El Corredor Del Laberinto (The Maze Runner #1)

??Qué es eso??, pensó.

—Ahí fuera está el Laberinto —susurró Newt con los ojos abiertos como si estuviera en trance—. Todo lo que hacemos (nuestra vida, verducho) gira en torno a él. Pasamos cada bonito segundo de cada bonito día honrando al Laberinto, intentando resolver algo que ni siquiera sabemos si tiene una maldita solución, ?sabes? Y queremos ense?arte que no es un sitio donde quieras meterte. Te ense?aremos por qué cierran los pu?eteros muros todas las noches. Te ense?aremos por qué no debes nunca, y digo nunca, sacar tu culo ahí fuera.

Newt retrocedió, todavía sujeto a la enredadera. Le hizo una se?al a Thomas para que ocupara su sitio y mirara a través de la ventana. Thomas le hizo caso y se inclinó hasta que su nariz tocó la fría superficie de cristal. Tardó unos segundos en centrar los ojos en el objeto que se movía al otro lado, en mirar más allá de la mugre y el polvo para ver lo que Newt quería que viera. Y, cuando lo consiguió, notó que el aliento se le quedaba retenido en la garganta, como si allí soplara un viento glacial que hubiera congelado su respiración.

Una criatura grande y bulbosa, del tama?o de una vaca, pero sin ninguna forma definida, se retorcía furiosa en el suelo del pasillo exterior. Trepó por el muro de enfrente y luego saltó hacia la ventana de grueso cristal con un fuerte golpe. Thomas pegó un grito antes de poder contenerlo y se apartó de allí sobresaltado, pero aquella cosa rebotó hacia atrás, dejando el vidrio intacto.

Thomas respiró profundamente dos veces y volvió a asomarse. Estaba muy oscuro para distinguirlo con claridad, pero unas luces extra?as, que salían de no sé sabía dónde, revelaban una masa de pinchos plateados y carne brillante. Unos malvados apéndices con instrumentos en la punta sobresalían de su cuerpo como si fueran brazos: la hoja de una sierra, unas tijeras grandes y unas barras largas que a saber para qué servían.

La criatura era una espantosa mezcla de animal y máquina, y parecía darse cuenta de que la estaban observando, parecía saber lo que había en el interior de los muros del Claro, parecía querer entrar y darse un festín de carne humana. Thomas notó que un terror glacial crecía en su pecho, expandiéndose como un tumor y dificultando su respiración. Hasta con la memoria borrada estaba segurísimo de que nunca había visto nada tan horrible.

Retrocedió, y el valor que había sentido la noche anterior desapareció.

—?Qué es esa cosa? —inquirió. Notó un escalofrío en sus tripas y se preguntó si alguna vez volvería comer.

—Los llamamos laceradores —contestó Newt—. Es un bicho asqueroso, ?eh? Alégrate de que sólo salgan de noche y da las gracias por estos muros.

Thomas tragó saliva y pensó en cómo iba a salir de allí. Su deseo de convertirse en corredor era demasiado aventurado. Pero tenía que hacerlo. De algún modo, sabía que tenía que hacerlo. Era muy raro que sintiera aquello, después de lo que acababa de ver.

Newt siguió mirando por la ventana, distraído.

—Ahora ya sabes las mierdas que acechan en el laberinto, amigo mío. Ahora ya sabes que no es ninguna broma. Te han enviado al Claro, verducho, y esperamos que sobrevivas y nos ayudes a conseguir el propósito por el que nos han traído aquí.

—?Y cuál es? —preguntó Thomas, aunque le aterraba conocer la respuesta.

Newt se volvió para mirarle directo a los ojos. Le iluminaban las primeras luces del alba y Thomas pudo ver todos los detalles del rostro de Newt, su piel tensa y la frente arrugada.

—Encontrar la salida, verducho —respondió Newt—, Resolver el pu?etero Laberinto para encontrar el camino de vuelta a casa.



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Un par de horas más tarde, una vez que las puertas volvieron a abrirse, retumbando y haciendo temblar el suelo hasta que acabaron, Thomas se sentó en una vieja mesa de picnic que había en el exterior de la Hacienda. Sólo podía pensar en los laceradores, en cuál sería su intención y en qué harían allí fuera durante la noche. En cómo sería ser atacado por algo tan espantoso.