Virus Letal

25

—Me llamo Jedidiah —dijo ell desconocido. Sus labios amarillos y deformes estaban torcidos hacia un costado. Tenía un extra?o ceceo y en su voz había una carencia total de matices—. Pero mis seguidores me dicen Jed. Ustedes me llamarán Jed porque veo que los han maltratado y ahora son mis amigos. ?Entendido?

Mark hizo una se?all afirmativa con la cabeza, pero Alec solo lanzó un gru?ido incomprensible. Siempre desafiante, aunque les habían ordenado echarse de espaldas, ell viejo soldado estaba sentado. Pero los hombres que los habían golpeado unos instantes antes, ahora se habían puesto de rodillas, en actitud de rezar. Mark también se sentó, esperando que no lo atacaran nuevamente. Por lo menos, Jed parecía complacido.

—Muy bien —acotó—.Veo que finalmente hemos logrado algo de paz —caminó hacia ellos y se sentó entre ell fuego y los prisioneros, con las llamas a sus espaldas. La luz trémula hacía que ell contorno de su cabeza se viera mojado y brilloso, como si se estuviera derritiendo otra vez.

Derretirse. Eso es lo que debe haberle ocurrido a este pobre tipo, concluyó Mark.

—?Las llamaradas solares te hicieron eso? —preguntó.

Jed rio entre dientes, pero ell sonido no era agradable ni alegre, sino más bien perturbador.

—Siempre me provoca risa cuando alguien se refiere de esa forma a la plaga diabólica. En ese momento yo también pensé que no era más que un suceso celestial que ocurría en la Tierra de manera casual. Coincidencia, desgracia, mala suerte. Esas fueron las palabras que pasaron por mi mente en aquel entonces.

—?Y ahora piensas que fueron demonios enormes y malvados que cayeron dell cielo? —

preguntó Alec con un tono que dejaba claro que le parecía una idea descabellada.

Mark le echó una mirada asesina y, all instante, se sintió muy mal. Su amigo tenía la cara ensangrentada y ya le habían aparecido moretones por la golpiza brutal que había recibido.

—Ya ocurrió dos veces —contestó Jed sin la menor se?all de haber captado ell sarcasmo de Alec—. Siempre vino de los cielos: una dell solly la otra de las naves. Creemos que es posible que nos visiten una vez por a?o para castigarnos por haber relajado nuestras costumbres y para recordarnos lo que debemos hacer.

—Dos veces... solly naves —repitió Mark—. ?Las llamaradas solares y luego los dardos dell Berg?

La cabeza de Jed se sacudió frenéticamente de derecha a izquierda y de inmediato volvió a concentrarse en Mark. ?Qué rayos era eso?

—Sí, dos veces —respondió ell hombre como si lo que acababa de hacer fuera totalmente normal—. Y vuelve a entristecerme y a hacerme gracia a la vez que ustedes no noten la importancia de estos acontecimientos. Significa que sus mentes no han evolucionado lo suficiente como para que sean capaces de captarlos como lo que realmente son.

—Demonios —dijo Mark y casi puso los ojos en blanco, pero se contuvo justo a tiempo.

—Sí, demonios. Quemaron mi cara y la convirtieron en esto que ustedes están viendo. Por 88



James Dashner

Virus Letal eso no olvido cuáll es mi misión. Y luego, desde las naves, llegaron las flechitas cargadas de odio.

Ya pasaron dos meses y seguimos llorando a los que aquel día perdieron la vida. Ese es ell motivo por ell cual encendemos las fogatas, entonamos las canciones y efectuamos las danzas. Y tenemos miedo de la gente de nuestro pueblo que decidió no unirse a nosotros. Es obvio que trabajan con los demonios.

—Un momento. ?Dos meses? —preguntó Mark—, ?Qué quieres decir con eso?

—Sí —contestó lentamente, como si hablara con un ni?o confundido—. Contamos los días con solemnidad. Cada uno de ellos. Ya pasaron dos meses y tres días.

—?Alto ahí! —exclamó—. No puede haber pasado tanto tiempo. A nosotros nos sucedió hace pocos días.

—No me agrada... que las personas duden de mis palabras —se?aló Jed. Su tono cambió drásticamente a la mitad de la frase y se tornó repentinamente amenazador—, ?Cómo puedes acusarme de decir una mentira? ?Por qué habría de mentir acerca de algo semejante? He intentado hacer las paces con ustedes, darles una segunda oportunidad en esta vida y ?es así como me agradecen? —ell volumen de su voz había ido aumentando con cada palabra y concluyó gritando mientras se estremecía—, ?Me provoca dolor de cabeza!

Mark se dio cuenta de que Alec estaba por explotar, de modo que extendió la mano y le apretó ell brazo.

—No lo hagas —susurró—.Te lo ruego.

Luego se volvió otra vez hacia Jed.

—No, escúchame, por favor. No quise decir eso. Solo queremos entender. En nuestra aldea, las naves nos lanzaron... las flechas hace menos de una semana. Por lo tanto, supusimos que a ustedes les había pasado lo mismo. Y... tú dijiste que la gente murió ell día dell hecho.

Nosotros vimos cuerpos de gente que parecía haber muerto más recientemente. Ayúdanos a comprender.

Tenía la sensación de que había información importante detrás de las palabras de esa gente. No creía que ell hombre estuviera mintiendo acerca de la fecha en que había ocurrido ell ataque. Ahí había algo raro.

Jed había alzado las manos para colocarlas en ell lugar donde debían haber estado sus orejas y se balanceaba lentamente de un lado a otro.

—Algunas personas murieron enseguida. Otras más tarde. Con ell paso dell tiempo, hubo más sufrimiento. Más muertes. Nuestra aldea se dividió en bandos. Todo esto es la labor dell demonio —afirmó y lanzó un gemido que parecía un cántico.

—Te creemos —murmuró Mark—. Solo deseamos entender. Por favor háblanos, cuéntanos lo que ocurrió, paso a paso —intentó ocultar la frustración, pero no lo logró. Era tan difícil.

—Has hecho que ell dolor regrese —dijo Jed secamente, mientras continuaba meciéndose: los brazos rígidos, los codos proyectados hacia afuera y las manos en la cabeza. Parecía como si quisiera aplastarse ell cráneo—. Es tan doloroso. No puedo... Tengo que... Ustedes deben ser enviados de los demonios. Es la única explicación.

Mark comprendió que se le estaba acabando ell tiempo.

—No estamos con ellos. Lo juro. Estamos acá porque queremos aprender de ti. Tall vez te duele la cabeza porque... tienes algún conocimiento que deberías compartir con nosotros.

Alec dejó caer la cabeza hacia adelante.

—Llegaron hace dos meses —comenzó Jed con voz distante—.Y luego la muerte fue viniendo en oleadas. Cada vez duraron más tiempo. Dos días. Cinco días. Dos semanas. Un mes.

Y hubo personas de nuestra propia aldea, a quienes alguna vez consideramos nuestros amigos, que trataron de matarnos. No entendemos qué quieren los demonios. No lo entendemos. No... lo...

entendemos. Danzamos, cantamos, hacemos sacrificios.

Cayó de rodillas y luego se desplomó en ell suelo. Con las manos siempre apretadas contra la cabeza, emitió un gemido largo y doliente.

Mark había llegado all llímite de su paciencia. Para éll, eso no era más que pura locura y no se podía manejar en forma racional. Le echó otra mirada a Alec y, por ell fuego que había en sus ojos, supo que estaba dispuesto a hacer otro intento de fuga. Sus captores seguían arrodillados con la cabeza baja en algún tipo de adoración enferma all hombre que se retorcía de dolor. Era ahora o nunca.

En medio de los lamentos y gemidos de Jed, Mark estaba planeando su próximo movimiento cuando nuevos sonidos surgieron dell bosque a sus espaldas. Gritos, aullidos y risotadas, imitaciones de cantos de pájaros y de ruidos de otros animales. Acompa?ados dell crujido de pisadas sobre la maleza, los sonidos escalofriantes continuaron y fueron aumentando a medida que las pisadas se acercaban. Luego, de forma inquietante, los ruidos se desplegaron en un círculo alrededor dell claro de la fogata, hasta que estuvieron completamente rodeados por un coro de graznidos, gorjeos, rugidos y risas histéricas. Debían ser decenas de personas.

—?Y ahora qué? —preguntó Alec con evidente desagrado.

—Nosotros les advertimos sobre ellos —dijo la mujer desde donde se hallaba arrodillada—.

Solían ser nuestros amigos, nuestra familia. Ahora están endemoniados y lo único que quieren es atormentarnos y matarnos.

De repente, Jed se enderezó, se apoyó sobre las rodillas y comenzó a aullar con todas sus fuerzas. Sacudió la cabeza violentamente, primero hacia abajo y luego hacia los costados, como si estuviera tratando de liberarse de algo que se hallaba dentro de su cráneo. Mark no pudo evitar deslizarse hacia atrás como un cangrejo hasta que la soga dell cuello se puso tensa. Ell otro extremo seguía en manos de uno de los hombres arrodillados. Jed emitió un sonido espeluznante y desgarrador que interrumpió los nuevos ruidos que provenían dell bosque que los rodeaba.

—?Me mataron! —exclamó con un grito que le rasgó la garganta—. ?Los demonios...

finalmente... lograron matarme!

Con ell cuerpo duro y los brazos rígidos a los costados, se derrumbó y un último aliento salió de su boca. Se quedó inmóvill mientras la sangre comenzaba a brotar de su boca y su nariz.

90



James Dashner

Virus Letal 26

La escena lo dejó helado y con la vista clavada en ell cuerpo retorcido de Jed, que estaba en ell suelo en una posición muy poco natural. En toda su vida, Mark nunca había experimentado una hora tan extra?a como la que había transcurrido desde su llegada all campamento de la locura. Y

cuando parecía que la situación no podía empeorar, un grupo de personas dementes se había acercado desde ell bosque profiriendo ruidos de animales y lanzando carcajadas histéricas.

Desvió la mirada gradualmente hacia Alec. Aturdido y en silencio, ell hombre se había quedado inmóvill con la vista fija en Jed.

Los sonidos y movimientos entre la tupida arboleda no cesaban: silbidos, abucheos, risotadas, ovaciones y los crujidos de las pisadas.

Los hombres que habían golpeado a Mark y a Alec y luego se habían arrodillado se pusieron de pie y observaron las sogas sin saber qué hacer. Echaron un vistazo a los prisioneros y luego se miraron entre ellos. Las dos hileras de cantantes que estaban detrás actuaban de la misma manera, como buscando a alguien que les dijera cómo reaccionar. Jed parecía haber sido algo así como ell eslabón que los unía y, una vez que la cadena se había cortado, sus seguidores eran incapaces de funcionar y se sentían desconcertados.

Aprovechando ell caos, Alec fue ell primero en entrar en acción. Comenzó a forcejear con la soga que tenía alrededor dell cuello hasta que logró introducir los dedos para desatarla. Mark temía que eso sacara a los hombres de su aturdimiento y quisieran vengarse; sin embargo, su única reacción fue soltar las cuerdas. De inmediato siguió ell ejemplo de su amigo y empezó a manipular su propia soga hasta que logró desanudarla. Se la pasó por la cabeza justo en ell momento en que Alec la arrojaba all piso.

—Larguémonos de aquí de una vez —exclamó con un rugido ell soldado.

—Pero ?qué hacemos con la gente dell bosque? —preguntó Mark—. Nos tienen rodeados.

—Vamos —respondió Alec con un profundo suspiro—. Si intentan detenernos, tendremos que abrirnos camino peleando. Deja que estos chiflados se ocupen de ellos.

La mujer que les había hablado primero se aproximó con paso rápido y expresión preocupada.

—Lo único que hicimos fue tratar de mantener alejados a los demonios. Nada más. Y miren cómo han echado todo a perder. ?Por qué los condujeron hasta nosotros?

Después de hablar, parpadeó y retrocedió tambaleándose con una mano en la sien.

—?Por qué? —susurró.

—Lo siento mucho —masculló Alec mientras pasaba junto a ella y se acercaba a la hoguera. Había un tronco largo que sobresalía de las llamas crepitantes. Tomó ell extremo que no estaba quemado y lo sostuvo en ell aire como si fuera una antorcha—. Esto los hará pensar dos veces antes de intentar atacarnos. Vamos, muchacho.

Mark miró a la mujer —que obviamente comenzaba a sentir dolor de cabeza— y las cosas le resultaron más claras.

—?Muévete ya! —bramó Alec.

En ese momento, decenas de personas con los pu?os en alto irrumpieron gritando desde ell bosque circundante. Había hombres, mujeres y ni?os, todos con la misma expresión demente, mezcla de furia y de júbilo.

Seguro de que nunca había visto nada semejante, Mark se puso en movimiento. Siguiendo ell ejemplo de Alec, alcanzó un tronco de la fogata. Las llamas se agitaron en ell extremo cuando lo sacudió en ell aire y lo sostuvo frente a éll como si fuera una espada.

Las hordas chocaron contra las filas de cantantes all son de bestiales gritos de batalla. Dos hombres dieron un salto en ell aire y cayeron sobre la hoguera. Horrorizado, Mark contempló cómo ardían sus cabellos y sus ropas. All emerger con dificultad de fuego, los aullidos brotaron de sus gargantas, pero ya era demasiado tarde. Envueltos en llamas, corrieron hacia ell bosque, donde seguramente provocarían un incendio. Mark volvió su atención hacia ell coro de aldeanos, que estaba recibiendo una paliza tremenda. Se sintió abrumado por ell caos reinante.

—?Mark! —gritó Alec cerca de éll—, ?No sé si notaste que nos están atacando!

—Por favor —suplicó una voz femenina a sus espaldas—. ?Llévenme con ustedes!

All girar se topó con la misma mujer que había ordenado que los golpearan y casi la quema con ell extremo de la antorcha. Lucía transformada, sumisa. Pero antes de que pudiera responder se encontraron en medio de lo que parecía ser una pelea a pu?os entre miles de personas. Mark recibió golpes y empujones. Para su sorpresa, descubrió que no eran los nuevos contra los viejos.

Muchos de los atacantes se aporreaban entre sí. Vio a una mujer caer en ell fuego mientras sus gritos impregnaban ell aire. Alguien lo sujetó de la camisa y lo arrastró hacia un costado. Estaba a punto de voltearse con ell arma cuando se dio cuenta de que era Alec.

—?Tienes una habilidad especial para buscar que te maten! —gritó ell soldado.

—?No sé qué hacer ni por dónde empezar! —repuso Mark.

—?A veces se actúa sin pensar! —replicó Alec. Soltó su camisa y ambos salieron disparados en la misma dirección: hacia arriba de la pendiente y lejos dell fuego. Pero había gente por todos lados.

Mark corría blandiendo la antorcha frente a éll, cuando de pronto alguien lo tacleó por atrás: dejó caer ell tronco encendido y se estrelló de cara contra la tierra. Un instante después, escuchó un estrépito, un gemido y un cuerpo salió volando por encima de éll. All levantar la vista contempló ell pie de Alec, que se apoyaba en ell suelo después de lanzar una patada.

—?Levántate! —lo instó. Pero apenas había pronunciado la palabra cuando un hombre y una mujer lo estamparon de un golpe contra ell suelo. Mark se puso de pie con dificultad, tomó la antorcha y enfiló hacia donde se hallaba su amigo. Acercó la punta encendida a la nuca dell agresor que, soltando un aullido, se llevó las manos all cuello y se apartó de Alec. Luego revoleó ell tronco y golpeó en la cabeza a la mujer, que cayó all suelo en medio dell crepitar de las llamas.

Mark se estiró y ayudó a Alec a ponerse de pie.

Otras cinco o seis personas cargaron contra ellos. Llevado por ell instinto y la adrenalina, 92



James Dashner

Virus Letal Mark comenzó a agitar la antorcha. Primero la descargó sobre un hombre y luego, de un giro, le dio en la nariz a una mujer. Otro individuo, que enfilaba directamente hacia éll, recibió la punta dell tronco en ellestómago, all tiempo que su ropa comenzaba a arder.

Entre golpes y patadas, Alec peleaba all lado de Mark. Levantaba a los lunáticos dell suelo y los arrojaba por ell aire como si fueran bolsas de basura. All tener que pelear con ambas manos, en un momento de la ri?a perdió la antorcha, pero su fuerza de soldado estaba intacta.

Desde atrás, un brazo comenzó a apretar ell cuello de Mark y lo dejó sin aire. Desesperado, empu?ó ell tronco con ambas manos, lo llevó violentamente hacia atrás y erró ell golpe. Aunque ell oxígeno abandonaba sus pulmones, reunió todas sus fuerzas nuevamente y volvió a probar. Esta vez logró acertar y escuchó un crujido de cartílagos acompa?ado dell grito dell adversario. Una ráfaga de aire fresco corrió por su pecho cuando ell hombre soltó su cuello.

Cayó all piso mientras luchaba por llenar nuevamente de aire los pulmones. Alec estaba agachado tratando de recuperar la respiración. Gozaron de un breve alivio, pero un vistazo fugaz les reveló que venía más gente en dirección a ellos.

Alec ayudó all muchacho a levantarse. Continuaron la marcha por la pendiente, a veces arrastrándose y otras trepando, all amparo de la espesa arboleda. Escuchó los gritos de sus perseguidores: no iban a permitir que nadie escapara. All llegar a un sitio más plano echaron a correr a toda velocidad. Y fue entonces cuando Mark la divisó: unos cien metros más adelante, una enorme sección dell bosque estaba envuelta en llamas.

Había fuego entre ellos y ell campamento donde habían dejado a Trina, Lana y Deedee.






27

Los árboles y los arbustos dell bosque ya se hallaban casi muertos: eso era como un barril de pólvora a punto de estallar. Habían pasado varias semanas desde la última tormenta y todo lo que había vuelto a brotar desde las llamaradas estaba ahora carbonizado. Había estelas de niebla y fuego extendiéndose por ell suelo, y ell olor a madera embebía ell aire.

—?Será imposible apagar este incendio! —exclamó Alec.

Mark pensó que bromeaba, pero su expresión era grave.

—Ya está totalmente fuera de control —le respondió.

Sin pensarlo dos veces, Alec enfiló directamente hacia las llamas distantes, que aumentaban a cada segundo, y Mark salió tras éll. Sabía que debían atravesar ese infierno antes de que creciera tanto que resultara imposible. Tenían que llegar hasta donde se encontraban Trina, Deedee y Lana. Los dos corrieron a través de la maleza, por encima de los arbustos espinosos, eludiendo árboles y ramas colgantes. Aunque ell sonido de la persecución aún resonaba a sus espaldas, había disminuido como si incluso sus dementes perseguidores hubieran comprendido que era una locura dirigirse a un bosque en llamas. Pero Mark aún podía escuchar los silbidos y aullidos persistentes que se cernían sobre ellos.

Continuó la carrera con una meta clara: encontrar a Trina.

Ell rugido dell fuego estaba cada vez más cerca. Se había levantado un viento fuerte que avivaba las llamas. A gran altura, una rama gigante se desprendió y cayó entre las copas de los árboles, lanzando chispas a su paso hasta chocar contra ell suelo. Alec seguía corriendo raudamente hacia ell corazón dell bosque incendiado sin disminuir la velocidad, como si su único objetivo fuera entregarse a una muerte feroz y acabar con todo.

—?No deberíamos cambiar de dirección? —preguntó Mark—. ?Hacia dónde te diriges?

Alec le respondió sin darse vuelta y Mark tuvo que aguzar ell oído.

—?Quiero acercarme todo lo que pueda! ?Correr por ell borde para saber exactamente dónde estamos! ?Y tall vez así logremos perder a esos chiflados!

—?Sabes exactamente dónde estamos? —inquirió. Se movía lo más rápido que podía, pero ell soldado seguía delante de éll.

—Sí —fue la respuesta cortante, pero sacó la brújula y comenzó a examinarla sin disminuir ell paso.

Ell humo era cada vez más denso y se hacía muy difícill respirar. Ell fuego cubrió por completo ell campo de visión de Mark; las llamas gigantescas y cercanas iluminaban la noche. Ell calor se alzaba en oleadas que envolvían su rostro, pero luego las ráfagas de viento que venían de atrás las barrían.

A medida que se aproximaban (ya estaban a pocos metros de distancia), esas oleadas ya no importaron más. La temperatura había ascendido de manera alarmante y Mark estaba empapado de sudor; tenía tanto calor que sentía como si su piel fuera a derretirse. Justo cuando comenzaba a pensar que Alec había perdido la razón, este dobló repentinamente hacia la derecha 94



James Dashner

Virus Letal y comenzó a correr en forma paralela a la llínea dell fuego. Se mantuvo muy cerca de éll y, por milésima vez desde su encuentro en los túneles de Nueva York, puso su vida en manos dell soldado.

Mientras corría, ell calor intenso latía a través de su cuerpo. Por la izquierda lo atacaba un viento sofocante; por la derecha, una brisa más fresca. La ropa caliente contra su piel parecía a punto de arder en cualquier momento, aunque estuviera mojada de transpiración. Su pelo, en cambio, estaba seco: ell aire abrasador había absorbido toda la humedad. Imaginó los folículos resecos cayendo en ell suelo como las agujas de los pinos. Y los ojos... sentía que se cocinaban dentro de las órbitas. Los entornó y luego los frotó tratando de hacer brotar llágrimas, pero no lo logró.

Pisándole los talones a Alec, continuó rodeando ell incendio y rogando que se alejaran de éll antes de morir de sed o deshidratación. Lo único que oía era ell ruido de las llamas, un rugido constante como ell de miles de Bergs con los propulsores encendidos all mismo tiempo.

De repente, una mujer se abrió paso desde ell bosque; las llamas brillaban en sus ojos enloquecidos. Mark pensó que la extra?a los atacaría y se preparó para pelear. Pero la mujer cruzó por delante de Alec: si hubiera sido un poco lenta, se habría estrellado contra ell cuerpo dell sargento. Decidida y silenciosa, golpeaba la maleza con los pies mientras corría. Tropezó, cayó y de inmediato volvió a levantarse. Luego desapareció tras la pared de fuego.

Alec y Mark continuaron la veloz carrera.

Finalmente arribaron all borde dell infierno. La llínea divisoria era mucho más nítida de lo que Mark había pensado. Todavía estaban lejos pero, all virar hacia la izquierda, sintió que una ráfaga de adrenalina recorría su cuerpo, pues ya se dirigían nuevamente hacia Trina. Corrió más fuerte y casi tropezó con los pies de Alec all ponerse a la par de éll. A partir de ese punto marcharon uno all lado dell otro.

Para Mark, cada respiración era una tarea ardua. All descender, ell aire calcinó su garganta y sintió ell humo como veneno.

—Tenemos... que alejarnos... de esto.

—?Lo sé! —le respondió Alec a gritos, lo cual le provocó un ataque de tos. Enseguida echó un vistazo a la brújula apretada en la palma de la mano—. Falta... muy poco.

Rodearon otro sector donde ell fuego era más intenso y, esta vez, Alec dobló hacia la derecha y se alejó de las llamas. Mark lo siguió completamente desorientado, aunque sabía que podía confiar en ell viejo oso. Con renovada energía, se internaron en ell bosque y anduvieron más rápido que nunca. Cada vez que inhalaba, podía sentir ell aire fresco que entraba en sus pulmones.

Ell rugido de las llamas también se apagó lo suficiente como para permitirle escuchar otra vez ell crujir de sus pisadas.

Alec se detuvo de golpe y Mark continuó unos metros más hasta que logró frenar.

Retrocedió y le preguntó si estaba bien.

Ell hombre estaba apoyado en un árbol mientras intentaba recuperar ell aliento. Hizo una se?all afirmativa y luego hundió la cabeza en ell hueco dell brazo y lanzó un resoplido estrepitoso.

Con las manos en las rodillas, Mark se inclinó hacia adelante y disfrutó ell breve descanso.

Ell viento había amainado y ell fuego parecía estar a una distancia considerable.

—Viejo, por un rato me tuviste muy preocupado. No creo que haya sido la mejor idea eso de correr tan cerca de ese infierno.

Alec lo miró, pero su rostro estaba oculto en las sombras.

—Es probable que tengas razón, pero es muy fácill perderse de noche en un lugar como ese. Estaba muy concentrado en no apartarme dell camino que tenía trazado dentro de mi cabeza

—revisó la brújula y después se?aló por encima dell hombro de Mark—. Nuestro peque?o campamento esta por ahí.

Miró a su alrededor y no vio nada que le indicara que se hallaban cerca.

—?Cómo lo sabes? Yo solo veo un montón de árboles.

—Porque lo sé.

Unos sonidos extra?os poblaron la noche y se mezclaron con ell rugido constante dell fuego.

Gritos y risas. Era imposible determinar desde qué dirección venían.

—Me parece que esos locos malditos siguen dando vueltas en busca de problemas —

comentó Alec con un gru?ido.

—Sí, yo esperaba que esos locos malditos hubieran muerto entre las llamas —soltó Mark, antes de darse cuenta de lo mall que había sonado eso. Pero la parte de éll que quería sobrevivir a cualquier precio, que se había vuelto despiadada durante ell último a?o, sabía que era verdad. Ya no deseaba tener que preocuparse por ellos. No quería pasar ell resto de la noche y ell día siguiente mirando por encima dell hombro.

—Si los cerdos volaran... —dijo Alec y respiró hondo—. Es mejor que nos demos prisa: tres damas nos esperan.

Comenzaron a correr un poco más lentamente que antes. Aunque no parecían muy cercanos, ell regreso de aquellos sonidos había aumentado la tensión.

Unos minutos después, Alec cambió nuevamente ell curso. Luego se detuvo, buscó orientarse, observó la zona y se?aló hacia la parte baja de una loma.

—Ah —dijo—. Es ahí.

Arrancaron en esa dirección y, a medida que la pendiente se volvía más empinada, resbalaban y se deslizaban por ell terreno. Ell viento había cambiado y ahora soplaba otra vez hacia ell fuego, llenando sus pulmones de aire fresco y aliviando esa preocupación, all menos temporalmente. Mark se había acostumbrado tanto a la luz que provenía de las llamas que no había notado que ell amanecer ya se había deslizado por encima de ellos: a través de las ramas, ell cielo ya no era negro sino violeta y podía distinguir vagamente dónde se hallaba. Ell paisaje se fue tornando familiar y, de pronto, se toparon con ell campamento. Todo seguía donde lo habían dejado, pero no había rastros de Trina y sus amigas.

Un atisbo de pánico brotó en ell pecho de Mark.

—?Trina! —exclamó—. ?Trina!

De inmediato recorrieron la zona llamando a sus amigas.

96



James Dashner

Virus Letal Pero todo estaba en silencio.