El Corredor Del Laberinto (The Maze Runner #1)

—No tenemos tiempo para explicarnos —dijo el hombre con una voz tan crispada como su cara—. Seguidme y corred como si vuestra vida dependiera de ello. Porque así es.

Al decir aquello, el hombre hizo unas se?as a sus compa?eros, luego se dio la vuelta y salió corriendo en dirección a las grandes puertas de cristal con la pistola sostenida rígidamente hacia delante. Los disparos y los gritos de agonía todavía sacudían la sala, pero Thomas se esforzó por ignorarlos y seguir las instrucciones.

—?Vamos! —gritó desde atrás uno de los rescatadores (o eso se imaginó Thomas que eran).

Después de vacilar durante un breve instante, los clarianos les siguieron, casi chocando unos contra otros al echar a correr para salir de la cámara, tan lejos de los laceradores y del Laberinto como fuera posible. Thomas, que aún le agarraba la mano a Teresa, corrió con ellos, al final del grupo. No les quedaba otra opción que dejar atrás el cuerpo de Chuck.

Thomas no sentía ninguna emoción; estaba totalmente atontado. Corrió por un largo pasillo hacia un túnel poco iluminado. Subió por unas sinuosas escaleras. Todo estaba a oscuras y olía como a sistemas electrónicos. Bajó por otro pasillo. Subió más escaleras. Más pasillos. Thomas quería echar de menos a Chuck, entusiasmarse por su huida, alegrarse de que Teresa estuviera allí con él. Pero había visto demasiado. Ahora sólo había un enorme vacío. Siguió avanzando.

Mientras corrían, algunos hombres y mujeres les guiaban por delante, y otros lanzaban gritos de ánimo desde atrás.

Llegaron a otras puertas de cristal y, al cruzarlas, vieron que un gran chaparrón caía de un cielo negro. No se veía nada, pero la cortina de agua reflejaba unos destellos mates.

El líder no dejó de moverse hasta que llegaron a un autobús enorme, cuyos laterales estaban abollados y con marcas de ara?azos, y la mayoría de las ventanas, llena de grietas. La lluvia chorreaba por todo el vehículo y Thomas se lo imaginó como una bestia gigantesca saliendo del océano.

—?Subid! —gritó el hombre—. ?Deprisa!

Le obedecieron y formaron un grupo apretado tras la puerta para entrar uno a uno. Aquello pareció durar una eternidad. Los clarianos se empujaban y se tropezaban los unos con los otros mientras subían los tres pelda?os y se dirigían a los asientos. Thomas estaba al final, con Teresa justo delante de él. Alzó la vista hacia el cielo y notó cómo el agua le caía en la cara. Estaba caliente, casi demasiado, y tenía un extra?o espesor. Curiosamente, eso le hizo quitarse el miedo de encima y le puso alerta. Quizá no era más que la ferocidad del diluvio. Se concentró en el autobús, en Teresa, en la huida.

Estaba casi en la puerta cuando, de repente, una mano le alcanzó y le agarró de la camiseta. Alguien tiró de él hacia atrás; él gritó y se soltó de Teresa. La vio girarse justo al caerse él al suelo y salpicar de agua a los demás. Sintió un fuerte dolor en la espalda cuando la cabeza de una mujer apareció unos centímetros por encima de él, bocabajo, bloqueando la vista de Teresa.

El pelo grasiento que colgaba y rozaba a Thomas enmarcaba una cara oculta en las sombras. Un horrible olor, como a leche agria y huevos podridos, le inundó las fosas nasales. La mujer se retiró lo bastante para que la linterna de alguien revelara sus rasgos: una piel pálida y arrugada llena de horribles llagas que rezumaban pus. Un terror en estado puro inundó a Thomas y lo dejó paralizado.

—?Vas a salvarnos a todos! —dijo aquella espantosa mujer mientras escupía saliva y salpicaba a Thomas—. ?Vas a salvarnos del Destello! —se rió, aunque no fue más que una tos áspera.

La mujer dio un grito cuando uno de los rescatadores la agarró con ambas manos para alejarla de Thomas, que se recuperó y se puso de pie como pudo. Volvió con Teresa y se quedó mirando al hombre que se llevaba a rastras a la mujer, cuyas piernas daban débiles patadas mientras no apartaba los ojos de Thomas. Ella le se?aló y gritó:

—?No te creas una palabra de lo que te digan! ?Vas a salvarnos del Destello, lo harás!

Cuando el hombre estuvo a varios metros del autobús, dejó a la mujer en el suelo.

—?Quédate aquí o te mato de un tiro! —le gritó, y luego se volvió hacia Thomas—. ?Sube al autobús!

Thomas, tan aterrorizado por la terrible experiencia que hasta le temblaba el cuerpo, se dio la vuelta, subió las escaleras detrás de Teresa y entró en el autobús. Unos ojos abiertos de par en par le observaron mientras caminaban hacia los asientos traseros, donde se dejaron caer y se acurrucaron juntos. El agua negra resbalaba por el exterior de las ventanas. La lluvia golpeaba el techo con fuerza y un trueno agitó el cielo sobre sus cabezas.

?Qué ha sido eso?—preguntó Teresa en su mente.