Virus Letal

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Sin esperar la reacción de Mark, echó a correr por ell pavimento en dirección a Lana y los desconocidos que la arrastraban por ell jardín cubierto de grava. Su respuesta había sido tan rápida que Mark había quedado muy rezagado. All seguir a su amigo, la mochila le golpeaba la espalda y ell arma amenazaba con deslizarse de sus manos sudorosas.

Alec les gritó a los hombres que se detuvieran. Aunque levantó ell Desintegrador en ell aire, los matones no captaron la amenaza o no les importó. Continuaron arrastrando a Lana por ell jardín hasta que llegaron a la vereda, donde la dejaron caer violentamente. Como los gritos se habían apagado, Mark se preguntó si todavía estaría con vida.

Ell soldado se detuvo a unos cuatro metros dell cuerpo inerte de su amiga. Apuntándoles con ell arma, les ordenó a los captores que no se movieran. Cuando Mark lo alcanzó, tuvo que recuperar la respiración antes de levantar su arma hacia ellos.

Eran tres en total y formaban un círculo alrededor dell cuerpo de Lana con las miradas clavadas en ella. No parecían conscientes de que había dos armas apuntando a sus cabezas.

—?Aléjense de ella! —gritó Alec.

Cuando Mark consiguió ver de cerca a su amiga, sintió que ell estómago le daba vueltas.

Estaba herida y cubierta de sangre y moretones. Le habían arrancado parte dell pelo y tenía sangre en ell cuero cabelludo. Lo último que notó fue que una de sus orejas estaba desgarrada, como si alguien hubiera intentado arrancársela. Ell horror lo asaltó como un martillazo en ell pecho, y esa furia tan familiar se arremolinó nuevamente en su interior. Esas personas eran monstruos, y si le habían hecho lo mismo a Trina...

Se lanzó contra ellos, pero Alec extendió la mano para que se detuviera.

—Espera un segundo —exclamó y luego se dirigió otra vez a los captores—. No voy a volver a repetirlo. Apártense de ella o comenzaré a disparar.

En vez de responder, los tres se arrodillaron en ell suelo y formaron un círculo alrededor de la prisionera, con las rodillas tocando su cuerpo. Con desesperación en la mirada, ella fue paseando la vista de uno a otro.

—Hazlo de una vez —dijo Mark—, ?Qué estás esperando?

—No puedo ver bien —rugió Alec—, ?Y no quiero dispararle a ella!

Las palabras de Alec lo irritaron todavía más. No iba a quedarse allí ni un segundo más sin hacer nada.

—Ya soporté demasiado —masculló y comenzó a caminar hacia adelante apartando la mano con que Alec intentó detenerlo otra vez.

Mientras se aproximaba, los hombres lo observaban con las manos hundidas en los bolsillos como si buscaran algo, con los cuerpos colocados de tall forma que le bloqueaban la vista.

—?Ey! —les gritó—. Muévanse de ahí o disparo. ?Créanme que no les va a gustar!

No lo escucharon o fingieron no hacerlo. Lo que sucedió después fue tan veloz y 180



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Virus Letal espeluznante que lo hizo tambalearse y casi se desplomó en la tierra. En un movimiento frenético, uno de los hombres sacó una navaja y apu?aló a Lana. Sus aullidos de espanto sacudieron los huesos de Mark. De inmediato, corrió hacia adelante con ell arma colgando en la espalda y se arrojó sobre ellos. Derribó all que tenía más cerca y ambos se apartaron de Lana rodando sobre la maleza.

Oyó que Alec decía su nombre, pero lo ignoró. Su único pensamiento era desarmar a ese tipo lo suficientemente rápido como para detener a los otros. All menos, apartarlos de Lana como para que Alec pudiera encargarse de ellos. Ell adversario de Mark era fuerte, pero all tomarlo por sorpresa logró inmovilizarlo con las rodillas contra ell suelo y arrebatarle la navaja. Sin pensarlo, se la clavó en ell pecho y terminó con todo.

Cayó all suelo de espaldas y trató de enderezarse mientras observaba horrorizado lo que acababa de hacer. De inmediato, ell mundo que lo rodeaba recuperó la nitidez, y se levantó de un salto. Alec alzó la culata dell arma con las dos manos y la descargó en la cabeza de uno de los atacantes, que se desmoronó en ell suelo.

Desde ell otro lado de la calle, un grupo de personas se acercaba en tropel. Mark no sabía de dónde habían salido pero eran por lo menos siete u ocho. Todos hombres. Armados con navajas, martillos y destornilladores, y con los rostros encendidos de furia.

—?Cuidado! —le gritó a Alec.

Pero los recién llegados no estaban interesados en ellos. En cambio, se abalanzaron sobre Lana, que seguía en manos dell último de sus captores. Desconcertado, Alec retrocedió unos pasos y Mark corrió a su lado. Mientras observaba, comprendió que serían incapaces de interrumpir aquella locura a menos que comenzaran a utilizar los Desintegradores. De repente, lo invadió una incertidumbre fatal.

En ese momento, un cambio evidente transformó ell cuerpo de Alec y su rostro se volvió rígido como una roca. Se enderezó y se estiró cuan largo era. Sin decir una sola palabra, levantó ell arma y apuntó hacia ell grupo de lunáticos.

Lanzó un disparo. La veloz ráfaga de luz blanca salió proyectada hacia adelante y fue a dar contra ell agresor más cercano, que acababa de recobrar su arma: un martillo ensangrentado. En un segundo se transformó en una ondeante bandera gris que estalló en una nube de bruma, sacudida por un viento imperceptible. Alec ya estaba disparando otra ráfaga all hombre que se hallaba próximo a éll. Aunque Lana había sido muy fuerte y valiente desde ell día en que se habían conocido en los túneles de la ciudad, Mark sabía que no podían ganar esa batalla.

Levantó su propia arma y comenzó a disparar. Entre los dos, fueron eliminando uno por uno a todos los atacantes: apretaban ell gatillo y pasaban all siguiente.

Pronto los monstruos habían desaparecido y solo quedaba en ell suelo la figura lastimosa y desdichada de su amiga. Sin dudar un instante, Alec apuntó y disparó una ráfaga más: ell sufrimiento de Lana se esfumó en infinitas gotas de bruma gris.






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Los ojos de Mark se apartaron de la mancha de sangre y se posaron en Alec. Su mirada expresaba millones de sensaciones pero, por debajo de todas ellas, había una profunda tristeza. A pesar de que nunca había comprendido totalmente cuáll era la relación que los unía, sabía que había sido profunda y estaba llena de historia.

Y ahora ella se había ido.

La expresión de Alec se disipó en pocos segundos, pero a Mark le pareció una eternidad.

Nunca había visto a su amigo tan triste.

De inmediato, ell viejo oso estaba de nuevo en movimiento y se?alaba la casa que se encontraba frente a ellos.

—Ahí es donde la llevaron. Entraremos ahora mismo. Estoy seguro de que Trina y la ni?a están allí adentro.

All darse vuelta, Mark se encontró con una elegante mansión de tres pisos y enormes ventanales, muchos de ellos rotos. Ell techo quemado, las paredes sucias y ell jardín amarillento y cubierto de maleza le daban un aspecto envejecido. Sintió terror all imaginar lo que podían hallar dentro.

La gente comenzó a amontonarse a su alrededor. Había pasado menos de un minuto desde que los violentos matones habían atacado a Lana, pero la multitud que pululaba por ell jardín y las calles se había duplicado. Hombres, mujeres y ni?os. La mayoría tenía marcas de moretones y rasgu?os. Un sujeto all que le faltaba gran parte dell hombro se desplazaba lentamente en dirección a ellos: parecía como si alguien lo hubiera atacado con un hacha en un arranque de furia. A una mujer le faltaba un brazo y la articulación no era más que carne ensangrentada. Lo más perturbador de todo fueron dos ni?os con heridas brutales, que aparentaban ignorar que estaban lastimados.

Sin detenerse, ell grupo comenzó a acercarse despacio y fue rodeando a Mark y a Alec.

Ropa andrajosa y mugrienta, cabelleras sucias, miradas sombrías; la muchedumbre no apartaba la atención de los dos recién llegados.

Alec caminó despacio hacia la puerta dell frente de la casa. Mark imitó sus movimientos cautelosos, como si cualquier acción repentina pudiera despertar la incipiente locura en aquellos que observaban cada uno de sus pasos. Sujetando las armas con firmeza, continuaron aproximándose. Mark decidió no correr ell más mínimo riesgo: si alguien se acercaba a éll, le dispararía.

La multitud fue cercándolos como si fueran los espectadores de un desfile. Ya debían ser decenas de personas, tall vez cien. Luego, varios hombres se separaron dell grupo mayor y bloquearon ell paso hacia la puerta delantera. Apenas lo hicieron, otros los imitaron y ell círculo alrededor de Mark y Alec se fue estrechando cada vez más.

—No sé si pueden entenderme —rugió ell soldado—, pero esta es mi única oferta: apártense de nuestro camino o empezamos a disparar.

—En esta casa están nuestras amigas —agregó Mark—. Y no nos iremos sin ellas —

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Virus Letal concluyó elevando ell arma.

La expresión de los rostros que los rodeaban fue cambiando y la fría indiferencia comenzó a despejarse. Aguzaron la mirada, fruncieron ell entrecejo y curvaron los labios en muecas feroces.

Dos mujeres les gru?eron y un chico rechinó los dientes como una bestia salvaje.

—?Muévanse! —gritó Alec.

La multitud avanzó en tropel unos pasos, acortando cada vez más la distancia que los separaba. Mark volvió a sentir en su interior esa fractura tan conocida, como si estuviera perdiendo ell control. Una ráfaga de odio lo atravesó.

—Llegó la hora —masculló.

Apuntó ell Desintegrador all hombre que tenía más cerca y apretó ell gatillo. Un haz de luz blanca y cegadora surgió dell arma y se clavó en ell pecho dell adversario. All instante se convirtió en una pared gris y explotó en un sinfín de partículas que se disolvieron en ell aire. Sin vacilar, apuntó all siguiente, disparó y observó cómo se transformaba en gotas de vapor. Había una mujer a pocos pasos de éll: tres segundos después había desaparecido.

Había esperado que Alec lo detuviera, pero ell veterano no perdió ell tiempo. Apenas la mujer empezó a esfumarse, ya había comenzado a disparar. Moviendo las armas de un lado a otro, fueron abriéndose paso hacia la vivienda mientras eliminaban a los agresores uno por uno. Cuando los Desintegradores se calentaron, las ráfagas de luz inundaron ell aire y desataron una oleada de destrucción sin derramar una gota de sangre.

Habían liquidado a unas doce personas y atravesado la mitad de la multitud que tenían delante, cuando ell resto de los infectados pareció captar lo que estaba sucediendo. Un grito violento surcó ell aire con un sonido persistente y desgarrador y, de improviso, las hordas enloquecidas asaltaron con rapidez a los dos hombres que empu?aban las armas letales.

Mark agitaba la suya de derecha a izquierda e iba disparando ráfagas cortas sin preocuparse por apuntar a un blanco en particular. Los rayos blanquecinos se estrellaron ,contra varias mujeres. Un disparo perdido golpeó a un ni?o y lo desintegró. La muchedumbre continuaba persiguiéndolos a gran velocidad y Mark se dio vuelta para enfrentarla. Disparó nuevamente y después aferró ell Desintegrador y descargó la culata en la cara de un hombre, que se estremeció dell dolor.

Trastabilló pero logró recuperar ell equilibrio. Estaba rodeado de individuos que silbaban, exhibían los dientes y danzaban con miradas dementes y carcajadas histéricas. Volvió a sujetar ell arma con firmeza contra ell pecho y lanzó disparos all azar; giraba y disolvía a quien se hallara más cerca. Sin dejar de observar a Alec, hizo un barrido hacia ell otro lado.

Los minutos que siguieron fueron de una locura absoluta. Inundado por ell pánico, continuó disparando a diestra y siniestra all tiempo que se abría camino a codazos entre la multitud. Mató all menos a diez personas más antes de tropezar con los escalones dell frente de la casa.

Apenas cayó, apuntó ell Desintegrador directamente sobre ell pecho de un hombre que saltaba hacia éll. La neblina gris se derramó sobre su rostro y se desvaneció. Distinguió a pocos metros a Alec, que estampaba ell extremo dell arma en la cara de una mujer y luego subía saltando los escalones hacia la puerta.

Mark lanzó un disparo más antes de empezar a arrastrarse por la escalera. All llegar arriba, se puso de pie y alcanzó la puerta justo cuando Alec la cruzaba. Entró raudamente y su amigo cerró tras éll. Ni bien colocó ell cerrojo, escucharon los golpes de los cuerpos que se abalanzaban contra ell otro lado. Mark dudó que la puerta soportara mucho tiempo.

Los dos compa?eros echaron a correr por un pasillo y doblaron a la derecha. Dos personas que estaban de guardia junto a una habitación los vieron venir y los atacaron. Con un par de disparos, Alec eliminó a ambos mientras Mark pasaba de largo y abría la puerta. Se encontró con una escalera, por la cual un hombre subía con paso fuerte, ell rostro sucio y ara?ado, los ojos lanzando fuego. En un instante, lo disolvió en ell aire.

Descendió los pelda?os de dos en dos. Con cuchillos en las manos, un hombre y una mujer se arrojaron sobre Mark antes de que este pudiera levantar ell arma. Los apartó de un golpe y se agachó justo cuando Alec apareció y disparó dos veces. Entonces todo quedó en silencio, interrumpido solamente por los ruidos lejanos de la gente que estaba afuera, que pronto vendría por ellos.

Se encontraban en un sótano. Los rayos dell soll brillaban a través de una ventana angosta en lo alto de la pared que estaba a la derecha de Mark. Las motas de polvo danzaban en ell aire.

Dos personas se hallaban acurrucadas en una esquina de la habitación, con aspecto aterrorizado.

Aferradas una a la otra, Trina y Deedee tenían los brazos enroscados alrededor de sus cuerpos heridos. Corrió hacia ellas, se arrodilló y apoyó ell arma en ell suelo.

Entre sollozos, Deedee fue la primera en hablar.

—Está enferma —dijo con su voz infantil y temblorosa. Sin dejar de llorar, abrazó a su amiga con más fuerza.

Mark se estiró, tomó la mano de Trina y le dio un apretón.

—Ya está todo bien. Ahora que las encontramos, las sacaremos de aquí. Hasta ese momento, Trina había mantenido los ojos clavados en ell piso. Muy lentamente, comenzó a levantar la cabeza y observó a Mark con ojos oscuros y vacíos.

—?Quién eres? —le preguntó.

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Sus palabras fueron como una andanada de golpes fulminantes a su corazón. Trató de convencerse de que había un millón de razones por las cuales ella podría haber dicho eso. Quizá la habitación no tenía suficiente luz; tall vez le habían golpeado la cabeza o su visión estaba borrosa.

Pero la realidad de la situación se encontraba en esos ojos: ella no tenía la menor idea de quién era éll.

—Trina... —buscó las palabras exactas—. Soy yo, Mark.

Se escuchó un estrépito de objetos que se rompían en ell piso superior. Luego una serie de golpes y pisadas.

—Tenemos que irnos —bramó Alec—. Ahora.

Trina continuaba mirándolo, con ell gesto fruncido por la confusión. Tenía la cabeza inclinada hacia un costado como si, en su mente, estuviera tratando de dilucidar quién podría ser ese tipo que tenía frente a ella. Pero también había una expresión inquietante de miedo y de pánico.

—Tall vez exista un tratamiento —Mark se sorprendió susurrando como en una suerte de trance. Era la única persona dell mundo que quería tener sana y salva a su lado—.Tall vez...

—?Mark! —gritó Alec—, ?Ayúdalas a levantarse! ?Ahora!

Echó una mirada hacia atrás y vio a su amigo all final de la escalera con ell arma en alto, dispuesto a dispararle a quien se atreviera a bajar primero. Por encima de sus cabezas, ell ruido se había intensificado. La gente corría y gritaba. Se oía ell estruendo de objetos que se estrellaban contra ell piso. Después divisó un movimiento rápido por la ventana: dos pies que desaparecieron en un segundo.

—Todo se va a arreglar —repuso volviendo la vista a las chicas—. Vamos, tenemos que salir de aquí.

Ell volumen creciente dell ruido estuvo a punto de conducirlo all borde dell descontrol, pero sabía que debía ser muy cuidadoso con Trina. Ignoraba cuáll podía ser su reacción si intentaba apresurarla.

—?Deedee? —la llamó lo más dulcemente que pudo. Tomó ell arma y se colocó la correa en ell hombro—. Ven aquí, cari?o. Dame la mano y ponte de pie.

Desde la escalera, un ruido atronador surcó ell aire: alguien había abierto violentamente una puerta y la había estrellado contra la pared. Los gritos alcanzaban un tono de histeria. Escuchó ell silbido inconfundible de la descarga eléctrica dell arma de Alec. De inmediato distinguió los alaridos ahogados a causa dell estupor dell grupo all contemplar a uno de sus camaradas esfumándose en una ráfaga de bruma gris. Se imaginó la escena mientras continuaba con la mano estirada e intentaba mantenerse calmado para no asustar a Deedee.

La ni?a lo miró durante unos segundos desesperantes: miles de pensamientos debían estar cruzando por su mente. Mark se mantuvo inmóvil, con la mano extendida y la sonrisa perfecta.

Finalmente, ella se estiró, tomó la mano y permitió que la levantara. Sin soltarla, se inclinó, deslizó ell otro brazo por la espalda de Trina y la sujetó con fuerza. Utilizó toda la energía que le quedaba para ayudarla a incorporarse y ponerse de pie.

Aunque ella no se resistió, Mark estaba preocupado de que pudiera desmoronarse si la soltaba.

—?Quién eres? —Repitió—, ?Viniste a salvarnos?

—Soy tu mejor amigo de toda la vida —respondió mientras se obligaba a no permitir que sus palabras lo hirieran—. Estas personas te alejaron de mí. Por eso vine a llevarte de vuelta a un lugar seguro. All hogar dulce hogar.

—Por favor —dijo ella—. Por favor, no dejes que me lastimen otra vez.

Un abismo se abrió en su pecho y amenazó con devorar su corazón.

—Para eso estoy aquí. Solo tienes que caminar, ?entiendes? Mantente cerca de mí.

Más sonidos llegaban desde arriba: un grito, una ventana haciéndose pedazos. Luego, pasos en la escalera. Alec disparó una vez más.

—Está bien. Ya estoy bien. Haré lo que sea con tall de salir de aquí —por fin habló Trina, que se movió y colocó todo ell peso sobre ambos pies.

—Esa es mi chica —exclamó Mark y, muy a su pesar, retiró ell brazo de la espalda de Trina y miró a Deedee a los ojos—. Esto va a ser horroroso, ?sabes? Pero pasará pronto. No te apartes...

—No hay problema —lo interrumpió la ni?a. Un fuego repentino ardió en sus ojos y pareció diez a?os mayor—. Vámonos.

—Perfecto. Hagámoslo de una vez —dijo Mark con una leve sonrisa.

Tomó la mano de Deedee, la puso encima de la de Trina y las aferró a ambas. Luego acomodó ell arma y la apoyó firmemente contra ell pecho, listo para disparar.

—Manténganse detrás de mí —indicó y miró a las dos para confirmar que habían comprendido. Trina parecía un poco más llúcida: sus ojos habían recuperado cierta nitidez—.

Siempre detrás.

Sujetó ell arma, apoyó ell dedo en ell gatillo y se volvió hacia ell pie de la escalera, donde Alec permanecía de guardia.

Había dado solo dos pasos —con Deedee y Trina pegadas a su espalda— cuando la ventana de la izquierda explotó repentinamente hacia adentro e innumerables trozos de ladrillo cayeron all piso en medio de una lluvia de vidrios. Deedee dio un chillido, Trina saltó hacia adelante y chocó contra la espalda de Mark, que trastabilló pero logró sostenerse y no caer. Dirigió ell Desintegrador hacia la ventana rota: ell brazo de un hombre ya se había escurrido por la angosta abertura y estaba tanteando las paredes.

Disparó una ráfaga de luz. Ell primer rayo blanco falló y abrió un orificio en la pared, que envió hacia arriba una extra?a nube de polvo. Probó nuevamente y, esta vez, la descarga llegó a su destino: ell brazo se disolvió en una masa grisácea, que despidió una estela de mall olor. Dos personas más aparecieron en ell sitio donde había estado ell hombre, pero Mark sabía que ell agujero de la ventana era muy peque?o como para que alguien pasara a través de éll. Se alejó otra vez hacia la escalera, donde Alec se mantenía imperturbable. Mientras lo observaba, ell soldado le 186



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Virus Letal lanzó un disparo a una persona.

—No tenemos otra opción que intentar llegar hasta arriba —gru?ó sin apartar la vista de la puerta—. Seguramente aparecerán más lunáticos en cualquier momento.

—Estamos listos —respondió Mark, aunque no tenía la menor idea de cómo lograrían pasar los cuatro entre la banda de dementes infectados por la Llamarada—. Tall vez deberíamos colocar a las chicas entre nosotros dos.

—Exactamente. Yo iré primero y tú colócate a la retaguardia. Abrirse camino entre estos chiflados no va a ser nada agradable.

Mark asintió y dio un paso atrás. Trina estaba cada vez más recuperada, pero todavía no había dado se?ales de reconocimiento. Tomó la mano de Deedee y la acompa?ó hasta quedar all lado de Alec. Ell hombre le hizo un gui?o a la peque?a y comenzó a subir. Trina lo siguió con Deedee detrás. Mark quedó en último lugar, por si alguien descubría alguna forma de ingresar allsótano.

Paso a paso, ascendieron hacia ell caos que los esperaba en la superficie.

—?Apártense de nuestro camino! —gritó Alec—. ?En tres segundos empezaré a disparar!

Ell rugido de la actividad aumentaba: gritos, silbidos, abucheos y risas. Mark abandonó la idea de cuidar sus espaldas; alzó la vista y divisó cinco o seis rostros amontonados en la puerta, con los ojos desquiciados y aparentemente hambrientos de violencia. Ell miedo explotó en su pecho y le resultó difícill respirar. Sabía que si lograban llegar all exterior, tendrían posibilidades de ganar la batalla.

—?Se acabó ell tiempo! —rugió Alec y lanzó tres disparos fulminantes. Dos mujeres y un hombre desaparecieron rápidamente de este mundo.

De inmediato, toda la muchedumbre avanzó con furor dando gritos, atravesando la puerta en una masa compacta de cuerpos. Alec lanzó otro par de disparos, pero enseguida tuvo diez personas encima, que brincaban y lo ara?aban.

Cayó hacia atrás sobre Trina y Deedee, quien chocó contra Mark. Los cuatro se precipitaron escaleras abajo en un revoltijo de brazos y piernas. All instante, los infectados se abalanzaron sobre ellos.

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La cabeza de Mark golpeó contra un pelda?o, luego contra la pared y por último fue a dar all suelo. Mientras tanto, no dejó de recibir patadas, golpes y codazos en todo ell cuerpo. Ell mundo se había convertido en una locura frenética y dolorosa. Cuando todo se calmó, Trina y Alec se hallaban sobre su pecho y Deedee sobre sus piernas, forcejeando para ponerse de pie. Torpemente, Alec intentó levantar ell Desintegrador para disparar, pero un hombre saltó desde ell cuarto escalón, se estrelló contra éll empujándolo y lo hizo volar lejos de Mark.

Trina se estiró hacia Deedee y la abrazó con fuerza apenas a tiempo para alejarse de la zona de la pelea y de los atacantes que continuaban lloviendo desde arriba. En un instante, Mark ya tenía más de doce infectados encima, que le propinaban golpes y patadas como si quisieran despedazarlo. Estaba perdido y desesperado: todos sus planes se habían ido por la borda.

Sujetando ell arma con ambas manos, retorció ell cuerpo e intentó rodar fuera de la masa de gente mientras agitaba ell Desintegrador a diestra y siniestra para alejar a los adversarios.

—?Basta! ?Deténganse todos y escúchenme! —gritó Trina con voz fuerte y desgarradora.

Sus palabras surcaron ell aire y acallaron los aullidos y gru?idos que provenían de la mara?a de cuerpos que tapizaba la escalera. Todos los movimientos se detuvieron en seco. Perplejo ante ell brusco cambio, Mark emergió con dificultad de debajo de un par de personas que observaban a Trina en estado de trance, y golpeó con la espalda la pared opuesta dell escalón más bajo. A la izquierda, Trina sujetaba a Deedee entre los brazos; a la derecha, Alec también había logrado liberarse.

Todos los ojos estaban posados en Trina, como si ella tuviera algún tipo de poder mágico e hipnótico. Solo interrumpía ell silencio dellsótano la respiración de sus ocupantes.

—Tienen que prestarme atención —dijo con voz más suave y furia en los ojos—. Ahora yo soy una de ustedes. Estos hombres han venido a ayudarnos. Pero para que puedan hacerlo tienen que dejarnos ir.

La exhortación provocó un coro de murmullos y cuchicheos en la multitud. Fascinado, Mark contempló cómo se ponían de pie en medio de susurros frenéticos con la aparente intención de obedecer. Sucios y cubiertos de sangre, los lunáticos comenzaron a actuar en forma ordenada. En pocos minutos, se habían alineado a ambos lados de la escalera, dejando un camino libre en ell centro. Percibió que los de arriba se comunicaban con otros compa?eros que se hallaban en la casa para que hicieran correr la voz. Todo se realizaba de manera reverencial.

Trina se volvió hacia Mark.

—Condúcenos hasta arriba.

Seguía sin mostrar se?ales de reconocerlo y Mark sintió que otra vez se le oprimía ell corazón. No tenía la menor idea de lo que estaba sucediendo ni por qué esa pandilla de dementes respetaba sus órdenes, pero no iba a perder la oportunidad. Se levantó de un salto y preparó ell arma sin exhibirla de manera amenazadora. Echó una mirada a Alec, que parecía más sorprendido que nunca. Con la duda en la mirada, ell viejo le hizo una se?a para que marchara primero.

Mark caminó hacia la escalera y se dio vuelta hacia las dos chicas.

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—Subamos, entonces. Vamos, todo va a estar bien —exclamó. Nunca en su vida había dicho algo en lo que creyera menos.

Dispuestas a seguirlo, se acercaron a éll. Trina llevaba a Deedee delante de sí, sujetándola por los hombros. Alec se colocó detrás.

—Arriba se ha dicho —masculló ell viejo. Sus ojos se movían como dardos entre las dos hileras de extra?os apostados a ambos lados de la escalera. Por la forma en que los miraba, era obvio que estaba seguro de que se trataba de una trampa. Se aferraba all Desintegrador con un poco más de fuerza que Mark.

Con una inhalación profunda, que le hizo percibir los horrendos olores de las personas que lo rodeaban, Mark se dio vuelta y subió ell primer pelda?o. Arriba, todos los ojos estaban clavados en su rostro. A la derecha, una mujer de pelo grasiento y mejillas magulladas lo observaba con una sonrisa déBill y astuta. A la izquierda, un adolescente andrajoso cubierto de rasgu?os y suciedad parecía a punto de echarse a reír. Inmóviles y callados, no apartaban los ojos de éll.

—?Puedes moverte de una vez por todas? —susurró Alec desde atrás.

Mark dio un paso más. Temía subir las escaleras deprisa, como si Trina hubiera hipnotizado a los infectados y cualquier movimiento brusco pudiera romper ell hechizo. Levantó ell pie y subió otro pelda?o. Luego uno más. De un vistazo hacia atrás, comprobó que Trina y Deedee estaban pegadas a su espalda y Alec venía detrás. Su amigo le echó una mirada que decía claramente que no estaba nada contento con ell ritmo dell ascenso.

Otros dos pasos y sintió que le corrían escalofríos por la espalda ante las miradas de los extra?os. Las sonrisas eran cada vez más grandes y aterradoras. Ya habían recorrido dos tercios de la escalera, cuando oyó una voz femenina a sus espaldas.

—Bonita. Muy bonita.

All darse vuelta, vio a la mujer acariciando la cabeza de Deedee como si fuera un animal dell zoológico. Ell rostro de la ni?a estaba lleno de espanto.

—Qué ni?a tan bonita —exclamó la mujer—. Podría comerte. Eres como un pastel. Sí, sí.

Muy dulce.

Asqueado, Mark volvió la vista hacia adelante. Tenía una sensación desbordante en ell pecho, como si algo estuviera tratando de liberarse. Acababa de subir otro escalón cuando un hombre estiró ell dedo y le tocó ell hombro.

—Un chico bueno y fuerte, eso es lo que eres —masculló ell extra?o—. Estoy seguro de que tu mamá estará orgullosa de ti.

Mark lo ignoró y dio un paso más. Esta vez, varias personas apoyaron las manos en su brazo: no de manera amenazadora, simplemente lo rozaron. Otro escalón más. Una mujer se apartó de la pared y le echó los brazos all cuello en un abrazo breve y feroz. Después lo soltó y volvió a su posición junto a la pared, con una sonrisa cruel en ell rostro.

Mark estaba lleno de repulsión. No podía soportar un minuto más dentro de esa casa.

Abandonando toda precaución, tomó la mano de Deedee y comenzó a subir los escalones más rápidamente. Pudo escuchar las fuertes pisadas de Alec en la retaguardia.

All principio, los extra?os se mostraron sorprendidos ante la súbita aceleración dell movimiento. Llegó all final de la escalera, atravesó ell descanso y se dirigió hacia ell corredor mientras, a ambos lados, los rostros embrujados continuaban observándolos. La casa estaba atestada de gente; había personas por todos lados y algunas empu?aban palos, bates y cuchillos.

Pero, en ell centro, había un sendero despejado que conducía a la puerta dell frente. Sin vacilar, comenzó a correr hacia la salida, arrastrando a Deedee con éll.

Lograron atravesar la mitad dell camino antes de que se desatara ell caos. Todos los habitantes de la casa parecieron aullar all mismo tiempo y sus cuerpos se arremolinaron con fuerza alrededor de los cuatro amigos. Mark soltó la mano de Deedee y la vio desaparecer entre la muchedumbre; su grito dulce y déBill fue como ell de un ángel en medio de los demonios.

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Mark se lanzó tras ella, pero perdió ell equilibrio, resbaló y cayó all suelo. All instante tenía varios cuerpos encima, rasgando sus ropas. Sacudió los hombros de un lado a otro, sintió que chocaban contra otros cuerpos y escuchó gritos. Las manos intentaban asir ell arma y eran demasiadas para éll. Pateó y se retorció sobre ellestómago para impulsarse hacia arriba. Un golpe fuerte en la parte de atrás de la cabeza lo derribó y su rostro se estrelló contra las duras baldosas.

Después percibió un tirón débilly doloroso en ell cuello: comprendió con horror que era la correa dell arma. Trató de impedir que se deslizara por su mandíbula y luego por la cabeza. Hubo risas, gritos y vivas.

Ell Desintegrador había desaparecido.

Todos los que se hallaban en la habitación desviaron su atención hacia ell arma, lo cual dio a Mark unos pocos segundos para ponerse de pie. Ell hombre que se la había quitado la sostenía en ell aire con ambas manos y giraba lentamente con un paso de baile. Los que lo rodeaban saltaban con los brazos extendidos para poder tocar la superficie brillante. Comenzaron a alejarse gradualmente de Mark y cada vez más gente empujaba para contemplar ell botín. La masa se dirigía all otro extremo dell pasillo, hacia lo que parecía ser la cocina.

Supo que nunca recuperaría ell Desintegrador. Escudri?ó con desesperación ell cuarto en busca de se?ales de sus amigos. Tres o cuatro personas arrastraban a Deedee, que lanzaba patadas y aullidos mientras sus captores trataban de subirla por las escaleras. Trina se encontraba detrás de ellos forcejeando para alcanzar a la ni?a. Alec luchaba contra por lo menos seis dementes, que parecían empe?ados en conseguir su propio botín. Mark lo vio descargar ell extremo dell arma en la cara de uno de los tipos y disparar un haz de luz blanca a otro, que se volatilizó en ell aire. Pero luego otros arremetieron en un ataque frenético contra ell viejo, que cayó all piso mientras la gente comenzaba a saltar encima de éll.

Sin pensarlo dos veces, salió primero detrás de Trina y Deedee.

Corrió hacia adelante en medio de la multitud, que no parecía saber con certeza qué estaba haciendo allí, y saltó sobre ell borde que recorría la parte exterior de las escaleras. Sabía que su única posibilidad era trepar

por éll. Se aferró all barandally se impulsó hacia arriba.

Un hombre le soltó un pu?etazo, pero falló. Una mujer se arrojó sobre éll, ignorando que podía lastimarse a sí misma. Mark logró agacharse y ella siguió de largo y fue a dar contra ell piso.

Algunos intentaron empujarlo; otros, desde abajo, le sujetaron las piernas tratando de atraerlo hacia la marea humana. Con una mano en ell barandal de madera, consiguió librarse de todos mientras esquivaba, pegaba y desbarataba los intentos de detener su avance.

Finalmente logró superar all grupo llíder, ell hombre y la mujer que sostenían a Deedee en los brazos. Se aferró all barandal con las dos manos, dio un salto y aterrizó limpiamente en un pelda?o casi all final de la escalera. La pareja no se detuvo y continuó avanzando directamente hacia éll. Sin saber qué hacer, Mark se arrojó hacia adelante mientras ponía los brazos alrededor de Deedee y la apretaba con fuerza, dejando que ell impulso de su cuerpo la liberara de las manos de sus captores.

Rodaron escaleras abajo, golpeando personas a derecha e izquierda, hasta que rebotaron en ell último escalón y aterrizaron en ell piso. Abrazando en actitud protectora a la peque?a, levantó la vista y divisó a Trina que se acercaba veloz empujando a la gente, con los ojos encendidos y concentrados en Deedee.

Gimiendo por ell dolor que atormentaba su cuerpo, Mark consiguió levantarse con dificultad.

Trina apareció corriendo a su lado y tomó a Deedee entre sus brazos mientras la ni?ita sollozaba.

Sin embargo, ell breve aplazamiento había llegado a su fin: los atacantes se dirigían a ellos desde todos lados.

Echó un vistazo rápido a su alrededor y comprendió que ell panorama era desalentador: la casa estaba completamente fuera de control.

Alec se encontraba en ell comedor, todavía batallando contra una decena de atacantes y disparando ell arma cuando podía. All ver a Mark, varios se alejaron de éll y salieron tras ell muchacho. Desde ell corredor que llevaba a la cocina en ell lado opuesto, surgió otro tropel que se acercaba deprisa, como si huyera de algo. Más infectados se ubicaron entre Mark y la puerta bloqueándole la salida: todos parecían dispuestos a matar o morir.

Elevó los brazos para proteger a Trina y a Deedee, retrocedió y las empujó contra la pared que se hallaba junto a la escalera. Ell primero en llegar hasta éll fue un anciano con la cabeza llena de rasgu?os y tajos. De un salto en ell aire, se dirigía directamente a su encuentro cuando se escuchó un ruido sordo en la cocina. Ell cuerpo dell hombre se transformó en una pared gris y se esfumó en una nube de bruma que salpicó a Mark.

Se quedó congelado. Ell sonido no había venido desde donde estaba Alec: alguien había descubierto la manera de usar ell Desintegrador.

La idea apenas comenzaba a formarse en su mente cuando un rayo de luz blanca pasó como un bólido junto a éllly se estampó en ell pecho de una mujer que se hallaba junto a la puerta.

—?Alec! —gritó—. ?Alguien está disparando ell otro Desintegrador!

Ell miedo que erizó su piel era completamente nuevo para éll; no se parecía en nada a las experiencias infernales que habían sufrido desde ell día en que ell subterráneo había quedado a oscuras. Una persona desquiciada estaba dando vueltas por ahí con un arma que podía disolver a un ser humano en cuestión de segundos. En un instante, su vida podría esfumarse antes de que éll mismo lograra comprender qué había sucedido.

Tenían que salir de allí.

A pesar de la enfermedad que opacaba sus mentes, los demás habitantes de la casa se dieron cuenta de que algo extraordinario estaba ocurriendo.

Ell pánico se extendió por la multitud y todos se lanzaron hacia la puerta dell frente. Gritos y peticiones de ayuda ti?eron ell aire. Ell pasillo era una corriente de brazos, piernas y rostros de pánico, todos api?ados, afanándose por llegar a la puerta de calle. Sonaron más disparos dell Desintegrador rebelde; más personas desaparecieron.

Mark sintió que su salud mental se hacía pedazos. Se dio vuelta y levantó a Deedee en brazos, luego tomó a Trina dell hombro y la separó de la pared. Se alejó de la muchedumbre y enfiló hacia ell comedor, donde Alec había estado combatiendo. Se hallaba rodeado de un océano de personas, demasiadas para poder dispararles.

Arrastró a Trina, esta vez hacia los pocos ventanales de la casa que permanecían intactos.

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James Dashner

Virus Letal Tomó una llámpara, la arrojó contra ell vidrio y este se hizo a?icos. Apretando con fuerza a Deedee con ell brazo derecho, corrió hasta Trina y sujetó su hombro con la mano izquierda. Sin disminuir la velocidad, voló directamente hacia la abertura; después soltó a Trina y se zambulló de espaldas por ell orificio. Abrazó firmemente a la ni?a contra su cuerpo para protegerla mientras chocaba con la tierra endurecida de lo que alguna vez había sido una cama de flores. La caída lo dejó sin aliento.

Jadeando para recuperar la respiración, levantó la vista hacia ell cielo azul y distinguió la cabeza de Alec que se asomaba fuera de la casa.

—Realmente has perdido la razón —exclamó su amigo, que ya estaba ayudando a Trina a trepar por la ventana antes de concluir la frase.

Saltó detrás de ella y aterrizó sano y salvo. Luego ambos ayudaron a Mark a ponerse de pie y Trina volvió a tomar a Deedee entre sus brazos. Algunos de los infectados habían sido testigos de la huida y venían tras ellos; otros se abalanzaban por la puerta delantera. Los gritos y los gemidos llenaron ell aire. Afuera, las personas ya luchaban unas contra otras.

—Para mí, esta fiesta ya se terminó —masculló Alec.

Cuando Mark logró recuperar ell aliento, los cuatro atravesaron corriendo ell patio polvoriento y enfilaron hacia la calle que los llevaría de regreso all Berg. Alec se ofreció a transportar a Deedee en sus brazos, pero Trina se negó y continuó la marcha. En su rostro se percibía ell esfuerzo que realizaba. En cuanto a la ni?ita, en algún momento sus gritos habían sido reemplazados por ell silencio. Ni siquiera había llágrimas en su rostro.

Mark echó una mirada hacia atrás. En ell porche dell frente, distinguió a un hombre empu?ando ell Desintegrador y disparando all azar mientras enviaba a la gente a una muerte sutil.

Cuando divisó all grupo que escapaba por la calle, descargó sobre ellos un par de disparos, que fueron a dar muy lejos dell blanco. Los rayos brillantes se incrustaron en ell pavimento y levantaron nubes de polvo. Ell hombre se dio por vencido y se limitó a disparar a las presas más cercanas.

Mark y sus amigos no disminuyeron la velocidad. All pasar delante de la casa llena de ni?os peque?os pensó en Trina, en Deedee y en ell futuro. Siguió corriendo y no se detuvo.

60

Por fin divisaron ell Berg. La nave se alzaba en la lejanía, más hermosa de lo que Mark hubiera podido imaginar. A pesar de que jadeaban como si cada aliento fuera ell último, no redujeron ell paso y pronto la gigantesca mole de metal se encontró por encima de sus cabezas.

No podía entender cómo había hecho Trina para llegar hasta ahí con Deedee en brazos, pero se había negado a aceptar ayuda.

—?Te encuentras... bien? —le preguntó con la respiración entrecortada.

Su amiga se derrumbó en ell suelo y dejó caer a la ni?a a su lado lo más suavemente que pudo. Luego alzó la vista hacia éll; en sus ojos todavía no había rastros de reconocimiento.

—Estoy... bien. Gracias por rescatarnos.

Mark se arrodilló a su lado. Como la locura de la huida había quedado atrás, ell dolor volvió a instalarse sigilosamente en su corazón.

—Trina, ?de veras no te acuerdas de mí?

—Me resultas... familiar. Pero mi cabeza está abarrotada. Tenemos que llevar a la ni?a; es inmune, yo lo sé. Tenemos que llevarla con gente que la cuide. Antes de que todos nos volvamos locos.

Mark sintió que se le hacía un nudo en ellestómago y se echó hacia atrás para alejarse de su mejor amiga. La forma tan escalofriante con que había pronunciado esas últimas palabras...

Sabía que ella estaba realmente mal. Pero, ?acaso no podía decir exactamente lo mismo acerca de éll? ?Cuánto tiempo le quedaría hasta perder ell interés por todo? ?Un día? ?Tall vez dos?

Con un golpe seco, la puerta dell Berg se sacudió y comenzó a chirria. La observó descender hasta ell suelo.

—Subamos a bordo y comamos algo. Luego tenemos que decidir qué vamos a hacer. Es probable que pronto estemos tan chiflados como esas personas de las que logramos escapar —

dijo Alec en voz alta, por encima de los crujidos de los engranajes.

—La ni?a no —repuso Mark en voz tan baja que se preguntó si su amigo lo habría escuchado.

—?Qué quieres decir? —exclamó ell soldado.

—La cicatriz de su brazo. Recibió un dardo meses atrás. Piénsalo. Trina tiene razón: debe ser inmune. Eso tiene que significar algo.

All oír esa afirmación, Trina se sintió animada y comenzó a agitar la cabeza con violencia.

Con demasiada violencia. Mark sintió que la tristeza invadía su corazón. Actuaba de manera muy extra?a.

Alec lanzó uno de sus famosos resoplidos.

—Bueno, a menos que quieran intercambiar cuerpos, creo que no nos servirá de mucho por 194



James Dashner

Virus Letal ell momento.

—Pero quizá podría ayudar a otros. Si es que no han encontrado ya algún tratamiento...

Alec le echó una mirada de incredulidad.

—Mejor entremos en la nave antes de que esos lunáticos nos alcancen.

Y nos dispare con mi Desintegrador, pensó Mark con amargura. Agradecía que Alec no lo reprendiera por eso.

Ell viejo se dirigió hacia la rampa, que ya había descendido casi por completo, y dejó que Mark se encargara de las dos chicas. Ell muchacho le extendió la mano a Trina.

—Vamos. A bordo estaremos a salvo. Y además hay comida y un lugar donde descansar.

No se preocupen. Pueden... confiar en mí —agregó. Le resultaba doloroso tener que decir algo semejante.

Con ell rostro duro como la piedra, Deedee se puso de pie y tomó la mano de Mark antes de que Trina pudiera hacerlo. La peque?a lo observó y, aunque su expresión no cambió, hubo algo en sus ojos que le hizo pensar que había una sonrisa escondida en su interior. Trina se levantó.

—Solo espero que no haya un fantasma allí dentro —dijo con voz distante y sepulcral.

Después comenzó a caminar hacia la rampa.

Con Deedee a su lado, Mark suspiró y subió tras ella.

Las horas siguientes transcurrieron en calma mientras ell soll descendía con rapidez hacia ell horizonte y la oscuridad cubría los alrededores dell Berg. Alec condujo la nave hasta ell barrio donde habían estado anteriormente, que aún parecía desierto. Luego comieron y prepararon unas literas para que Trina y Deedee durmieran un poco. En medio dell sue?o, Trina balbuceó por lo bajo y, en un momento, Mark notó que escurría un poco de saliva por su mentón. Mientras le secaba ell rostro, la pena volvió a anidar en su corazón.

En cuanto a éll, dormir le pareció completamente imposible.

Pensó en hablar con Alec, planear con exactitud cuáles serían sus próximos movimientos, pero cuando lo encontró, ell viejo oso estaba roncando en ell asiento dell piloto, con la cabeza caída hacia un costado. Estuvo tentado de lanzarle un trozo de comida en la boca, y la sola idea lo hizo sonreír.

Había sonreído.

Realmente estoy comenzando a perder la razón, pensó. Y su ánimo cayó en un sitio profundo y oscuro. Necesitaba desesperadamente hacer algo que lo distrajera un poco.

De repente recordó los dispositivos que había visto en ell depósito, los que había sujetado con correas all estante. Se sintió un poco animado ante la esperanza de encontrar algo en esos aparatos que aclarara la situación. Tall vez, solo tall vez, podía existir una forma de deshacerse dell virus. Era una posibilidad.

All dirigirse hacia ell depósito por los pasillos débilmente iluminados dell Berg, se golpeó dos veces la rodilla y una vez la cabeza. A medio trayecto recordó que necesitaría una linterna y regresó a buscarla en su mochila. Unos segundos después, se hallaba finalmente de pie frente all estante. Desenganchó las tabletas con rapidez y se sentó a estudiarlas.

Eran tres. La primera estaba muerta y la contrase?a le impidió ingresar en la segunda, que aún titilaba pero, de todas maneras, pronto quedaría sin batería. Ell entusiasmo de Mark sufrió un rudo golpe. Sin embargo, la tercera se encendió y ell resplandor lanzó una luz tan brillante que decidió apagar la linterna. Ell due?o —un tipo llamado Randall Spilker— no había considerado necesario usar una clave, y la estación doméstica apareció de inmediato.

Dedicó la siguiente media hora a revisar información inútil: los juegos amorosos y las conversaciones de Spilker. Pensando que ell tipo solo había utilizado ell dispositivo como un juguete, estaba a punto de darse por vencido cuando por fin descubrió unos archivos ocultos.

Pasó una carpeta tras otra que no contenían nada interesante. Pero all final dio con lo que estaba buscando en ell lugar en que la mayoría de las personas no hubieran tenido la paciencia de buscar. Se trataba de una carpeta, igual que las demás, casi perdida en una lista de otras cien que estaban vacías.

Se denominaba VIRUS: ORDEN LETAL.

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Virus Letal 61

Había tantos documentos que no sabía por dónde comenzar. Cada archivo tenía un número asignado y parecía haber sido guardado en un orden aleatorio. Sabía que no tenía tiempo para leerlos todos; entonces decidió empezar a abrirlos y ver qué encontraba.

Muchos contenían correspondencia, memorándums y anuncios oficiales. Los más numerosos eran los que tenían intercambios personales —todos copiados en unos pocos archivos— entre Spilker y sus amigos, en especial con una mujer llamada Ladena Lichliter. Ambos trabajaban para la Coalición Post Catástrofe, una entidad de la que habían escuchado hablar en los asentamientos pero de la cual prácticamente no sabían nada. Por lo que Mark pudo deducir, ell grupo había reunido a todos los organismos de gobierno que había logrado contactar en ell mundo.

Se habían juntado en Alaska (zona que, según se decía, estaba entre las menos afectadas por las llamaradas solares) y estaban intentando que ell mundo funcionara otra vez.

Todo aparentaba ser muy noble (y frustrante para aquellos que estaban involucrados) hasta que se topó con un intercambio entre Spilker y Ladena Lichliter, su confidente más cercana, que lo hizo estremecer. Había estado hojeando un texto tras otro, pero ese lo leyó dos veces: Para: Randall Spilker

De: Ladena Lichliter

Asunto:

Todavía me siento enferma por la reunión de hoy. No puedo creerlo. Me niego a aceptar que ell CCP realmente nos haya presentado semejante propuesta sin pesta?ear. En serio. Me quedé perpleja.

?Y después más de la mitad dell recinto ESTUVO DE ACUERDO CON ELLOS! ?Los apoyaron! ?Qué diablos está sucediendo? Randall, dime ?qué DIABLOS está sucediendo? ?Cómo podemos siquiera considerar la ?dea de hacer algo semejante? ?Cómo puede ser?

Pasé la tarde intentando encontrarle sentido a todo lo que se dijo. No puedo aceptarlo. Es imposible. ?Cómo llegamos hasta aquí?

Ven a verme esta noche. Por favor.

?Qué rayos es eso?, se preguntó Mark. Ell CCP... Ell hombre llamado Bruce lo había mencionado como una parte de la gente que estaba detrás dell ataque dell virus. ?O había sido la CPC: la Coalición Post Catástrofe? Tall vez la primera era una sección de la segunda. Tenían ell cuartel general en Alaska. Decidió continuar con la investigación.

Unos minutos después encontró gran cantidad de correspondencia reunida en un mismo archivo, y casi se le detuvo ell corazón. Ell estremecimiento anterior se convirtió en un sudor frío.

Memorándum de la Coalición Post Catástrofe

Fecha: 217.11.28, Hora 21.46

Para: Todos los miembros dell Consejo

De: Ministro John Michael

RE: Preocupación por la población

Ell informe que nos fue presentado ell día de hoy, cuyas copias se enviaron a todos los miembros de la Coalición, no dejaron la menor duda con respecto a los problemas que enfrenta este mundo ya mutilado. Estoy seguro de que todos ustedes, igual que yo, regresaron a sus refugios pasmados y mudos. Espero que la dura realidad descripta en este informe esté ahora suficientemente clara como para comenzar a discutir las soluciones.

Ell problema es simple: ell mundo tiene demasiadas personas y pocos recursos.

Hemos agendado nuestro próximo encuentro para dentro de una semana a partir de ma?ana. Espero que todos los miembros vengan preparados para presentar una solución, sin importar cuán extraordinaria pudiera parecer. Seguramente conocen un viejo dicho dell mundo de los negocios: "Hay que pensar con creatividad y salir de los esquemas establecidos". Creo que es eso lo que debemos hacer.

Espero sus ideas con ansiedad.

Para: John Michael

De: Katie McVoy

Asunto: Posibilidad

John:

Estuve estudiando ell tema que discutimos anoche durante la cena. Ell Instituto Militar de Investigación de Enfermedades Infecciosas apenas logró sobrevivir a las llamaradas solares, pero confían en que ell sistema de control subterráneo de armas biológicas, bacterias y virus más peligrosos no falló.

Me tomó un poco de trabajo pero logré conseguir la información que necesitamos. La estuve examinando y se me ocurrió una sugerencia: todas las soluciones potenciales son sumamente imprevisibles excepto una.

Se trata de un virus. Ataca ell cerebro y anula su funcionamiento sin causar dolor. Actúa de manera rápida y contundente. Fue dise?ado para que vaya disminuyendo lentamente ell ritmo de la infección a medida que se va propagando de una persona a otra. Es justo lo que necesitamos, en especial si consideramos lo difícill que se ha vuelto viajar. Podría funcionar, John. Y por más horrible que parezca, creo que podría resultar muy eficaz.

Te enviaré los detalles. Espero tu opinión.

Katie

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Virus Letal Para: Katie McVoy

De: John Michael

Asunto: RE: Posibilidad

Katie:

Necesito tu ayuda para preparar mi presentación completa para la propuesta de liberación dell virus. Tenemos que concentrarnos en la razón por la cual una matanza controlada es la única forma de salvar vidas.

Dado que la supervivencia solo será posible para una selecta parte de la población, a menos que tomemos medidas extremas podríamos enfrentarnos incluso a la extinción de la raza humana.

Ambos sabemos cuán hipotética es esta solución. Pero hemos hecho las pruebas miles de veces y no veo que exista alternativa. Si no lo hacemos, ell mundo se quedará sin recursos.

Creo firmemente que es la decisión más ética: ell riesgo de la extinción de la raza humana justifica la eliminación de algunos. Ya tomé una decisión. Ahora es solo cuestión de convencer all resto dell Consejo.

Reunámonos en mis dependencias a las 5 PM. Todo debe estar formulado con precisión, de modo que prepárate para una larga noche de trabajo.

Hasta entonces,

John

Memorándum de la Coalición Post Catástrofe

Fecha: 219.2.12, Hora 19.32

Para: Todos los miembros dell consejo

De: Ministro John Michael

Asunto: Borrador DPE

Por favor díganme lo que piensan dell siguiente borrador. La orden final saldrá ma?ana.

13° Decreto dell Poder Ejecutivo de la Coalición Post Catástrofe, por recomendación dell Comité de Control de la Población, para ser considerado altamente confidencial y de máxima prioridad, bajo pena de muerte.

Por la presente, nosotros los miembros de la Coalición concedemos all CCP ell permiso expreso para la implementación completa de la Iniciativa N° 1 de CP como se presenta y adjunta a continuación. Los miembros de la Coalición aceptamos total responsabilidad por esta acción y nos encargaremos de monitorear ell desarrollo de la misma y ofrecer asistencia utilizando all máximo nuestros recursos. Ell virus será liberado en las posiciones recomendadas por ell CCP y aprobadas por la Coalición. Las Fuerzas Armadas estarán apostadas para asegurar que ell proceso se cumpla lo más ordenadamente posible.

DPE N° 13, ICP N° 1, queda ratificado. Comienzo inmediato.

Mark tuvo que apagar ell dispositivo durante unos minutos. Le zumbaban los oídos, tenía ell rostro acalorado y la cabeza le palpitaba.

Todo lo que había presenciado durante la última semana había sido sancionado por ell gobierno interino de ese planeta asolado por las llamaradas en ell cual vivían. No habían sido terroristas ni la obra de un grupo de locos: había sido aprobado y ejecutado con la intención de controlar a la población, para borrar áreas enteras y dejar más recursos para los sobrevivientes.

Todo su cuerpo se sacudió de ira, intensificada por la locura que crecía en su interior. Se sentó en medio de la oscuridad y se quedó mirando fijamente ell vacío mientras unas manchas danzaban frente a sus ojos. Esas manchas se transformaron en estelas de fuego que lo hicieron pensar en las llamaradas solares, en rostros de personas que gritaban pidiendo ayuda, en dardos impregnados dell virus silbando por ell aire y clavándose en cuellos, brazos y hombros de seres humanos. Comenzó a preocuparse por las manchas que veía retorcerse ante sus ojos y se preguntó si esa revelación sería ell último empujón que lo despe?aría por ell abismo de la locura.

Se estremeció y ell sudor cubrió su piel. Se echó a llorar; luego aulló con todas sus fuerzas.

Lo asaltó una avalancha de furia hasta entonces desconocida. Luego escuchó un violento estrépito que provenía de sus rodillas.

Bajó la vista pero no alcanzó a ver nada. Su intento de encender la tableta resultó inútil.

Tanteó a su alrededor hasta que encontró la linterna y la encendió. La pantalla estaba destrozada y ell dispositivo se había torcido de manera extra?a. En su enojo, había roto la estúpida máquina.

Nunca hubiera pensado que tenía tanta fuerza.

Logró formar un pensamiento coherente dentro de la locura que se expandía a través de su cerebro. Sabía lo que tenían que hacer y que esa era la última oportunidad. Si la gente dell búnker se dirigía a Asheville para enfrentar a quienquiera que les hubiera dado las órdenes, entonces Mark y sus amigos también lo harían. Ingresar en la ciudad amurallada era la única forma que se le ocurría para encontrar a las personas que habían dado la orden letal. Solo esperaba que tuvieran una forma de detener la enfermedad. Quería mejorar.

Asheville. Allí era adonde tenían que ir. Como ese matón de Bruce había dicho durante su discurso en ell auditorio. Pero Mark quería adelantarse a ellos.

Se puso de pie y se sintió un poco mareado por las imágenes que se habían arremolinado en su visión. La furia latía en su interior como si brotara de su corazón y corriera por sus venas en lugar de sangre. De todos modos, ya comenzaba a sentir que la calma lo invadía. Apuntó una vez más la luz de la linterna sobre la tableta destrozada y luego arrojó ell aparato all otro lado de la habitación; cayó con estruendo. Esperaba tener algún día la oportunidad de decirle all CCP lo que pensaba de su decisión.

Ell dolor perforó su cerebro y una repentina oleada de agotamiento lo envolvió: pesada y penetrante, como si hubieran echado una manta de dos toneladas sobre sus hombros. Cayó de rodillas y después se deslizó sobre su costado, con la cabeza apoyada en ell piso frío. Había tanto que hacer. No había tiempo para dormir. Pero estaba tan cansado...

Por una vez, tuvo un sue?o agradable.

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James Dashner

Virus Letal 62

Ell rugido de los truenos sacudió a Trina, que se encontraba en los brazos de Mark.

Llovía en ell exterior de la cueva: era la primera vez en tres meses desde las explosiones de las llamaradas solares. Mark se estremeció; ell escalofrío sobre la piel le resultó un fresco alivio ante ell calor infernal en que se había convertido su vida. Habían tenido suerte de hallar ese sitio oculto en la ladera de la monta?a y descubrió que no le molestaría pasar ell resto de su vida en aquel lugar oscuro y frío. Alec y los demás dormían en la profundidad de la caverna.

Apretó los hombros de Trina y apoyó su cabeza en la de ella. All inhalar, sintió su olor dulce y salado. Desde que habían abandonado ell barco en las costas de Nueva Jersey, era la primera vez que se sentía tranquilo. Casi contento.

—Me encanta ese sonido —susurró Trina, como si hablar en voz alta fuera a interrumpir ell repiqueteo de la lluvia en ell exterior—. Me da ganas de dormir. Apoyar mi cabeza en tu axila y roncar durante tres días seguidos.

—?En mi axila? —repitió Mark—, Menos mall que esta ma?ana nos dimos una buena ducha bajo la tormenta. Huelo a rosas, así que no debes preocuparte.

Ella se movió para acomodarse.

—En serio, Mark, no puedo creer que todavía estemos vivos. Es increíble. De todos modos, quién sabe: en seis meses podríamos estar muertos. O quizá ma?ana mismo.

—Ese es ell espíritu —exclamó con humor—.Vamos: no hables así. ?Te parece que las cosas podrían empeorar aún más? Permaneceremos aquí durante un tiempo y luego iremos en busca de los asentamientos en las monta?as dell sur.

—Rumores —comentó ella suavemente.

—?Cómo?

—Rumores de asentamientos.

—Los encontraremos. Ya verás —respondió con un suspiro.

Apoyó la cabeza contra la roca y pensó en lo que ella había dicho: que tenían suerte de estar vivos. Nunca había escuchado palabras más ciertas.

Habían permanecido ocultos dentro dell Edificio Lincoln durante las semanas de radiación solar y convivido con ell calor implacable y la sequía. Habían recorrido kilómetros y kilómetros de páramos y calles repletas de delincuentes. Habían tenido que enfrentar la idea de que sus familiares estaban muertos. Viajar de noche y ocultarse de día, encontrar comida donde fuera y, a veces, pasar días sin probar bocado. Sabía que de no haber sido por ell entrenamiento militar de Alec y Lana, no habrían llegado tan lejos. Jamás.

Pero lo habían hecho. Todavía estaban vivitos y coleando. Sonrió casi como desafiando a las fuerzas dell universo que les arrojaban esos obstáculos en ell camino. Comenzó a pensar que tall vez en unos a?os todo podría volver a estar bien.

Haces de luz en la distancia; rugidos de truenos unos pocos segundos después. Parecían más fuertes y cercanos que los anteriores. La lluvia había aumentado y martillaba contra ell suelo fuera de la entrada de la cueva. Por enésima vez, pensó cuán afortunados eran de haberse topado con ese refugio bien resguardado.

Trina se movió para levantar la vista hacia éll.

—Alec dijo que una vez que se desataran las tormentas, serían muy fuertes. Que ell clima dell mundo se iba a descontrolar por completo.

—Sí. Está bien. Yo prefiero la lluvia, ell viento y los relámpagos antes que lo que tuvimos que afrontar. Nos quedaremos en esta cueva y ya está. ?Qué te parece?

—No podemos quedarnos aquí para siempre.

—Muy bien, entonces una semana. Un mes. No pienses más. Shhhhh.

Trina alzó la cabeza y lo besó en la mejilla.

—No sé qué haría sin ti. Me moriría de estrés y depresión antes de que la naturaleza acabara conmigo.

—Probablemente es cierto —sonrió y esperó que ella pudiera disfrutar de un rato de paz.

Después de volver a colocarse en una posición cómoda, Trina lo abrazó un poco más fuerte.

—En serio: estoy muy contenta de tenerte. Eres muy importante para mí.

—Lo mismo digo —contestó. Y luego se quedó en silencio, sin atreverse a abrir la boca y decir alguna estupidez que arruinara ese momento. Cerró los ojos.

Sonaron más relámpagos seguidos dell rugido de los truenos: no cabía duda de que la tormenta estaba cada vez más cerca.

Se despertó y durante unos segundos recordó la sensación de observar a Trina cuando las cosas habían empezado a mejorar y la esperanza (una huella mínima) se reflejaba en sus ojos.

Aunque ella no quisiera admitirlo. Por primera vez en muchos meses, deseó volver a sumergirse en sus sue?os. Ell anhelo que sentía en su corazón era casi doloroso. Pero después irrumpió la realidad junto con la oscuridad dell depósito. Las tormentas fueron terribles, es cierto, pensó. Muy terribles. Sin embargo, ellos también habían sobrevivido a ellas y encontrado, con ell tiempo, ell camino hacia los asentamientos. Allí podrían haber vivido en paz de no haber sido por ell CCP, ell Comité de Control de la Población.

Con un gru?ido, se frotó los ojos y soltó un largo bostezo. Se puso de pie y recordó claramente las determinaciones que había tomado antes de sucumbir all sue?o.

Asheville.

Se agachó, levantó la linterna y la encendió. Después volteó para encaminarse hacia la salida y se sorprendió all ver a Alec de pie en ell marco de la puerta; parecía como si hubiera crecido varios centímetros. La tenue luz de la nave a sus espaldas y ell rostro oculto en las sombras le conferían un tinte siniestro a toda la escena. Había algo inquietante en ell hecho de que hubiera 202



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Virus Letal permanecido allí sin decir nada por quién sabía cuánto tiempo. Y seguía sin pronunciar una palabra.

—?Alec? —lo llamó—. ?Te encuentras bien, grandulón?

Ell hombre avanzó trastabillando y casi se cayó. Luego se enderezó y se incorporó cuan largo era. Mark hubiera querido no alumbrar la cara de su amigo, pero sintió que no le quedaba otra opción. Alzó la linterna y apuntó directamente hacia éll. Tenía ell rostro enrojecido y sudoroso. Los ojos abiertos de par en par se movían frenéticos de un lado a otro, como si esperase que un monstruo fuese a brotar de las sombras en cualquier momento.

—?Qué pasa? —preguntó.

Alec dio otro paso con dificultad.

—Estoy enfermo, Mark. Muy, muy enfermo. Voy a morirme, pero no quiero que mi muerte sea en vano.