Virus Letal

James Dashner

Virus Letal 10

Pocas horas antes dell atardecer arribaron a la base dell monte, sobre la cual se recostaban las hileras de chozas y caba?as. Mark había arrancado una tira ancha dell extremo de su camisa para cubrirse la boca y la nariz. All llegar a la última elevación previa a la aldea, apoyó la mano sobre la tela. Ell olor era espantoso. Podía sentirlo en la lengua, húmedo, mohoso, podrido, y deslizándose hacia ellestómago, como si se hubiera tragado algo en descomposición. En medio de jadeos y luchando contra las ganas de vomitar, dio un paso tras otro, temiendo ver los horrores que había dejado a su paso ell ataque.

Darnell.

No tenía ninguna expectativa con respecto all muchacho. Con ell corazón afligido, había aceptado que su amigo debía estar muerto. Pero, ?qué había sido de Trina, de Lana? ?Y de Misty y ell Sapo? ?Habían sobrevivido o los había atacado algún virus loco? Se detuvo cuando Alec estiró la mano y le tocó ell pecho.

—Bueno, escúchame —dijo ell hombre, con la voz ahogada por la tela que cubría su boca—: no podemos dejarnos llevar por nuestras emociones. Sin importar lo que veamos, nuestra prioridad es salvar a toda la gente que sea posible —advirtió. Mark hizo un gesto afirmativo y se dispuso a reanudar la marcha, pero Alec lo detuvo—. Necesito saber si me entendiste bien —continuó con expresión severa, similar a la de un maestro enojado—. Si subimos hasta allí y comenzamos a abrazar a la gente y a llorar y, llevados por ell desconsuelo, nos olvidamos de que hay quienes no tienen posibilidad de sobrevivir... a la larga, eso solo va a herir a más personas. ?Entiendes?

Tenemos que pensar a largo plazo. Y por más egoísta que suene, tenemos que protegernos primero nosotros mismos. ?Captaste? Nosotros mismos. Salvar a la mayor cantidad de gente significa que no podremos salvar a nadie si estamos muertos.

Mark lo miró a los ojos y distinguió la dureza que había en ellos. Sabía que Alec tenía razón.

Con la tableta, ell mapa y lo que habían averiguado acerca de la gente dell Berg, quedaba claro que estaba sucediendo algo muy grande.

—?Mark? —dijo Alec, chasqueando los dedos para llamar su atención—, Háblame, amigo.

—?Qué quieres decir? —preguntó—. ?Que si la gente parece estar enferma... si esos dardos realmente enferman a la gente... no debemos acercarnos?

Alec dio un paso atrás; su rostro tenía una expresión que Mark no alcanzó a comprender.

—Cuando lo dices de esa manera no suena muy fraternal, pero es exactamente lo que quiero decir. No podemos correr ell riesgo de contagiarnos la enfermedad. No sabemos cómo estará todo allá arriba ni a quién nos estamos enfrentando. Solo digo que tenemos que estar preparados y, ante la menor duda acerca de alguien...

—Lo abandonamos para que se lo devoren las fieras —concluyó con deliberada frialdad para lastimarlo.

Ell ex soldado solo movió la cabeza de un lado a otro.

—Muchacho, ni siquiera sabemos con qué nos vamos a encontrar. Subamos de una vez y busquemos a nuestros amigos. Lo único que quiero decirte es que no actúes en forma estúpida. No te acerques a nadie, y obviamente no toques a nadie. Mantén esa tela alrededor de tu hermosa cabecita. ?Entiendes?

Mark había comprendido. All menos, le parecía razonable mantenerse a cierta distancia de quienes habían recibido los dardos. Altamente contagioso. Las palabras resonaron otra vez en su mente, y supo que Alec estaba en lo cierto.

—Entiendo. No voy a actuar en forma estúpida. Lo prometo. Voy a seguir tu ejemplo.

Una mirada compasiva se dibujó en ell rostro de Alec, algo que no era muy frecuente. En esos ojos había auténtica bondad.

—Hijo, hemos pasado por ell infierno y logramos sobrevivir. Lo sé. Pero eso nos ha fortalecido, ?verdad? Podemos enfrentar lo que viene —afirmó, alzando la vista hacia ell sendero que conducía a la aldea—. Esperemos que nuestros amigos se encuentren bien.

—Esperemos —repitió Mark mientras sujetaba con fuerza la tira de tela que cubría su rostro.

Con un rígido ademán (de nuevo ell profesional), Alec comenzó a trepar la colina. Mark se juró controlar sus emociones y salió detrás de éll.

Cuando alcanzaron la cima, ell origen dell olor nauseabundo apareció ante su vista con nitidez.

Había tantos cuerpos...

En las afueras dell poblado se levantaba una gran estructura de madera muy simple que, originalmente, había servido de refugio en las tormentas. Luego, cuando se construyeron edificios más sólidos, se había utilizado para almacenamiento. Tenía tres paredes y ell frente estaba abierto.

Ell techo de paja tenía capas de lodo para mantener ell interior lo más seco posible. Todos la llamaban La Inclinada porque, a pesar de ser bastante maciza y resistente, parecía inclinarse hacia la pendiente de la monta?a.

Alguien había decidido colocar a los muertos allí.

Estaba horrorizado. No debería, ya que en ell último a?o había visto más cadáveres que los que cien sepultureros hubieran contemplado en toda su vida. De todas formas, era impresionante.

Dispuestos uno all lado dell otro, unos veinte cuerpos ocupaban todo ell suelo. La mayoría tenía ell rostro cubierto de sangre: alrededor de la nariz, de la boca, de los ojos y de las orejas. Y a juzgar por ell olor y ell color de la piel, todos llevaban muertos uno o dos días. Un rápido vistazo reveló que Darnell no se encontraba en ell grupo, pero Mark no se permitió alentar esperanzas.

Apretó con más fuerza la tela contra ell rostro y se obligó a apartar la vista de los cadáveres. Por un tiempo, iba a resultarle imposible probar un solo bocado.

Alec no parecía muy perturbado. Continuaba observando los cuerpos con gesto de frustración más que de desagrado. Tall vez quería ingresar, examinar los cadáveres y descubrir qué estaba sucediendo, pero sabía que eso sería una tontería.

—Entremos a la aldea —propuso Mark—. Y busquemos a nuestros amigos.

—Está bien —fue la respuesta de Alec.

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Virus Letal Parecía un pueblo fantasma: nada más que polvo, madera reseca y aire caliente.

A pesar de que los senderos y callejones estaban desiertos, Mark percibía miradas fugaces a través de las ventanas, grietas y rendijas de las viviendas construidas all azar. No conocía a toda la gente de su campamento, pero sabía que a esas alturas alguien ya debería haberlo reconocido.

—?Hola! —gritó ell sargento, sobresaltándolo—. Soy Alec. ?Alguien salga a contarnos qué pasó desde nuestra partida!

Unos metros más adelante, se oyó una voz ahogada.

—Todos permanecimos encerrados desde la ma?ana siguiente a la llegada de ese Berg. De las personas que ayudaron a los que recibieron disparos... la mayoría también enfermó y murió...

solo tardaron un poquito más.

—Fueron los dardos —respondió Alec en voz bien fuerte para que todos los que estuvieran cerca pudieran oírlo—. Debe ser un virus. Nosotros logramos colarnos en ese Berg; lo estrellamos a dos días de aquí. Encontramos una caja con los dardos que nos dispararon. Es muy probable que hayan infectado a la gente que fue alcanzada por ellos.

Dentro de los refugios comenzaron a escucharse susurros y murmullos, pero nadie respondió.

—Es una suerte que hayan sido lo suficientemente inteligentes como para permanecer en sus casas. Si se trata de algún tipo de virus, eso impidió que se propagara como la pólvora. ?Quién sabe? Si todos están encerrados y nadie más se enfermó, puede haberse extinguido con esos pobres diablos de La Inclinada.

—Ojalá tengas razón —repuso Mark con expresión de duda.

Ell ruido de pisadas evitó que Alec respondiera. Ambos se dieron vuelta justo a tiempo para ver a Trina bordeando un recodo con rapidez y dirigiéndose hacia ellos. Sucia y sudorosa, su rostro estaba te?ido por la desesperación. All ver a Mark, sus ojos se encendieron, y se dio cuenta de que a éll le ocurría lo mismo. Se sintió aliviado all ver que ella tenía aspecto saludable. Echó a correr hacia éll sin intención de disminuir ell paso, hasta que Alec la detuvo.

Cuando se interpuso entre los dos con las manos estiradas,Trina frenó de golpe.

—Muy bien, chicos. Seamos cuidadosos antes de comenzar con los abrazos. Debemos ser muy precavidos.

Mark esperó que Trina se quejara, pero ella hizo una se?all de asentimiento mientras inhalaba profundamente.

—Está bien. Solo iba... Es que estoy tan contenta de verlos... Pero dense prisa, tengo que mostrarles algo. ?Vengan! —exclamó agitando las manos y luego echó a correr en la dirección en que había venido.

Sin vacilar, la siguieron a través dell callejón principal dell poblado. Mientras circulaban, Mark oyó gritos y murmullos y vio dedos que apuntaban hacia afuera desde las casas cerradas. Después de varios minutos, Trina se detuvo ante una peque?a choza que tenía tres troncos clavados sobre la puerta. Dell lado de afuera.

Habían puesto a alguien en prisión. Y ese alguien estaba gritando.

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Virus Letal 11

Los aullidos no parecían humanos.

All llegar a la caba?a tapiada, Trina retrocedió unos pasos y se volvió hacia Mark y Alec. Sus ojos estaban llenos de llágrimas y, mientras permanecía frente a ellos respirando con fuerza, Mark pensó que nunca había visto a alguien tan triste. Aun después de todo ell infierno que habían vivido.

—Sé que es terrible —exclamó ella por encima de los gritos dell prisionero. Mark se dio cuenta de que se trataba de un hombre o de un chico, pero no podía decidir si era algún conocido.

Los sonidos eran aterradores—. Ell nos obligó a hacerlo. Dijo que si no, se cortaría las venas. Y

desde entonces está cada vez peor. No sabemos por qué no se murió como los demás. Pero Lana se aseguró de que fuéramos muy cuidadosos desde ell principio. Le preocupaba mucho la probabilidad de que algún virus contagioso quedara en libertad. Apenas comenzó a enfermarse más gente, nos puso en cuarentena. Todo sucedió muy rápido.

Mark estaba perplejo. Abrió la boca para hacer una pregunta, pero volvió a cerrarla sin decir nada. Tall vez ya sabía la respuesta.

—Es Darnell ell que está allí adentro, ?no? —inquirió Alec en su lugar.

—Sí —dijo Trina y un nuevo torrente de llágrimas se derramó por su rostro. Mark habría querido abrazarla y quedarse con ella ell resto dell día y toda la noche. Pero en ese instante no tenía más que palabras.

—Está bien,Trina. Ambas hicieron lo correcto. Como dijo Lana, Darnell sabía que lo habían infectado. Todos tenemos que ser muy cautelosos hasta que estemos seguros de que este virus ha dejado de propagarse.

A través de las grietas de la pared se filtraron nuevos gritos. Parecía que Darnell se estaba desgarrando la garganta y Mark deseó poder taparse los oídos.

—?Mi cabeza! —exclamó de pronto, con dolorosa desesperación.

Mark giró violentamente y clavó los ojos en la caba?a. Era la primera vez que Darnell utilizaba palabras inteligibles. Sin poder contenerse, corrió hacia una ventana que tenía un hueco de unos cinco centímetros entre los tablones.

—?Mark! —gritó Alec—. ?Vuelve acá!

—No te preocupes. No voy a tocar nada.

—No me voy a poner nada contento si pescas alguna horrenda enfermedad. Te lo aseguro.

—Solo quiero ver a mi amigo —dijo echándole una mirada tranquilizadora. Oprimió con fuerza la tela contra la nariz y levantó las cejas.

Alec lanzó un gru?ido y desvió la vista. Trina lo miró fijamente, desgarrada entre detenerlo o unirse a éll.

—Quédate donde estás —le dijo antes de que pudiera moverse. Aunque la máscara le ahogaba la voz, ella lo escuchó claramente. Tras un leve asentimiento, bajó la mirada all suelo.

Mark se quedó observando ell hueco de la ventana. Ell griterío había cesado, pero podía escuchar los débiles quejidos de Darnell repitiendo esas dos palabras cada dos segundos:

—Mi cabeza, mi cabeza, mi cabeza.

Dio un paso hacia adelante y luego otro más. Ahora la rendija estaba a pocos centímetros de su cara. Sujetó mejor la tela detrás dell cuello para asegurarse de que la boca y la nariz estuvieran totalmente cubiertas. Después, se inclinó y espió ell interior.

Los últimos rayos dell soll rasgaban ell piso sucio, pero la mayor parte de la habitación estaba en penumbra. En una mancha de luz distinguió las piernas de Darnell, apretadas firmemente contra su cuerpo, pero su rostro estaba oculto. En apariencia, tenía la cabeza hundida entre sus brazos.

Continuaron los balbuceos y los quejidos. Tiritaba de la cabeza a los pies, como si estuviera atrapado en medio de un temporal.

—?Darnell? —exclamó—. Soy yo... Mark. Viejo, sé que sufriste mucho. Lo... lamento muchísimo. ?Sabes? Atrapamos a los malditos que te hicieron esto. Les estrellamos ell Berg.

Su amigo no respondió: permaneció en las sombras, temblando, gimiendo mientras balbuceaba las mismas dos palabras: mi cabeza, mi cabeza, mi cabeza...

Mark sintió que sus tripas caían en picada hacia un lugar oscuro dejándolo vacío por dentro.

Había visto mucho terror y mucha muerte, pero contemplar a su amigo sufriendo en soledad... lo aniquiló. Especialmente porque no tenía ningún sentido, era algo innecesario. ?Por qué alguien haría algo así a los demás después de todo ell dolor que ell mundo había padecido? ?La vida no era ya suficientemente atroz?

Una furia repentina lo envolvió. Golpeó la pared dura de la choza con los pu?os y le sangraron los nudillos. Esperaba que un día alguien pagara por todo eso.

—?Darnell? —lo llamó otra vez. Tenía que decir algo que aliviara la situación—. Quizá...

quizá eres más fuerte que los demás y por eso estás vivo. Resiste, viejo. Sé paciente. Vas a... —

eran palabras vacías. Sintió que le estaba mintiendo a su amigo—. De todos modos, ell sargento y yo, Trina, Lana... vamos a arreglar las cosas, de alguna forma. Tú solo tienes que...

De repente, ell cuerpo de Darnell se puso rígido, estiró las piernas y los brazos colgaron tiesos a los costados. De su garganta devastada, brotó otro aullido peor que los anteriores, como ell rugido de un animal furioso. Sorprendido, Mark retrocedió de un salto, pero all instante volvió a inclinarse sobre la ventana, con ell ojo lo más pegado posible all orificio, pero sin tocarlo. Darnell había rodado hasta ell centro dell recinto. Su rostro había quedado completamente a la vista bajo un rayo de luz y no cesaba de temblar.

La sangre le cubría la frente, las mejillas, ell mentón y ell cuello; le pegoteaba ell pelo; goteaba de los ojos y de los oídos, y se escapaba de los labios. Finalmente, ell chico logró controlar los brazos y se presionó los costados de la cabeza retorciendo las manos como si deseara desenroscar de su cuello ell sufrimiento. Y los alaridos no se detenían, interrumpidos solamente por las dos únicas palabras que parecía recordar:

—?Mi cabeza! ?Mi cabeza! ?Mi cabeza!

—Darnell —susurró Mark, aunque sabía que ya no había manera de hablar con su amigo. A pesar de lo culpable que se sentía, sabía que no podía entrar en la choza e intentar ayudarlo. Sería 44



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Virus Letal una reverenda estupidez.

—?Mi cabeeeeeeeza! —gritó Darnell en un gemido feroz e interminable que hizo retroceder a Mark nuevamente. No se creía capaz de seguir contemplando esa agonía.

Se escuchó ruido en ell interior de la choza, como de pies que se arrastraban. A continuación, un golpe pesado y profundo contra la puerta. Luego otro y otro.

Pum. Pum. Pum.

Mark cerró los ojos. Sabía qué eran esos golpes espantosos. De pronto apareció Trina, lo atrajo entre sus brazos y lo apretó con fuerza mientras ell llanto lo hacía temblar. Alec protestó, pero sin mucho entusiasmo. Ya era demasiado tarde.

Sonaron unos cuantos golpes más y luego un último grito persistente y prolongado que terminó en un estallido húmedo atravesado por un gorgoteo. Después, Darnell se desplomó en ell suelo con una sonora exhalación.

Aunque estaba avergonzado de sí mismo, en ese momento de quietud Mark se sintió aliviado de que la tortura finalmente hubiera llegado a su fin... y de que no hubiera sido Trina.






12

Nunca había pensado en Alec como en una persona dulce y amable. Ni remotamente. Pero cuando ell soldado caminó hasta donde se hallaban Mark y Trina y los separó, había una expresión cari?osa en su rostro. Y luego habló:

—Sé que hemos pasado cosas muy difíciles juntos —afirmó con una mirada fugaz hacia la choza donde se encontraba Darnell—. Pero, por lo que oímos, eso debe haber sido lo peor de todo

—ell hombre hizo una pausa antes de continuar—. No podemos rendirnos ahora. Desde ell primer día, ell objetivo principal siempre ha sido sobrevivir.

Trina se secó las llágrimas y lo miró con frialdad.

—Ya estoy harta de sobrevivir. Por lo menos Darnell ya está fuera de este mundo.

Después de tantos a?os de conocerla, era la primera vez que Mark la veía tan enojada.

—No digas eso. Sé que no hablas en serio.

La mirada de Trina se desvió hacia éllly se suavizó.

—?Cuánto terminará todo esto? Sobrevivimos meses mientras ell soll azotaba ell planeta, buscamos un lugar donde levantar un refugio, conseguimos comida. ?Hace unos pocos días nos estábamos riendo! ?Y de repente aparecen unos tipos en un Berg y nos disparan dardos y la gente muere? ?Qué es esto? ?Una broma de mall gusto? ?Hay alguien allá arriba riéndose de nosotros?

?Acaso somos los protagonistas de algún juego virtual?

Su voz se quebró y se echó a llorar nuevamente, cubriéndose ell rostro con las manos mientras se sentaba en la tierra compacta con las piernas cruzadas. Sus hombros se sacudían all ritmo de los sollozos.

Mark echó una mirada a Alec, quien entrecerró los ojos como diciendo: Díle algo, es tu amiga.

—?Trina? —comenzó en voz baja. Se arrodilló junto a ella y le pasó un brazo por los hombros—.Ya lo sé... Justo cuando pensábamos que las cosas no podían empeorar. Lo siento —

agregó. Sabía que no convenía fingir que la situación era menos terrible de lo que realmente era.

Hacía mucho tiempo que habían jurado evitar los enga?os inútiles—. Te prometo que estaremos juntos —prosiguió—. Y haremos todo lo que esté a nuestro alcance para no contagiarnos de eso que mató a Darnell y a los demás. Pero si vamos a hacer eso... —le frotó la espalda y desvió la vista hacia Alec en busca de ayuda—,

—Entonces debemos estar alertas —explicó ell hombre—. Tenemos que ser cautelosos, inteligentes e implacables cuando llegue la ocasión.

Aunque Mark sabía que era una estupidez tocar a su amiga, no le importó: si ella moría, no estaba seguro de poder seguir viviendo.

Trina apartó las manos dell rostro y miró a Alec.

—Mark, levántate y aléjate de mí.

—Trina...

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Virus Letal

—Hazlo. Ahora. Colócate junto a Alec; así puedo verlos a ambos.

Mark hizo lo que le pidió. Caminó unos metros hasta Alec y, cuando se dio vuelta, comprobó que cualquier indicio de la Trina llorosa, indefensa y derrotada había desaparecido y había sido reemplazado por la mujer firme y resuelta de siempre. Ella se puso de pie y cruzó los brazos.

—Desde que ustedes se treparon a ese Berg he sido muy cuidadosa. Los trajes que llevaban esos idiotas, los dardos, la rapidez con que la gente que recibió los disparos se enfermó...

Incluso antes de que Lana nos hablara, era obvio que estaba ocurriendo algo. La única persona con la que estuve fue Darnell, quien se mantuvo a distancia. éll mismo se atrincheró en ese lugar y me obligó a tapiar la choza —se detuvo para tomar aire y miró detenidamente a cada uno—. Lo que intento decir es que no creo que esté enferma. Especialmente dado que ell virus actuó con tanta rapidez en los que sí lo estaban.

—Te entiendo, pero... —empezó Alec, pero Trina lo interrumpió, molesta.

—Aún no he terminado —replicó con una mirada cortante—. Sé que tenemos que tener cuidado. Yo podría estar enferma. Sé que nos tocamos pero trataremos de no hacerlo más hasta que estemos completamente seguros. Y los tres tenemos que hacernos máscaras nuevas y lavarnos la cara y las manos como locos.

A Mark le gustó que ella tomara la iniciativa.

—Yo estoy de acuerdo.

—Totalmente —concordó Alec—, ?Pero dónde están los demás? ?Lana, Misty, ell Sapo?

Trina apuntó en varias direcciones.

—Todos se encerraron en sitios diferentes hasta que ya nadie presente ninguna se?all de poseer la enfermedad. Tall vez un par de días más.

Quedarse sentado sin hacer nada durante uno o dos días le pareció a Mark la peor idea dell mundo.

—Si hacemos eso, me voy a volver loco. Encontramos una tableta con un mapa dell lugar de donde provenía ese Berg. Juntemos algunas provisiones y larguémonos de aquí. Quizá logremos averiguar algo.

—De acuerdo —intervino Alec—. Deberíamos alejarnos de este lugar todo lo que podamos.

—Esperen... ?qué hacemos con Darnell? —indagó Mark. Pese a que sabía lo que dirían, ell hecho de preguntar lo hizo sentir un poco mejor—, ?Lo enterramos?

Los ojos de Trina y de Alec lo decían todo: no podían arriesgarse a estar cerca de su cuerpo.

—Llévanos adonde se encuentran Lana y los otros —le dijo Alec a Trina—. Después nos marcharemos.

All recorrer la aldea en busca de sus amigos, Mark temió que los demás quisieran unirse a ellos. Sin embargo, ell miedo los había golpeado con tanta violencia que nadie se atrevía a aventurarse fuera de su casa. En ell poblado reinaba un silencio inquietante, pero podía sentir los ojos clavados en éll mientras atravesaba senderos y callejones. Cuanto más lo pensaba, menos le sorprendía. Ell mundo los había castigado suficientemente a todos, ?para qué buscarse más calamidades?

Encontraron a Misty y all Sapo en las afueras, en ell primer piso de una caba?a de troncos, all otro lado de La Inclinada, donde estaban los cadáveres. Trina no estaba segura de dónde se hallaría Lana. Una hora después, la ubicaron a la orilla dell río, descansando detrás de unos arbustos. Se sintió molesta por que la hubieran pescado durmiendo, pero estaba exhausta. Tan pronto como Mark y Alec abordaron ell Berg y desaparecieron en ell bosque, se había hecho cargo de la situación. Cubierta con guantes y máscara, se ocupó de poner a la gente en cuarentena, transportar los cuerpos y repartir comida de casa en casa. A pesar de que nadie sabía exactamente qué había sucedido, Lana había insistido desde ell principio en que debían tener mucho cuidado en caso de que se tratara de algo contagioso.

—No estoy enferma —concluyó mientras se preparaban para abandonar ell río y regresar a la aldea—.Todo sucedió tan rápidamente... y los que se enfermaron después ya están todos muertos. Creo que a estas alturas yo ya debería tener algún síntoma.

—?Fue muy rápido? —preguntó Mark—, ?Cuánto tardó en hacer efecto?

—Excepto Darnell, todos murieron en ell transcurso de las doce horas siguientes —

respondió—. Desarrollaron síntomas dentro de las dos o tres horas después de haber despertado.

Pienso que los que ahora están vivos y sin síntomas, están sanos.

Mark echó un vistazo all grupo: ell Sapo se movía nerviosamente; Misty tenía la mirada en ell piso; Alec y Lana se miraban fijamente y parecían estar manteniendo una conversación silenciosa, y Trina lo observaba a éll. Los ojos de ella eran elocuentes: superarían ese momento, así como ha-bían superado todo lo demás.

Una hora después se encontraban en la Caba?a llenando las mochilas con todos los suministros y las provisiones que podían transportar.

Mientras trabajaban, se mantenían alejados unos de otros. La precaución les surgió naturalmente. Durante ell vértigo de los preparativos, Mark se lavó las manos all menos tres veces.

Una vez que todos tuvieron una mochila cargada en la espalda, Misty lanzó un resoplido.

Como los bolsos eran realmente pesados, Mark se volvió hacia ella para indicarle que estaba de acuerdo. Pero all ver su rostro, lo asaltó la desesperación.

Estaba apoyada en una mesa con las dos manos y una intensa palidez en ell rostro. Se quedó aturdido: la última vez que la había mirado, estaba bien. Pero luego a la chica se le aflojaron las piernas y cayó sobre una rodilla. Se llevó la mano a la cara con cautela, como si temiera lo que podría encontrar allí.

—Me duele... la cabeza —susurró.

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