El Corredor Del Laberinto (The Maze Runner #1)

Y, entonces, Minho y Newt tiraron de él, aunque sus brazos seguían sacudiéndose incluso cuando ya sólo daba al aire. Le arrastraron por el suelo; él se resistió, se retorció y gritó que le dejaran en paz. Sus ojos continuaban clavados en Gally, que estaba allí tumbado, inmóvil. Thomas sintió cómo el odio salía a raudales, igual que si una visible línea de llamas les conectara.

Y, entonces, así como así, todo se desvaneció. Sólo pudo pensar en Chuck.

Se soltó de Minho y Newt y corrió hasta el cuerpo fláccido e inerte de su amigo. Le cogió y lo abrazó, ignorando la sangre, ignorando la gélida mirada de la muerte en el rostro del muchacho.

—?No! —gritó Thomas mientras le consumía la tristeza—. ?No! —Teresa se acercó y le puso la mano en el hombro. El se la quitó de encima—. ?Se lo había prometido! —aulló, y se dio cuenta de que, mientras lo decía, a su voz la acompa?aba algo que no estaba bien. Casi la locura—. ?Le había prometido que le salvaría, que le llevaría a casa! ?Se lo había prometido!

Teresa no respondió, tan sólo asintió, con los ojos fijos en el suelo.

Thomas abrazó a Chuck contra su pecho y le apretó lo más fuerte posible, como si, de alguna manera, aquello pudiera revivirle o darle las gracias por haberle salvado la vida, por ser su amigo cuando nadie más lo era.

Thomas lloró como nunca antes lo había hecho. Sus grandes e incontrolables sollozos retumbaron por la sala como el sonido de una tormenta.





Capítulo 60


Finalmente, volvió a meterlo todo en su corazón y guardó la dolorosa oleada de sufrimiento. En el Claro, Chuck se había convertido para él en un símbolo, en una se?al de que podían arreglar el mundo. Dormir en camas. Un beso de buenas noches. Desayunar beicon y huevos e ir a un colegio de verdad. Ser felices.

Pero ahora Chuck ya no estaba. Y su cuerpo fláccido, al que todavía se aferraba Thomas, parecía un frío talismán que no sólo le decía que aquel futuro optimista nunca iba a suceder, sino que la vida nunca había sido de aquel modo. Que incluso a pesar de la huida, les esperaban unos días deprimentes. Una vida de dolor.

Los recuerdos que volvían a su memoria eran muy vagos, pero no flotaba nada bueno entre toda aquella porquería.

Thomas recogió el dolor y lo encerró en algún sitio de su interior. Lo hizo por Teresa, por Newt y por Minho. Fuera cual fuera la oscuridad que les aguardaba, estarían juntos, y en aquel instante eso era todo lo que importaba.

Soltó a Chuck y retrocedió, intentando no mirar la camiseta del ni?o, que estaba negra por la sangre. Se limpió las lágrimas de las mejillas, se frotó los ojos y pensó que debería estar avergonzado, aunque no se sentía así. Al final, levantó la vista. Miró a Teresa y a sus enormes ojos azules, llenos de tristeza; tanto por él como por Chuck, de eso estaba seguro.

La chica le cogió de la mano y le ayudó a levantarse. En cuanto estuvo de pie, ella no le soltó y él tampoco se apartó. Le apretó la mano y, al hacerlo, intentó transmitir lo que sentía. Nadie dijo ni una palabra; la mayoría estaba con la vista clavada en el cuerpo de Chuck; sus rostros eran inexpresivos, como si estuvieran más allá del sentimiento. Nadie miró a Gally, que respiraba, pero no se movía.

La mujer de CRUEL rompió el silencio:

—Todo pasa por una razón —dijo sin ningún signo de maldad en su voz—. Tenéis que entenderlo.

Thomas la miró y lanzó todo su odio reprimido en una mirada fulminante. Pero no hizo nada. Teresa colocó su otra mano sobre el brazo del chico y le agarró el bíceps.

Ahora, ?qué? —le preguntó.

No lo sé—contestó él—. No puedo…

Su frase se vio interrumpida por una serie de gritos repentinos y un alboroto que provenía del otro lado de la puerta por la que había entrado la mujer. El pánico de esta resultó evidente, y se quedó aún más pálida cuando se volvió hacia la puerta. Thomas miró también en aquella dirección.

Varios hombres y mujeres vestidos con vaqueros mugrientos y abrigos empapados irrumpieron en la sala con pistolas levantadas, gritando una palabra sobre otra. Era imposible entender lo que decían. Sus armas —algunas eran rifles; otras, pistolas— parecían arcaicas, rústicas. Casi como juguetes que llevaran a?os abandonados en el bosque y la siguiente generación de ni?os acabara de descubrirlos para jugar a la guerra.

Thomas se quedó mirando cómo dos de los recién llegados tiraban a la mujer de CRUEL al suelo. Luego uno de ellos retrocedió y la apuntó con la pistola.

?No puede ser —pensó Thomas—. No…?.

El aire se iluminó cuando varios disparos salieron del arma e impactaron en el cuerpo de la mujer. Estaba muerta, y todo estaba lleno de sangre.

Thomas retrocedió unos pasos, casi a trompicones.

Un hombre se acercó a los clarianos mientras los demás les rodeaban y disparaban de izquierda a derecha con las armas a las ventanas de observación para romperlas. Thomas oyó gritos, vio sangre, apartó la vista y se centró en el hombre que se acercaba a ellos. Tenía el pelo moreno y la cara joven, pero con arrugas alrededor de los ojos, como si hubiese pasado todos los días de su vida preocupado por cómo llegar al siguiente.