El coleccionista

Normalmente, en esta época del a?o no puedes recorrer cincuenta metros sin cruzarte con alguien que siega el césped o planta flores, pero el tiempo ha relegado esas actividades al final del día, cuando el calor ya no pega tan fuerte, por lo que recorro la distancia a pie hasta mi casa envuelto en un silencio relativo. El noventa por ciento de mi vecindario es idéntico a como era antes. El diez por ciento restante son propiedades que han sido parceladas recientemente con casas del todo nuevas. En cualquier caso, el sol lo está tostando todo, incluido a mí, y el dinero de Schroder ya se ha convertido en sopa cuando finalmente diviso mi casa.

Nunca me había alegrado tanto de verla. En parte estaba seguro de que no volvería a verla jamás, de que la única manera de salir de la cárcel sería con los pies por delante después de que alguien me apu?alara con el mango afilado de una cuchara. Es una casa de tres habitaciones, con el tejado negro, de tejas de cemento y el jardín más bien arreglado que he tenido jamás. Mis padres se han ocupado de mantenerla mientras yo no estaba. Encuentro la llave que escondieron para mí en un lateral de la casa. Entro y realmente tengo la sensación de volver a mi hogar. Es una casa solitaria, pero resulta agradable estar en una habitación en la que las paredes no son de hormigón. La nevera está llena de comida fresca, hay un jarrón con flores sobre la mesa y, apoyada en él, una tarjeta que reza ?Bienvenido a casa?. Llamo a mi gato. No aparece, pero hay una bandeja medio llena de comida en el suelo, por lo que deduzco que mis padres ya le han dado de comer esta ma?ana. Dejo las flores fuera antes de que aparezcan los síntomas de mi alergia al polen. Mientras estaba en la cárcel alguien se coló en mi casa, pero no llegó a llevarse nada y ya han cambiado la ventana rota. Dejo el expediente sobre la mesa y me doy una larga ducha, pero la sensación de estar encarcelado sigue aferrada a mi piel por mucho que restriegue.

Cuando salgo, me observo en el espejo. No me he visto desde hace cuatro meses y me doy cuenta de que he perdido peso. Subo a la báscula y veo que marca casi diez kilos menos. Tengo la cara más delgada y por primera vez en mi vida la barba empieza a crecerme de color gris en algunas zonas, a juego con el gris de mis sienes. Genial, pronto me pareceré a mi padre. Además, tengo los ojos algo enrojecidos. Este es el aspecto que solía tener el a?o anterior, cuando bebía.

Me pongo ropa de verano y me siento más relajado. Por encima de todo, quiero ir a ver a mi esposa. Bridget lleva tres a?os en una residencia. Está sentada en una silla mirando fijamente el mundo que la rodea, pero no habla y apenas se mueve, nadie sabe con certeza hasta qué punto sigue viva. Ha progresado, o al menos se mantienen las esperanzas de que llegue a progresar. El accidente que estuvo a punto de matarla la dejó con varios huesos rotos, profundas magulladuras y sumida en un coma que duró ocho semanas, le perforó el pulmón izquierdo, le destrozó varias vértebras y todo el mundo me dijo que había tenido suerte de sobrevivir. Mi hija no tuvo tanta suerte. Nadie me dice jamás que mi hija tuviera la mala suerte de no haber sobrevivido. La gente casi nunca la menciona en mi presencia.

El dinero de Schroder no me alcanza para llegar hasta allí. Tendré que esperar a mis padres. No tengo coche, quedó destrozado en el accidente del a?o pasado que me llevó a la cárcel. Mis padres querían venir a recogerme hoy pero no han podido. Acudían a visitarme dos veces por semana mientras estuve preso, pero el día que me sueltan resulta que están ocupados. Mi padre tenía cita con un especialista en el hospital para intentar solucionar los problemas de próstata típicos de los hombres que llegan a la edad de mi padre, problemas que espero que se curarán con una simple pastilla cuando yo tenga sesenta a?os.

Hace demasiado calor para volver a salir. No deja de ser irónico que después de cuatro meses durante los que lo único que deseaba era volver a casa me sobrevenga esta increíble sensación de aburrimiento. Estoy en la cocina, frente al fregadero, mirando por la ventana. A pesar de estar bien arreglado, el patio trasero tiene un aspecto ajado, el calor está haciendo estragos en cualquier forma de vida plantada ahí fuera. Mi gato, Daxter, entra y me mira con tristeza y vuelve un minuto después con un pájaro en la boca. Daxter es un gato pardo con sobrepeso capaz de convertirse en el mejor amigo de quien le dé comida. Deja el pájaro en el suelo, junto a mis pies, retrocede un poco y me dedica un maullido. No sé si rega?arlo o acariciarlo. Me decido por esto último y luego tiro el pájaro en el cubo de reciclaje que tengo fuera, en el jardín.

Tal como ya sabía que haría, como Schroder sabía que haría, vuelvo a pensar en la carpeta verde con las gomas elásticas, un dossier repleto de muerte. Un vistazo no le hará da?o a nadie. Schroder espera que pueda ver algo que nadie más es capaz de ver. No es muy probable, pero también es posible que pueda ofrecerles un punto de vista distinto. Además, tengo que pagar la hipoteca y ninguna perspectiva de encontrar trabajo. Recojo el expediente de la mesa y me lo llevo al estudio.





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