Bruja mala nunca muere

—Gracias, bonita —dije sin mucho entusiasmo—. ?Quién me invita?

 

Miró hacia la barra, intentando aparentar cierta sofisticación pero resultando más bien como una estudiante en el gran baile del instituto. Al asomarme por un costado de su delgada cintura ce?ida por un delantal vi a los tres tipos de miradas lascivas. Era una tradición muy antigua. Aceptar una bebida implicaba aceptar la invitación posterior. Otra preocupación más para la se?orita Rachel. Parecían normales, pero nunca se sabe.

 

Viendo que la conversación se acababa ahí, Dottie se largó a hacer las cosas que hacen las camareras.

 

—Investígalos, Jenks —le susurré y el pixie salió volando con las alas rosas por la emoción. Nadie lo vio acercarse, un ejemplo de vigilancia pixie en su máximo exponente.

 

El bar estaba tranquilo, pero como había dos camareros tras la barra, un hombre mayor y una chica, imaginé que se animaría pronto. El Sangre y Brebajes era un local conocido en el que los normales se mezclaban con los del inframundo para después volver en coche cruzando el puente con las ventanillas subidas y el cierre echado, sobreexcitados y creyéndose alguien. Un humano solitario destaca entre los habitantes del inframundo como un grano en la cara de la reina del baile, sin embargo cualquier inframundano puede aparentar ser humano. Es una estrategia de supervivencia acu?ada desde antes de Pasteur. Por eso eran útiles los pixies, ellos y las hadas podían, literalmente, olfatear a un inframundano en menos que cantaba un gallo.

 

Desganada, repasé el bar medio vacío cuando mi estado de ánimo agrio se difuminó en una sonrisa al ver a una cara conocida de la agencia: Ivy.

 

Ivy era una vampiresa, la cazarrecompensas estrella de la SI, Nos habíamos conocido hace varios a?os durante mi último a?o de prácticas, cuando nos emparejaron durante doce meses para realizar trabajos semi independientes. A ella la acababan de contratar como cazarrecompensas profesional después de seis a?os de universidad en lugar de los dos a?os de diplomatura y cuatro de prácticas que yo hice. Creo que emparejarnos fue en realidad una especie de broma que se le ocurrió a alguien.

 

Me moría de miedo al pensar que tenía que trabajar con una vampiresa, viva o muerta, hasta que descubrí que no era vampiro practicante y que había renunciado a la sangre. éramos como la noche y el día, pero sus puntos fuertes eran mis debilidades. Ojalá pudiese decir que sus debilidades eran mis puntos fuertes, pero Ivy no tenía ninguna debilidad, aparte de su tendencia a planificarlo todo hasta el último detalle.

 

No habíamos trabajado juntas desde hacía a?os y a pesar del ascenso que me dieron a rega?adientes, Ivy tenía un rango superior al mío. Ella siempre decía las palabras adecuadas a la gente adecuada en el momento adecuado. También ayudaba ser de la familia Tamwood, un apellido tan antiguo como la misma Cincinnati. Era el último miembro vivo de la familia, con alma propia y tan viva como yo, a pesar de haberse infectado del virus vampírico a través de su madre cuando aún vivía. El virus la había atacado cuando todavía estaba en el útero, proporcionándole así un poco de ambos mundos, el de los vivos y el de los muertos.

 

Respondiendo a mi saludo, se acercó despacio. Los hombres de la barra se daban codazos volviéndose los tres para admirarla. Ella les lanzó una mirada de indiferencia y juro que incluso oí un suspiro.

 

—?Cómo te va, Ivy? —le pregunté al tiempo que se sentaba en el banco frente a mí.

 

Haciendo rechinar el plástico del asiento, Ivy se reclinó en el banco apoyando la espalda en la pared, y colocó los tacones de sus botas altas en el banco dejando ver sus rodillas por encima de la mesa. Me sacaba media cabeza, pero mientras que yo parecía simplemente alta, ella se veía esbelta y elegante. Su aire ligeramente oriental le daba un aspecto enigmático, reforzando así mi teoría de que la mayoría de las modelos debían de ser vampiros. Ella también se vestía como una modelo: una sencilla falda de cuero y una blusa de seda, todo de primera, hecho para vampiros y por supuesto de color negro. Su pelo hacía una suave onda morena, acentuando la palidez de su piel y la forma ovalada de su rostro. Hiciese lo que hiciese con su pelo siempre le quedaba exótico. Yo podía pasarme horas peinándome y el resultado siempre era rojo y encrespado. El se?or Cejijunto no se habría confundido con ella, era demasiado elegante.

 

—Hola, Rachel —dijo Ivy—. ?Qué haces en los Hollows? —Su voz sonaba melodiosa y grave, fluía con la suavidad de la seda—. Creía que estarías haciendo méritos para un cáncer de piel en la costa esta semana —a?adió—. ?Sigue Denon mosqueado por lo del perro?

 

Me encogí de hombros tímidamente.

 

—Qué va. —En realidad al jefe casi le había explotado una vena y por poco no me degradó a fregona de la oficina.