El Corredor Del Laberinto (The Maze Runner #1)

—Es mejor que nunca lo averigües —respondió el chaval, que parecía muy lejos de estar cómodo con aquella situación. Le ofreció la mano—. Me llamo Chuck. Yo era el judía verde hasta que tú apareciste.

??Y este es el guía que voy a tener esta noche??, pensó Thomas. No podía quitarse de encima aquella extrema inquietud, a la que ahora se le había unido el enfado. Nada tenía sentido y le dolía la cabeza.

—?Por qué todos me llaman ?judía verde?? —inquirió mientras estrechaba rápido la mano de Chuck; luego se la soltó.

—Porque eres el novato más reciente.

Chuck se?aló a Thomas y se rió. Se oyó otro grito en la casa, un sonido como si estuvieran torturando a un animal muerto de lumbre.

—?Cómo puedes reírte? —preguntó Thomas, horrorizado por el ruido—. Parece que se esté muriendo alguien ahí dentro.

—Se pondrá bien. Nadie muere si vuelve a tiempo para que le pongan el Suero. Es todo o nada. Te mueres o no te mueres. Pero duele mucho.

Aquello le dio a Thomas qué pensar.

—?El qué duele mucho?

Los ojos de Chuck se desviaron como si no estuviera seguro de lo que tenía que decir.

—Ummm, cuando los laceradores te pican.

—?Los laceradores?

Thomas cada vez estaba más confundido. ?Unos laceradores que pican?. Aquellas palabras le provocaron terror y, de repente, no estuvo seguro de si quería saber de lo que estaba hablando Chuck.

El ni?o se encogió de hombros y apartó la mirada con los ojos en blanco. Thomas suspiró de frustración y se recostó en el árbol.

—Por lo visto, no sabes mucho más que yo —dijo, aunque sabía que no era cierto.

Su pérdida de memoria era rara. Recordaba bastante bien cómo funcionaba el mundo, pero no tenía detalles, caras ni nombres. Como un libro completamente intacto cuya lectura resulta confusa y horrible al faltarle una palabra de cada doce. Ni siquiera sabía cuántos a?os tenía.

—Chuck…, ?qué edad crees que tengo?

El ni?o le examinó de arriba abajo.

—Diría que unos dieciséis. Y, en caso de que te lo estés preguntando, un metro ochenta… pelo casta?o. Ah, y tan feo como un hígado frito en un palo —soltó una carcajada.

Thomas estaba tan sorprendido que apenas oyó la última parte. ?Dieciséis a?os? ?Tenía dieciséis? Se sentía mucho más viejo.

—?Lo dices en serio? —hizo una pausa para tratar de encontrar las palabras adecuadas—. ?Cómo…? —no sabía ni siquiera qué preguntar.

—No te preocupes. Estarás atontado unos días, pero luego te acostumbrarás a este sitio. Yo lo he hecho. Vivimos aquí, y ya está. Es mejor que vivir sobre una pila de clonc —entrecerró los ojos, quizás anticipándose a la pregunta de Thomas—. Clonc es otra palabra para caca. Es el sonido que hace la caca al caer en los botes donde hacemos pis.

Thomas miró a Chuck, sin dar crédito a la conversación que estaban teniendo. ?Está bien?, fue todo lo que pudo decir. Se levantó y pasó por delante del ni?o en dirección al viejo edificio; aunque la palabra choza lo describía mucho mejor. Parecía tener tres o cuatro pisos de altura y estar a punto de caerse en cualquier momento. Era una demencial colección de troncos y tablas, cuerda gruesa y ventanas puestas al azar delante del sólido muro de roca, cubierto de hiedra. Mientras avanzaba por el patio, el inconfundible olor a le?a y a algún tipo de carne que estaban cocinando hizo que le rugiera el estómago. Ahora que sabía que los gritos eran de un chico enfermo, Thomas se sintió mejor. Hasta que se puso a pensar en lo que habría provocado aquel dolor…

—?Cómo te llamas? —le preguntó Chuck, corriendo detrás de él para alcanzarle.

—?Qué?

—Tu nombre. Aún no nos lo has dicho, y sé que te acuerdas de eso.

—Thomas.

Casi no se oyó pronunciarlo; había empezado a pensar en otra cosa. Si Chuck tenía razón, acababa de descubrir un vínculo con el resto de los chicos. Un patrón común en su pérdida de memoria.

Todos recordaban sus nombres. ?Por qué no el de sus padres? ?Por qué no el de sus amigos? ?Por qué no sus apellidos?

—Encantado de conocerte, Thomas —dijo Chuck—. No te preocupes, yo cuidaré de ti. Llevo aquí ya un mes entero y conozco el sitio por dentro y por fuera. Puedes contar conmigo, ?vale?

Thomas ya casi había llegado a la puerta principal de la choza y al peque?o grupo de chicos que había allí reunidos, cuando le vino un repentino y sorprendente ataque de ira. Se dio vuelta para mirar a Chuck.

—Pero ?si no me cuentas nada! Eso yo no lo llamaría cuidar de mí.

Se volvió de nuevo hacia la puerta, decidido a entrar para encontrar algunas respuestas. No tenía ni idea de dónde habían salido aquel inesperado valor y aquella determinación.

Chuck se encogió de hombros.

—Nada de lo que te diga te beneficiará —contestó—. Básicamente, yo también soy todavía un novato. Pero puedo ser tu amigo…