El Corredor Del Laberinto (The Maze Runner #1)

—No hay billete de vuelta, chaval.

Thomas fue azotado por una ola de confusión recubierta de pánico. Las voces eran raras, tenían algo de eco; algunas de las palabras que le decían eran extra?as y otras le resultaban más familiares. Mientras entrecerraba los ojos hacia la luz y hacia los que estaban hablando, trató de adaptar la vista. Al principio sólo vio unas sombras que se movían, pero no tardaron en tener forma de cuerpos, de gente que se inclinaba sobre el agujero del techo y le miraba, se?alándole. Y, entonces, como si las lentes de una cámara se hubiesen enfocado, comenzó a ver los rostros más nítidos. Todos eran chicos; algunos, jóvenes y otros, mayores. Thomas no sabía qué se había imaginado, pero, al ver aquellas caras, se quedó desconcertado. Eran sólo adolescentes. Críos. Parte de su miedo desapareció, pero no lo suficiente para calmarle el corazón, que le latía a toda velocidad.

Alguien bajó una cuerda desde arriba, con el extremo atado a una gran lazada. Thomas vaciló, luego se metió en ella con el pie derecho y se agarró a la cuerda mientras tiraban de él hacia el cielo. Unas manos, muchas manos, le cogieron de la ropa para subirle. El mundo parecía dar vueltas en un remolino neblinoso de caras, color y luz. Un torrente de emociones le revolvió las tripas, se las retorció y tiró de ellas. Quería gritar, llorar, vomitar. El coro de voces se había quedado en silencio, pero alguien habló cuando tiraron de él para sacarlo por el borde afilado de la oscura caja. Y Thomas supo que nunca olvidaría aquellas palabras:

—Encantado de conocerte, pingajo —dijo el chico—. Bienvenido al Claro.





Capítulo 2


Las manos que le ayudaban no dejaron de aferrarse a él hasta que Thomas se puso derecho y se limpió el polvo de la camiseta y los pantalones. Todavía deslumbrado por la luz, se tambaleó un poco. Se moría de curiosidad, pero aún se encontraba demasiado mal para observar con detenimiento dónde estaba. Sus nuevos compa?eros no dijeron nada conforme giraba la cabeza e intentaba asimilarlo todo.

Mientras daba una vuelta despacio, los otros chicos se lo quedaron mirando, riéndose por lo bajo; algunos extendieron la mano y le empujaron con un dedo. Tenía que haber por lo menos unos cincuenta. Iban vestidos con ropa sucia y sudada, como si hubieran estado trabajando mucho; había de todas las formas, tama?os y razas, y cada uno llevaba el pelo de distinto largo. De repente, Thomas se sintió mareado; parpadeó mientras su mirada iba de los chicos al sitio extra?o en que se hallaba.

Estaban en un patio inmenso, mucho más grande que un campo de fútbol, rodeado por cuatro muros enormes, hechos de piedra gris y cubiertos de hiedra por algunos sitios. Las paredes debían de medir muchísimos metros de alto, formaban un cuadrado perfecto a su alrededor y, justo en medio, tenían una abertura tan alta como los mismos muros, que, según vio Thomas, daba a pasadizos y largos pasillos más allá.

—Mira al judía verde —dijo una voz ronca; Thomas no pudo ver a quién pertenecía—. Se va a romper su fuco cuello intentando averiguar dónde está.

Varios chicos se rieron.

—Cállate la boca, Gally —respondió una voz más grave.

Thomas se volvió a centrar en el montón de extra?os que tenía a su alrededor. Sabía que debía tener cuidado; se sentía como si le hubiesen drogado. Un chico alto, con el pelo rubio y una mandíbula cuadrada, le miró primero con desdén y, después, inexpresivo. Uno bajito y regordete caminó inquieto, adelante y atrás, mirando a Thomas con los ojos abiertos de par en par. Un asiático muy musculoso se le quedó estudiando con los brazos cruzados, bien remangados para ense?ar los bíceps. Un chico moreno le miró con el entrecejo fruncido; era el mismo que le había dado la bienvenida. Otros tantos le observaban.

—?Dónde estoy? —preguntó Thomas, sorprendido al oír su voz por primera vez desde que tenía memoria. No sonaba muy bien, era algo más aguda de lo que hubiera imaginado.

—En ningún sitio bueno —contestó el chico de piel morena— que te haga sentir a gusto y relajado.

—?Qué guardián le vamos a poner? —gritó alguien al final del grupo.

—Ya te lo he dicho, cara fuco —respondió una voz chillona—. Es una clonc, así que será un deambulante, sin duda —el muchacho se rió como si hubiera dicho lo más gracioso del mundo.