El libro del cementerio

—Tú y yo no pudimos tener hijos, y esta mujer quiere que protejamos a su bebé. ?Lo harás?

 

El hombre del abrigo negro había tropezado con una rama de hiedra. Se enderezó y siguió caminando con cautela por entre las lápidas, pero espantó a un búho, que estaba posado en una rama de un árbol cercano. Al ver al ni?o, se le iluminaron los ojos con un brillo triunfal.

 

El se?or Owens sabía en qué estaba pensando su mujer cuando empleaba ese tono. No en vano llevaban casados, en vida y después de muertos, más de doscientos cincuenta a?os.

 

—?Estás segura? —le preguntó—. ?Completamente segura?

 

—En mi vida había estado tan segura de algo —respondió la se?ora Owens.

 

—En tal caso, adelante. Si tú estás dispuesta a ocupar el lugar de su madre, yo seré su padre.

 

—?Ha oído eso? —inquirió la se?ora Owens al desvaído espectro, reducido ya a una simple silueta, como un relámpago distante con forma de mujer. Ella le —dijo algo que nadie más oyó y, después, desapareció.

 

—No volverá por aquí —aseguró el se?or Owens. La próxima vez que despierte lo hará en su propio cementerio, o dondequiera que la hayan enterrado.

 

La se?ora Owens se inclinó hacia el ni?o y extendió los brazos.

 

—Ven aquí, peque?o —le dijo con mucha dulzura—. Ven con mamá.

 

Para el hombre Jack, que se dirigía hacia ellos con el pu?al ya en la mano, fue como si un remolino de niebla se hubiera enroscado de pronto alrededor del ni?o y lo hubiera hecho desaparecer; en el lugar donde había estado el bebé no quedaba nada más que la niebla, la luz de la luna y la hierba meciéndose al compás de la brisa nocturna.

 

Parpadeó y olfateó el aire. Algo había ocurrido, pero no sabía qué. Contrariado, emitió un gru?ido similar al que hacen los animales de presa.

 

—?Hola? —dijo en voz alta, pensando que a lo mejor el ni?o se había escondido. Su voz era sombría y ronca, y tenía un dejo extra?o, como si a él mismo le sorprendiera su sonido.

 

El cementerio guardaba celosamente sus secretos.

 

—?Hola? —repitió. Esperaba escuchar el llanto de un bebé, o un balbuceo, o cualquier ruido que le diera una pista. En cualquier caso, lo último que esperaba oír era aquella aterciopelada voz:

 

—?En qué puedo ayudarlo?

 

El hombre Jack era un tipo alto, pero el recién llegado era más alto que él; el hombre Jack vestía ropas oscuras, pero el atuendo del recién llegado era aún más oscuro; los que reparaban en el hombre Jack y no le gustaba que repararan en él se sentían incómodos o terriblementeasustados, pero cuando el hombre Jack miró al extra?o, fue él mismo quien se sintió incómodo.

 

—Estaba buscando a una persona —replicó el hombre Jack mientras deslizaba con disimulo la mano derecha en el bolsillo del abrigo, para esconder el pu?al y, al mismo tiempo, tenerlo disponible por si acaso.

 

—?En un cementerio cerrado, y de noche? —replicó el extra?o con ironía.

 

—Se trata de un bebé. Al pasar por delante de la puerta, oí el llanto de una criatura, miré por entre los barrotes y lo vi. Cualquiera en mi lugar habría hecho lo mismo, ?no?

 

—Aplaudo su sentido cívico. Pero, aun suponiendo que lograra usted encontrar a ese bebé, ?cómo pensaba sacarlo de aquí? No tendría intención de escalar la tapia llevando a un ni?o en brazos, ?verdad?

 

—Habría gritado hasta que alguien saliera a abrirme.

 

En éstas sonó un tintineo de llaves.

 

—Bien, pues yo soy ese alguien. Soy yo quien habría salido a abrirle la puerta —repuso el extra?o y, cogiendo la llave más grande del llavero, le indicó—. Venga conmigo.

 

El hombre Jack siguió al extra?o y sacó el pu?al.

 

—Entonces usted debe de ser el guarda, ?no?

 

—?Lo soy? Supongo que sí, en cierto sentido.

 

El guarda lo conducía hacia la puerta lateral, o lo que es lo mismo, lejos del bebé. Pero el extra?o tenía las llaves.

 

El hombre Jack no necesitaba nada más que un pu?al en la oscuridad, y después seguiría buscando al bebé toda la noche, si hacía falta.

 

Alzó el arma.

 

—En el supuesto caso de que hubiera visto a un bebé —le dijo el guarda sin volver la cabeza—, dudo mucho que esté dentro del cementerio. Quizá se haya equivocado usted. Al fin y al cabo, no es frecuente que un ni?o visite un sitio como éste. Seguramente lo que oyó fuera un ave nocturna, y es posible que lo que vio a continuación fuera un gato o un zorro. Este lugar fue declarado reserva natural hace unos treinta a?os, ?sabe?, más o menos después del último funeral. Ahora, píenselo bien y dígame, con honradez, si puede usted asegurar que eso que vio era un bebé.

 

El hombre Jack reflexionó unos instantes.

 

El guarda accionó la llave y le dijo:

 

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