Bruja mala nunca muere

Con el corazón en la boca, le hice entender con la mirada que sabía quién era y sacudí la cabeza. Una leve sonrisa encantadora se dibujó en la comisura de sus labios y apartó la mirada.

 

Aparté la vista y solté el aire que había estado conteniendo. Sí que era un vampiro muerto. Uno vivo no podría haberme hechizado en absoluto. Si de verdad él hubiese querido no podría haberme resistido, pero para eso estaban las leyes, ?no? Se supone que los vampiros muertos solo podían captar a voluntarios, y únicamente después de que hubiesen firmado un documento de renuncia, ?pero quién garantizaba que el documento se hubiese firmado antes o después? Las brujas, los hombres lobo y otras criaturas eran inmunes al virus, un peque?o consuelo si el vampiro perdía el control y se tiraba a tu yugular; aunque por supuesto también había leyes que lo prohibían.

 

Aún un poco intranquila miré hacia otro lado para ver que el músico venía directo hacia mí con los ojos llenos de rabia. Estúpido pixie, lo habían descubierto.

 

—?Has venido a oírme tocar, preciosa? —dijo el muchacho parándose junto a mi mesa, obviamente esforzándose por mantener la voz calmada.

 

—Me llamo Sue, no preciosa —le mentí, mirando a Ivy, que estaba tras él. Se estaba riendo de mí. Genial, eso iba a quedar muy bien en el boletín de la oficina.

 

—?Me has mandado a tu amiguita el hada para investigarme? —dijo remarcando las palabras.

 

—Es un pixie, no un hada —dije yo. O era un estúpido normal o un inframundano muy listo haciéndose pasar por normal estúpido. Yo apostaba por lo primero.

 

Abrió el pu?o y Jenks voló a trompicones hasta mi pendiente. Tenía un ala doblada y despedía polvo de pixie que dibujó momentáneos rayos de sol en la mesa y en mi hombro. Apreté los ojos como para reunir fuerzas. Seguro que me echaban a mí la culpa de esto.

 

Las airadas quejas de Jenks inundaron mi oído y fruncí el ce?o para concentrarme. No creo que ninguna de sus sugerencias fuese anatómicamente posible, pero al menos me confirmó que era un normal.

 

—?Por qué no vienes a ver mi gaita grande a la furgoneta? —dijo el chico—, seguro que la haces sonar.

 

Lo miré a la cara, aún temblorosa por la invitación del vampiro muerto.

 

—Lárgate.

 

—Voy a ser famoso, Suzy-Q —fanfarroneó, confundiendo mi mirada hostil con una invitación a sentarse—. Me iré dentro de poco a la costa, en cuanto tenga el dinero suficiente. Tengo un amigo en el negocio de la música que conoce a un tipo que conoce a un tío que limpia la piscina de Janice Joplin.

 

—Que te largues —le repetí, pero en vez de eso se reclinó y arrugó la cara cantando Sue-sue-sussudio en un tono agudo, aporreando la mesa sin mucho ritmo.

 

Era bochornoso. Seguro que me perdonaban por abofetearlo. Pero no iba a hacerlo, soy una buena soldado que lucha por proteger a los normales contra el crimen, aunque solo yo me lo crea. Con una sonrisa me incliné hacia delante hasta ense?arle el canalillo. Eso siempre llama la atención de los hombres, aunque no haya mucho que ense?ar. Alargando el brazo retorcí los pelillos de su pecho. Eso también atrae su atención y es mucho más satisfactorio.

 

El aullido que dio cortó en seco su canturreo, qué tierno.

 

—Vete —le susurré. Le puse el oldfashioned en la mano—, y tómate esto a mi salud. —Abrió los ojos de par en par cuando le di un tironcito. Finalmente lo solté y se batió en retirada táctica, derramando media bebida por el camino.

 

Hubo un vitoreo en la barra. El camarero más mayor se reía abiertamente dándose golpecitos en el lateral de la nariz. Hundí la cabeza.

 

—Estúpido chico —murmuré. No pintaba nada aquí en los Hollows. Alguien debería darle una patada en el culo hasta el otro lado del río antes de que acabara mal.

 

Quedaba solo un vaso frente a mí y seguramente estaban haciendo apuestas sobre si me lo bebería o no.

 

—?Estás bien, Jenks? —le pregunté imaginándome la respuesta.

 

—El muy tarugo casi me aplasta ?y tú me preguntas si estoy bien? —me espetó. Su vocecita era muy graciosa y me hizo arquear las cejas—. Casi me rompe las costillas y este pringue huele fatal. Dios mío, apesto. Y mira cómo me ha dejado la ropa, ?no tienes ni idea de lo que cuesta quitarle la peste a la seda! Mi mujer me va a obligar a dormir en las macetas de flores si llego a casa oliendo así. Te puedes meter la paga triple donde te quepa, Rachel, no merece la pena.