El Corredor Del Laberinto (The Maze Runner #1)

El líder que conducía el autobús dejó a los clarianos en manos de un peque?o grupo de empleados: nueve o diez hombres y mujeres vestidos con pantalones negros ce?idos y camiseta blanca, con el pelo inmaculado y la cara y las manos limpias. Estaban sonriendo.

Los colores. Las camas. El personal. Thomas sintió una felicidad imposible que trataba de abrirse camino en su interior. Aunque un abismo enorme se ocultaba en medio, una oscura depresión que no podía abandonarle: el recuerdo de Chuck y su brutal asesinato. Su sacrificio. Pero, a pesar de aquello, a pesar de todo, a pesar de lo que le había contado la mujer del autobús sobre el mundo al que habían vuelto, Thomas se sintió a salvo por primera vez desde que había salido de la Caja.

Les asignaron una cama, les repartieron ropa y cosas para el aseo y les sirvieron la cena. Pizza. Una auténtica pizza real y grasienta.

Thomas devoró hasta el último bocado, el hambre acabó con todo lo demás y un ambiente de satisfacción y alivio se palpó a su alrededor. Muchos de los clarianos habían permanecido callados todo el rato, tal vez preocupados por que al hablar se desvaneciera todo. Pero ahora había gente sonriendo. Thomas se había acostumbrado tanto a la desesperación que casi le desconcertaba ver rostros felices. Sobre todo, cuando le costaba tanto a él sentirse así.

Después de comer, nadie discutió cuando les dijeron que había llegado la hora de irse a dormir.

Y menos aún Thomas, que se sentía como si pudiera dormir un mes entero.





Capítulo 62


Thomas compartió litera con Minho, que insistió en dormir en la de arriba; Newt y Fritanga estaban justo en la de al lado. Los empleados pusieron a Teresa en una habitación distinta y se la llevaron antes de que pudiera despedirse. Thomas la empezó a echar muchísimo de menos a los tres minutos después de marcharse.

Mientras se acomodaba en el blando colchón para pasar la noche, le interrumpieron: —Eh, Thomas —dijo Minho por encima de él.

—?Sí? —Thomas estaba tan cansado que apenas le salían las palabras.

—?Qué crees que les ha pasado a los clarianos que se quedaron atrás?

Thomas no se lo había planteado. Había tenido la mente ocupada con Chuck y, ahora, con Teresa.

—No lo sé. Pero visto todos los que murieron para que llegáramos aquí, no me gustaría estar en su lugar ahora mismo. Los laceradores probablemente lo hayan invadido todo —no podía creer lo indiferente que sonaba su voz mientras lo decía.

—?Crees que estamos a salvo con esta gente? —preguntó Minho.

Thomas reflexionó sobre aquella pregunta durante un momento. Sólo había una respuesta a la que aferrarse: —Sí, creo que estamos a salvo.

Minho dijo algo más, pero Thomas no le oyó. Le consumía el agotamiento; su mente vagó por el corto periodo que había pasado en el Laberinto, por los días en que había sido corredor y lo mucho que lo había deseado, incluso desde aquella primera noche en el Claro. Parecía que hubiesen pasado cien a?os. Como si fuera un sue?o.

Los murmullos de las conversaciones flotaban en la habitación, pero a Thomas le parecía que venían de otro mundo. Se quedó mirando los tablones de madera cruzados de la cama de arriba, notando cómo le arrastraba el sue?o. Pero resistió porque quería hablar con Teresa.

?Qué tal tu habitación?—le preguntó mentalmente—. Ojalá estuvieras aquí.

?Ah, sí? —contestó ella—. ?Con todos esos chicos apestosos? Creo que paso.

Supongo que tienes razón. Creo que Minho se ha tirado tres pedos en el último minuto —Thomas sabía que era un chiste muy malo, pero era lo mejor que se le había ocurrido. Notó cómo se reía la chica y deseó poder hacer él lo mismo. Hubo una larga pausa.

Lo siento mucho por Chuck —dijo al final la joven.

Thomas sintió una fuerte punzada y cerró los ojos mientras se hundía en el sufrimiento de la noche.

Podía llegar a ser muy pesado —respondió. Hizo una pausa y pensó en aquella noche, cuando Chuck le había dado un susto de muerte a Gally en el ba?o—. Pero duele. Me siento como si hubiese perdido a un hermano.

Lo sé.

Le había prometido…

Déjalo ya, Tom.

?Qué? —quería que Teresa le hiciera sentir mejor, que le dijera algo mágico para que el dolor desapareciera.

Deja de decir que se lo prometiste. La mitad de nosotros lo consiguió. Habríamos muerto todos si nos hubiéramos quedado en el Laberinto.

Pero Chuck no lo consiguió —repuso Thomas. La culpa le atormentaba porque sabía con toda seguridad que habría cambiado a cualquiera de los clarianos de aquella sala por Chuck.

Murió por salvarte —contestó Teresa—. El tomó la decisión. No la desperdicies.

Thomas notó que las lágrimas inundaban sus ojos; una se escapó y bajó por su sien derecha hacia su cabello. Pasó un minuto entero en el que no se dijeron ni una palabra. Entonces él la llamó: ?Teresa?

?Sí?

A Thomas le asustaba compartir sus pensamientos, pero lo hizo: Quiero acordarme de ti. Acordarme de nosotros. Ya sabes, antes de todo esto.

Yo también.

Al parecer, éramos… —no sabía cómo decirlo.

Lo sé.

Me pregunto qué haremos ma?ana.