El Corredor Del Laberinto (The Maze Runner #1)

—Entonces, ?cómo llamarías esas grandes aberturas? —Chuck se?aló los enormes huecos que había entre las paredes. Ahora estaban a tan sólo nueve metros de distancia.

—Las llamaría grandes aberturas —respondió, intentando contrarrestar su incomodidad con sarcasmo, pero sintiéndose desilusionado al ver que no funcionaba.

—Bueno, pues son puertas. Y se cierran cada noche.

Thomas se detuvo al pensar que Chuck tenía que haberse equivocado. Alzó la vista, miró a un lado y a otro y examinó los inmensos bloques de piedra mientras aquella molesta sensación se convertía en terror absoluto.

—?A qué te refieres con que se cierran?

—Lo verás con tus propios ojos en un momento. Los corredores no tardarán en volver y, luego, esos grandes muros se moverán hasta que se cierren los huecos.

—Estás como una cabra —farfulló Thomas. No entendía cómo iban a moverse aquellas paredes gigantescas y, como estaba tan seguro de que era imposible, se relajó al pensar que Chuck tan sólo le estaba tomando el pelo.

Llegaron a una enorme separación que daba a otros caminos de piedra en el exterior. Thomas se quedó boquiabierto, con la mente libre de cualquier pensamiento al verlo directamente.

—Esta es la Puerta Este —dijo Chuck, como si estuviera revelando con orgullo una obra de arte que él mismo hubiese creado.

Thomas apenas le oyó, impactado por lo mucho mayor que le parecía de cerca. El corte en la pared, de al menos unos seis metros de ancho, subía hacia arriba, muy por encima de sus cabezas. Los bordes que rodeaban la inmensa abertura eran lisos, salvo por un extra?o dibujo que se repetía a ambos lados. En la parte izquierda de la Puerta Este había taladrados en la roca unos agujeros profundos de varios centímetros de diámetro, separados a unos treinta centímetros de distancia entre ellos, que empezaban cerca del suelo y continuaban hasta arriba del todo.

En la parte derecha de la puerta sobresalían unas barras del borde de la pared, también de varios centímetros de diámetro, con la misma forma que los agujeros que tenían enfrente. Estaba claro para qué servían.

—?Estás de broma? —preguntó Thomas con el miedo golpeándole de nuevo las tripas—. ?No estabas enga?ándome? ?De verdad se mueven las paredes?

—?A qué otra cosa iba a referirme?

A Thomas le estaba costando mucho aceptar aquella posibilidad.

—No sé. Me imaginaba que habría una puerta que se cerraría de fuera hacia dentro o una minipared que saldría de la grande. Pero ?cómo van a moverse estos muros? Son enormes y parece que lleven aquí mil a?os.

Y era espeluznante la idea de que aquellas paredes se cerraran y le dejaran atrapado dentro de aquel sitio llamado el Claro.

Chuck echó los brazos hacia arriba, claramente frustrado.

—No lo sé, se mueven y punto. Encima, hacen un ruido chirriante que resulta infernal. Lo mismo ocurre en el Laberinto, donde las paredes cambian también todas las noches.

Thomas, cuya atención de repente fue atraída por un nuevo detalle, se volvió hacia el joven.

—?Qué acabas de decir?

—?Eh?

—Lo acabas de llamar laberinto. Has dicho: ?Lo mismo ocurre en el laberinto?.

Chuck se ruborizó.

—Ya me he hartado de ti. Me he hartado.

Y se fue caminando hacia el árbol que acababan de dejar.

Thomas le ignoró, más interesado que nunca en el exterior del Claro. ?Era un laberinto? Delante de él, a través de la Puerta Este, distinguió unos pasillos que iban a la izquierda, a la derecha y todo recto. Las paredes eran similares a las que rodeaban el Claro, y el suelo estaba hecho de los mismos bloques de piedra enormes que había en el patio. Incluso parecía haber más hiedra allí fuera. A lo lejos, los cortes en las paredes daban a otros senderos, y más allá, quizás a cien metros o así, el pasillo recto llegaba a un callejón sin salida.

—Parece un laberinto —susurró Thomas, casi riéndose para sus adentros.

Como si las cosas no pudieran ponerse más raras. Le habían borrado la memoria y le habían metido en un laberinto gigante. Era una locura tan grande que hasta le hacía gracia.

Le dio un vuelco el corazón cuando, de improviso, apareció un chico doblando una esquina para entrar en el pasillo central desde una de las desviaciones a la derecha, corriendo hacia él, en dirección al Claro. Sudoroso, con la cara roja y la ropa pegada al cuerpo, el chico no aminoró la marcha y apenas miró a Thomas al pasar por su lado. Se dirigió directamente al edificio achaparrado de cemento situado junto a la Caja.