El Corredor Del Laberinto (The Maze Runner #1)

—Vale —asintió, tan harto de aquel tío que quiso gritar y darle un pu?etazo en la cara—, capitán Gally —exageró el saludo y notó una subida de adrenalina, pues sabía que se había pasado de la raya.

Se oyeron unas cuantas risas entre los del grupo de afuera y Gally se dio la vuelta con la cara colorada. Se volvió para mirar a Thomas con la frente y aquella monstruosa nariz arrugadas por el odio.

—Sube las escaleras —dijo Gally— y mantente alejado de mí, gilipullo —se?aló hacia arriba de nuevo, pero no apartó los ojos de Thomas.

—Muy bien.

Thomas miró a su alrededor una vez más, avergonzado, confuso y molesto. Notaba el calor de la sangre en su cara. Nadie se movió para impedir que hiciera lo que Gally le estaba pidiendo, salvo Chuck, que estaba en la puerta principal, negando con la cabeza.

—Se supone que no puedes subir —murmuró el ni?o—. Eres un novato, no puedes estar ahí.

—Ve —dijo Gally con desdén—. Sube.

Thomas ya estaba lamentando haber entrado, pero quería hablar con Newt. Se quedó mirando las escaleras fijamente. Los pelda?os se quejaban y crujían bajo su peso. Se habría detenido por miedo a caer debido a lo vieja que estaba la madera, de no haberse dado una situación tan incómoda en la planta baja. Así que subió, estremeciéndose cada vez que oía cómo se astillaba la madera. Las escaleras le llevaron a un rellano, giraron a la izquierda y luego dieron a un pasillo con barandilla donde había varias habitaciones. Pero sólo de una de ellas salía luz por la rendija de la parte inferior.

—?El Cambio! —gritó Gally desde abajo—. ?Ya verás, cara fuco!

Como si la burla le hubiera dado a Thomas una inyección de valor, caminó hacia la puerta iluminada al tiempo que ignoraba el crujido de las tablas del suelo y las risas de abajo, la avalancha de palabras que no entendía, reprimiendo las espantosas sensaciones que provocaban. Alargó la mano para girar el pomo dorado y abrió la puerta.

En el interior de la habitación, Newt y Alby se hallaban agachados junto a alguien que estaba tumbado en una cama.

Thomas se acercó para ver a qué venía tanto escándalo, pero, cuando vio mejor las condiciones del paciente, se le heló el corazón. Tuvo que luchar contra la bilis que le subió a la garganta.

El vistazo fue rápido, tan sólo un par de segundos, pero bastó para que se le quedara grabado en la memoria. Una pálida figura se retorcía desesperada, con el pecho desnudo y espantoso. Los cordones tensos que eran sus repugnantes venas verdes recorrían el cuerpo del chico y sus extremidades, como cuerdas bajo su piel. El chaval estaba cubierto de moratones violáceos, urticaria roja y ara?azos sangrantes. Sus ojos rojos se le salían de las órbitas y se movían de un lado a otro a toda velocidad. La imagen ya se había quedado grabada a fuego en la cabeza de Thomas antes de que Alby se levantara de un salto para bloquearle la vista, pero no los gemidos y los gritos. Sacó a Thomas a empujones del cuarto y cerró la puerta de golpe al salir.

—?Qué estás haciendo aquí arriba, novato? —gritó Alby, con los labios tensos por la furia y los ojos brillantes.

Thomas se sintió débil.

—Yo… eeeh… quería algunas respuestas —murmuró, pero no pudo darle fuerza a sus palabras; en su interior, se había rendido. ?Qué le pasaba a aquel chaval? Thomas se apoyó en la barandilla del pasillo y bajó la vista al suelo, sin estar seguro de lo que haría a continuación.

—Saca ahora mismo de aquí tus mejillas de renacuajo y baja las escaleras —le ordenó Alby—. Chuck te ayudará. Si te vuelvo a ver otra vez antes de ma?ana por la ma?ana, no vivirás un día más. Te arrojaré yo mismo por el Precipicio, ?me captas?

Thomas estaba humillado y asustado. Se sentía como si le hubieran reducido al tama?o de un ratón. Sin decir ni una palabra, pasó junto a Alby y se dirigió hacia los escalones que crujían, tan rápido como se atrevió. Ignoró las miradas boquiabiertas de los que había en la planta baja, sobre todo la de Gally, salió por la puerta y cogió a Chuck del brazo para marcharse con él.

Odiaba a aquella gente. Los odiaba a todos. Excepto a Chuck.

—Aléjame de estos tíos —dijo, y entonces se dio cuenta de que quizá Chuck era su único amigo en el mundo.

—Lo has pillado —contestó Chuck con un tono alegre, como si estuviera entusiasmado porque le necesitara—. Pero antes cogeremos un poco de la comida que ha hecho Fritanga.

—No sé si alguna vez podré volver a comer.

No después de lo que acababa de ver.

Chuck asintió.

—Sí, sí que podrás. Nos vemos en el mismo árbol de antes en diez minutos.



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Thomas estaba más que satisfecho por haberse alejado de la casa y volver al árbol. Sólo hacía un rato que sabía cómo era vivir allí y ya quería que acabara. Deseó con todas sus fuerzas recordar algo de su vida anterior, pero no le venía nada a la cabeza. Ni su madre, ni su padre, ni un amigo, ni el colegio, ni una afición. Ni una chica.

Parpadeó con fuerza varias veces para intentar deshacerse de la imagen que acababa de ver en la choza.