El Corredor Del Laberinto (The Maze Runner #1)

—No necesito amigos —le interrumpió Thomas.

Alargó la mano hacia la puerta, una fea tabla de madera descolorida por el sol, y la abrió de un empujón para ver varios rostros estoicos a los pies de una escalera llena de curvas, cuyos pelda?os y barandilla se retorcían y giraban en todas las direcciones. Un papel oscuro cubría las paredes del vestíbulo y del pasillo, aunque la mitad estaba despegada. La única decoración a la vista era un jarrón polvoriento sobre una mesa de tres patas y una foto en blanco y negro de una mujer mayor vestida con un traje blanco pasado de moda. A Thomas le recordó la casa encantada de una película o algo por el estilo. Hasta faltaban tablones de madera del suelo.

Aquel sitio olía a polvo y a moho, un gran contraste con los agradables olores de afuera. Unas trémulas luces fluorescentes brillaban en el techo. Aún no se lo había planteado, pero tenía que pensar de dónde venía la electricidad en un sitio como el Claro. Se quedó mirando a la anciana de la fotografía. ?Había vivido alguna vez allí? ?Se habría ocupado de aquella gente?

—Anda, mira, es el judía verde —dijo uno de los chicos mayores. Con un sobresalto, Thomas advirtió que se trataba del tío del pelo negro que le había lanzado antes la mirada asesina. Parecía tener unos quince a?os, era alto y flaco. Su nariz era tan grande como un peque?o pu?o y se asemejaba a una patata deforme—. Este pingajo seguro se ha cloncado en los pantalones cuando ha oído al bebé de Benny gritar como una ni?a. ?Necesitas un pa?al limpio, cara fuco?

—Me llamo Thomas.

Tenía que alejarse de aquel tío. Sin decir nada más, se dirigió a las escaleras, sólo porque estaban cerca, sólo porque no tenía ni idea de qué hacer o de qué decir. Pero el matón se le puso delante y levantó una mano.

—Para el carro, verducho —se?aló con el pulgar el piso de arriba—. Los novatos no pueden ver a alguien a quien han… cogido. Newt y Alby no lo permitirían.

—?Qué problema tienes? —espetó Thomas, tratando de apartar el miedo de su voz, tratando de no pensar en lo que el chaval quería decir con cogido—. Ni siquiera sé dónde estoy. Lo único que quiero es un poco de ayuda.

—Escúchame, judía verde —el chico arrugó la cara y cruzó los brazos—. Te he visto antes. Hay algo sospechoso en el hecho de que estés aquí y voy a averiguar de qué se trata.

Una oleada de calor latió por las venas de Thomas.

—No te había visto en mi vida. No tengo ni idea de quién eres y no podría importarme menos —soltó.

Pero ?cómo iba a conocerle? ?Cómo podía ese chico recordarle?

El matón se rió por lo bajo, una risita mezclada con un resoplido lleno de flemas. Entonces puso una cara más seria e inclinó las cejas hacia dentro.

—Te he… visto, pingajo. No hay muchos de por aquí a los que hayan picado —se?aló hacia arriba por las escaleras—. A mí, sí. Sé por lo que está pasando Benny. Yo ya he estado ahí. Te vi durante el Cambio —le dio un golpe a Thomas en el pecho—. Y me apuesto tu primera comida de Fritanga a que Benny también te ha visto.

Thomas se negó a romper el contacto visual, pero decidió no decir nada. El pánico le consumió de nuevo. ?Dejarían las cosas de empeorar en algún momento?

—?Los laceradores han hecho que te hagas pis encima? —dijo el chico con sorna—. ?Estás un poco asustado ahora? No quieres que te piquen, ?eh?

Otra vez aquel verbo. ?Picar?. Thomas intentó no pensar en ello y se?aló hacia arriba, hacia donde se oían los gemidos del chico enfermo, que retumbaban en todo el edificio.

—Si Newt ha subido ahí, quiero hablar con él.

El chico no dijo nada y se quedó mirando fijamente a Thomas unos segundos. Luego negó con la cabeza.

—?Sabes qué? Tienes razón, Tommy, no debería ser tan malo con los novatos. Sube, estoy seguro de que Alby y Newt te pondrán al corriente. En serio, vamos. Lo siento.

Le dio una palmadita a Thomas en el hombro, luego se apartó y se?aló hacia las escaleras. Pero Thomas sabía que el chaval se traía algo entre manos. El hecho de haber perdido parte de la memoria no le convertía a uno en un idiota.

—?Cómo te llamas? —preguntó Thomas mientras hacía tiempo para decidir si, después de todo, debía subir.

—Gally. Y no te lleves a enga?os: yo soy el auténtico líder aquí, no esos viejos pingajos de ahí arriba. Soy yo. Tú puedes llamarme capitán Gally, si quieres.

Sonrió por primera vez; los dientes le hacían juego con aquella nariz repugnante. Le faltaban dos o tres y ni uno se acercaba ni siquiera un poco al color blanco. El aliento se le escapó lo justo para que a Thomas le llegara un hedor que le recordó algo horrible, aunque no supo de qué se trataba. Le revolvió el estómago.