El Corredor Del Laberinto (The Maze Runner #1)

Thomas se dio la vuelta con los ojos clavados en el corredor agotado, sin estar seguro de por qué le había sorprendido tanto aquel nuevo acontecimiento. ?Por qué no iba la gente a salir para examinar el laberinto? Entonces se dio cuenta de que otros entraban por las tres aberturas restantes del Claro, todos corriendo y tan hechos polvo como el tipo que acababa de pasar a toda velocidad por su lado. No podía haber nada bueno en el laberinto si aquellos tíos llegaban tan rendidos y agotados.

Observó con curiosidad mientras se reunían en la gran puerta de hierro del peque?o edificio; uno de los muchachos giró la rueda oxidada y gru?ó por el esfuerzo. Antes, Chuck había comentado algo sobre unos corredores. ?Qué estarían haciendo allí fuera?

La gran puerta por fin se abrió y, con un chirrido ensordecedor del metal contra el metal, los chicos la abrieron del todo. Desaparecieron dentro y la cerraron de un portazo. Thomas se quedó con la vista fija mientras su mente daba vueltas en busca de alguna posible explicación a lo que acababa de presenciar. No se le ocurrió nada, pero hubo algo en aquel espeluznante y viejo edificio que le puso la piel de gallina con un escalofrío inquietante.

Alguien le tiró de la manga e interrumpió sus pensamientos; Chuck había vuelto. Antes de que Thomas pudiera pararse a pensar, las preguntas le salieron enseguida por la boca:

—?Quiénes son esos tíos y qué estaban haciendo? ?Qué hay en ese edificio? —giró sobre sus talones y se?aló hacia la Puerta Este—. ?Y por qué vivís en el interior de un pu?etero laberinto?

Notó una vibrante presión de inseguridad que hizo que se sintiese como si la cabeza se le partiera en dos por el dolor.

—No voy a decir ni una palabra más —contestó Chuck, con una nueva autoridad en sus palabras—. Creo que deberías irte pronto a la cama. Necesitas dormir. Ah —se calló, levantó un dedo y aguzó el oído derecho—. Está a punto de ocurrir.

—?El qué? —preguntó Thomas, y pensó que era un poco raro que Chuck de repente actuara como un adulto en vez de como el ni?o desesperado por hacer un amigo que había sido hacía sólo unos momentos.

Se oyó un gran estruendo en el aire que sobresaltó a Thomas. Le siguió un horrible crujido chirriante. Era como si la tierra temblara. Miró a su alrededor, aterrorizado. Los muros se estaban cerrando, dejándole atrapado dentro del Claro. Una creciente sensación de claustrofobia le ahogó, le comprimió los pulmones, como si el agua le inundara sus cavidades.

—?Cálmate, verducho! —gritó Chuck por encima del ruido—. ?Sólo son las paredes!

Thomas apenas le oyó; estaba demasiado fascinado, demasiado consternado por el cierre de las puertas. Se puso de pie apresuradamente y retrocedió unos cuantos pasos temblorosos para verlo mejor, aunque le costó bastante creer lo que estaba viendo.

El enorme muro de piedra a su derecha parecía desafiar todas las leyes de la física al deslizarse por el suelo, echando chispas y polvo mientras se movía, roca contra roca. El crujido hizo que le vibraran los huesos. Thomas se dio cuenta de que sólo se estaba moviendo esa pared, que se dirigía hacia su vecina de la izquierda y se preparaba para sellarse, deslizando aquellas barras que sobresalían para meterse en los agujeros taladrados al otro lado. Notó como si su cabeza girara más rápido que el cuerpo y el estómago se le revolviera del mareo. En los cuatro lados del Claro, sólo las paredes de la derecha se movían hacia la izquierda para cerrar el espacio de las puertas.

?Imposible —pensó—. ?Cómo van a hacer eso??.

Reprimió las ganas de salir corriendo de allí, de deslizarse por los bloques de piedra en movimiento antes de que se cerraran y huir del Claro. Ganó el sentido común. El laberinto era incluso más desconocido que la situación de allí dentro. Intentó visualizar cómo funcionaba aquella estructura. Unas paredes de piedra inmensas, de varios metros de altura, que se movían como puertas de cristal correderas, una imagen de su vida pasada que, por un instante, apareció en sus pensamientos. Intentó agarrarse a aquel recuerdo, retenerlo, completar la escena con caras, nombres, un lugar, pero se desvaneció en la oscuridad. Una punzada de tristeza atravesó el resto de emociones, que giraban como un remolino.

Observó cómo el muro de la derecha alcanzaba el final de su trayecto y sus barras conectoras encontraban su objetivo para entrar en él sin problemas. Un estruendo retumbó en el Claro cuando las cuatro puertas se cerraron herméticamente por la noche. Thomas sintió un último instante de terror, un poco de miedo en el cuerpo que desapareció de inmediato.

Una sorprendente sensación de tranquilidad le calmó los nervios y soltó un largo suspiro de alivio.

—Guau —dijo, sintiéndose como un estúpido por aquella exclamación monumental.

—No es nada, como diría Alby —murmuró Chuck—. Te acostumbrarás cuando lleves aquí un tiempo.