Bruja mala nunca muere

—No —dijo ella—, quédate ahí. Tengo a un par de chupasangres encerradas en el ba?o. Las pillé captando a menores. —Con la bebida en la mano se deslizó hasta el final del banco y se puso de pie estirándose sensualmente, dejando escapar un quejido casi inaudible—. Parecían muy chapuceras para tener un hechizo de transformación —a?adió—, pero he dejado a mi buho fuera por si acaso. Si intentan escaparse rompiendo una ventana serán comida para pájaros. Solo me queda esperar a que salgan. —Bebió de su vaso mirándome con sus ojos marrones por encima del borde—. Si atrapas al tuyo pronto ?te parece que compartamos el taxi de vuelta al centro?

 

El suave tono peligroso de su voz me obligó a asentir inmediatamente antes de que se marchara. Mis dedos jugueteaban nerviosos con un rizo de mi pelo. Ya veríamos si me subía a un taxi con ella; dependería de la pinta que tuviese a esas horas de la madrugada. Puede que Ivy no necesite sangre para sobrevivir, pero era obvio que la deseaba a pesar de su compromiso público de abstenerse.

 

Hubo ciertas condolencias en el bar al ver que solo quedaban dos bebidas en mi mesa. Jenks seguía revoloteando excitado.

 

—Relájate, Jenks —le dije intentando evitar que me arrancase el pendiente—. Me gusta tener un ayudante pixie; las hadas no mueven un dedo sin el visto bueno de su sindicato.

 

—?Verdad que sí? —saltó Jenks haciéndome cosquillas con el aire que levantaba al mover las alas frenéticamente—. Y solo por un pegajoso poema anterior a la Revelación escrito por un borrachuzo se creen que son mejores que nosotros. Es pura publicidad, Rachel, no es más que eso. Las muy ro?osas, ?sabías que les pagan más a las hadas que a los pixies por el mismo trabajo?

 

—?Jenks? —le interrumpí apartándome el pelo del hombro—. ?Qué has averiguado en la barra?

 

—?Y qué me dices de aquella foto? —continuó removiéndose en mi pendiente—. ?Sabes cuál te digo? La de ese humano entrometido colándose en la fiesta de la fraternidad. Aquellas hadas estaban tan borrachas que ni se dieron cuenta de que bailaban con un humano, y aun así siguen cobrando los derechos.

 

—Corta el rollo, Jenks —le espeté—. ?Qué pasa en la barra?

 

Soltó un peque?o bufido y retorció mi pendiente.

 

—El concursante número uno es entrenador personal de atletas —dijo, refunfu?ando aún—. El concursante número dos arregla aires acondicionados y el número tres es reportero de un periódico. Todos pardillos.

 

—?Y qué me dices del chico del escenario? —le susurré sin mirar en aquella dirección—. La SI solo me ha dado una descripción general ya que probablemente nuestro objetivo lleve un hechizo.

 

—?Nuestro objetivo? —dijo Jenks. El aire de sus alas cesó y su voz perdió todo enfado.

 

Me apunté el dato, quizá lo único que deseaba era sentirse incluido.

 

—?Por qué no vas a averiguarlo? —le pedí, en lugar de ordenárselo—. Parece que no tiene ni idea de por qué lado soplar la gaita.

 

Jenks soltó una breve carcajada y salió zumbando de mejor humor. La confraternización entre cazarrecompensas y ayudantes no estaba bien vista, pero ?qué diablos!, solo con eso Jenks ya se sentía mejor y así quizá pudiese conservar la oreja entera toda la noche.

 

Los tiarrones de la barra se dieron codazos cuando empecé a frotar con el índice el borde de mi oldfashioned para que sonase el vaso. Estaba aburrida y flirtear un poco era bueno para el ánimo.

 

Entró un grupo. Su animada conversación me decía que la lluvia había arreciado. Se amontonaron en un extremo del bar, hablando todos a la vez, alargando el brazo hasta sus bebidas mientras demandaban la atención de los demás. Los observé detenidamente. Algo en mis entra?as me decía que uno de ellos era un vampiro muerto, aunque era difícil decir quién bajo toda la parafernalia gótica.

 

Mi candidato era el hombre joven y callado del fondo. Era el que parecía más normal dentro del grupo lleno de tatuajes y pirsins. Llevaba unos vaqueros y una camisa en lugar de cuero manchado por la lluvia. Debía de ser muy bueno para estar rodeado por un grupo de humanos como ese, con cicatrices en el cuello y aspecto anémico y delgado. Pero parecían bastante contentos, unidos y felices en lo que casi aparentaba ser una familia. Todos eran especialmente amables con una guapa rubia, apoyándola y animándola para que comiese unos cacahuetes. Parecía cansada pero sonreía. Debía de haber sido su desayuno.

 

Como si hubiese oído mis pensamientos, el joven atractivo se giró. Se bajó las gafas de sol y me quedé lívida cuando sus ojos buscaron mi mirada. Respiré hondo viendo desde el otro lado de la sala las gotas de lluvia en sus pesta?as. Me embargó la urgente necesidad de secárselas. Casi podía sentir la humedad de la lluvia en mis dedos. Debía de ser muy suave. Sus labios se movieron con un susurro y casi pude oírlo aunque no pude entender sus palabras, que me envolvían e impulsaban hacia él.