Bruja mala nunca muere

—Prueba tú a pillar a un lobo casi con luna llena sin que te muerda —dije en mi defensa—. No es tan fácil como parece. Tuve que usar una poción. Esas cosas son caras.

 

—?Y luego depilaste a toda la gente de un autobús? —Sus alas de libélula se volvieron rojas por la risa y batían con rapidez. Vestido de seda negra y con un pa?uelo rojo parecía una miniatura de Peter Pan haciéndose pasar por un miembro de una banda callejera. Diez centímetros rubios, irritantes y con mal genio.

 

—Aquello no fue culpa mía —dije—, el conductor pilló un bache —fruncí el ce?o. Además alguien me había cambiado los hechizos. Yo intentaba atarle las patas y terminé depilando al conductor y a los que se sentaban en las tres primeras filas. Al menos logré mi objetivo, aunque malgasté mi paga entera en taxis durante las siguientes tres semanas hasta que el autobús quiso recogerme de nuevo.

 

—?Y lo de la rana? —Jenks volvió a dar un salto hacia atrás antes de que el portero le diese un capirotazo—. Yo soy el único que se ha atrevido a venir contigo esta noche y me van a pagar un plus de peligrosidad. —El pixie se elevó varios centímetros en un gesto de orgullo.

 

Cliff no parecía impresionado. Yo sin embargo estaba consternada.

 

—Mira —le dije—, lo único que quiero es sentarme y tomarme una copa tranquilamente. —Se?alé con la cabeza hacia el escenario donde un posadolescente enredaba con los cables de los amplificadores—. ?Cuándo empieza?

 

El gorila se encogió de hombros.

 

—Es nuevo. Creo que dentro de una hora más o menos. —Sonó un cacharrazo seguido por risas al caerse un amplificador del escenario—. Puede que sean dos.

 

—Gracias. —Ignorando la risita cantarina de Jenks me abrí paso entre las mesas vacías hacia un banco en un rincón oscuro. Elegí el que estaba bajo una cabeza de alce y me senté hundiéndome casi diez centímetros más de lo debido en el flácido cojín. En cuanto encontrase al pilluelo me largaría de allí. Era insultante. Llevaba en la si tres a?os, siete si contaba los cuatro de práctica, y allí estaba, haciendo trabajos de novata. Eran los becarios los que se encargaban de las tareas rutinarias de la policía de Cincinnati y los barrios al otro lado del río, a los que llamaban los Hollows. Nosotros nos encargábamos de los casos sobrenaturales que la afi (Agencia Federal del Inframundo) no podía controlar. Los encantamientos menores y el rescate de espíritus familiares de los árboles eran algunas de las competencias de los becarios de la SI. Pero yo era una cazarrecompensas profesional. ?Joder!, yo era demasiado buena para esto, ya lo había demostrado. Fui yo sólita la que encontró y detuvo al grupo de brujas que practicaban magia negra que habían logrado franquear los hechizos del Zoo de Cincinnati para robar los monos y vendérselos a un laboratorio ilegal. Pero ?acaso me reconocieron el mérito? No.

 

Fui yo quien descubrió que el pirado que desenterraba cuerpos en los cementerios estaba relacionado con la serie de muertes en el ala de transplantes de un hospital humano. Todo el mundo pensaba que estaba reuniendo material para hacer hechizos ilegales y no que en realidad les hacía un encantamiento temporal a los órganos para venderlos en el mercado negro como sanos.

 

?Y los robos en los cajeros automáticos que asolaron la ciudad las Navidades pasadas? Me costó seis encantamientos simultáneos hacerme pasar por hombre, pero finalmente atrapé a la bruja que había estado usando una combinación de hechizos de amor y de olvido para atracar a los incautos humanos. Aquella fue una captura especialmente satisfactoria. Tuve que perseguirla por tres calles sin tiempo para echarle una maldición cuando se volvió para golpearme con lo que podría haber sido un amuleto letal, así que estaba perfectamente justificado que yo la dejara tiesa con una patada circular. Es más, la AFI llevaba tres meses tras ella y yo solo tardé dos días en atraparla. Quedaron como idiotas. Pero ?acaso me dijeron ?buen trabajo, Rachel?? ?Me llevaron al menos en coche al edificio de la SI con mi pie hinchado? No.

 

Y últimamente la cosa iba a peor: chavales que pirateaban la tele con hechizos, robos de espíritus familiares, hechizos de bromas pesadas y, cómo olvidar mi favorito, dar caza a los troles de debajo de los puentes y alcantarillas antes de que se comiesen toda la argamasa. Se me escapó un suspiro y eché un vistazo al bar. Patético.

 

Jenks esquivó mis apáticos intentos por apartarlo como a una mosca cuando volvió a acomodarse en mi pendiente. Que le pagasen triple por salir conmigo no era una buena se?al.

 

Una camarera vestida de verde se acercó, demasiado alegre para ser tan temprano.

 

—?Hola! —dijo haciendo ostentación de dientes y hoyuelos—. Me llamo Dottie y seré vuestra camarera de hoy. —Sin dejar de sonreír plantó tres bebidas frente a mí: un bloody mary, un old fashioned y un shirley temple, qué encanto.