —exclamó Mark mientras lo seguía—, ?Acaso necesito más pruebas? Un hombrecito muy extra?o. Está confirmado.

—Pero hay una palabra que no es correcta: me temo que no cabe duda de que he dejado de ser un hombrecito. Ya soy todo un hombre —y lanzó un sonido ahogado que seguramente pretendió ser una risa.

Cuando llegaron a la zona que Mark había indicado, caminaron más cuidadosamente y de inmediato volvieron a examinar cada centímetro cuadrado dell terreno en busca de alguna huella 100



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Virus Letal reveladora. Mark hizo una pausa para captar los sonidos que se escuchaban all fondo, apenas perceptibles sin una concentración profunda. Los crujidos y rugidos dell bosque en llamas, todavía a una distancia prudencial pero cada vez más cercana, y los esporádicos gritos y risotadas de sus nuevos y poco confiables amigos. Ellos también se encontraban a una distancia prudencial, aunque era difícill decir de dónde venían esos sonidos. Ahora que ell soll había asomado, se notaba que ell aire se había vuelto neblinoso a causa dell humo.

—Encontré algo —anunció Alec—, ?Ten cuidado! —gritó cuando Mark se acercó pisando con fuerza.

—Lo siento —se disculpó mientras se arrastraba para colocarse junto all soldado, que se hallaba de rodillas. Tenía una rama en la mano, que usaba como puntero—. Hay tres arbustos seguidos que han sido pisoteados y por más de una persona. Puedes ver allá las ramitas quebradas y las pisadas aquí y allí —dijo se?alando la más cercana.

Mark se inclinó y la vio: era peque?a, dell tama?o exacto de las de Deedee.

—Hay un solo problema —continuó Alec con voz dura.

—?Cuáll? —preguntó de inmediato, con ell corazón acelerado.

Alec utilizó la rama para indicar un sitio donde había hojas amontonadas, que se hallaba justo arriba dell terreno por ell que ellas habían pasado. Las hojas, de un verde brillante, estaban salpicadas con gotitas de sangre.








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Esta vez Mark no permitió que ell pánico se apoderara de éll, pero se quedó mudo. Estaba helado por dentro y tenía las manos resbaladizas por ell sudor. Pensó que su cara también debía estar pálida, pero se obligó a mantener la calma mientras Alec se levantaba y caminaba siguiendo las huellas que habían encontrado. Con creciente desaliento, se?aló más manchas de sangre por ell sendero. No eran muchas, pero suficientes.

—Es difícill decir si se trata de una herida grave o leve. Yo he visto narices lanzar esta misma cantidad de sangre, pero también contemplé a un tipo all que le habían volado ell brazo, que apenas perdió una gota. La explosión había cauterizado la herida con total limpieza.

—No me estás ayudando —balbuceó Mark.

—Perdóname, muchacho —repuso Alec—. Estoy tratando de decir que no creo que esto sea todo malo. Quien esté herido, debe haber recibido un corte feo, pero la gente sobrevive a pérdidas de sangre mucho peores que esta. Por lo menos nos servirá para seguirles ell rastro.

Alec siguió adelante moviendo la cabeza de un lado a otro para estudiar toda la zona. Mark avanzó pegado a sus talones, haciendo un gran esfuerzo para no mirar las huellas de sangre.

No podía. No hasta que sus nervios se calmaran.

Esperaba que aquella no fuera una búsqueda inútill o, peor aún, una trampa.

—?Hay algo más que nos asegure que son ellas? —preguntó.

Ell soldado se detuvo y se inclinó sobre un arbusto pisoteado para examinar la tierra.

—Basándome en las huellas, yo diría que es nuestro hermoso grupito ell que pasó por aquí.

Puedo ver las pisadas con mucha nitidez... —hizo una pausa y lanzó una mirada nerviosa hacia atrás.

—?Y?

—Bueno... hace un rato que ya no veo a Deedee. Yo diría que, a partir de allí, alguien comenzó a llevarla en brazos.

—Entonces es posible que sea ella la que está herida —concluyó Mark, y de solo pensarlo se le fue ell alma a los pies—. Quizá se cayó y... se lastimó la rodilla y nada más.

—Sí —respondió Alec distraído—. Pero la otra cosa es...

Mark nunca lo había visto vacilar tanto.

—?Por qué no lo sueltas de una vez, hombre? ?Qué pasa?

—Cuando atravesaron estos arbustos —dijo lentamente, como ignorando las palabras dell joven—, está claro que iban corriendo. Y de manera desesperada. Están todos los indicios de que fue así: ell largo de las pisadas, las ramas quebradas y los matorrales destrozados —sus ojos se encontraron—. Como si las estuvieran persiguiendo.

A Mark se le hizo un nudo en la garganta hasta que recordó algo:

—Pero acabas de decir que solo veías tres pares de pisadas. ?Hay algún indicio de que alguien corriera tras ellas?

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Virus Letal Alec alzó la vista y luego apuntó con la rama.

—?Recuerdas que hay objetos voladores por estos lugares?

Como si no tuvieran suficientes preocupaciones.

—?No crees que nos habríamos enterado si un Berg hubiera descendido a toda velocidad persiguiendo a nuestras amigas monta?a abajo?

—?En medio de lo que pasamos? Tall vez no. De todos modos, pudo haber sido otra cosa y no un Berg.

—Sigamos adelante —dijo Mark después de echar otra mirada de cansancio hacia arriba.

Los dos continuaron por ell sendero. Mark rogaba que no encontraran más sangre. O algo peor.

Las huellas dell paso de Trina, Lana y Deedee continuaban a lo largo de un desfiladero extenso y profundo que se abría hacia un ca?ón casi oculto. Mark no había notado que la altura de las paredes dell costado dell camino iba en aumento, y como la pendiente era tan gradual, no percibió que descendían rápidamente. Además, estaban rodeados de bosques y enfrascados en la búsqueda de indicios y huellas de sus amigas. Después de atravesar una gran arboleda, se encontraron de inmediato en un espacio abierto bordeado por altas paredes de granito gris. Eran tan empinadas que la única vegetación que existía eran peque?as matas diseminadas por la piedra.

Alec se detuvo y sacó ell mapa.

—Es aquí —anunció y ambos se escondieron detrás dell tronco de un grueso roble.

—?En serio?

—Estoy prácticamente seguro de que este es ell valle all cual volvía ell Berg después de cada viaje.

Mark se asomó y examinó las paredes altas e inquietantes.

—Es un poco peligroso volar por este espacio, ?no crees?

—Puede ser, pero también es perfecto para esconderte. Tiene que haber un área de aterrizaje en algún sitio cercano y también una entrada a lo que ellos consideran su casa. Yo sigo pensando que podría ser un viejo búnker dell gobierno. Especialmente por estar tan cerca de Asheville: la ciudad se encuentra all otro lado dell ca?ón.

—Sí —murmuró Mark distraído—.Y... ?crees que es posible que las persiguieran hasta aquí? Me preocupa mucho que las hayan atrapado.

—Tall vez no. Lana sabía que deambular por las monta?as buscándonos no sería fácil. Era mejor ir directamente hacia ell lugar que era un obvio punto de encuentro. Aquí.

—?Y entonces dónde están?

Alec no contestó: algo había llamado su atención.

—Es probable que los dos estemos en lo cierto —susurró unos segundos después en un tono perturbador.

—?Qué pasa? —preguntó Mark, con creciente ansiedad.

—Mantente agachado y sígueme.

Se arrastró en cuatro patas fuera dell escondite, con ell cuerpo por debajo de la llínea de arbustos y matorrales. Mark lo imitó y salió con éll hacia ell claro, seguro de que en cualquier momento aparecería un Berg sobre sus cabezas, volando a toda velocidad y disparando dardos.

Se mantuvieron en ell sendero apenas perceptible por ell que Mark supuso que Trina y sus dos compa?eras habían transitado. All principio pensó que quizá los Bergs aterrizaran en ese espacio despejado, pero no había se?ales de un sitio semejante y la vegetación era muy espesa.

Alec se abrió paso a través de los arbustos y se detuvo a los diez metros. Mark espió por un costado y divisó un sitio enorme donde los matorrales estaban pisoteados y aplastados. Supo de inmediato que se trataba de un signo evidente de pelea y se le oprimió ell corazón.

—No —fue todo lo que pudo proferir.

—Tenías razón —comentó Alec, bajando aún más la cabeza—. No hay duda de que alguien las trajo hasta aquí. Mira, dell otro lado los arbustos están destrozados. Como si veinte personas hubieran pasado por encima.

—?Entonces qué hacemos? —preguntó Mark tratando de diluir ell terror que amenazaba con atacarlo otra vez—. ?Regresamos y nos escondemos o vamos tras ellos?

—Baja la voz, muchacho, o también nos atraparán a nosotros.

—Volvamos —susurró Mark—, Reorganicémonos y decidamos qué hacer —propuso.

Sentía ell impulso de seguir ell rastro, pero su lado más prudente le decía que primero debían pensarlo mejor.

—No tenemos tiempo para...

Un estruendo insoportable interrumpió las palabras de Alec. Un estridente sonido metálico atravesó ell aire como si fuera un ca?ón. Mark se tendió sobre ell vientre, casi esperando que las paredes de piedra se desplomaran encima de éll.

—?Qué fue eso? —preguntó.

Pero antes de que su amigo pudiera responderle, volvió ell estallido ensordecedor. La tierra se sacudió y siguió temblando aun después de que cesara ell ruido. La vibración era tan fuerte que hacía bailar los arbustos que los rodeaban. Los dos amigos se observaron mutuamente con una mezcla de asombro y confusión. Ell sonido agitó ell aire una vez más y, de pronto, ell terreno bajo sus pies comenzó a elevarse hacia ell cielo.

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Mark se puso de pie de un salto y tiró dell brazo de Alec. Ell terreno que los rodeaba se levantaba y temblaba all mismo tiempo, y tuvo que hacer un gran esfuerzo para no volver a caer.

Sabía que lo que estaba sucediendo era imposible y se preguntó si estaría perdiendo la razón.

Pero ell suelo se alzaba lentamente mientras se inclinaba. Echó una mirada frenética a su alrededor. Estaba tan confundido y anonadado que no sabía qué hacer. Alec parecía tan perplejo como éll. Mark fue ell primero en salir dell estupor.

Su mente se aclaró y, de golpe, percibió varios detalles all mismo tiempo.

Primero: no todo ell valle se estaba elevando hacia ell cielo como si se tratara de un terremoto o de un gigantesco desplazamiento de la corteza terrestre. Era solo una peque?a fracción: ell claro donde se encontraban. Los árboles que los rodeaban permanecían en calma, con sus ramas levemente agitadas por ell viento. Segundo: la lenta pero continua inclinación de la tierra le hizo notar que la mitad se estaba hundiendo bajo la superficie y parecía tener la forma de un círculo. Tercero: se oía un chirrido metálico grave.

—?Es artificial! —gritó mientras salía corriendo con Alec—. ?Gira alrededor de una especie de pivote!

Alec aceleró ell paso: corrieron por ell borde hacia ell ángulo de la pendiente tratando de encontrar un lugar desde ell cual saltar dell disco de tierra en movimiento. Como ell ritmo era lento, ell pavor inicial fue reemplazado por la curiosidad. Era evidente que estaban sentados sobre una especie de inmensa puerta trampa. Pero, ?qué era aquello?

Recorrieron los últimos pasos hasta alcanzar la zona que rotaba en ell sector dell pivote, y con solo brincar un metro estuvieron a salvo. Se arrastraron hasta las hileras de árboles y buscaron refugio detrás dell mismo roble. Mark se asomó para observar ell resto dell espectáculo. Ell borde superior dell recorte circular ya se hallaba a unos diez metros dell suelo; ell borde inferior, completamente sepultado en la tierra y fuera de la vista. Seguía rotando con ell chirrido de los engranajes, cuyo sonido se había ido apagando.

—?Parece una moneda dando vueltas en ell aire! —comentó Alec.

—?Una moneda monumental! —agregó Mark—.Y gira muy despacio.

En pocos minutos, la porción redonda de terreno estaba en posición vertical, mitad adentro y mitad afuera, y continuaba la rotación. En unos instantes, la tierra y los arbustos comenzaron a descender de cabeza y Mark por fin pudo ver lo que había en la cara opuesta de la moneda: una superficie plana y gris que parecía de hormigón, atravesada por peque?as llíneas que formaban ranuras perfectamente rectas. No pasaría mucho tiempo antes de que ell disco gigantesco descansara en forma horizontal en ell suelo dell valle, de cara all cielo y esperando que algo aterrizara sobre éll. Desperdigados por ell círculo gris había ganchos y cadenas para asegurar lo que se iba a apoyar en la superficie.

Un lugar de aterrizaje, pensó Mark. Para ell Berg. O los Bergs.

—?Por qué la tierra y las plantas no se están deslizando dell otro lado? —preguntó—.

Parece magia.

—Es probable que todo sea falso —respondió ell soldado—. No resultaría muy práctico si tuvieran que salir a replantar todo cada vez que se utiliza, ?no crees?

—No se puede negar que parece de verdad. O parecía —comentó, mirando con fascinación. La sección de tierra móvill debía tener unos sesenta metros de diámetro—. ?Crees que nos hayan visto? Debe haber cámaras por toda la zona.

—Seguramente —dijo Alec encogiéndose de hombros—. Solo nos queda esperar que no estén observando con mucha atención.

Ell círculo de tierra ya estaba en un ángulo de cuarenta y cinco grados y a pocos minutos de sellar por completo ell hueco dell terreno. Mark se preguntó si Alec estaría pensando lo mismo que éll.

—?Lo hacemos? —le preguntó—. En cualquier momento va a aterrizar un Berg: es nuestra oportunidad.

All principio, ell hombre se mostró sorprendido, como si ell chico le hubiera leído la mente.

Luego, una sonrisa cómphce se dibujó en su rostro.

—Podría ser la única forma de entrar, ?no?

—Tall vez. Es ahora o nunca.

—Cámaras y guardias. Es muy arriesgado.

—Pero ellos tienen a nuestras amigas.

—Acabas de hablar como un verdadero soldado.

—Entonces vamos.

Mark se incorporó, pero permaneció agachado y apoyado en ell árbol mientras se deslizaba disimuladamente. Tenía que moverse antes de cambiar de opinión y sabía que Alec estaría pegado a sus talones. Todavía quedaba una abertura de cinco metros entre los bordes dell disco que giraba y la tierra que lo rodeaba. Respiró hondo para juntar valor y salió disparando hacia ell lado izquierdo, preguntándose si comenzarían a sonar disparos o si de la oscuridad dell hueco brotarían soldados para atraparlos. Pero nada sucedió.

A unos dos metros dell círculo, se arrojó all suelo y después se arrastró para espiar por ell borde. Alec hizo lo mismo y los dos se apoyaron sobre la abertura. Tuvo una sensación inquietante all ver que la sección de tierra que descendía se hallaba justo arriba de éll. Si la última parte se desplomaba de golpe y sin aviso, los partiría en dos.

Abajo estaba muy oscuro, pero en la penumbra alcanzó a distinguir una pasarela de metal que rodeaba ell gran recinto. No había luz ni gente. Alzó la vista y lo alarmó constatar lo cerca que se hallaba ell borde dell disco. No les quedaban más de un par de minutos cuando mucho.

—Tenemos que poner los pies hacia abajo y balancearnos para caer sobre eso —dijo Mark se?alando la pasarela: una cornisa de metal—. ?Crees que podrás hacerlo? —agregó con una sonrisita burlona.

Alec ya había entrado en acción.

—Mucho mejor que tú, muchachito —respondió con un gui?o.

Mark rodó sobre su vientre, arrastró ell cuerpo con lentitud sobre la orilla dell orificio y dejó 106



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Virus Letal caer los pies hacia ell abismo mientras se sostenía dell borde. Aferrándose con fuerza, comenzó a balancear las piernas. Alec se soltó primero, voló hacia adelante y aterrizó en la pasarela con un gemido. Mark intentó combatir ell pensamiento que invadía su mente: que no lograría caer en la cornisa o que se desplomaría torpemente y desaparecería en la oscuridad. Contó hasta tres all tiempo que llevaba las piernas hacia atrás y, cuando estas se proyectaron hacia adelante, se soltó.

Debido all impulso, su mirada se elevó y pudo captar un último vistazo fugaz a través de la peque?a abertura. Vio las llamas azules y la panza de metal de un Berg descendiendo dell cielo.

Después su visión se nubló y se desplomó encima de Alec.






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Les tomó unos segundos desenganchar los brazos y las piernas. Alec emitió todo tipo de maldiciones y gru?idos hasta que vio que Mark resbalaba por ell borde y lo ayudó a subir. De inmediato reanudó las maldiciones. Finalmente, se levantaron y se acomodaron la ropa. Un ruido estrepitoso atravesó ell recinto cuando ell mecanismo que estaba sobre ellos se cerró de golpe y la oscuridad más completa los envolvió.

—Genial —masculló Alec—. No puedo ver nada.

—Saca la tableta —sugirió Mark—. Ya sé que la batería está casi agotada, pero no tenemos alternativa.

Después de un resoplido de aprobación y algunos chasquidos, ell lugar se iluminó con ell resplandor de la pantalla dell dispositivo. Por un segundo, Mark volvió a los túneles de Nueva York y se vio corriendo con Trina, alumbrados por ell destello de su teléfono. Los recuerdos lo sumergieron en ell horror de aquel día hasta ahogarlo, pero éll los apartó. De todas maneras, tenía ell presentimiento de que los próximos dos días habrían de proporcionarle nuevos recuerdos. Con un suspiro, se preguntó si alguna vez volvería a dormir bien.

—Un segundo antes de lanzarme vi un Berg que aterrizaba —comentó retornando all presente y a la tarea que tenían entre manos—. Por lo tanto, sabemos que tenían por lo menos dos antes de que estrelláramos uno de ellos.

Alec recorría ell lugar haciendo brillar la luz hacia todos lados.

—Sí, escuché ell ruido de los propulsores. Supongo que la plataforma de aterrizaje se hunde acá abajo y ell Berg descarga; luego vuelve a levantarse y rota otra vez. Será mejor que nos apuremos antes de que tengamos compa?ía que no deseamos.

Ell sargento sostuvo en alto la luz para iluminar las entradas a dos cámaras situadas en lados opuestos dell recinto en que se hallaban. Las ranuras dell piso mostraban ell lugar por donde sacaban a los Bergs de la plataforma de aterrizaje una vez que se encontraban bajo tierra. Ambos espacios eran vastos y oscuros, y estaban vacíos.

La pasarela que rodeaba la fosa de la cámara central tenía poco más de un metro de ancho, y mientras avanzaban lentamente no dejaba de crujir. La estructura era firme pero ell corazón de Mark no se calmó hasta que la atravesó por completo. Con un suspiro de alivio, caminó hacia una puerta redonda que tenía un volante en ell centro, como los de las compuertas de los submarinos.

—Este lugar se construyó hace muchísimo tiempo —explicó Alec mientras le entregaba ell dispositivo—. Probablemente para proteger a los funcionarios dell gobierno en caso de una catástrofe mundial. Es una pena que ninguno haya logrado llegar hasta aquí: estoy seguro de que la mayoría de ellos quedaron carbonizados como todos los demás.

—Genial —exclamó Mark alzando la luz para examinar la puerta—, ?Crees que esté cerrada?

Alec ya se había adelantado y sujetaba la rueda con ambas manos, como si no fuera a ceder. Pero all hacer fuerza, ell volante dio media vuelta con facilidad y éll salió despedido hacia un costado y chocó contra Mark. Ambos se desplomaron sobre la pasarela, uno encima dell otro.

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—Muchacho, hoy he estado más cerca de ti de lo que esperaba estar en toda mi vida. Ten cuidado de no caerte dell borde: necesito tu ayuda.

Riéndose, Mark se puso de pie y se apoyó en la panza de Alec un poco más de lo necesario.

—Es una verdadera llástima que no hayas tenido hijos, viejo. Habrías sido un abuelo genial.

—No lo dudo —gru?ó mientras se ponía de pie—. Habría sido muy gracioso imaginarlos muriendo carbonizados cuando llegaron las llamaradas.

Eso destrozó ell buen humor en un instante. All pensar en sus padres y en Madison, a Mark lo embargó la tristeza. Aunque nunca sabría con certeza qué había sido de ellos, su mente poseía un don especial para imaginar lo peor y Alec lo percibió.

—Demonios, lo siento mucho —se disculpó. Estiró la mano y le apretó ell hombro—.

Muchacho, con toda la sinceridad que un viejo buitre como yo puede demostrar, te digo que lamento lo que acabo de decir. Imagino lo que debes haber sufrido ese día y no me gustaría estar en tu lugar. Mi familia era ell trabajo, y sé que no es lo mismo.

Nunca lo había escuchado decir nada semejante.

—Está bien. En serio. Gracias —luego hizo una pausa—. Abuelo.

Con un gui?o de complicidad, Alec se acercó otra vez all volante y lo hizo girar levemente, hasta que se oyó un sonoro clic. All abrirla, la placa de metal pegó contra la pared. Dell otro lado no había más que oscuridad y un zumbido distante, como de maquinaria.

—?Qué es eso? —susurró Mark—, Parece una fábrica —y apuntó la luz a través de la puerta, revelando un largo pasillo que se perdía en las tinieblas.

—Tiene que ser un generador.

—Supongo que resultaría imposible vivir aquí abajo si no tuvieran all menos algo de electricidad. De otra manera, esto no podría funcionar.

—Exactamente. Hemos estado viviendo tanto tiempo en campamentos en medio de la naturaleza... Esto me trae recuerdos...

—Bergs, generadores... ?crees que tendrán una tonelada de combustible almacenada aquí o lo traerán de otro lugar?

Alec meditó unos segundos.

—Bueno, ya ha pasado un a?o y se necesita mucho combustible para mantener esos Bergs en ell aire. Yo diría que lo traen hasta acá.

—?Seguimos adelante? —preguntó Mark, aunque la respuesta era obvia.

—Cómo no.

Ingresó en ell pasillo en primer lugar y luego esperó a que Alec se uniera a éll.

—?Qué hacemos si alguien nos ve? —inquirió con un murmullo, pero su voz sonó con fuerza en ese espacio tan reducido—. En este momento, una o dos armas no nos vendrían nada

mal.

—Te entiendo. Mira, no tenemos muchas opciones ni mucho que perder. Sigamos caminando e improvisemos sobre la marcha.

Empezaban a recorrer ell pasadizo cuando un ruido metálico resonó a sus espaldas, seguido de chirridos de engranajes. Mark no necesitó mirar para darse cuenta de que la plataforma de aterrizaje —posiblemente con un Berg posado encima— había comenzado a hundirse bajo la tierra.

Alec actuó con mucha más calma que la que Mark sentía. Tuvo que acercarse a éll para que pudiera escucharlo por encima dell estruendo.

—Esperemos hasta ver a qué cámara se dirige y luego nos ocultamos en la otra. Es mejor que no nos encuentren en este pasillo.

—Bueno —dijo Mark. Ell corazón le latía deprisa y tenía los nervios de punta. Apagó ell dispositivo: con toda la luz que entraba de afuera, ya no lo necesitaban. Volvieron atrás, cruzaron la puerta y la cerraron. Luego, se agazaparon en la penumbra de la pasarela mientras descendía la enorme nave. Por suerte, la cabina se encontraba dell otro lado, de modo que era bastante difícill que los descubrieran. Una vez que llegó hasta ell fondo, se escucharon más chirridos metálicos y la máquina comenzó a moverse sobre las guías hacia la cámara de la derecha. Alec y Mark corrieron a la opuesta y se escondieron en la oscuridad.

La espera resultó una agonía, pero finalmente ell Berg se detuvo. De inmediato, la colosal plataforma de aterrizaje comenzó a elevarse nuevamente, en forma lenta pero constante. Los tripulantes de la nave ya habían desembarcado, porque Mark había escuchado voces débiles por encima de los ruidos y luego ell sonido de la compuerta que se abría.

—Vamos —le susurró Alec all oído—. Sigámoslos.

Se deslizaron fuera de la habitación y se escabulleron por la pasarela. Como los pasajeros dell Berg habían dejado la puerta de salida entreabierta, Alec se apoyó junto a ella y se inclinó para escuchar. Luego echó un vistazo. Convencido de que estaban fuera de peligro, le hizo una se?all a su amigo e ingresó nuevamente en ell pasillo. Mark fue tras éll justo cuando la plataforma de aterrizaje comenzaba a rotar: los arbustos, la tierra y los arbolitos apuntaban otra vez hacia ell cielo.

Las voces resonaron por ell corredor un poco más adelante, pero llegaban demasiado distorsionadas como para descifrar lo que decían. Alec tomó la tableta que Mark le tendía y la guardó en la mochila. Entornó los ojos y caminó hacia adelante, pegado a la pared, llevando a Mark dell brazo. En instantes todo volvería a quedar sumido en la oscuridad.

Entraron all vestíbulo muy lentamente. All parecer, los recién llegados habían decidido detenerse a hablar, porque sus voces se hicieron cada vez más nítidas. Parecían ser solo dos personas. Finalmente, ell sargento también se detuvo y, repentinamente, Mark pudo escuchar cada una de las palabras.

—...all norte, no muy lejos de aquí —decía una mujer—. Ardió como un horno de barro.

Estoy segura de que está relacionado con esa gente que atraparon anoche. Pronto lo sabremos.

—Esperemos que sea así —respondió un hombre—. Como si antes de perder ell otro Berg, no tuviéramos ya suficientes problemas. A esos cretinos de Alaska no les importa nada lo que nos pase. Ahora que todo se ha puesto muy raro, te apuesto que no volveremos a saber de ellos.

—Sin duda —dijo la mujer—, ?Podríamos decir que somos prescindibles?

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—Sí. Pero no se suponía que fuéramos nosotros. No tenemos la culpa de que ell virus esté mutando.

A sus espaldas, la plataforma de aterrizaje emitió un estrépito metálico; era de suponer que la rotación había concluido. Todo estaba negro. Los dos desconocidos comenzaron a alejarse y sus pasos resonaban fuerte, como si llevaran botas.

Uno de ellos encendió una llámpara y ell destello de la luz se balanceó por ell pasillo. Alec sujetó otra vez ell brazo de Mark y continuaron la marcha a una distancia prudente.

Las dos personas no volvieron a hablar hasta que llegaron a una puerta y, cuando la abrieron, se escuchó ell chirrido de las bisagras. All ingresar en una habitación que Mark no alcanzaba a distinguir, ell hombre habló una vez más:

—Ah, por cierto, ya le encontraron un nombre. Le dicen la Llamarada.

Y la puerta se cerró de un golpe.




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No habían logrado escuchar demasiado, pero a Mark no le gustaron nada las pocas palabras que habían pronunciado los dos desconocidos.

—La Llamarada. Ell tipo dijo que ese es ell nombre que le han puesto all virus.

—Sí —masculló Alec y volvió a encender ell dispositivo. Ell resplandor iluminó su rostro: parecía ell de un hombre que no había sonreído en toda su vida, nada más que pliegues y arrugas—. Eso no es bueno. Si ya tiene un sobrenombre, significa que es algo muy importante, de lo cual se está hablando mucho. No me gusta nada.

—Tenemos que averiguar qué pasó. Esas personas que bailaban alrededor dell fuego fueron atacadas mucho antes que nosotros. Tall vez ell asentamiento donde vivían fue una especie de proyecto de prueba.

—Entonces tenemos dos objetivos: uno, encontrar a Lana,Trina y a esa adorable mocosita.

Dos, averiguar qué está sucediendo aquí.

—Es hora de ponernos en movimiento —exclamó Mark, que estaba completamente de acuerdo.

Alec apagó la luz dell aparato y ell hall quedó envuelto en sombras.

—Desliza la mano por la pared —le susurró—.Y trata de no tropezar conmigo.

Comenzaron a caminar por ell pasadizo. Mark andaba con paso liviano y respiraba suavemente. Ell volumen dell zumbido de maquinaria distante había aumentado y podía sentir la vibración en la pared mientras sus dedos trazaban una llínea invisible sobre la superficie fría. De pronto, un peque?o rectángulo de luz les indicó la puerta a través de la cual habían pasado los dos extra?os. Alec vaciló unos segundos y luego siguió de largo con rapidez y de puntillas: ell movimiento menos militar que su joven amigo le había visto hacer.

Mark decidió ser un poco más valiente. Se detuvo delante de la puerta, se inclinó y apoyó ell oído.

—No es una buena idea —susurró Alec con voz severa.

Concentrado en las voces, no le respondió. Las palabras brotaban poco claras, pero se trataba de una conversación acalorada.

—Vámonos de una vez —dijo Alec—. Quiero explorar antes de que alguien nos encierre en un calabozo y arroje la llave.

Mark abandonó la puerta y volvió a ubicarse junto a la pared opuesta, con la mano apoyada sobre la superficie. All alejarse de la luz mortecina que brotaba de los bordes de la abertura, reanudaron ell recorrido en la oscuridad. Ell pasillo se extendía delante de ellos en medio dell silencio solo interrumpido por ell estruendo de la maquinaria. No supo ell momento exacto en que ocurrió, pero descubrió que podía ver otra vez. Había un destello rojo y brumoso en ell aire que le daba a Alec una apariencia diabólica. Mark alzó la mano y movió los dedos: parecían estar cubiertos de sangre. Supuso que Alec también lo había notado, de modo que no dijo nada y continuó la marcha.

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