El Corredor Del Laberinto (The Maze Runner #1)

Alby se dio la vuelta y se abrió camino entre los demás hacia el inclinado edificio de madera que había en la esquina. La mayoría de los chicos se dispersó, no sin antes detenerse un rato a mirar a Thomas.

El muchacho se cruzó de brazos, cerró los ojos y respiró hondo. El vacío que le consumía por dentro pronto fue reemplazado por una tristeza que le aguijoneaba el corazón. Era demasiado. ?Dónde estaba? ?Qué era aquel lugar? ?Era algún tipo de cárcel? Los chicos hablaban raro y a ninguno de ellos parecía importarle si él vivía o moría. Las lágrimas amenazaron de nuevo con inundar sus ojos, pero las contuvo.

—?Qué he hecho? —susurró sin pretender que nadie le oyera—. ?Qué he hecho para que me manden aquí?

Newt le dio una palmada en el hombro.

—Verducho, lo que estás sintiendo ahora, lo hemos sentido todos. Todos hemos tenido un Primer Día, cuando salimos de la caja oscura. Las cosas están mal, sí, y se pondrán mucho peor para ti pronto, esa es la verdad. Pero, al final, lucharás bien. Sé que no eres una nenaza.

—?Es esto una cárcel? —preguntó Thomas. Profundizó en la oscuridad de sus pensamientos, tratando de encontrar una rendija a su pasado.

—Has hecho ya cuatro preguntas, ?no? —contestó Newt—, Bueno, no hay respuestas para ti, aún no. Será mejor que por ahora estés callado y aceptes el cambio. Ma?ana será otro día.

Thomas no dijo nada y agachó la cabeza con los ojos clavados en el suelo rocoso y resquebrajado. Una hilera de maleza de hojas peque?as recorría el borde de uno de los bloques de piedra, con florecitas amarillas asomándose como si buscaran el sol, que ya hacía rato que había desaparecido detrás de los enormes muros del Claro.

—Chuck te irá bien —dijo Newt—. Es un pingajo un poco gordito, pero cuando se le trata es buen chaval. Quédate aquí, ahora vuelvo.

Newt apenas había acabado la frase cuando, de improviso, se oyó un grito desgarrador en el aire. Agudo y estridente, el chillido, que apenas era humano, retumbó en el patio de piedra; todos los chicos que había a la vista se volvieron en dirección al ruido. A Thomas se le heló la sangre al darse cuenta de que aquel horrible sonido provenía del edificio de madera. Incluso Newt pegó un brinco, como si se hubiera sobresaltado, y arrugó la frente por la preocupación.

—Foder —exclamó—. ?Es que los pu?eteros mediqueros no pueden ocuparse del chico durante diez minutos sin mi ayuda? —negó con la cabeza y le dio una patada suave a Thomas en el pie—. Ve a buscar a Chucky y dile que él es el encargado de encontrarte un sitio para dormir —y entonces se dio la vuelta y se dirigió al edificio, corriendo.

Thomas se dejó caer por la áspera superficie del árbol hasta que volvió a sentarse en el suelo; se encogió contra la corteza y cerró los ojos, deseando poder despertarse de aquella terrible pesadilla.





Capítulo 3


Thomas permaneció allí sentado un momento, demasiado abrumado para moverse. Al final se obligó a mirar hacia el destartalado edificio. Un grupo de chicos se arremolinaba fuera, mirando con inquietud por las ventanas superiores, como si esperaran que una horrible bestia saliera en una explosión de madera y cristal.

Un ruidito metálico que provenía de las ramas sobre su cabeza atrajo su atención y le hizo alzar la vista; vio un destello de luz roja y plateada justo antes de que desapareciera al otro lado del tronco. Se puso de pie enseguida para dar la vuelta al árbol y estiró el cuello para ver si veía algo de lo que había oído; pero sólo había ramas peladas, grises y marrones, que se bifurcaban como los dedos de un esqueleto y parecían igual de vivas.

—Esa era una de las cuchillas escarabajo —dijo alguien.

Thomas se volvió hacia la derecha para ver al chico bajito y regordete que estaba a su lado, mirándolo fijamente. Era joven, puede que el más joven que había visto hasta ahora de todos los del grupo; tendría unos doce o trece a?os. El pelo casta?o le caía por las orejas hasta el cuello y le rozaba los hombros; de no ser por aquellos brillantes ojos azules, sólo tendría una cara sonrojada, fofa y lastimera.

Thomas le hizo un gesto con la cabeza.

—?Una cuchilla qué?

—Una cuchilla escarabajo —repitió el chico, se?alando la copa del árbol—. No te hará da?o, a menos que seas tan estúpido como para tocarla —hizo una pausa—. Pingajo.

No pareció muy cómodo al decir la última palabra, como si todavía no hubiese captado el argot del Claro.

Otro grito, este más largo y desquiciante, cortó el aire y a Thomas le dio un vuelco el corazón. El miedo era como rocío congelado sobre su piel.

—?Qué está pasando ahí? —preguntó al tiempo que se?alaba el edificio.

—No lo sé —contestó el chico rellenito, que aún tenía voz de ni?o—. Ben está ahí, más enfermo que un perro. Le cogieron.

—?Le cogieron?

A Thomas no le gustó el modo malicioso en que lo había dicho.

—Sí.

—Pero ?quiénes?