El Corredor Del Laberinto (The Maze Runner #1)

—Te conozco —a?adió Gally sin mirar atrás—. Te vi en el Cambio y voy a averiguar quién eres.

Thomas observó cómo el abusón desaparecía de nuevo en la Hacienda. No recordaba mucho, pero algo le decía que nunca le había gustado tan poco una persona. Se sorprendió al darse cuenta de lo mucho que odiaba a aquel tío. Le odiaba de verdad. Se dio la vuelta para ver a Chuck allí de pie, con la vista clavada en el suelo, obviamente avergonzado.

—Muchas gracias, colega.

—Perdona; si hubiese sabido que era Gally, no se me habría ocurrido hacerlo, te lo juro.

Para su sorpresa, Thomas se rió. Hacía una hora no hubiera pensado que pudiera volver a oír aquel sonido saliendo de su boca.

Chuck miró a Thomas detenidamente y en su rostro apareció una sonrisa incómoda.

—?Qué?

Thomas negó con la cabeza.

—No te disculpes. El… pingajo se lo merecía, y ni siquiera sé lo que es un pingajo. Ha sido impresionante.

Se sentía mucho mejor.



? ? ?





Un par de horas más tarde, Thomas estaba durmiendo sobre el césped en un blando saco de dormir, junto a Chuck, cerca de los jardines. Era un extenso prado que no había advertido antes y algunos del grupo lo habían elegido como lugar para dormir. Thomas pensó que era raro, pero por lo visto no había sitio suficiente dentro de la Hacienda. Al menos hacía calor, lo que le hizo preguntarse por millonésima vez dónde estaban. A su mente le costaba mucho aferrarse a nombres de lugares, recordar países o gobernantes, cómo estaba organizado el mundo. Y ninguno de los chicos del Claro tenía tampoco ni idea o, al menos, si la tenían, no la compartían.

Se quedó en silencio durante un buen rato mientras miraba las estrellas y escuchaba los suaves murmullos de varias conversaciones que flotaban por el Claro. El sue?o parecía a kilómetros de distancia y no podía quitarse de encima la desesperación y el desaliento que le recorrían el cuerpo y la mente. La alegría pasajera de la broma que le había gastado Chuck a Gally ya hacía rato que se había desvanecido. Había sido un día extra?o e interminable.

Era tan raro… Recordaba un montón de cosas insignificantes de la vida: la comida, la ropa, los estudios, los juegos, imágenes generales de cómo era el mundo. Pero, de algún modo, le habían borrado cualquier detalle que completara el cuadro y creara un auténtico recuerdo. Era como mirar una imagen a través del agua turbia. Por encima de todo, quizá se sentía… triste.

Chuck interrumpió sus pensamientos:

—Bueno, verducho, has sobrevivido al Primer Día.

—Casi.

?Ahora no, Chuck —quiso decirle—. No estoy de humor?.

Chuck se incorporó sobre un codo y miró a Thomas.

—Aprenderás mucho en los próximos días y empezarás a acostumbrarte a esto. Está bien, ?no?

—Ummm, sí, está bien, supongo. Por cierto, ?de dónde vienen todas estas palabras y frases raras? Parece como si hubieran cogido otro idioma y lo hubieran mezclado con el suyo.

Chuck se dejó caer hacia atrás de golpe.

—No lo sé… Sólo llevo aquí un mes, ?recuerdas?

Thomas se preguntó si Chuck sabría más de lo que estaba diciendo. Era un ni?o raro, extra?o, y parecía inocente, pero ?cómo estar seguro? Lo cierto es que era un misterio, como todo lo demás en el Claro.

Pasaron unos cuantos minutos y, por fin, Thomas notó cómo le vencía el sue?o. Pero, como un pu?o que empujara su cerebro y lo soltara, una idea le vino a la mente. Algo que no esperaba y no estaba seguro de dónde había salido. De pronto, el Claro, los muros, el Laberinto, todo le resultó… familiar. Cómodo. Una cálida tranquilidad se extendió por su pecho y, por primera vez desde que había llegado allí, no sintió que el Claro fuera el peor sitio del universo. Se quedó callado, notó cómo los ojos se le abrían de par en par y la respiración se le detuvo durante un buen rato.

?Qué acababa de pasar?, pensó. ?Qué había cambiado? Irónicamente, la impresión de que todo iba a ir bien le hizo preocuparse un poco. No entendía cómo sabía lo que tenía que hacer. No era posible. Aquella sensación, la revelación, era extra?a, desconocida y familiar al mismo tiempo. Pero estaba… bien.

—Quiero ser uno de los que salen ahí fuera —dijo en voz alta, sin saber si Chuck estaba aún despierto—. De los que entran en el Laberinto.

—?Eh? —fue la respuesta de Chuck, y Thomas notó un deje de fastidio en su voz.

—Uno de los corredores —aclaró Thomas, y deseó saber de dónde había salido eso—. Sea lo que sea lo que hagan ahí afuera, yo quiero participar.

—Ni siquiera sabes de lo que estás hablando —se quejó Chuck, y se dio la vuelta—. Duérmete.

Thomas sintió que le invadía la confianza, aunque era cierto que no sabía de qué estaba hablando.

—Quiero ser un corredor.

Chuck se volvió hacia él, apoyado sobre un codo.

—Olvídate de eso ahora mismo.

A Thomas le sorprendió la reacción de Chuck, pero continuó: —No trates de…

—Thomas. Novato. Amigo mío. Olvídalo.